Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Poesías de circunstancia, hechas por el Sr. Dombre (de Marmande)

Los Campesinos y el Roble
FÁBULA - Al Sr. Allan Kardec

Los abusos tienen defensores ocultos más peligrosos que los adversarios declarados, y la prueba de esto es la dificultad que se tiene en extirparlos.

ALLAN KARDEC (Qué es el Espiritismo)


Honestos campesinos, cierto día,
De pie junto al gran roble, su inmenso porte
Con sus ojos medían.
–En vano prodigamos –dijo uno– la simiente
A lo largo de estos surcos limpios que abonamos:
Nada crece; el alimento y el agua son robados
Por esas ramas firmes y el follaje espeso,
Un triste derroche es hacer con eso;
Dejar que este árbol empobrezca el suelo,
Se lleve nuestro sudor, arruine el terreno.
Si queréis creerme, hermanos,
Liberemos nuestro campo
De este huésped incómodo..., de inmediato.
Le replica el auditorio: –¡A la obra nuestras manos!
Eran todos fuertes y ardorosos;
En la cima del roble una cuerda ataron,
Entonces una gran cadena formaron
Y con sus eslabones unieron esfuerzos.
Se estremece y murmura el follaje,
Pero eso es todo... Ellos podrán agitarse, cansados,
Ante el tortuoso y robusto ramaje,
El roble no puede ser derribado.
Un sabio de la comarca, noble anciano,
Les dijo al pasar: –Hijos míos,
Vuestro campo es devorado;
Si en provecho de las hojas, los tallos y los ramos
Destruirlo queréis, muy bien... lo comprendo;
Pero derribar este árbol no es fácil;
El viejo roble no ha de ser doblegado
Bajo el débil esfuerzo de vuestros brazos;
La edad atiesa el cuerpo, lo vuelve indócil.
Menos ruidoso pero más terrible asalto librad,
Ante este coloso lleno de fuerza;
Los siglos pasaron por su nudosa corteza;
Más días en socavarlo si es preciso ocupad.
Exponed a plena luz sus sedientas raíces
Y obtendréis la muerte de esos tupidos macizos.
Cuando no se puede de un golpe eliminar los abusos,
Su ruina ha de buscarse en las bases.

C. DOMBRE

El Erizo, el Conejo y la Urraca

FÁBULA
- A los miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos

Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones...
(El Espíritu protector de la Sociedad Espírita de LyonRevista Espírita, 10 de octubre de 1861)


Un pobre erizo, de su refugio arrancado,
Rodaba por los campos entre espinos mortales,
Bajo los zapatos de un niño, patadas fatales,
Hasta quedar casi muerto, ensangrentado.
Repliega entonces su espinosa armadura,
Se estira temblando y mira alrededor,
Pasado el peligro, llorando murmura,
Con débil voz, casi un estertor:
–¿Dónde esconderme?... ¿A qué tierras huir?...
Regresar a mi hogar no sé si podré;
Miles de peligros, que no puedo prever,
Me acechan aquí... ¿Habré de morir?
Me hace falta un refugio donde descansar,
Para curar tanta herida;
Mas... ¿dónde está esa guarida?
¿Quién se apiadará de mi pesar?
Un conejo, que vivía entre las rocas,
Y para quien la caridad no era algo vano,
Conmovido se aproxima y le dice:
–Amigo mío, estoy bien resguardado;
Acepta la mitad de mi modesto asilo,
Es seguro para ti, pues sería difícil
Siguiendo tus pasos llegar hasta allí.
Puedes además estar tranquilo:
No te faltarán cuidados junto a mí.
Ante esa oferta tan generosa,
El erizo caminaba a paso lento,
Cuando una urraca oficiosa,
Dijo al conejo: –Detente un momento.
Es una palabra... nada más... escúchame.
Y dijo luego al erizo: –¡Es un secreto!...
Por la demora que te causo, discúlpame.
Y el buen conejo, muy discreto,
Para que hablara bajo, el oído aguzó:
–¡Cómo a tu casa llevas un erizo!
Vas demasiado lejos con tu esmero,
Tontería semejante nunca nadie hizo.
De arrepentirte, ¿no tienes miedo?
Cuando el erizo se cure y recobre sus fuerzas,
Tal vez tú seas el que sufra primero,
Con su mal corazón y las púas aviesas,
¿Cómo harás entonces para echarlo?
El conejo respondió: –¡Basta de inquietud!
De un impulso generoso jamás me he apartado;
¡Más vale exponerse a la ingratitud
Que despreciar a un desdichado!

C. DOMBRE