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Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Febrero > Escala espírita > TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS
TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS
Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las
malas pasiones que son su consecuencia.
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden.
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza,
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el
bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de
hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas y
sus sentimientos más o menos abyectos.
Sus conocimientos acerca de las cosas del mundo espírita son
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios
de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas
e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en
sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de
grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores.
Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus
comunicaciones, deje escapar un pensamiento malo, puede ser
incluido en el tercer orden; por consecuencia, todo pensamiento
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden
producir la envidia y los celos.
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Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la
realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males
que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros;
y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir:
Dios, para punirlos, quiere que así lo crean.
Podemos dividirlos en cuatro clases principales.
Novena clase. ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces de ceder a sus
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos
sucumbir en las pruebas que enfrentan.
En las manifestaciones se los reconoce por su lenguaje; la
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de
sus inclinaciones, y si quieren inducir a engaño hablando de una
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo
y terminan siempre por delatar su origen.
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus
del mal.
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados,
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.
Hacen el mal por el placer de hacerlo –muy a menudo sin
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre
las personas honradas. Son flagelos para la Humanidad, sea cual
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización
no los libra del oprobio y de la ignominia.
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS – Son ignorantes,
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir
maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A
esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los
nombres de duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la
dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones.
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de
ser los agentes principales de las vicisitudes de los elementos del
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los
cuerpos duros o en las entrañas de la Tierra. A
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menudo manifiestan su presencia por medio de efectos sensibles,
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente.
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus
inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que
para las inteligentes.
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las
extravagancias y ridiculeces que expresan con rasgos mordaces y
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia
que por maldad.
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos
puntos de vista, su lenguaje tiene un carácter serio que puede
engañar acerca de sus capacidades y luces; pero, a menudo, no es
más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la
vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más
absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción,
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse.
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral
ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas de este mundo, de
cuyos goces groseros sienten nostalgia.