EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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EL GÉNESIS



CAPÍTULO I - Caracteres de la revelación espírita

1. ¿Es posible considerar al espiritismo como una revelación? En tal caso, ¿cuál es su carácter? ¿Sobre qué se funda su autenticidad? ¿A quién y de qué forma ha sido hecha? ¿Es la Doctrina Espírita una revelación en el sentido teológico de la palabra?, es decir, ¿es el resultado de una enseñanza oculta llegada del Más Allá? ¿Es susceptible o no de sufrir modificaciones? Al entregar a los hombres una verdad elaborada, ¿no tendría por efecto la revelación impedirles hacer uso de sus facultades al ahorrarles el trabajo de la búsqueda? ¿Cuál es la autoridad de los espíritus para enseñar, si no son infalibles ni superiores a los humanos? ¿Para qué sirve la moral que predican si es la misma que Cristo enseñó? ¿Tiene necesidad el hombre de una revelación? ¿No es capaz de encontrar en sí mismo, en su conciencia, todo lo que necesita para conducirse? Tales son las preguntas que debemos contestar.

2. Comencemos por definir la palabra revelación. Revelar tiene su origen en el vocablo latino revelare. Su raíz, velum, significa velo. Literalmente, significa: salir debajo del velo, y en su sentido figurado: descubrir, hacer conocer una cosa secreta o desconocida. En su aceptación vulgar más generalizada, se dice de toda cosa ignorada que se da a conocer. Desde este punto de vista, todas las ciencias que nos hacen conocer los misterios de la Naturaleza nos revelan algo: la Geología, la formación de la Tierra; la Astronomía, el mundo estelar que ignorábamos; la Química, la ley de las afinidades; la Fisiología, las funciones del organismo, etc. Copérnico, Galileo, Newton, Laplace y Lavoisier son, por lo tanto, reveladores.

3. El carácter esencial de toda revelación debe ser el de su autenticidad. Revelar un secreto es hacer conocer un hecho. Si es falso, no habrá ningún hecho y, en consecuencia, no habrá tampoco revelación. Cuando una revelación es desmentida por los hechos, ya no es tal. Y si es atribuida a Dios, siendo que Dios no miente ni engaña, significará que estamos ante una invención humana.

4. ¿Cuál es el papel del profesor con respecto a sus alumnos? ¿No es acaso el de un revelador? Les enseña lo que no saben, aquello para lo que les hubiera faltado tiempo y no hubiesen podido descubrir ellos mismos, ya que la ciencia es una obra colectiva producto de muchos siglos y de una gran cantidad de hombres, cada uno de los cuales deja sus observaciones para que sus sucesores la aprovechen. La enseñanza es, entonces, la revelación de ciertas verdades científicas o morales, físicas o metafísicas hechas por el hombre que las conoce a quien las ignora, y que, sin esa posibilidad, las hubiese continuado ignorando.

5. Pero el profesor sólo enseña aquello que ha aprendido: es un revelador de segundo orden. El hombre de genio enseña lo que ha descubierto sin ayuda, es el revelador primario. Crea la luz que luego progresivamente se expande. ¡Dónde estaría la Humanidad sin las revelaciones de esos hombres de genio que aparecen de tanto en tanto! ¿Cómo definir a un hombre de genio? ¿Por qué son hombres de genio? ¿De dónde provienen? ¿Hacia dónde van? Notemos que la mayor parte de ellos traen al nacer facultades trascendentes y conocimientos innatos. Un poco de trabajo les basta para desarrollarlos. Sin duda, son parte de la Humanidad, ya que nacen, viven y mueren como nosotros. Entonces, ¿de dónde provienen esos conocimientos que han adquirido en vida? ¿Opinaremos, como los materialistas, que la suerte los ha dotado de un cerebro de mayor tamaño y mejor calidad que el nuestro? Si así fuese, no tendrían más mérito que una legumbre más grande y sabrosa que otra. ¿O diremos, como ciertos espiritualistas, que Dios los ha dotado de un alma mejor que la del común de los mortales? Suposición también carente de lógica, ya que acusaría a Dios de parcial. La única solución racional para este problema reside en la preexistencia del alma y en la pluralidad de existencias. El hombre de genio es un espíritu que vivió más tiempo y que tiene, en consecuencia, mayor terreno ganado que aquellos otros más atrasados. Cuando encarna, trae consigo lo que sabe, y como sabe mucho más que los demás sin necesidad de aprender, se le llama hombre de genio. Sin embargo, todo lo que sabe es fruto del trabajo anterior y no el resultado de un privilegio. Antes de renacer, era un espíritu avanzado. Su reencarnación tiene por objeto enseñar lo que sabe a los demás o adquirir nuevos conocimientos. Los hombres progresan, indudablemente, gracias a sí mismos y al esfuerzo de su inteligencia. Pero si fuesen librados a sus propias fuerzas y no contasen con la ayuda de hombres más avanzados que ellos, el progreso sería lento, tal como ocurre con los estudiantes sin profesor. Todos los pueblos han tenido sus hombres de genio, quienes han aparecido en diferentes épocas para darles un impulso y sacarlos de la inercia.

6. Si es aceptada la providencia de Dios hacia sus criaturas, ¿por qué no admitir que espíritus capaces de hacer avanzar a la Humanidad, por su energía y la superioridad de sus conocimientos, encarnen por voluntad de Dios para ayudar al progreso en un sentido determinado, es decir, que reciban una misión como un embajador la recibe de su rey? Tal es el papel de los grandes genios. ¿Qué vienen a hacer, si no es a enseñar a los hombres verdades que éstos ignoran y que hubiesen seguido ignorando mucho tiempo más? ¿A entregarles una escalera para que con su ayuda puedan ascender más rápidamente? Esos genios, que aparecen a través de los siglos como estrellas fulgurantes, dejando tras de sí una larga estela de luz sobre la Humanidad, son misioneros, o, si se prefiere, mesías. Las cosas nuevas que enseñan a los hombres, ya sea en el orden físico o en el filosófico, son revelaciones. Si Dios permite la existencia de reveladores para las verdades científicas, puede, con mayor razón, suscitarlos para las verdades morales, que son uno de los elementos esenciales para el progreso. Tales son los filósofos, cuyas ideas perduran a través del tiempo.

7. Teológicamente, la revelación se atiende a las cosas puramente espirituales, aquellas que el hombre no puede conocer por sí solo y no están al alcance de descubrir por medio de sus sentidos, y cuyo conocimiento le es revelado por Dios o sus semejantes, ya sea por medio de la palabra directa o de la inspiración. En ese caso, la revelación siempre se hace a hombres privilegiados, llamados profetas o mesías, es decir, enviados, misioneros, cuya misión consiste en transmitirla a los hombres. La revelación, considerada desde ese punto de vista, implica una pasividad absoluta. Se la acepta sin control, sin examen, sin discusión.

8. En todas las religiones ha habido reveladores, y aunque todos ellos hayan estado lejos de conocer la verdad absoluta, fueron providenciales y adecuados al tiempo y al ambiente en que vivían, así como al carácter particular del pueblo al que enseñaban, al cual eran, en relación, superiores. A pesar de los errores existentes en sus doctrinas, despertaron los espíritus y sembraron los gérmenes del progreso que más tarde habían de florecer gracias al Cristianismo. Es incorrecto, entonces, anatematizarlos en nombre de la ortodoxia, ya que vendrá el día en que todas las creencias, diversas en la forma, pero basadas en un mismo principio fundamental: Dios y la inmortalidad del alma, se fundirán en una sola, cuando la razón haya triunfado sobre los prejuicios. Desgraciadamente, en todas las épocas las religiones han sido instrumentos de dominación. El papel de profeta tentó las ambiciones secundarias, y así surgieron una multitud de seudos reveladores o mesías, quienes respaldándose en el prestigio de sus títulos explotaron la credulidad para saciar su orgullo, su rapacidad o su pereza, viviendo cómodamente a expensas de sus supercherías. El Cristianismo no se libró tampoco de esos parásitos. Al respecto, es importante consultar el capítulo XXI de El Evangelio según el Espiritismo: “Habrá falsos Cristos y falsos profetas”.

9. ¿Hace Dios revelaciones directas a los hombres? Esta es una pregunta que no nos animaríamos a responder con un sí ni con un no rotundo. No es algo totalmente imposible, pero no existe una prueba cierta al respecto. Lo que sí sabemos es que los espíritus más cercanos a Dios por su perfección e imbuidos del pensamiento divino, pueden ser sus transmisores. En cuanto a los reveladores encarnados, según el orden jerárquico al que pertenezcan y el grado de su sabiduría personal, pueden extraer las instrumentaciones de sus propios conocimientos o recibirlas de espíritus más elevados, es decir, de los mensajeros directos de Dios. Éstos, al hablar en nombre de Dios, pueden haber sido confundidos con Dios mismo. Estas comunicaciones nada tiene de extrañas para quienes conocen los fenómenos espíritas y la manera en que se establecen los contactos entre encarnados y desencarnados. Las instrucciones pueden transmitirse de diversos modos: por medio de la inspiración pura y simple, por la audición de palabras o por la visión de espíritus instructores, en visiones y apariciones, ya sea en sueños o en estado de vigilia. En la biblia, el evangelio y los libros sagrados de todos los pueblos, encontramos numerosos ejemplos al respecto. Es, pues, rigurosamente exacto decir que la mayor parte de los reveladores son médiums, sensitivos, auditivos o videntes, lo que no significa que todos los médiums sea reveladores y menos aún que sean intermediarios directos de Dios o de sus mensajeros.

10. Sólo los espíritus puros reciben la misión de transmitir la palabra de Dios, pues hoy sabemos que los espíritus están lejos de ser todo perfectos y que algunos intentan aparentar lo que no son, razón por la cual San Juan ha dicho: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (Primera Epístola Universal de San Juan Apóstol 4:1). Hay revelaciones apócrifas y mentirosas, pero también las hay serias y verdaderas. El carácter esencial de la revelación divina es el de verdad eterna. Toda revelación factible de error o sujeta a modificaciones no emana de Dios. Es por eso que el Decálogo presenta los caracteres de su origen, mientras que las otras leyes mosaicas de índole transitoria, a menudo contradictorias con la ley del Sinaí, son la obra personal y política del legislador hebreo. Al dulcificarse las costumbres del pueblo, las leyes cayeron en desuso, mientras que el Decálogo, faro de la Humanidad, siguió en pie. Cristo construyó el edificio de sus enseñanzas basándolo en el Decálogo, mientras que abolió las otras leyes. Si éstas hubiesen sido obra de Dios, no las hubiera tocado. Cristo y Moisés son los dos grandes reveladores que cambiaron la faz del mundo, y en ello reside la prueba de la misión divina de ambos. Una obra puramente humana no hubiera poseído tanta fuerza.

11. Una revelación importante tiene lugar en nuestra época: la que nos revela la posibilidad de comunicarnos con los seres del mundo espiritual. Dicho conocimiento no es de ningún modo nuevo, pero había permanecido ocultamente, y sin beneficio alguno para la Humanidad, hasta nuestros días. La ignorancia de las leyes que gobiernan estas relaciones había ahogado al conocimiento, disfrazándolo de superstición. El hombre era incapaz de extraer para su beneficio deducción alguna. Nuestra época es la encargada de suprimir los accesorios ridículos, comprender su alcance y lograr la luz que debía iluminar el camino del porvenir.


12. El Espiritismo, haciéndonos conocer el mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, las leyes que lo gobiernan, sus relaciones con el mundo visible, la naturaleza y el estado de los seres que lo habitan y, en consecuencia, el destino del hombre después de la muerte, es una auténtica revelación en el sentido científico de la palabra.

13. Por su naturaleza, la Revelación Espírita tiene un carácter doble: es a la vez una revelación divina y una revelación científica. Es divina, porque su llegada es providencial y no es el resultado de la iniciativa humana. Porque los puntos fundamentales de la Doctrina son el producto de la enseñanza impartida por los espíritus, encargados de Dios de revelar a los hombres cosas que éstos ignoraban y que no podían saber sin ayuda, y porque es importante revelar estas cosas hoy, pues los hombres están maduros para comprenderlas. Es científica, porque la enseñanza no es privilegio de ningún individuo en especial, sino que es impartida a todos, por la misma vía, y porque quienes la trasmiten y quienes la reciben no son de ninguna manera seres pasivos, liberados del trabajo de la búsqueda y la observación, así como no pierden su juicio y libre albedrío ni les está prohibido el control. Por el contrario, se les recomienda ejercerlo para que la Doctrina no sea dictada ni impuesta ciegamente, y para que ella sea el producto del trabajo del hombre, de la observación de hechos que los espíritus les muestran y de la instrucciones que les dan, instrucciones que el hombre estudia, comenta y compara, y de las cuales él mismo saca las conclusiones. En una palabra, lo que caracteriza a la Revelación Espírita es que su origen pertenece a Dios, la iniciativa a los espíritus y su elaboración es obra del hombre.

14. Como método de elaboración, el Espiritismo utiliza exactamente el mismo que las ciencias positivas, es decir, aplica el método experimental. Se presentan hechos de un orden nuevo que no pueden explicarse mediante las leyes conocidas: el Espiritismo los observa, compara y analiza, y del efecto se remontan a la causa y de ésta a la ley que los gobierna, luego deduce las consecuencias y busca aplicaciones útiles. No establece ninguna teoría preconcebida, motivo por el cual no ha formulado hipótesis sobre la existencia e intervención de los espíritus, como tampoco sobre el periespíritu, la reencarnación ni ningún otro de los principios de la Doctrina. Ha terminado por aceptar la existencia de los espíritus cuando esa existencia se mostró evidente a través de la observación de los hechos, y de igual manera se ha manejado con los demás principios. No son los hechos los que han venido a confirmar la teoría, sino ésta es la que ha llegado posteriormente para explicar y resumir los hechos. Es rigurosamente exacto decir pues, que el Espiritismo es una ciencia de observación y no producto de la imaginación. Las ciencias no progresaron seriamente hasta que basaron sus estudios en el método experimental. Hasta hoy se pensaba que ese método sólo era aplicable a la materia, mientras que lo es igualmente para las cosas metafísicas.

15. Veamos un ejemplo. En el mundo de los espíritus acaece un hecho muy singular, y que nadie sospechaba siquiera: se trata de ciertos espíritus que creen seguir vivos. Pues bien, los espíritus superiores que conocen el hecho perfectamente, no vinieron anticipadamente a anunciarnos: “Hay espíritus que suponen que aún viven en la Tierra, que han conservado sus gustos, sus costumbres y sus instintos”, sino que han provocado manifestaciones de espíritus de esa categoría para que nosotros los observáramos. Cuando entramos en relación con esos espíritus, inciertos de su estado, o afirmando que aún estaban vivos y desempeñando sus tareas habituales, del ejemplo deducimos la regla. La multiplicidad de hechos análogos ha probado que no se trataba de una excepción, sino de una de las fases de la vida espírita que ha permitido estudiar todas las variedades y causas de esta ilusión singular y reconocer que, dicha situación, es propia de espíritus poco adelantados moralmente y que tuvieron determinados tipos de muerte. Sólo es temporal, mas puede prolongarse durante días, meses y hasta años. Vemos así cómo la teoría nació de la observación. Del mismo modo ocurre con los demás principios de la Doctrina.

16. La ciencia, propiamente dicha, tiene por objeto el estudio de las leyes del principio material, así como el objeto del Espiritismo es el conocimiento de las leyes del principio espiritual. Pero como este último principio es una de las fuerzas de la Naturaleza y actúa sin cesar sobre el principio material, y éste sobre aquél, resulta que el conocimiento de uno no puede complementarse sin el del otro. Por consiguiente, el Espiritismo y la ciencia se complementan mutuamente. La ciencia sin el espiritismo es impotente para explicar ciertos fenómenos, contando sólo con las leyes que rigen a la materia, así como el Espiritismo sin la ciencia carecería de apoyo y control. El estudio de las leyes de la materia debería preceder al de las leyes espirituales, ya que es la materia la que afecta antes a los sentidos. Si el Espiritismo hubiese llegado antes que los descubrimientos científicos hubiera sido una obra inútil, como todo aquello que llega antes de tiempo.

17. Todas las ciencias se suceden y encadenan racionalmente, unas nacen de otras, a medida que encuentren un punto de apoyo en las ideas y los conocimientos anteriores. La Astronomía, una de las primeras ciencias cultivadas, no salió de su faz primaria hasta el instante en que la Física reveló la ley de las fuerzas de los agentes naturales; la Química, impotente sin la Física, sucedió a ésta muy pronto, para luego marchar unidas, apoyándose mutuamente. La Anatomía, la Fisiología, la Zoología, la Botánica y la Mineralogía se convirtieron en ciencias con la ayuda de la Física y la Química. La Geología, sin la Astronomía, la Física y la Química hubiera carecido de auténticos elementos vitales, motivo por el cual llegó después.

18. La ciencia moderna ha tomado en cuenta los cuatro elementos primitivos de los antiguos, y, de observación en observación, llegó a la concepción de un solo elemento generador de todas las transformaciones de la materia. Pero la materia, por sí sola, es inerte, no tiene vida, ni piensa ni siente, necesita unirse al principio espiritual. El Espiritismo no ha descubierto ni inventado tal principio, pero lo ha demostrado mediante pruebas irrecusables, lo ha estudiado, analizado, y ha constatado su acción evidente. Al elemento material, agregó el elemento espiritual. Esos dos elementos son los dos principios, la dos fuerzas vivas de la Naturaleza, mediante la unión indisoluble de ambos elementos se resuelven, sin esfuerzo, una infinidad de hechos, hasta hoy inexplicables.1 El Espiritismo, al estudiar uno de los dos elementos que constituyen el Universo, establece forzosamente contacto con la casi totalidad de las ciencias y, por tal motivo, su llegada debía ser posterior a la creación de éstas. Nació por la fuerza de las cosas y por la imposibilidad de poderse explicar una infinidad de hechos con la sola ayuda de las leyes que rigen a la materia.

19. Se acusa al espiritismo de estar emparentado con la magia y la hechicería, pero se olvida que la astrología judiciaria, no tan lejana de nuestra época, es antepasada directa de la Astronomía, que la Química es hija de la alquimia, de la que ningún hombre sensato se ocuparía hoy. Nadie niega, sin embargo, que en la astrología y en la alquimia encontramos los gérmenes de las verdades que conformarían las ciencias actuales. A pesar de sus fórmulas ridículas, la alquimia fue la iniciadora de los estudios de los cuerpos simples y de la ley de afinidades. La astrología basaba sus estudios en la posición y movimientos de los astros, a los cuales observaba minuciosamente. Pero como ignoraba las leyes que gobiernan el mecanismo del Universo, consideraba a los astros seres misteriosos y les otorgaba, supersticiones, influencia moral y sentido revelador. Cuando Galileo, Newton y Kepler dieron a conocer sus leyes y el telescopio rasgó el velo al sumergir su mirada en las profundidades del espacio, hecho que fue considerado indiscreto por ciertos sectores, los planetas aparecieron como mundos simples similares al nuestro, con lo cual todo el andamiaje de maravillas se derrumbó. Ocurre lo mismo al relacionar al Espiritismo con la magia y la hechicería. Éstas también se basaban en las manifestación de los espíritus, como la astrología en el movimiento de los astros. Pero, al ignorar las leyes que gobiernan al mundo espiritual, confundían las manifestaciones con sus prácticas y creencias absolutas. El Espiritismo moderno, fruto de la experiencia y la observación, ha hecho justicia. Sin duda, existe una distancia mucho mayor entre el Espiritismo y la magia que entre la Astronomía y la astrología o entre la Química y la alquimia. Pretender confundirlos es admitir que se ignora hasta lo más elemental.

20. El hecho de poder establecer comunicación con los seres del mundo espiritual trae consigo consecuencias de la mayor gravedad: es un mundo nuevo que se nos revela, un acontecimiento de la mayor importancia, puesto que ese mundo nos espera a todos, sin excepción. Ese conocimiento, al generalizarse, ocasionará profundas modificaciones en los hábitos, el carácter, las costumbres y las creencias, todo lo cual tiene una influencia enorme sobre las relaciones sociales. Es una revolución total que habrá de operarse en las ideas, revolución tanto mayor y poderosa ya que no está circunscrita a un pueblo o a una casta determinada, sino que abarca simultáneamente el alma de todas las clases, nacionalidades y cultos. Es con razón, pues, que el Espiritismo es considerado como la tercera de las grandes revelaciones. Veamos en qué difieren entre sí y por qué lazo permanecen estrechamente unidas esas revelaciones. 1. La palabra elemento no se considera aquí como un cuerpo simple, elemental, de moléculas primitivas, sino como parte constituyente de un todo. El tal sentido, puede decirse que el elemento espiritual cumple una parte activa en la economía del Universo, así como se dice que el elemento civil y el elemento militar forman parte de la población, o que el elemento religioso entra en la educación, o bien que en Argelia existe un elemento árabe y un elemento europeo. [N. de A. Kardec.]

21. Moisés, como profeta, reveló a los hombres la existencia de un Dios único, Señor soberano y creador de todas las cosas. Promulgó la ley del Sinaí y creó las bases de la fe verdadera. Como hombre, fue el legislador de su pueblo. La fe primitiva de ese pueblo, al depurarse, habría de expandirse por el mundo entero.

22. Cristo tomó de la antigua ley lo que es eterno y divino y desechó lo que sólo era transitorio, meramente disciplinario y de hechura humana, y agregó la revelación de la vida futura, aquella de la que Moisés no había hablado, la relacionada con las penas y recompensas que esperan al hombre después de la muerte (ver la Revista Espírita, marzo de 1861).

23. La esencia de la revelación de Cristo, la piedra angular de toda su doctrina, es la nueva manera de concebir a Dios que ella nos brinda. Ya no es el dios terrible, celoso, vindicativo de Moisés, el dios cruel y sin piedad que riega la tierra con sangre humana, que ordena la masacre y el exterminio de pueblos enteros sin exceptuar siquiera a las mujeres, a los niños y a los ancianos, que castiga a todo un pueblo por la falta de su conductor, que se venga del culpable en la persona del inocente, que golpea a los niños por la culpa de sus padres, sino un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, lleno de mansedumbre y misericordia, que perdona al pecador arrepentido y juzga a cada cual según sus obras. Ya no es el dios de un solo pueblo privilegiado, el dios de los ejércitos que encabeza los combates para sostener su propia causa contra el dios de los otros pueblos, sino el Padre común del género humano que extiende su protección a todos los niños y los incita a que vayan a Él. Ya no es más el dios que recompensa y castiga sólo con bienes terrenales, que construye gloria y felicidad con la servidumbre de los pueblos rivales y con la multiplicidad de la progenie, sino que dice a los hombres: “Vuestra verdadera patria no es de este mundo: está en el reino de los cielos. Allí, los humildes de corazón serán elevados y los orgullosos, humillados.” Ya no es más el dios que considera virtud la venganza y ordena devolver “ojo por ojo y diente por diente”, sino el Dios de misericordia que dice: “Perdonad las ofensas si queréis que las vuestras sean perdonadas. Devolved bien por mal, no hagáis al otro lo que no queréis que os hagan a vosotros.” Ya no es más el dios mezquino y minucioso que impone la forma de adorarlo y rigurosas penas en el caso de no obedecerla y que se ofende ante la inobservancia de una fórmula, sino el Dios grande que considera nuestros pensamientos y no la forma exterior del culto. Ya no es más el dios que quiere ser temido, sino Dios que quiere ser amado.

24. Dios es el eje de todas las creencias religiosas, la finalidad de todos los cultos, por tanto, el carácter de las religiones es de acuerdo con la idea que éstas tengan de Dios. Las religiones que hicieron a Dios vindicativo y cruel, creen honrarlo con actos de crueldad, con hogueras y torturas. Las que concibieron a Dios parcial y celoso, son intolerantes, son, en mayor o menor medida, detallistas de la forma, según lo hayan ideado más o menos manchado por debilidades y pequeñeces humanas.

25. Toda la doctrina de Cristo se funda en el carácter que Éste atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bondadoso y misericordioso pudo hacer del amor a Dios y de la caridad hacia el prójimo la condición expresa para la salvación, y decir: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” Con esta única creencia instituyó el principio de igualdad de los hombres ante Dios y el de fraternidad universal. Pero, ¿era posible amar al dios de Moisés? No, sólo temerle. La revelación de los verdaderos atributos de Dios, unida a la de la inmortalidad del alma y de la vida futura, modificó profundamente las relaciones mutuas entre los hombres, les impuso obligaciones nuevas y otras visión de la vida terrena. Debido a eso, ejerció influencia también sobre las costumbres y las relaciones sociales. Evidentemente, las consecuencias son el punto más importante de la revelación de Cristo, y es lamentable decir, sin embargo, que ése es el aspecto del que más nos hemos apartado y el punto más descuidado en la interpretación de sus enseñanzas.

26. Con todo, Cristo añadió “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce. Pero vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. [...] Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo he dicho” (San Juan, 14:16, 17 y 26, y San Mateo, 17:11). Si Cristo no dijo todo lo que hubiese podido decir, es porque Él creyó necesario callar algunas verdades hasta que los hombres pud iesen comprenderlas. Por Él mismo sabemos que su enseñanza estaba incompleta, ya que anunció la llegada de quien debía completarla. Él preveía que se confundirían con respecto a sus palabras, que se desviaría su enseñanza y que destruirían lo que Él había hecho, ya que todo deberá restablecerse, y no se restablece sino lo que fue deshecho.

27. ¿Por qué Cristo llama Consolador al nuevo mesías? Ese apelativo, significativo y exento de ambigüedad, es una verdadera revelación. Cristo preveía que los hombres necesitarían ser consolados, lo que implica que en la creencia que erigirían no hallarían suficiente consuelo. Nunca fue Cristo más claro y explícito que en sus últimas palabras, a las que pocos prestaron atención, quizá porque temían sacarlas a la luz y profundizar su sentido profético.

28. Si Cristo no desarrolló su enseñanza de una forma completa, fue porque al hombre de ese tiempo le faltaban los conocimientos que adquiriría recién después de mucho andar, pues sin ellos no la hubiese comprendido. Muchas cosas le habrían parecido sin sentido, teniendo en cuenta el estado de los conocimientos de aquella época. Por completar su enseñanza debemos entender: explicarla y desarrollarla, ya que no se trata de agregar verdades nuevas, pues todo se hallaba en germen. Sólo faltaba la llave para descubrir el sentido de sus palabras.

29. Mas, ¿quién será capaz de interpretar las Sagradas Escrituras? ¿Quién puede adjudicarse ese derecho? ¿Quién posee la idoneidad suficiente, si no son los teólogos? ¿Quién se atreve? Primero, la ciencia, que no pide permiso a nadie para dar a conocer las leyes de la Naturaleza y salta, con toda su autoridad, sobre errores y los prejuicios. ¿Quién tiene ese derecho? En este siglo de emancipación intelectual y libertad de conciencia el derecho de examen pertenece a todos. Las Escrituras ya no son el arca santa que nadie se atrevía a tocar por temor de ser fulminado. En cuanto a la idoneidad necesaria, sin dudar de la de los teólogos y ciertos iluminados de la Edad Media -en especial de los Padres de la Iglesia- ésta no ha sido lo suficientemente amplia cuando condenaron como una herejía el movimiento de la Tierra y las creencia en los antípodas, y aun sin ir tan lejos, ¿los teólogos de nuestros días no han arrojado su anatema sobre los períodos de la formación de la Tierra? Los hombres han explicado las Escrituras por medio de sus conocimientos fundamentados sobre las nociones falsas o incompletas que poseían acerca de las leyes de la Naturaleza, reveladas más tarde por la ciencia. Y ésta es también la razón por la cual los teólogos, incluso de muy buena fe, han confundido el sentido de ciertas palabras y hechos del Evangelio. Al querer confirmar una idea preconcebida, giraban insistentemente sobre el mismo círculo sin abandonar sus puntos de vista, de manera que veían sólo lo que anhelaban ver. Aunque fuesen sabios y teólogos eruditos no comprendían la acción de causas regidas por las leyes que ignoraban. Pero, ¿quién podrá juzgar a las diferentes interpretaciones, a menudo contradictorias, hechas por personas ajenas a la teología? El futuro, la lógica y el buen sentido. A medida que nuevos hechos y nuevas leyes se revelan los hombres se van esclareciendo de manera que con el tiempo sabrán diferenciar los sistemas utópicos de la realidad. La ciencia revela ciertas leyes, el Espiritismo hace conocer otras. Unas y otras son indispensables para la comprensión de los textos sagrados de todas las religiones, desde Confucio y Buda hasta el Cristianismo. En cuanto a la teología, ella no puede, sin faltar a la justicia, acusar a la ciencia por sus contradicciones, dado que también adolece de unas cuantas.

30. El Espiritismo, teniendo su punto de partida en las mismas palabras de Cristo, como Cristo partió de las de Moisés, es una consecuencia directa de la doctrina cristiana. A la vaga idea de la vida futura agrega la revelación de la existencia del mundo invisible que nos rodea y que puebla el espacio, con lo cual contribuye a fortalecer la fe, dándole un cuerpo, una consistencia y una realidad en nuestros pensamientos. Define los lazos que unen al cuerpo con el alma y levanta el velo que ocultaba a los hombres los misterios del nacimiento y de la muerte. Gracias al Espiritismo el hombre sabe de dónde viene, hacia dónde va, por qué está sobre la Tierra, por qué sufre en esta vida temporalmente y comprende que la justicia de Dios todo lo penetra. Sabe que el alma progresa sin cesar, al pasar de una a otra existencia, hasta el instante en que logra el grado de perfección necesario para acercarse a Dios. Sabe que todas las almas tienen un mismo origen, que son creadas iguales y con idénticas aptitudes para progresar, en virtud de su libre albedrío. Que todas son de la misma esencia, y que entre ellas la única diferencia es la del progreso alcanzado. Todas tienen el mismo destino y lograrán igual meta, en mayor o menor lapso, según el trabajo y la buena voluntad que pongan en la tarea. Sabe que no hay criaturas desheredadas o menos dotadas que otras, que Dios no crea seres privilegiados exentos del trabajo que les es impuesto para progresar; que no hay seres perpetuamente destinados al mal y al sufrimiento; que los que son designados demonios son espíritus atrasados e imperfectos que dañan en el estado de espíritus como lo hacían cuando eran hombres, pero que adelantarán y mejorarán; que los ángeles, o espíritus puros, no son seres privilegiados en la Creación, sino espíritus que han alcanzado su meta, después de haber recorrido el camino del progreso; que no hay creaciones múltiples ni categorías diferentes entre los seres inteligentes, sino que toda creación surge de la ley de unidad que gobierna al Universo y que todos los seres gravitan hacia una meta común: la perfección, sin que unos sean favorecidos a expensas de los demás, pues todos son hijos de sus obras.

31. Por las comunicaciones que el hombre puede establecer ahora con los seres que han abandonado la Tierra, el hombre tiene no solamente la prueba material de la existencia e individualidad del alma, sino que comprende la solidaridad que une a los vivos con los muertos de este planeta, y a los seres de este mundo con los habitantes de otros globos. Conoce la situación de los desencarnados en el mundo espiritual. Los sigue en sus migraciones, es testigo de sus alegrías y penas, y sabe por qué son felices o desgraciados y la suerte que les espera, según hayan hecho bien o mal. Esos contactos lo inician en la vida futura, puede observarla en todas sus fases y peripecias, el futuro ya no es una vaga esperanza, sino un hecho positivo, una certeza matemática. La muerte ya no tiene nada de terrorífico, es una liberación, la puerta que conduce a la verdadera vida.

32. Al estudiar a los espíritus, el hombre sabe que la felicidad o la desdicha en la vida espiritual son estados inherentes al grado de perfección o imperfección. Que cada cual sufre las consecuencias directas y naturales de sus errores, o, expresado de otra manera, que somos castigados por donde pecamos. Que las consecuencias duran tanto como la causa que las produjo y que el culpable sufriría eternamente si persistiese en el mal, pero que el sufrimiento cesa con el arrepentimiento y la reparación, y como depende de cada uno mejorar, todos pueden, en virtud de su albedrío, prolongar o abreviar sus sufrimientos, como el enfermo sufre por sus excesos hasta tanto no les ponga término.

33. La razón rechaza, como incompatible con la bondad divina, la idea de las penas irremisibles, perpetuas y absolutas, a menudo infligidas como castigo por una única falta, así como aquella otra que nos dice que ni siquiera el arrepentimiento más sincero y ardiente puede suavizar los suplicios del infierno. Pero se inclina ante la justicia distributiva e imparcial que todo lo considera, que nunca cierra la puerta al que desea entrar y que tiende siempre las manos al náufrago en vez de empujarlo al abismo.

34. La pluralidad de existencias, principio esbozado por Cristo en el Evangelio, mas definido sólo a medias, es una de las leyes más importantes reveladas por el Espiritismo, ya que ella muestra la realidad y necesidad del progreso. Mediante esta ley, el hombre se explica todas las anomalías aparentes que presenta la vida humana: las diferentes de posición social, las muertes prematuras que, sin la reencarnación, convertirían una vida abreviada en algo inútil para el alma. La desigualdad de aptitudes intelectuales y morales se resuelve también, si entendemos que todos los espíritus no tienen la misma antigüedad, que algunos han aprendido y progresado más, razón por la cual, al nacer, traen lo adquirido en existencias anteriores (nº. 5).

35. La doctrina de la creación del alma en el acto del nacimiento constituye un sistema de creaciones privilegiadas. Los hombres son extraños entre sí, pues nada los une. Los lazos de familia son puramente carnales. No existe solidaridad con un pasado en el que no se existía ni con la nada después de la muerte. Toda relación termina junto con la vida. Tampoco hay solidaridad con el porvenir. Con la reencarnación, en cambio, los hombres son solidarios con respecto al pasado y al futuro: las relaciones se perpetúan en el mundo espiritual y en el corporal, la fraternidad se basa en las leyes mismas de la Naturaleza y el bien tiene su meta y el mal sus consecuencias ineludibles.

36. Con la reencarnación desaparecen los prejuicios de razas y de castas, ya que el mismo espíritu puede renacer rico o pobre, gran señor o proletario, patrón o subordinado, libre o esclavo, hombre o mujer. La reencarnación es el argumento más lógico de todos los invocados contra la injusticia de la servidumbre, la esclavitud y la sujeción de la mujer al más fuerte. La reencarnación funda el principio de la fraternidad universal en una ley natural, y en ésta basa el principio de igualdad de derechos sociales y, en consecuencia, el de libertad.

37. Si se hace abstracción en el hombre de su espíritu libre, independiente y sobreviviente a la materia, sólo queda de él una máquina organizada, sin responsabilidad y carente de fines, manejada por la ley civil con escaso éxito y apta para la explotación. En resumen: el hombre sería sólo un animal con inteligencia. Si no espera nada después de la muerte, no hay frenos que detenga su pasión por aumentar los goces materiales. Si sufre, no tiene otra perspectiva ni otro refugio que la desesperación y la nada. Mas, si tiene la certeza de un futuro, del reencuentro con los seres amados y el temor de volver a ver a quienes ofendió, todas sus ideas cambian. Aunque el Espiritismo sólo hubiese quitado al hombre sus dudas acerca de la vida futura, ya hubiera hecho más por su adelanto moral que todas las leyes disciplinarias que lo frenan, pero no lo cambian.

38. Sin la preexistencia del alma, la doctrina del pecado original sería inconciliable con la noción de justicia divina, ya que responsabilizaría a todos los hombres por el pecado de uno solo. Carecería, además, de sensatez y justicia si, ateniéndonos a tal doctrina, creyéramos que ese alma no existía en la época en que se cometió la falta, por la cual se pretende responsabilizarla. Con la preexistencia, sabemos que el hombre trae consigo al renacer el germen de las imperfecciones y defectos que no ha corregido y que se traducen en instintos innatos y tendencias determinadas hacia tal o cual vicio. Allí reside su auténtico pecado original, por el cual sufre naturalmente sus consecuencias, mas, con una diferencia capital, su sufrimiento se origina en errores propios y no en los de un tercero. Además, existe una segunda diferencia que alivia, consuela y trasunta equidad: cada existencia ofrece al hombre los medios para redimirse y reparar, así como para progresar, ya sea liberándose de alguna imperfección o adquiriendo nuevos conocimientos, hasta el momento en que su purificación sea completa y no tenga más necesidad de la vida corporal y pueda vivir entonces la vida de los espíritus, eterna y bienaventurada. Debido a esa misma razón, quien ha progresado moralmente trae al renacer cualidades naturales, al igual que quien ha progresado intelectualmente posee ideas innatas, se identifica con el bien, lo practica sin esfuerzo, sin cálculo, y, por así decirlo, sin pensar siquiera. En cambio, quien está obligado a combatir sus malos instintos permanece todavía en estado de guerra interno. El primero ya venció, el segundo lucha por vencer. Por consiguiente, hay virtud original, como hay saber original y pecado, o dicho con más propiedad, vicio original.

39. El Espiritismo experimental estudió las propiedades de los fluidos espirituales y su acción sobre la materia. Ha demostrado la existencia del periespíritu, presentido por los antiguos y designado por San Pablo cuerpo espiritual, es decir, el cuerpo fluídico que acompaña al alma después de la destrucción del cuerpo tangible. Sabemos hoy que el periespíritu es inseparable del alma, que es uno de los elementos constitutivos del ser humano y el vehículo transmisor del pensamiento que durante la vida corporal sirve del lazo entre el espíritu y la materia. El periespíritu juega un papel muy importante en el organismo y en un sinnúmero de enfermedades que están ligadas estrechamente con la Fisiología y la Psicología.

40. El estudio de las propiedades del periespíritu, de los fluidos espirituales y de los atributos fisiológicos del alma abre nuevos horizontes a la ciencia y explica una infinidad de fenómenos incomprensibles hasta hoy, debido a la ignorancia de la ley que los gobierna. Estos fenómenos son negados por el materialismo porque se relacionan con lo espiritual, a la vez que calificados de milagros o sortilegios por otras creencias. Tales son, entre otros, los fenómenos de doble vista y de visión a distancia, de sonambulismo, ya sea natural o provocado, de efectos físicos, catalepsia y letargia, presciencia, presentimientos, transfiguraciones, apariciones, transmisión de pensamiento, fascinación, curas instantáneas, obsesiones y posesiones, etcétera. Demostrando que tales fenómenos obedecen a leyes tan naturales como las que rigen para los fenómenos eléctricos, así como las condiciones normales en que se producen, el Espiritismo destruye el imperio de lo maravilloso y sobrenatural, y, en consecuencia, la fuente de la mayor parte de las supersticiones. Al mismo tiempo que hace comprender la posibilidad de ciertos hechos hasta hoy considerados quiméricos, rechaza otros, demostrando su imposibilidad e irracionalidad.

41. El Espiritismo, lejos de negar o destruir el Evangelio, llega para confirmarlo, explicarlo y desarrollarlo, ayudado por las nuevas leyes naturales que revela. Clarifica los puntos oscuros de la doctrina de Cristo, de manera que para quienes no entendían o resultaban inadmisibles ciertos pasajes del Evangelio ahora podrán comprenderlos y admitirlos gracias al Espiritismo. Sabrán mejor su alcance y diferenciarán lo real de lo alegórico. Cristo les parecerá más grande: ya no será para ellos un simple filósofo, sino el Mesías divino.

42. El Espiritismo posee, además un poder moralizador incalculable en razón de la finalidad que asigna a todas las acciones de la vida y de las consecuencias que nos demuestra respecto a la práctica del bien y del alma. Asimismo nos brinda, en los momentos penosos, gracias a una inalterable confianza en el futuro, fuerza moral, valor y consuelo. El poder moralizador está, también, en la fe de saber que tenemos cerca nuestro a los seres que hemos amado, la seguridad de reencontrarlos y la posibilidad de relacionarnos con ellos. En resumen: la certeza de que todo lo que hemos hecho o adquirido en inteligencia, conocimientos o moral, hasta el último día de nuestras vidas, no se perderá, nos ayudará a progresar. Vemos, por tanto, que el Espiritismo cumple con todas las promesas de Cristo cuando anunció al Consolador. Y como es el Espíritu de Verdad quien preside este importante movimiento regenerador, la promesa de su llegada se ve plenamente cumplida, ya que él es el verdadero consolador.2

43. Si sumamos a todos estos resultados la rápida e insólita propagación del Espiritismo, a pesar de todo lo que se intenta para destruirlo, no se puede dudar de que su llegada es providencial, ya que triunfa sobre las fuerzas contrarias y la mala voluntad humana. El Espiritismo se basa sólo en el poder de una idea. Sin embargo, es aceptado con facilidad por un gran número de personas, lo que prueba que responde a una necesidad: la de creer en algo después de vacío dejado por una etapa de incredulidad, razón por la que podemos afirmar que llegó en el momento preciso.

44. Entre los adeptos hay muchos seres sufrientes, y esto no sorprende, puesto que es mucha gente que busca el acogimiento de una doctrina que siembra el consuelo y la prefiera a aquellas 2. Muchos padres deploran que las muertes prematuras de sus hijos hagan inútiles todos los sacrificios realizados para educarlos. Quienes creen en el Espiritismo, no lamentan esos esfuerzos, e incluso estarían dispuestos a realizarlos aunque tuviesen la certeza de que sus hijos morirían a temprana edad, ya que saben que si sus hijos no aprovechan esa educación en la vida terrestre, les servirá para adelantar como espíritus o en una nueva existencia, y que cuando reencarnen, poseerán un bagaje intelectual que les ayudará a adquirir nuevos conocimientos más fácilmente. Esos son los niños que traen al nacer ideas ya formadas, que saben sin aprender. Si los padres no tienen la satisfacción inmediata de ver a sus hijos aprovechar la educación dada, saben que la utilizarán más adelante, ya sea en el estado de espíritus o en el estado de hombres. Quizás sean nuevamente padres de esos mismos niños, a quienes se les llama dotados y deben sus aptitudes a una educación anterior. Si, por el contrario los han descuidado, éstos sufrirán más tarde por su negligencia penas y molestias ocasionadas por quienes fueron en otra vida sus hijos. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. V, n.º 21: “Muertes prematuras”). [N. de A. Kardec.] otras que causan desazón, y porque a los desheredados, más que a los felices del mundo, se dirige el Espiritismo. Quien está enfermo recibe al médico con más alegría que quien está sano. Los enfermos son los hombres que sufren, y el médico es el Consolador. Vosotros, que combatís al Espiritismo, si pretendéis que la gente lo deje de lado para seguiros, debéis dar más y mejor que él, curar con más certidumbre las heridas del alma. Dad más consuelo, más tranquilidad al corazón, esperanzas más legítimas, certezas mayores. Dibujad un futuro más racional y seductor, mas no pretendáis conseguir adherentes hablándoles de la nada, o dándoles a elegir entre las llamas del infierno o la beata e inútil contemplación perpetua.

45. La primera revelación estuvo personificada por Moisés. La segunda por Cristo. La tercera, por nadie en especial. Las dos primeras son individuales, la tercera es colectiva, y ésta es una característica esencial de gran importancia. Es colectiva porque no se hizo a nadie en particular, no hay un profeta exclusivo. La revelación fue hecha simultáneamente en infinidad de lugares, a millones de personas de diferentes edades y posición social, sin excluir al humilde ni al poderoso y conforme con la profecía del autor de los Hechos de los Apóstoles, 2:17: Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños. Para poder oficiar un día de lazo de unión de todos, la revelación no surgió de ningún culto en especial.3

46. Por ser producto de una enseñanza personal, las dos primeras revelaciones han sido forzosamente locales, es decir, sucedieron en un solo lugar. La idea se fue expandiendo poco a poco, partiendo de ese mismo sitio, mas hicieron falta muchos siglos para que esas ideas alcanzasen a todos los ámbitos del mundo, y, aun así, no lo invadieron por entero. La Tercera Revelación tiene una particularidad: no está personificada en un individuo, se produjo simultáneamente en millares de sitios diferentes y todos ellos se convirtieron en centros de difusión. Esos centros se fueron multiplicando y sus ondas difusoras se unirán con el correr del tiempo, como los círculos que forman las piedras cuando se arrojan al agua, de manera que llegará el momento en que cubrirán la superficie entera del globo. Esa es una de las causas de la rápida difusión de la Doctrina. Si hubiese surgido en un solo lugar, como obra exclusiva de un hombre, se habría formado una secta alrededor de él, mas habría transcurrido medio siglo hasta alcanzar los límites de país de origen. En cambio en sólo diez años ha plantado mojones en el mundo entero.

47. Esta circunstancia no es común en la historia de las doctrinas. Le otorga una fuerza excepcional y un poder de acción irresistible. En efecto, aunque se la reprima en un determinado lugar o país, es materialmente imposible atacarla en todos los lugares y en la totalidad de los países. Si hubiese una región en la su que acción fuera obstaculizada, hay mil en donde podrá florecer. Más aún, aunque a la Doctrina pueda sofocársela en un individuo, no puede serlo en los espíritus, que son la fuente de que proviene. Y como los espíritus están por doquier y existirán siempre, y, aunque 3. En el gran movimiento de ideas que se prepara mediante el Espiritismo, y que ya se comienza a operar, nuestro papel personal es el del observador atento que estudia los hechos para encontrar la causa y sacar conclusiones. Hemos confrontado todo el material que pudimos reunir, hemos comparado y comentado las instrucciones dadas por los espíritus en diferentes lugares del planeta, y, finalmente, coordinamos metódicamente la totalidad de los hechos. Resumiendo, estudiamos y revelamos al público el fruto de nuestras investigaciones, sin atribuir a nuestros trabajos otro valor que el de una obra filosófica, producto de la observación y de la experiencia, sin considerarnos líderes del movimiento y sin pretender imponer nuestras ideas a nadie. Al publicarlas, hemos hecho uso de un derecho común. Quienes las han aceptado lo han hecho libremente. Si estas ideas encontraron numerosos adeptos es, sin duda, porque responden a las esperanzas de muchos, pero no por ello nos envanecemos, ya que el origen de la Doctrina no nos pertenece. La perseverancia y la devoción a la causa que hemos abrazado son nuestros únicos méritos. Hemos actuando como lo hubieran hecho otros, razón por la cual jamás pretendimos jugar al profeta o al mesías, y menos aún, considerarnos tales. [N. de A. Kardec.] se llegase a ahogar sus voces, muy hipotéticamente hablando, volveríamos a escucharlas tiempo después, porque la Doctrina se basa sobre un hecho natural, y no es posible suprimir las leyes de la Naturaleza. Sepan esto quienes sueñan con el derrumbe del Espiritismo (Revista Espírita, febrero de 1865: “Perpetuidad del Espiritismo”).

48. Sin embargo, esos centros diseminados por el mundo habrían permanecido largo tiempo aislados unos de otros y confinados en sus respectivos y lejanos países. Era necesario, pues, un lazo de unión que comunicase los pensamientos de los hermanos de creencia para que cada uno supiese lo que ocurría en otros sitios. Ese lazo de unión habría faltado al Espiritismo en la antigüedad, pero lo encontramos hoy en las publicaciones que llegan a todos los sitios y que condensan en una forma única, concisa y metódica la enseñanza brindada de múltiples maneras, en diversos puntos y distintos idiomas.

49. Las dos primeras revelaciones fueron expresadas mediante la enseñanza directa porque debían imponer la fe mediante la autoridad de la palabra del Maestro. Los hombres no poseían un grado de progreso suficiente como para ayudar a su elaboración. Aunque las dos revelaciones fueron hechas al mismo pueblo, percibimos una sensible diferencia entre ambas, que concuerda con el progreso operado en las costumbres e ideas durante los dieciocho siglos que transcurrieron entre la primera y la segunda. La doctrina de Moisés es absoluta y despótica, no admite discusión y se impone al pueblo por la fuerza. La de Jesús es persuasiva, consejera, su aceptación es libre y produjo controversias aun en vida de su fundador, quien, por otra parte, no desdeñaba discutir con sus adversarios.

50. La Tercera Revelación llega en una época de emancipación y madurez intelectual, cuando la inteligencia desarrollada no se conforma con papeles pasivos, cuando el hombre ya no acepta nada a ciegas, mas quiere ver hacia dónde se lo lleva y saber el porqué y el cómo de cada cosa. Esta nueva revelación tenía que ser, al mismo tiempo, producto de la enseñanza y fruto del trabajo, la investigación y el libre examen. Los espíritus sólo enseñan aquello que es necesario al hombre para poder encaminarlo por el sendero de la verdad, mas se abstienen de revelarle lo que puede descubrir por sí mismo, dejándole el trabajo de discutir, controlar y razonar los fenómenos, e incluso de adquirir experiencia sin ayuda. Los espíritus entregan al hombre el principio y los elementos: el hombre será el encargado de sacarles utilidad y realizar el trabajo (n.º15).

51. Los elementos del la Revelación Espírita fueron sembrados al unísono en una gran cantidad de sitios, revelados a infinidad de hombres de condiciones sociales diversas y con diferentes grados de instrucción. Por ello es que las observaciones, las conclusiones a extraer y las deducciones de las leyes que gobiernan esas clases de fenómenos no podían hacerse por doquier con el mismo resultado. En una palabra, la conclusión que debía asentar las ideas no podía surgir sino del conjunto y de la correlación de los hechos. Los centros, aislados y circunscritos a un determinado círculo de personas, eran testigos generalmente de una sola categoría de fenómenos, a veces hasta de apariencia contraria. No tenían contacto, tampoco, con todas las clases de espíritus y, además, estaban obstaculizados por influencias locales, encontrándose en la imposibilidad material de abarcar el conjunto, siendo, por tanto, impotentes para extraer de observaciones aisladas un principio general común. Cada uno apreciaba los hechos según sus propios conocimientos y creencias anteriores o según las opiniones particulares de los espíritus que se manifestaban, lo cual motivó que muy pronto se hubieran creado tantas teorías y sistemas como centros y a todas les hubiera faltado algo al carecer de elementos de comparación y control. En una palabra, cada cual hubiera permanecido atado a una revelación parcial, creyendo poseer toda la verdad e ignorando que en otros cien lugares se sabía más.

52. Por otra parte, es necesario recordar que en ningún sitio la enseñanza espírita fue completa. La variedad y cantidad de temas a tratar y las enormes exigencias: conocimientos y aptitudes mediúmnicas especiales hubieran hecho imposible reunir en un determinado lugar todas las condiciones necesarias. La enseñanza debía ser colectiva y no individual, por lo cual los espíritus dividieron el trabajo, diseminando los temas de estudio y observación, al igual que en ciertas fábricas varios obreros construyen los diferentes partes de un mismo objeto. La revelación se hizo de manera parcial en diferentes lugares y mediante una gran cantidad de intermediarios, y es así como continúa haciéndose, ya que todo no ha sido revelado. Cada centro encontró en los demás el complemento de lo que obtuvo, y el conjunto y la coordinación de todas las enseñanzas parciales han integrado la Doctrina Espírita. Era necesario agrupar los hechos dispersos para comprobar su correlación, reunir la documentación y las instrucciones dadas por los espíritus sobre diferentes puntos y otros diversos para comparar, analizar y estudiar analogías y diferencias. Como las comunicaciones recibidas provienen de espíritus de todas las categorías, desde las más adelantadas hasta las menos avanzadas, era preciso acordar el grado de confianza que la razón podía permitirles, diferenciar las ideas individuales y aisladas de aquellas que aparecían en la enseñanza general de los espíritus, separar las ideas utópicas de las prácticas, suprimir aquellas otras, notoriamente desmentidas por los descubrimientos de la ciencia positiva y la lógica sana, utilizar los errores y los datos brindados por los espíritus, incluso los recibidos de espíritus atrasados, para conocer el estado del mundo invisible y crear un conjunto homogéneo. En resumen: era indispensable formar un centro de elaboración, libre de prejuicios y preconceptos, dispuesto a aceptar la verdad cuando ésta fuese evidente, aunque estuviese en franca oposición con las opiniones personales. Ese centro se creó sin premeditados y por la fuerza de las circunstancias.4

53. Debido a ese estado de cosas surgieron dos corrientes ideológicas: una iba de los extremos al centro y la otra recorrería el mismo camino, pero en sentido inverso. Así es como la Doctrina se encaminó muy pronto hacia la unidad, no obstante la diversidad de fuentes de origen. Los sistemas divergentes fueron desapareciendo, debido al aislamiento, producto del ascendiente cada vez mayor de la opinión mayoritaria y de la imposibilidad de lograr adeptos. Se estableció desde entonces una comunidad de pensamientos entre diferentes centros. Los que hablan el mismo leguaje espiritual se comprenden y simpatizan, no importa en qué lugar del mundo se hallen. Los espíritas se fortalecieron, lucharon con más valor y caminaron con más seguridad cuando vieron que no estaban aislados, cuando sintieron que tenían un punto de apoyo, un lazo que los unía a la gran familia. Los fenómenos que presenciaban ya no les parecieron extraños, ni anormales ni contradictorios cuando pudieron asociarlos con las leyes generales de armonía universal y pudieron abarcar de una mirada el todo y encontrarle a ese una finalidad importante y humanitaria.

54. El Libro de los Espíritus, primera obra que introduce al Espiritismo en la vía filosófica por la deducción de las conclusiones morales de los hechos y que aborda todos los aspectos de la Doctrina, haciéndose cargo de las cuestiones más importantes, fue, desde su publicación, el punto de unión hacia el cual convergieron los trabajos individuales. Es necesario recordar que la era del Espiritismo filosófico se inicia con la aparición de ese libro; hasta entonces el Espiritismo se consideraba una mera experiencia curiosa. Si él conquistó las simpatías de la mayor parte de los lectores, fue porque expresaba los sentimientos de todas esas personas y respondía a sus aspiraciones, así porque cada cual encontraba en él la confirmación y explicación racional de aquello que le sucedía. Si hubiera estado en desacuerdo con la enseñanza general de los espíritus no hubiese tenido éxito y habría sido olvidado prontamente. Mas, ¿de quién es ese mérito? No del hombre, ser mortal y efímero, que no es nada por sí solo, sino de la idea que no se extingue cuando emana de una fuente superior a él. Esa concentración espontánea de fuerzas dispersas dio lugar a una gran correspondencia, monumento único en el mundo, cuadro vivo de la verdadera historia del Espiritismo moderno, que refleja a la vez los trabajos parciales, los sentimientos múltiples que originó la Doctrina, los resultados morales, las desviaciones y las caídas; archivos preciosos para la posteridad que podrá juzgar a hombres y cosas valiéndose de piezas auténticas. Frente a semejante testimonio, ¿qué será de todos los alegatos falsos y las difamaciones, producto de la envidia y los celos? [N. de A. Kardec.] 5. Un hecho significativo, tan notable como conmovedor, respecto a la comunión de pensamientos que se establece entre los espíritas por la uniformidad de creencias, es la solicitud de plegarias que nos llegan de los países más lejanos, desde el Perú hasta los extremos del Asia, procedentes de personas de religiones y nacionalidades diversas, a quienes jamás hemos visto. ¿No es esto el preludio de la gran unificación que se prepara y la prueba de las profundas raíces que en todas partes echa el Espiritismo? Es necesario tener en cuenta que todos los grupos que se formaron con la intención premeditada de romper vínculos y proclamar principios divergentes, al igual que aquellos otros que por razones de amor propio pretendieron desacatar la ley común, creyéndose lo suficientemente fuertes como para marchar solos, o lo bastante iluminados como para prescindir de consejos, no han podido dar forma a ninguna idea de importancia y todos ellos han desaparecido o vegetan en las sombras. ¿Cómo podía ser de otra forma, si para distinguirse es preciso esforzarse por mejorar, y ellos dejaron de lado los principios vitales de la Doctrina, justamente aquellos que tienen más poder de atracción, aquellos que brindan mayor consuelo y valor y que son más racionales? Si hubieran captado el poder de los elementos morales que llevaron a la unidad, no se hubieran dejado arrastrar por una ilusión quimérica y no hubiesen considerado a su pequeño mundo el Universo, ni creído que nuestros Mas, ¿cómo saber si un principio se enseña en todas partes o si sólo es el resultado de una opinión individual? Los grupos aislados ignoraban lo que se opinaba en los distintos centros, siendo necesario crear, por tanto, un centro que reuniese todas las instrucciones para realizar una especie de selección de ideas y dar a conocer a todos la opinión de la mayoría.6 54. Ninguna ciencia surgió íntegra del cerebro de un hombre. Todas, sin excepción, son el resultado de observaciones sucesivas, producto, a su vez, de otras anteriores, lo que equivale a decir que la ciencia se apoya sobre lo conocido para llegar a lo que desconoce. Así han actuado los espíritus con respecto al Espiritismo, y por ese motivo su enseñanza es gradual. No abordan los temas hasta que los principios sobre los cuales se apoyan se hallen elaborados y que la opinión esté madura para asimilarlos. Todas las veces que centros particulares han intentado adentrarse en ciertos temas, prematuramente, no han obtenido más que respuestas contradictorias y no concluyentes. Cuando, por el contrario, el momento adecuado ha llegado, la enseñanza se generaliza y unifica en todos los centros. Hay, sin embargo, una diferencia capital entre la marcha del Espiritismo y el avance de las ciencias: éstas han llegado a su posición actual después de largos intervalos, mientras que el Espiritismo, si bien no ha alcanzado su punto culminante, ha reunido en muy pocos años una cantidad de observaciones suficientes como para constituir una doctrina. Eso se debe a la gran cantidad de espíritus, que obedeciendo la voluntad de Dios, se manifestaron simultáneamente aportando cada uno el cúmulo de sus conocimientos. De allí que la Doctrina íntegra no haya tardado siglos ni necesitado pasar por etapas sucesivas para completar su elaboración. Unos pocos años fueron suficientes, bastó agrupar a las diferentes partes para conformar el todo. Dios quiso que fuera así, en principio, para que el edificio llegase con prontitud hasta la cúpula. Y en segundo término, para que la universalidad de la enseñanza sirviese para comparar, oficiando de control en forma inmediata y permanente. Cada parte carece de valor y autoridad si se desconecta del conjunto: todas las partes deben armonizar, encontrar su lugar dentro del cuadro general y llegar cuando sea el momento propicio. Dios no confió a un solo espíritu la difusión de la Doctrina. Quiso que pequeños y grandes cooperasen con su granito de arena para que se estableciese entre todos un lazo solidario que había faltado a las otras doctrinas de fuente única. Además, los espíritus, al igual que los hombres, poseen una cuota limitada de conocimientos. Individualmente son incapaces de responder a los innumerables interrogantes que competen al Espiritismo. Por ese motivo, para cumplir con los propósitos del Creador un solo espíritu y un solo médium no hubiese bastado, era preciso el trabajo colectivo y controlable.7

55. Hay que tener en cuenta un último rasgo distintivo de la Revelación Espírita, el cual surge de las condiciones mismas en que fue realizándose, y es que, apoyándose sobre hechos, su carácter es esencialmente progresivo, como el de todas las ciencias de observación. Por su esencia, fraterniza con la misma, la cual, al ser producto de las leyes de la Naturaleza en cierto orden de hechos, no puede contrariar la voluntad de Dios, autor de dichas normas. Los descubrimientos de la ciencia glorifican a Dios, en lugar de disminuirlo. Sólo destruyen lo que los hombres construyeron sobre las ideas falsas que se formaron de Dios. El Espiritismo sólo erige como principio absoluto lo que se ha demostrado con evidencia o lo que surge de la observación lógica. Está hermanado con todas las ramas de la economía social, a __________ adherentes eran una camarilla fácil de atropellar. ¡Extraña ignorancia del carácter esencial de la Doctrina! Tamaño error no podía llevar sino a la desilusión. En lugar de resquebrajar la unidad, han roto el único vínculo que podía darles fuerzas y vida (ver la Revista Espírita, abril de 1866: “El Espiritismo sin los espíritus” y “El Espiritismo independiente”. [N. de A. Kardec.] 6. Ese es el objetivo de nuestras publicaciones, que pueden considerarse como el producto de esa selección. Se discuten todas las opiniones, pero no se formulan principios hasta haber recibido la conformidad de todos los controles: sólo ellos pueden otorgarle fuerza de ley y llevarnos a la afirmación. Por eso no lanzamos ninguna teoría con ligereza. La fuerza y la perdurabilidad de la Doctrina son un hecho y se deben a la procedencia de la misma y a su independencia de toda idea preconcebida. [N. de A. Kardec.] 7. Ver en El Evangelio según el Espiritismo su “Introducción:II” y la Revista Espírita de abril de 1864: “Autoridad de la Doctrina Espírita. Control universal de la enseñanza de los espíritus.” [N. de A. Kardec.] quienes presta el apoyo de sus propios descubrimientos, se amalgama a todas las doctrinas progresistas, no importa el orden al que pertenezcan, siempre que hayan salido del dominio de la utopía y se hayan convertido en verdades prácticas. Si dejase de lado lo que es, negaría su origen y finalidad providencial y terminaría aniquilándose. El Espiritismo marcha al ritmo del progreso y nunca quedará rezagado, porque si nuevos descubrimientos le demuestran que está equivocado en algo o si se revelase una nueva verdad, él habrá de rectificarse. 8

56. ¿Cuál es la utilidad moral de la Doctrina de los espíritus, si no difiere de la enseñada por Cristo? ¿Necesita el hombre de una revelación o puede encontrar dentro suyo lo que precisa para producirse? Desde el punto de vista moral, Dios otorgó al hombre una guía: su conciencia, que le dice: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti.” Indudablemente, hay una moral natural inscrita en el corazón de los hombres, pero, ¿todos saben leer en su alma? ¿No han desobedecido nunca esos sabios preceptos? ¿Qué han hecho de la doctrina de Cristo? Aquellos que la enseñan, ¿la practican en realidad? ¿No se ha convertido, acaso, en letra muerta, en una bella teoría buena para los demás pero no para nosotros? ¿Reprocharían ustedes a un padre que repitiese diez veces, tal vez ciento, las mismas instrucciones a sus hijos si éstos no lo escucharan? ¿Por qué considerar a Dios diferente a ese padre de familia? ¿Por qué no ha de enviar a los hombres, de tiempo en tiempo, mensajeros especiales encargados de recordarles sus deberes y encaminarlos por el sendero del bien cuando se desvían o abrirles los ojos de la inteligencia cuando los mantienen cerrados, al igual que los hombres más adelantados envían misioneros a los pueblos salvajes? Los espíritus no enseñan otra moral que la de Cristo, por la simple razón que no existe doctrina mejor. Entonces, ¿de qué sirve su enseñanza, si repite lo que ya sabemos? Otro tanto se podría decir de la doctrina de Cristo, que fue difundida quinientos años antes de su llegada por Sócrates y Platón y en términos casi idénticos, o la divulgada por todos los moralistas que repiten lo mismo en diferentes tonos. ¡Pues bien! Los espíritus vienen simplemente para aumentar el número de moralistas, mas con la diferencia de que al manifestarse por doquier su voz se escucha tanto en la choza como en el palacio, su enseñanza penetra tanto en el ignorante como en la persona instruida. Lo que la enseñanza de los espíritus agrega a la moral de Cristo es el conocimiento de los principios que unen a los vivos con los muertos y, asimismo, completa los rasgos vagos que Aquél había dado acerca del alma, de su pasado y su porvenir y prueba, además, que su doctrina se basa en las leyes de la Naturaleza. Con la ayuda del Espiritismo y los espíritus, el hombre comprende la solidaridad que entrelaza a los seres. La caridad y la fraternidad se convierten en necesidades sociales. Se hace por convicción lo que antes se hacía sólo por deber y, así, todo resulta mejor. Recién el día que los hombres practiquen la moral de Cristo podrán proclamar que ya no tienen necesidad de moralistas, encarnados o desencarnados. Pero, entonces, tampoco Dios se los enviará.

57. Una de las preguntas más importantes entre las que figuran al comienzo del capítulo, es la siguiente: ¿Cuál es la autoridad de la Revelación Espírita, puesto que emana de seres de inteligencia limitada, y, por lo tanto, falibles? La objección sería atendible si la revelación se limitase exclusivamente a la enseñanza de los espíritus y debiéndose aceptarla ciegamente. Pero carece de validez, ya que el hombre aporta a ella su inteligencia y su juicio, y los espíritus se limitan a encaminarlo por la vía de las deducciones que se extraen de la observación de los hechos. Las manifestaciones son hechos, el hombre los estudia y busca la ley por la que se cumplen. Los espíritus de todas las categorías lo asisten en ese trabajo, actuando como colaboradores y no como reveladores, según el sentido usual del término. Somete 8. Todos los alegatos que pretenden teñir nuestros principios de absolutistas y autocráticos, y todas las aseveraciones falsas con que ciertas personas mal intencionadas o carentes de información intentan manchar nuestra Doctrina, son destruidos por las declaraciones claras y categóricas contenidas en este capítulo. Dichas declaraciones no son, por otra parte, nuevas, ya que las hemos repetido reiteradas veces en nuestros escritos para disipar cualquier duda posible. Definen, además, nuestro auténtico papel, el único que ambicionamos: el de trabajar. [N. de A. Kardec.] sus pareceres al control de la lógica y el buen sentido, y de esta manera aprovecha los conocimientos especiales que poseen los espíritus, en razón de su posición, mas sin abdicar de su propio razonamiento. Los espíritus son las almas de los hombres, por tanto, al comunicarnos con ellos no salimos de la Humanidad, lo que constituye un hecho de capital importancia. Los hombres de genio que han iluminado el camino de la Humanidad abandonan el mundo de los espíritus para reencarnar, así como a él vuelven al dejar la Tierra. Sabemos que los espíritus pueden comunicarse con los hombres, y aquellos que fueron genios pueden darnos, en el estado de espíritus, instrucciones y brindarnos sus enseñanzas después de muertos, al igual que cuando estaban vivos. La única diferencia es que ya no son visibles para nosotros. Sus experiencias y conocimientos no disminuyeron, y si sus palabras como hombres poseían autoridad, la seguirán teniendo en el mundo de los espíritus.

58. Era necesario, para iniciarnos y comprender el verdadero carácter del mundo espiritual, mostrarnos todas sus facetas y que se manifestasen espíritus de todas las categorías. Dichas manifestaciones tienen por finalidad: a) lograr que las relaciones entre el mundo visible y el invisible se estrechen, para que la Humanidad comprenda con evidencia dicha conexión; b) dar a conocer de dónde venimos y hacia dónde vamos. Todos los espíritus, sin distinción de categoría, nos enseñan algo. Pero, como difieren enormemente en inteligencia, somos nosotros los encargados de discernir lo que es bueno de lo que no lo es y de aprovechar sus enseñanzas. Todos pueden enseñarnos o revelarnos cosas que ignorábamos y que sin ellos no hubiéramos conocido.

59. Sin duda, los grandes espíritus encarnados son individualidades de valía, pero su acción estará siempre restringida a un determinado grupo y su doctrina tardará en difundirse. Si hubiese llegado en estos últimos tiempos alguno de ellos para revelar a los hombres el estado del mundo espiritual, aun cuando se tratase del mismísimo Moisés o de Elías, o tal vez de Sócrates o de su discípulo Platón, ¿quién hubiese creído en la verdad de tales aseveraciones en esta época marcada por el escepticismo? ¿Acaso no le hubiese considerado un soñador o un fabulador? Y aun cuando se hubiese llegado a admitir que sus ideas encerraban la verdad absoluta, igualmente hubieran transcurrido siglos antes de que las masas tuviesen acceso a ellas. Dios, en su sabiduría, no quiso que ocurriese de esa manera. Prefirió que la enseñanza la impartan directamente los espíritus y no los encarnados. De esta forma se convencería a la Humanidad de la existencia de los espíritus y, al ofrecerle la enseñanza simultáneamente en toda la Tierra, serviría ello para propagar la Doctrina con más rapidez y para encontrar, en la coincidencia de ella, una prueba evidente de la verdad, pues cada uno podrá tener, de tal manera, a su alcance los elementos de convicción necesarios.

60. Los espíritas saben hoy que los espíritus no han venido para liberar al hombre de sus tareas fundamentales: la investigación y el estudio, ya que no le entregaron ninguna ciencia enteramente elaborada y lo dejan que se baste por sí solo, siempre que sea posible. Desde hace ya mucho tiempo, la experiencia nos demostró que es un error creer que los espíritus poseen la totalidad del conocimiento y la sabiduría o que nos basta hablar con el primero que llegue para conocerlo todo. Los espíritus son parte de la Humanidad, conforman una de sus caras y, como ocurre en la vida terrenal, los hay vulgares y superiores. Muchos de ellos saben menos filosofía y ciencia que ciertos hombres. Cuando conversan dicen sólo lo que saben y, al igual que entre los humanos, los más adelantados pueden informarnos sobre temas y darnos opiniones más juiciosas que los hombres más atrasados. Pedir consejo a los espíritus no es en absoluto dirigirnos a seres sobrenaturales, sino a nuestros padres, a quienes les hubiésemos pedido ayuda si estuviesen vivos: a nuestros padres, amigos, o individuos más inteligentes que nosotros. Necesitamos tomar conciencia de ese hecho, que es justamente lo que muchos ignoran por no haber estudiado el Espiritismo, haciéndose una idea totalmente falsa de la naturaleza del mundo espiritual y de las relaciones de ultratumba.

61. ¿Cuál es la utilidad de las manifestaciones o de la revelación, si los espíritus no tienen más conocimientos que nosotros o no nos dicen todo lo que saben? En principio -como ya lo hemos dicho- se abstienen de enseñarnos lo que podemos descubrir con nuestro esfuerzo. Y en segundo término, hay cosas que tienen prohibido revelarnos debido a que nuestro grado de adelanto no lo permite. Sin embargo, observamos que en su nueva existencia se agranda el círculo de sus percepciones, ven lo que no veían estando encarnados, por lo cual, libres de las trabas de la materia, exentos de las preocupaciones de la vida corporal, juzgan las cosas con más altura y más sanamente, su perspicacia se agudiza, comprenden sus errores, rectifican ideas y se desembarazan de los prejuicios puramente humanos. En ello reside la superioridad de los espíritus en relación con los humanos encarnados, y es por ese motivo, y de acuerdo con su grado de adelanto, que sus consejos suelen ser más desinteresados y prudentes que los de los hombres. Por otra parte, el medio en que se mueven les permite iniciarnos en la vida futura, la que ignorábamos y que no podíamos conocer dada nuestra condición. Hasta ese momento, el hombre se había limitado a idear hipótesis sobre su porvenir. Por ese motivo las creencias al respecto se habían dividido en diferentes sistemas, numerosos y divergentes, ya se trate del nihilismo o de las fantásticas concepciones del cielo y del infierno. Hoy son los testigos oculares y los actores mismos de la vida de ultratumba quienes vienen a revelarnos la verdad, ellos son los únicos que podían hacerlo. Por tanto, las manifestaciones han servido para hacernos conocer el mundo invisible que nos rodea y que ni siquiera sospechábamos. Aunque los espíritus fuesen incapaces de enseñarnos ninguna otra cosa, esa sola revelación tendría una importancia capital. Si viajaras a un país desconocido, ¿desoirías las indicaciones del más humilde campesino con quien te encontraras? ¿Te abstendrías de preguntarle sobre el estado del camino por el simple hecho de tratarse de un campesino? Sin duda que no pretenderías informaciones especiales, pero podrías saber mejor por él que por un sabio que no conociera el país. De sus indicaciones sacarías conclusiones que tú solo no las lograrías. Por consiguiente, no dejaría de ser un instrumento útil para tus observaciones, aun cuando no te guiase más que para conocer los hábitos de los campesinos. Sucede exactamente lo mismo con los espíritus: hasta el más pequeño puede enseñarnos alguna cosa.

62. Una comparación un tanto vulgar nos hará comprender mejor estas particularidades: Un barco repleto de emigrantes parte rumbo a un lejano país. Lleva hombres de todos los niveles sociales, parientes y amigos de los que quedan. Después de un tiempo se informa que el navío ha naufragado sin dejar rastro alguno. No llega ninguna noticia sobre su suerte, se cree que todos los pasajeros han muerto, el luto cubre a todas las familias. Sin embargo, la tripulación completa, sin exceptuar a un solo hombre, arribó a un país desconocido, fértil y abundante en frutos, donde todos viven felices bajo un cielo clemente, mas nadie, fuera de ellos, lo sabe. Un buen día, la tripulación de otro barco llega a la misma tierra y allí se encuentra con todos los supuestos náufragos, sanos y salvos. La feliz noticia se expande con la rapidez del relámpago y cada uno se dice: “No hemos perdido a nuestros amigos”, por lo que dan gracias a Dios. No pueden verse, pero se escriben, cambian testimonios de afecto, la alegría reemplaza a la tristeza. Tal es la imagen de la vida terrestre y de la de ultratumba, antes y después de la revelación moderna. Ésta, similar al segundo barco, nos trae la buena nueva de la supervivencia de aquellos que amamos y la seguridad de reencontrarnos algún día. La duda sobre su suerte y la nuestra ya no existe, el desaliento se diluye para dar lugar a la esperanza. Pero otros hechos vienen para acrecentar la revelación. Dios, juzgando a la Humanidad madura para penetrar los misterios de su destino y contemplar sin miedo las nuevas maravillas, permitió que el velo que separaba al mundo visible del invisible se descorriese. El hecho de las manifestaciones no tiene nada de extraordinario: es la Humanidad espiritual que viene a conversar con la Humanidad corporal, y le dice: “Existimos, por consiguiente, la nada no existe. Esto es lo que somos y lo que ustedes serán también. El futuro nos pertenece tanto a nosotros como a ustedes. Antes marchaban entre tinieblas, por eso vinimos para alumbrar los senderos y abrir el camino. Antes la vida terrestre era todo para ustedes, porque no veían más allá. Por ello es que hemos venido para enseñarles la vida espiritual y decirles: La vida terrenal no es nada. Ustedes no percibían lo que hay más allá de la tumba, nosotros les hacemos ver, más lejos, un horizonte espléndido. No sabían por qué sufrían en esta vida, ahora ven en el sufrimiento la justicia de Dios. Antes el bien no ocasionaba, según las creencias, beneficios futuros. De ahora en adelante será eso una meta y una necesidad. La fraternidad era antes sólo una hermosa teoría. Ahora ella se fundamenta sobre una ley de la Naturaleza. Gobernados por la creencia de que todo terminaba con la vida, el infinito es un vacío, el egoísmo reina como señor absoluto y la divisa que precede es: “Cada cual para sí.” “Con la seguridad de la vida futura los espacios se pueblan hasta el infinito, el vacío y la soledad desaparecen, la solidaridad une a todos los seres de más acá y de más allá de la tumba, nace el reino de la caridad y la divisa de él es: “Uno para todos y todos para uno.” Y como broche magnífico, si al morir daban a quienes querían un adiós eterno, hoy podrán despedirse con un: ¡Hasta luego!” Tales son, en resumen, los resultados de la nueva revelación. Ha llegado para llenar el vacío creado por la incredulidad, levantar los ánimos abatidos por la duda o la perspectiva de la nada y para darle a todas las cosas su razón de ser. ¿Constituye esto un resultado sin importancia, sólo porque los espíritus no vienen a resolvernos los problemas de la ciencia, dar conocimientos al ignorante y medios de enriquecerse sin esfuerzos al perezoso? No lo consideramos así, puesto que los frutos que el hombre recoge no le servirán solamente para la vida futura, sino también para ésta, por la transformación que las nuevas creencias operarán sobre su carácter, gustos, tendencias y, en consecuencia, sobre las costumbres y relaciones sociales. El reinado del orgullo, el egoísmo y la incredulidad llega a su término, se prepara el advenimientos de otro reino: del del bien, el reino de Dios anunciado por Cristo.




CAPÍTULO II - Dios



Existencia de Dios

1. Al ser Dios la causa primera de todas las cosas, el punto de partida de todo, el eje sobre el que reposa el edificio entero de la Creación, es también el tema que interesa considerar antes que nada.

2. Hay un principio elemental que lleva a deducir la causa por sus efectos, aun cuando a esa causa no se la vea. Si un pájaro en pleno vuelo es alcanzado por una bala que lo mata, suponemos que fue un tirador, aunque no lo veamos. No es entonces siempre necesario ver algo para saber que existe. Absolutamente, en todos los órdenes ocurre lo mismo: observando los efectos se llega a conocer las causas.

3. Otro principio elemental, hoy considerado axioma, a fuerza de ser cierto, es aquel que dice que todo efecto inteligente tiene su origen en una causa inteligente. Si preguntásemos quién ideó un determinado mecanismo ingenioso y nos respondiesen que se hizo solo, ¿qué pensaríamos de la persona que nos dio tal respuesta? Cuando estamos frente a una obra de arte o de una industria pensamos que ella es producto del cerebro de un hombre de genio, porque necesariamente su concepción es el resultado de una inteligencia desarrollada. Juzgamos que su autor es un ser humano porque sabemos que es algo factible de ser realizado por un hombre. Pero a nadie se le ocurriría pensar que pudo haber sido un idiota o un ignorante su creador, y menos aún que es el trabajo de un animal o producto del azar.

4. Reconocemos la presencia del hombre en sus obras. La existencia del hombre antediluviano se comprueba no sólo por los fósiles humanos hallados, sino también, y con igual certeza, por los objetos trabajados por él mismo que se encontraron: un fragmento de ánfora, una piedra tallada, un arma, un ladrillo. El grado de inteligencia y adelanto de quienes han realizado dichos trabajos se reconoce por la imperfección o delicadeza de los mismos. Si visitamos un país habitado exclusivamente por salvajes y descubrimos una estatua digna de Fidias, inmediatamente nos haríamos el siguiente razonamiento: los salvajes no pueden ser los autores, por lo tanto, la estatua es obra de una inteligencia superior.

5. ¡Pues bien! Con sólo mirar a nuestro alrededor y posar nuestra mirada sobre las obras de la Naturaleza, veremos la previsión, la sabiduría y la armonía que las preside, sentimos que todas ellas sobrepasan en grado indecible a la inteligencia creadora del ser humano. Si el hombre no produjo esas obras, significa que son el producto de una inteligencia superior a la humana, a menos que pensemos que hay efectos sin causa.

6. A este razonamiento, hay quienes oponen el siguiente: Las obras de la Naturaleza son producto de fuerzas naturales que actúan mecánicamente en razón de las leyes de atracción y repulsión. Las moléculas de los cuerpos inertes se unen y disgregan bajo la acción de estas leyes. Las plantas, en virtud de esa misma ley, nacen, germinan, crecen y se multiplican, cada una en su especie. El crecimiento, la flor, el fruto y el color están subordinados a causas materiales como el calor, la electricidad, la luz, la humedad, etc. Lo mismo sucede con respecto a los animales. Los astros se forman por atracción molecular y se mueven perpetuamente con sus órbitas debido a la gravitación. La regularidad mecánica en el empleo de las fuerzas naturales no habla de ninguna inteligencia independiente. El hombre mueve su brazo cuando quiere y como quiere, pero quien hace un movimiento único y siempre en igual sentido, desde su nacimiento hasta su muerte, sería una especie de autómata. Por tanto, podemos concluir diciendo que las fuerzas orgánicas de la Naturaleza son puramente automáticas. Todo eso es muy sincero, pero esas fuerzas son efecto que deben poseer alguna causa. Nadie dice que ellas constituyan la Divinidad. También es verdad que son materiales y mecánicas y que no son inteligentes por sí solas. Ellas son puestas en acción, distribuidas y adecuadas a las necesidades de cada cosa por una inteligencia que no es humana. La adecuación útil de esas fuerzas es un efecto inteligente que descubre a una causa inteligente. Un péndulo se mueve con automática regularidad, y es esa regularidad lo que realmente vale. La fuerza que lo hace mover es material y exenta de inteligencia, mas, ¿de qué serviría el péndulo si una inteligencia no hubiese combinado, calculado y distribuido el empleo de esa fuerza para lograr que se mueva con precisión? ¿Sería racional afirmar que la inteligencia no existe porque no está a la vista? Se la juzga por sus efectos. La existencia del reloj confirma la existencia del relojero: la ingeniosidad del mecanismo testifica la inteligencia y conocimientos del relojero. Cuando un reloj nos da la información que necesitamos, ¿pensamos acaso que él es inteligente? Podemos decir lo mismo del mecanismo del Universo: Dios no se muestra, pero afirma su existencia por sus obras.

7. La existencia de Dios no es un hecho revelado, sino corroborado por la evidencia material de sus obras. Los pueblos primitivos no fueron testigos de la revelación, y, sin embargo, creían instintivamente en la existencia de un poder sobrehumano. Al contemplar las obras de la Naturaleza deducían que su origen no era humano. ¿No poseían mayor lógica que quienes hoy intentan teorizar, diciendo que tales obras se han hecho solas?




Acerca de la naturaleza divina

8. No nos está permitido adentrarnos en la naturaleza íntima de Dios. Para comprender a Dios nos falta el sentido que sólo se adquiere con la completa depuración del espíritu. Mas si al hombre no le es permitido penetrar su esencia, puede, mediante el razonamiento, conocer sus atributos, es decir, las cualidades que Dios debe tener para ser Dios. Sin el conocimiento de los atributos de Dios sería imposible comprender la obra de la Creación, punto de partida de todos los credos religiosos. Aquellas religiones que no entendieron la Creación, verdadero faro conductor, han equivocado sus dogmas: las que no creyeron en un Dios todopoderoso, imaginaron muchos dioses. Esas otras que no atribuyeron a Dios la bondad suprema crearon un dios celoso, colérico, parcial y vindicativo.

9. Dios es la inteligencia suprema y soberana. La inteligencia del hombre es limitada, ya que no puede crear ni comprender todo lo que existe. La de Dios, que abraza el infinito, debe ser infinita. Si fuese limitada en algún aspecto, podríamos concebir la existencia de un ser aún más inteligente, capaz de comprender y hacer lo que el otro no pudo, y así sucesivamente hasta el infinito.

10. Dios es eterno, no tuvo comienzo ni tendrá fin. Si hubiese tenido un comienzo habría surgido de la nada. Pero como la nada es inexistente, no puede producir ni crear cosa alguna. El otro argumento tampoco sería válido, porque si hubiese sido creado por otro ser anterior a él, ése sería Dios. Si se le imaginase a Dios un comienzo o un fin, se podría asimismo sospechar un ser anterior o posterior a Él, y así indefinidamente.

11. Dios es inmutable. Si estuviese sujeto a cambios, las leyes que gobiernan el Universo carecerían de estabilidad.

12. Dios es inmaterial. Su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia, de otra manera no sería inmutable, pues estaría sujeto a las transformaciones de la materia. Dios no posee una forma factible de ser apreciada por nuestros sentidos, pues, de ser así, sería materia. Decimos: la mano de Dios, la boca de Dios, porque como el hombre sólo conoce su forma, al no comprender algo se toma como modelo y compara. Las imágenes que representan a Dios como un anciano de larga barba y vestido con una túnica, son ridículas: intentan otorgarle proporciones humanas. De eso, a hacerle partícipe de las pasiones humanas y convertirlo en un dios colérico y celoso, no hay más que un paso.

13. Dios es todopoderoso. Si no poseyese el poder supremo, se podría concebir un ser más poderoso que él, y así sucesivamente hasta llegar al ser que superase a todos en poderío. El último sería Dios.

14. Dios es soberanamente justo y bueno. La sabiduría providencial de las leyes divinas se revela de igual modo en las cosas pequeñas como en las enormes, y tan grande sabiduría no nos deja dudar ni un solo instante de su justicia y bondad. Cuando una cualidad es infinita, no puede existir la cualidad contraria capaz de disminuirla o anularla. Un ser infinitamente bueno no posee la más pequeña tendencia de maldad, así como un ser infinitamente malo es incapaz de la mínima bondad, como un objeto no es completamente negro si presenta una ligera tonalidad blanca, ni el blanco absoluto permite una sola mancha de color negro. Dios no puede ser al mismo tiempo bueno y malo, ya que no podría tener ni una ni otra cualidad en grado supremo, y, por tanto, no sería Dios, todas las cosas estarían sometidas a su capricho y no habría ninguna estabilidad. Por consiguiente, existe una doble posibilidad: o es infinitamente bueno o infinitamente malo. Pero como sus obras testimonian sabiduría, bondad y previsión, llegamos a la conclusión de que, como no puede ser bueno y malo a la vez, sin dejar de ser Dios, es infinitamente bueno. La bondad soberana implica justicia soberana, ya que si actuase injustamente o con parcialidad en una sola circunstancia o con una sola de sus criaturas, no sería soberanamente justo y, por tanto, tampoco soberanamente bueno.

15. Dios es infinitamente perfecto. No podemos concebir a Dios sin la infinitud de sus perfecciones, pues sin ello no sería Dios, ya que podríamos concebir otro ser que tuviese lo que Él no posee. Para que ningún ser pueda superarlo es preciso que sea infinito en todo. Al ser los atributos de Dios infinitos no pueden sufrir aumento ni disminución. De lo contrario no serían infinitos y Dios no sería perfecto. Si se le quitase una pequeñísima parte de uno solo de sus atributos, ya no sería Dios, ya que podría existir otro ser más perfecto.

16. Dios es único. La unidad de Dios es producto de sus perfección infinita y absoluta. Otro dios no podría existir si no fuese igualmente infinito en todos sus atributos, ya que si entre ellos hubiese la más ligera diferencia, uno sería inferior al otro, estaría subordinado a su poder y ya no sería Dios. Si entre ambos hubiese una igualdad absoluta, serían desde toda la eternidad un mismo pensamiento, una misma voluntad, un mismo poder, y, confundidas a tal punto sus identidades, no serían en realidad sino un solo Dios. Si cualquiera de ellos tuviera atribuciones especiales, uno podría hacer lo que el otro no, y, por lo tanto, no existiría entre ellos la igualdad perfecta, ya que ni uno ni otro poseerían la autoridad soberana.

17. Los pueblos primitivos ignoraban la infinitud de las perfecciones de Dios, y ello dio origen al politeísmo. Atribuían divinidad a todo poder que les parecía superior a lo humano. Más tarde, gracias al razonamiento, concentraron en un solo Dios todos los atributos de perfección, y, además, al paso que los hombres fueron comprendiendo la esencia de eses atributos divinos suprimían de sus creencias todas las cualidades negativas que habían imaginado en Dios.

18. Resumiendo: Dios, para ser tal, no puede ser superado en nada por otro ser, ya que si existiera alguien más perfecto que Él, aunque en pequeñísima medida, ese otro sería Dios. Por tanto, es necesario que sea infinito en todo. Es así que la existencia de Dios se constata por sus obras, y es mediante una simple deducción lógica que se llega a determinar los atributos que lo caracterizan.

19. Dios es, por tanto: la suprema y soberana inteligencia. Es único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno e infinito en todas sus perfecciones, y no puede ser de otra manera. Esa base sobre la cual reposa el edificio universal es el faro que ilumina al Universo entero, y su luz es la única que puede guiar al hombre en la búsqueda de la verdad. Siguiéndola, no se perderá nunca, y si a menudo se ha extraviado, es porque se desvió de la ruta que le estaba indicada. Ese es también el criterio infalible de todas las doctrinas religiosas y filosóficas. El hombre posee para juzgarlas una medida rigurosamente exacta en los atributos de Dios, ya que puede proclamar con entera seguridad que toda teoría, todo principio, todo dogma, toda creencia, toda práctica que esté en contradicción con uno solo de esos atributos o que intente anularlos o simplemente debilitarlos, no puede estar en la verdad. En filosofía, en psicología, en moral, en religión, sólo es verdad lo que no se aparta en nada de las cualidades esenciales de Dios. La religión perfecta sería aquella en la que ningún artículo de fe contradijese esas cualidades y en la que todos sus dogmas pudiesen ser sometidos a la prueba de ese control sin sufrir menoscabo alguno.




La Providencia

20. La Providencia es el cuidado que Dios brinda a sus criaturas. Dios está en todas partes, lo ve todo, y todo lo preside, incluso las más pequeñas cosas: en eso consiste la acción providencial. ¿Cómo Dios, tan grande y poderoso, y tan superior a todo, puede inmiscuirse en detalles ínfimos, preocuparse por los mínimos actos y pensamientos de cada individuo? Esa es la pregunta que se plantea el incrédulo, quien expresa además que, aunque se admita la existencia de Dios, su accionar debe limitarse a las leyes generales del Universo, puesto que, como éste funciona desde siempre en virtud de las mencionadas leyes, a las cuales toda criatura está sujeta, no habría necesidad de esa participación incesante de la Providencia.

21. En el estado actual de inferioridad y extrema limitación de sus facultades, los hombres no pueden comprender a un Dios infinito, de ahí que lo conciban como un ser limitado y circunscrito, es decir, un dios a su imagen y semejanza. Los cuadros que lo muestran con apariencia humana contribuyen a sostener ideas equivocadas en el espíritu de las masas, quienes adoran a Él más en la forma que en el pensamiento. Para la mayoría Dios es un gran rey que está sentado en un trono inaccesible, perdido en la inmensidad de los cielos, y debido a lo limitado de sus percepciones y facultades no comprenden que Dios pueda dignarse intervenir en sus pequeñas cosas.

22. El hombre no es capaz de comprender la esencia íntima de Dios, le resulta imposible, razón por la cual es importante la idea aproximada que tenga de él, aun cuando se base en comparaciones imperfectas. Imaginemos un fluido sutil capaz de penetrar todos los cuerpos, mas sin inteligencia y actuando mecánicamente por medio de las fuerzas materiales. Pero si suponemos a ese fluido dotado de inteligencia, de facultades perceptivas y sensitivas, ya no actuará ciegamente, lo hará con discernimiento, voluntad y libertad, y será capaz de ver, escuchar y sentir.

23. Las propiedades del fluido periespiritual pueden ayudarnos a entender: el periespíritu de por sí no es inteligente, ya que es materia, pero es el vehículo del pensamiento, de las sensaciones y percepciones del espíritu. El fluido periespiritual no es el pensamiento del espíritu, pero sí el agente o el intermediario de ese pensamiento. Como es él que lo transmite, está en cierta forma impregnado del mismo. Nosotros no somos capaces de separarlo, puesto que pareciera constituir una unidad con el fluido, así como el sonido parece integrarse con el aire. En cierta manera, por lo tanto, estamos materializando el pensamiento. Tomando el efecto por la causa, del mismo modo que decimos que el aire se vuelve sonoro, podríamos decir que el fluido se manifiesta inteligente.

24. Ya sea que el pensamiento de Dios actúe directamente o por intermedio de un fluido, para facilitar las cosas vamos a representarlo bajo la forma concreta de un fluido inteligente que llena el Universo infinito y penetra todas las cosas de la Creación: la Naturaleza entera está sumergida en el fluido divino, o, en virtud del principio que establece que las partes de un todo son de la misma naturaleza y tiene iguales propiedades que el conjunto, cada átomo de ese fluido, si se puede explicarlo así, posee el pensamiento y los atributos esenciales de la Divinidad. Dicho fluido está por doquier y todo está sujeto a su accionar inteligente, a su previsión, a su solicitud, pues todos los seres, por más pequeños que sean, están saturados de él. Estamos constantemente en presencia de Dios. No podemos sustraer a su mirada ni una sola de nuestras acciones y nuestro pensamiento está en contacto incesante con el suyo. De ahí que se diga que Dios está en lo más recóndito de nuestro corazón. Nosotros estamos en Él, como Él está en nosotros, según la palabra de Cristo. Dios no necesita mirarnos desde lo alto para extender su cuidado sobre nosotros. Para que Él escuche nuestras plegarias no es necesario atravesar el Espacio ni orar en voz alta, ya que Él está a nuestro lado y nuestros pensamientos repercuten en Él. Son como los sones de una campana que hacen vibrar las moléculas del aire circundante.

25. No tenemos la intención de materializar a Dios. La imagen del fluido inteligente es sólo una comparación más aproximada de Dios que los cuadros que lo representan como un hombre: su objeto es hacernos entender que Dios está por doquier y que puede ocuparse de todo.

26. Constantemente nos acordamos de un ejemplo ideal para mostrarnos de qué manera la acción de Dios ejerce su imperio en lo más íntimo de cada ser y cómo las impresiones más tenues de nuestra alma llegan hasta Él. Fue un espíritu quien nos brindó este ejemplo.

27. “El hombre es un pequeño mundo. El espíritu dirige, el cuerpo obedece. En ese universo, el cuerpo representará a la Creación, y el espíritu será Dios. (Comprenderán que se trata de una analogía y no de una identificación). Los miembros de ese cuerpo, los diferentes órganos que lo conforman: músculos, nervios y articulaciones, son individualidades materiales localizadas en sitios determinados del mismo. Aunque el número de partes constitutivas sea muy variado y de naturaleza diversa, no se producen movimientos ni sensaciones en ningún sitio que el espíritu tome de ello conciencia. Si se producen al mismo tiempo sensaciones en diversas partes, el espíritu las percibe a todas, las discierne y analiza, asignando a cada una su causa y lugar de acción. Para ello, el espíritu se sirve del periespíritu. “Ocurre un fenómeno análogo entre Dios y la Creación. Dios está en todos los sitios de la Naturaleza, como el espíritu se encuentra en todo el cuerpo. Todos los elementos de la Creación están en contacto constante con Él, como todas las células del cuerpo humano están en contacto inmediato con el espíritu. Por lo tanto, en uno y en otro caso no hay razón para que fenómenos del mismo orden no se produzcan de igual forma. “Un miembro se mueve: el espíritu lo percibe. Una criatura piensa: Dios lo sabe. Todos los miembros se mueven, los diferentes órganos vibran: el espíritu percibe cada manifestación, las distingue y localiza. Las diferentes creaciones, las múltiples criaturas se agitan, piensan y actúan de manera diversa y Dios sabe todo lo que ocurre y asigna a cada cual lo que le es particular. “Del mismo modo se puede deducir la solidaridad entre la materia y la inteligencia, la solidaridad de todos los seres entre sí y la que une a los diferentes mundos, y la de las creaciones con su Creador” (Quinemant. Sociedad Pariniense de Estudios Espíritas, 1867.)

28. Comprendemos el efecto, y eso ya es un considerable adelanto. Del efecto nos remontamos a la causa, consideramos su grandeza por el esplendor del efecto, mas su esencia íntima aún se nos escapa, como la esencia de una infinidad de fenómenos. Conocemos los efectos de la electricidad, del calor, la luz, la gravedad; los calculamos y, sin embargo, ignoramos la naturaleza íntima del principio que los produce. ¿Es racional entonces negar el principio divino porque no lo comprendemos?

29. Nada impide que admitamos, de acuerdo con el principio de inteligencia soberana, la existencia de un centro de acción, un sitio que emite sin cesar sus rayos e inunde el Universo con sus emanaciones, como el Sol emite su luz. Pero, ¿dónde se halla ese sentido? Nadie puede decirlo. Es posible que no se halle en ningún lugar determinado, ya que su acción no está circunscrita a sitio alguno en especial, y que recorra incesantemente las regiones del espacio sin límites. Si espíritus simples poseen el don de la ubicuidad, esa facultad en Dios debe ser sin límites. Dios llena el Universo y podríamos afirmar, como hipótesis, que ese foco céntrico no necesita trasladarse y que puede erigirse donde su voluntad soberana lo crea conveniente, por lo que se podría decir que Dios está en todos los sitios y en ninguno.

30. Nuestra razón se empequeñece forzosamente ante estos problemas insondables. Dios existe. No dudamos un solo instante de ello. Es infinitamente justo y bueno: ésa es su esencia. Su acción todo lo abarca, lo comprendemos. No desea más que nuestro bien, por eso debemos confiar en Él: eso es lo principal. El resto puede esperar hasta que seamos dignos de comprenderlo.




La vista de Dios

31. Ya que Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Lo veremos al dejar la Tierra? Estas dos preguntas acuden a nosotros diariamente. La primera es fácil de responder: nuestros órganos materiales poseen percepciones limitadas que no les permiten ver determinadas cosas, aun materiales. Por eso, ciertos fluidos escapan totalmente a nuestra visión y a nuestros instrumentos de análisis, mas, sin embargo, no dudamos de su existencia. Vemos a los cuerpos moverse bajo la influencia de la fuerza de gravedad, mas no vemos a esa fuerza.

32. Las cosas de esencia espiritual no pueden percibirse con los órganos materiales: es la vista espiritual la que ve a los espíritus y las cosas del mundo incorpóreo. Sólo nuestra alma es capaz de percibir a Dios. ¿Lo ve ella inmediatamente después de su muerte? Sólo las comunicaciones de ultratumba pueden respondernos. Por ellas sabemos que sólo las almas depuradas pueden verlo y que son pocas las que al abandonar la Tierra poseen el grado de desmaterialización necesario para tal dicha. Se entenderá mejor esto, ayudados por una comparación.

33. Quien está en el fondo de un valle, sumergido en una espesa niebla, no ve al Sol. Sin embargo, por la luz difusa juzga que el Sol brilla. Si asciende a la montaña, a medida que se eleva la bruma se va aclarando y la luz se hace más viva, pero no ve todavía al Sol. Apenas llega a la cima, deja atrás la capa de niebla y se halla en medio del aire puro, y es entonces que contempla al Sol en todo su esplendor. Lo mismo ocurre con el alma. La envoltura periespiritual, aunque invisible e intangible para nosotros, es una materia demasiado grosera aún para ciertas percepciones. A medida que el alma se eleva en moralidad el periespíritu se espiritualiza. Las imperfecciones del alma son como las capas de niebla que oscurecen la visión. Cada imperfección que dejamos atrás es una mancha menos, pero sólo cuando el espíritu esté totalmente purificado ha de gozar de la plenitud de sus facultades.

34. Siendo Dios la esencia divina por excelencia, únicamente los espíritus que han llegado al más alto grado de desmaterialización pueden percibirlo en todo su esplendor. No quiere decir esto que los espíritus imperfectos no lo vean porque se hallen más alejados de Él que el resto. Ellos también están, como todos los seres de la Naturaleza, inmersos en el fluido divino, como nosotros en la luz, pero sus imperfecciones son como velos que no les permiten ver: cuando la niebla se disipe le verán resplandecer y no necesitarán ascender ni ir a buscarle en las profundidades del infinito. Una vez que la vista espiritual esté libre de las manchas morales que la enceguecen le verán donde se hallen, incluso en la Tierra, ya que dios está en todas partes.

35. El espíritu se purifica con el paso del tiempo y las diferentes reencarnaciones son alambiques en cuyo fondo van quedando las impurezas. El espíritu no se despoja instantáneamente de sus imperfecciones, y por tal motivo muchos, cuando mueren, al dejar la envoltura corporal, no ven a Dios, al igual que cuando estaban vivos, pero a medida que se depuran le intuyen con más claridad. Aunque no le vean, le comprenden mejor: la luz es menos oscura. Cuando los espíritus dicen que Dios les prohíbe responder a una determinada pregunta, no significa que Dios se les presente y dirija la palabra para ordenarles o prohibirles tal o cual cosa: sin que lo sientan reciben los efluvios de sus pensamiento, como cuando sentimos que los espíritus nos cubren con su fluido, aun cuando no los veamos.

36. Ningún hombre puede ver a Dios con los ojos de la carne. Si este favor le es concedido a algunos, será en el estado de éxtasis, cuando el alma está sumamente libre de todo lo que la une a la materia. Tal privilegio es otorgado a determinadas almas encarnadas cuando están en misión, pero nunca cuando tienen que expiar. Con todo, como los espíritus del orden más elevado resplandecen con un brillo cegador, puede ocurrir que espíritus menos adelantados, encarnados o desencarnados, confundidos por tanta luminosidad que les rodea, crean haber visto a Dios.

37. ¿Cómo se presenta Dios a quienes son dignos de ese privilegio? ¿Tiene una forma especial? ¿Se presenta con una figura humana o como un centro resplandeciente de luz? El lenguaje humano no es capaz de describir a Dios, porque no poseemos punto alguno de referencia en que apoyarnos: somos como ciegos a quienes se intentara hacer comprender el brillo del Sol. Nuestro vocabulario está limitado a nuestras necesidades y a nuestros círculos de ideas, al igual que lo que sucede con el lenguaje de los salvajes, que no pueden pintar maravillas de la vida civilizada. El vocabulario de los pueblos civilizados es demasiado pobre para describir los esplendores de los cielos. Nuestra inteligencia es muy limitada para comprenderlos y nuestra vista, en exceso débil, cegaría.





CAPÍTULO III - El Bien y El Mal



Origen del bien y del mal

1. Dios es el principio de todo, y ese principio es una trilogía de cualidades: sabiduría, bondad y justicia. Por lo tanto, todo lo que de Él emane debe estar impregnado de esos atributos. Siendo sabio, justo y bueno no puede producir nada irracional, malo o injusto. El mal que vemos no se ha originado en Él.

2. Si el mal se encontrase en los atributos de un ser especial, llamado Ahrimán o Satanás, llegaríamos a la encrucijada siguiente: o bien ese ser sería igual a Dios y, en consecuencia, tan poderoso como Él desde el inicio de los tiempos, o bien sería inferior. De acuerdo con el primer supuesto, tendríamos dos poderes rivales en la lucha incesante, cada uno intentando malograr lo que el otro hace y atacándose mutuamente. Esta hipótesis es inconciliable con la unidad que revela el orden universal. Según el segundo supuesto, ese ser estaría subordinado a Dios debido a su inferioridad. En ese caso, no sería su igual desde el comienzo, sino que debió ser creado. Pues bien, sólo Dios pudo hacerlo, pero esa creación sería incompatible con su infinita bondad, ya que habría dado vida al espíritu del mal (El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo, cap. IX “Los demonios”).

3. Sin embargo, el mal existe y tiene una causa. Los diferentes males, físicos o morales, que afligen a la Humanidad, pertenecen a categorías distintas que es necesario diferenciar: unos, son los males que el hombre puede evitar; los otros, son independientes de su voluntad. Entre estos últimos, debemos incluir a las catástrofes naturales. Las facultades del hombre son limitadas, motivo por el que no le es posible penetrar o comprender las razones del Creador. Juzga a las cosas de acuerdo a su personalidad, en razón de intereses ficticios y prejuicios que él mismo ha creado, y que no son parte del orden natural. Por eso encuentra a menudo injusto y oscuro lo que consideraría admisible y justo si conociese la causa, la finalidad y el resultado definitivo. Al buscar la utilidad y la razón de ser de cada cosa, verá que todo está saturado de sabiduría infinita, ante la que se inclinará, aun mismo en cosas que no alcanza a comprender.

4. Como compensación, el hombre ha recibido un don: su inteligencia, gracias a la cual puede conjurar, o al menos atenuar, en gran medida, los efectos de los desastres naturales. Más conocimientos adquiere y más avanza la civilización, menos peligrosos son esos desastres. Con una organización social sabiamente previsora podría, incluso, neutralizar las consecuencias, si bien no sería posible evitarlos por completo. Es así que Dios ha dado al hombre facultades espirituales y medios de paralizar los efectos de las catástrofes naturales, hechos éstos que serán beneficiosos en el futuro para el orden general de la Naturaleza, pero que ocasionan daños en el presente. Es así que el hombre sanea los campos, neutraliza los miasmas pestíferos, fertiliza las tierras áridas, se ingenia para preservarlas de las inundaciones, construye casas más salubres, más sólidas y resistentes a los vientos, tan necesarios para depurar la atmósfera, se protege de la intemperie, y, poco a poco, esas circunstancias le instan a crear ciencias, gracias a las cuales mejora las condiciones de habitabilidad del planeta y aumenta el bienestar general.

5. El hombre progresa, y los males a los que se halla expuesto estimulan el ejercicio de su inteligencia y de sus facultades psíquicas y morales, incitándolo a la búsqueda de medios para sustraerse a las calamidades. Si no temiese a nada, ninguna necesidad le empujaría a la investigación, su espíritu se entorpecería en la inactividad y no inventaría ni descubriría nada. El dolor es como un aguijón que impulsa al hombre hacia adelante por la vía del progreso.

6. Pero los males más numerosos son los que el hombre crea llevado por sus vicios, los cuales se originan en su orgullo, su egoísmo, su ambición, su rapacidad, los que nacen de todos los excesos, son causas de las guerras y de todas las calamidades que ellas acarrean: disensiones, injurias y opresión del débil por el fuerte, así como de la mayor parte de las enfermedades. Dios estableció leyes de sabiduría, cuya sola finalidad es el bien. El hombre encuentra dentro de sí todo lo que necesita para seguirlas, su conciencia le traza el camino, la ley divina está grabada en su alma y, además, Dios nos la trae a la memoria sin cesar, enviándonos mesías y profetas, espíritus encarnados que han recibido la misión de iluminar, moralizar y mejorar al hombre y, últimamente, una multitud de espíritus desencarnados que se manifiestan en todos los ámbitos. Si el hombre actuase conforme a las leyes evitaría los males más agudos y viviría feliz sobre la Tierra. Si no lo hace, es en virtud de su libre albedrío, y por eso sufre las consecuencias que merece (El Evangelio según el Espiritismo, cap. V:4, 5, 6 y ss.).

7. Pero Dios, todo bondad, colocó el remedio al lado del mal, es decir, que el mismo mal hace nacer el bien. Llega el instante en que el exceso de mal moral se vuelve intolerable y el hombre siente la necesidad de cambiar. Aleccionado por la experiencia intenta encontrar un remedio en el bien, siempre de acuerdo con su libre arbitrio, pues cuando penetra en un camino mejor es por su voluntad y porque ha reconocido los inconvenientes del otro que seguía. La necesidad le obliga a mejorar moralmente para ser más feliz, como esa misma necesidad le induce a mejorar las condiciones materiales de su existencia (n.º5).

8. Se puede decir que el mal es la ausencia del bien, como el frío es la ausencia del calor. El mal no es un atributo distinto, como el frío no es un fluido especial: uno es la parte negativa del otro. Donde el bien no existe, allí, forzosamente reina el mal. No hacer el mal es ya el comienzo del bien. Dios sólo desea el bien, el mal proviene exclusivamente del hombre. Si existiese en la Creación un ser encargado del mal, nadie podría evitarlo. Pero la causa del mal está en el hombre mismo y, como éste posee el libre arbitrio y la guía de las leyes divinas, lo podrá evitar cuando así lo desee. Tomemos un ejemplo simple como comparación. Un propie tareo sabe que en su campo hay un lugar lleno de peligros y que quien en él se aventure podrá resultar herido o incluso morir. ¿Qué hace, pues, para evitar posibles accidentes? Coloca cerca del sitio un cartel con la prohibición escrita de no entrar en él en razón del peligro existente. La adversidad es sabia y previsora. Pero, si pese al aviso, un imprudente hace caso omiso de la advertencia y entra, sucediéndole alguna desgracia, ¿a quién va a culpar si no es a sí mismo? Lo mismo sucede con respecto al mal: el hombre lo evitaría si respetase las leyes divinas. Por ejemplo: Dios puso un límite para la satisfacción de las necesidades. La saciedad le advierte, mas si a pesar de ella el hombre pasa el límite, lo hace voluntariamente. Las enfermedades y la muerte que podrán acaecerle son producto de su imprevisión y no un hecho que pueda ser atribuido a Dios.

9. El mal es el resultado de las imperfecciones del hombre, criatura creada por Dios. Pero Dios -se podrá decir- creó el mal o, al menos, la causa del mal. Si hubiese creado al hombre perfecto el mal no existiría. Si el hombre hubiese sido creado perfecto se inclinaría fatalmente hacia el bien. Pero en virtud de su libre albedrío, no es conducido premeditadamente ni hacia el bien ni hacia el mal. Dios quiso que estuviese sujeto a la ley del progreso y que fuese el resultado de su propio trabajo, para que sea suyo el mérito del bien realizado y la responsabilidad del mal cometido por su propia voluntad. El problema es, entonces, descubrir cuál es en el hombre el origen de la propensión al mal.1

10. Si hacemos un estudio de las pasiones, e incluso de los vicios, veremos que su origen común está en el instinto de conservación. Ese instinto predomina en los animales y los seres primitivos más próximos a la animalidad. Domina en ellos porque no poseen el contrapeso del sentido moral: el espíritu no llegó aún a la vida intelectual. El instinto se debilita a medida que la inteligencia se desarrolla, ya que ésta domina a la materia. La meta del espíritu es la vida espiritual. Pero en las primeras fases de la existencia corporal sólo busca la satisfacción de las necesidades materiales, motivo por el cual el ejercicio de las pasiones es una necesidad para la conservación de la especie y de los individuos, hablando materialmente. Pero una vez superada esa etapa, aparecen otras necesidades: al comienzo ellas son semimorales y semimateriales, y más tarde exclusivamente morales. En ese momento el espíritu domina a la materia. Si se sacude el yugo que lo aprisionaba, avanzará por la vía providencial, se aproximará a su meta. Si, por el contrario, se deja dominar por la materia, se retardará y asemejará al bruto. En esta situación, lo que antes era un bien, porque era una necesidad de su naturaleza, se convierte en un mal por dos motivos: 1) porque ya no es una necesidad, y 2) porque es perjudicial para la espiritualización del ser. Lo que era benéfico en el niño se convierte en perjudicial en el adulto. El mal es relativo y la responsabilidad es proporcional al grado de adelanto. Todas las pasiones poseen una utilidad providencial, pues de otro modo Dios hubiese hecho cosas inútiles o perjudiciales. El abuso engendra el mal. El hombre abusa en virtud de su libre arbitrio. Más adelante, llevado por su propio interés, elegirá libremente entre el bien y el mal.




Instinto e inteligencia

11. ¿Cuál es la diferencia entre el instinto y la inteligencia? ¿Dónde termina uno y comienza la otra? El instinto, ¿es una inteligencia rudimentaria, una facultad distinta o un atributo exclusivo de la materia?

El instinto es la fuerza oculta que lleva a los seres orgánicos a realizar actos espontáneos e involuntarios para sobrevivir. La reflexión y la premeditación no entran en los actos instintivos. Es así como la planta busca el aire, se vuelve hacia la luz, dirige sus raíces en dirección al agua y la buena tierra. Como las enredaderas se enroscan alrededor de su sostén o se enganchan con sus zarcillos. Por instinto, también los animales advierten lo que les es útil o perjudicial. Es el instinto el que los lleva a dirigirse, según las estaciones, hacia climas más propicios. A construir con más o menos arte, según las especies, y sin lecciones previas: refugios y lechos mullidos para su progenie, conocer los métodos para atrapar la presa que les servirá de alimento, manejar con destreza las armas ofensivas y defensivas que poseen. Es el instinto el que acerca a los sexos, lleva a la madre a cuidar de sus pequeños y empuja a éstos hacia ella. En el hombre, el instinto prevalece en el período de la infancia: por instinto es que el niño realiza sus primeros movimientos, toma el alimento, llora para expresar sus necesidades, imita el sonido de la voz e intenta hablar y caminar. Incluso en el adulto ciertos actos son instintivos, como pueden ser los movimientos espontáneos para precaverse de un peligro e intentar salir de él, mantener el equilibrio, entornar los párpados para atenuar el fulgor de la luz, abrir mecánicamente la boca para respirar, etc.

12. La inteligencia se revela mediante actos voluntarios, reflexivos, premeditados y combinados según las circunstancias. Es indudablemente, un atributo exclusivo del alma. Todos los actos mecánicos son instintivos. Los que denotan reflexión y premeditación son inteligentes. Unos son libres, los otros no lo son. El instinto es una guía seguro, jamás se equivoca. La inteligencia, en razón de su carácter libre, está sujeta a errores. 1. El error consiste en creer que el alma salió perfecta de manos del Creador, mientras que, por el contrario, Dios quiso que la perfección fuese el resultado de la depuración gradual del espíritu y de su propia labor. Deseó que el alma, en virtud de su libre arbitrio, pudiese optar entre el bien y el mal y que llegase a su meta última gracias a una vida de luchas y de resistencia a éste. Si hubiese creado al alma perfecta y asociada a su eterna beatitud, la hubiera hecho no a su imagen, sino a su semejanza (Bonnamy, juez de instrucción: La razón del Espiritismo, cap. VI). [N. de A. Kardec.] Aunque el acto instintivo no tenga el carácter de inteligente, revela una causa inteligente esencialmente previsora. Si se afirma que el instinto se origina en la materia habría que admitir que la materia es inteligente, incluso más inteligente y previsora que el alma, ya que el instinto no comete errores y la inteligencia sí se equivoca. Si se considera al instinto una inteligencia rudimentaria, ¿cómo puede ser que en ciertos casos supere a la inteligencia racional? ¿Qué posibilita la ejecución de cosas que la inteligencia no puede lograr? Si es el atributo de un principio espiritual especial, ¿qué ocurre con ese principio? Ya que el instinto se esfuma, ¿también desaparece el principio? Si los animales estuviesen dotados sólo de instinto, su porvenir carecería de una salida y sus sufrimientos no tendrían compensación alguna. Esto no estaría de acuerdo ni con la justicia ni con la bondad divina (cap. II:19).

13. Según otra hipótesis, el instinto y la inteligencia se originarían en un único principio. En un comienzo sólo poseerían las cualidades del instinto, mas llegado a cierto grado de su desarrollo sufriría una transformación que le otorgaría los atributos de la inteligencia libre. Si así fuese, cuando un hombre inteligente pierde la razón y se guía por el instinto, su inteligencia volvería a su fase primitiva, y cuando recobrara la razón, el instinto se manifestaría como inteligencia, y así sucesivamente, lo que no es admisible. Por otra parte, instinto e inteligencia actúan juntos muy a menudo. Cuando caminamos, por ejemplo, el movimiento de las piernas es instintivo, el hombre coloca un pie delante del otro mecánicamente, sin pensar, pero cuando quiere apresurar el paso o ir más despacio, levantar el pie o dar un rodeo para evitar el obstáculo, en eso hay cálculo, se trata de un propósito deliberado. El impulso involuntario del movimiento es el acto instintivo, la dirección calculada del movimiento es el acto inteligente. El animal carnicero llevado por el instinto se alimenta de carne, pero las precauciones que toma para atrapar a la prensa varían según las circunstancias. Su previsión ante las eventualidades es un acto inteligente.

14. Otra hipótesis que concuerda perfectamente con la idea de unidad de principio, resulta del carácter esencialmente previsor del instinto y corrobora, al mismo tiempo, lo que el Espiritismo nos enseña en lo que respecta a las conexiones del mundo espiritual y el corporal. Sabemos hoy que los espíritus desencarnados tienen la misión de velar por los encarnados, a quienes protegen, guían y cubren con sus emanaciones fluídicas, y también sabemos que el hombre obra a menudo de manera inconsciente bajo la acción de esos efluvios. Se sabe, además, que el instinto produce actos inconscientes y que él predomina en los niños y en general en los seres cuya razón es débil. Según esta hipótesis, el instinto no sería un atributo ni del alma ni de la materia, no pertenecería al ser vivo, sino que sería un efecto de la acción directa de los espíritus protectores invisibles, quienes reemplazarían la imperfección de la inteligencia al provocar ciertos actos inconscientes necesarios para la preservación del ser. Sería como el andador que sirve de sostén al niño hasta que éste aprende a caminar. Así como se suprime gradualmente el andador a medida que el bebé aprende a sostenerse solo, así los espíritus protectores dejan a sus protegidos solos a medida que aprenden a conducirse guiados por su propia inteligencia. El instinto no sería, pues, el producto de una inteligencia rudimentaria e incompleta, sino el resultado de una inteligencia extraña en la plenitud de su fuerza, inteligencia protectora que supliría la insuficiencia de una inteligencia más joven, a la cual empujaría a realizar inconscientemente y para su bien lo que sería incapaz de efectuar por sí sola, o bien a una inteligencia madura, pero momentáneamente trabada en el uso de sus facultades, como ocurre en la infancia del hombre y en los casos de idiotez y afecciones mentales. Hay un proverbio que dice: Los niños, los locos y los borrachos poseen un dios aparte. Este refrán es mucho más cierto de lo que se pueda suponer. Ese dios del refrán es un espíritu protector que vela por aquellos seres imposibilitados de protegerse ellos mismos.

15. Siguiendo este orden de ideas, se puede llegar más lejos aún. Esta teoría, aunque lógica, no resuelve todos los interrogantes. Si fijamos nuestra atención en los efectos del instinto, se observará enseguida una unidad de puntos de vista y de conjunto, una seguridad en los resultados que desaparece desde el momento en que la inteligencia libre reemplaza al instinto. Reconocemos una profunda sabiduría en la adecuación tan perfecta y constante de las facultades instintivas a las necesidades de cada especie. Esta unidad de puntos de vista no existiría sin la unidad de pensamiento, y ésta, a su vez, es incompatible con la diversidad de aptitudes individuales. Sólo ella puede producir ese conjunto tan perfectamente armonioso que se produce desde el origen de los tiempos y en todas las latitudes, con una regularidad y una precisión matemática que no falla jamás. La uniformidad en el resultado de las facultades instintivas es un hecho característico que implica por fuerza la unidad de la causa. Si esa causa fuese inherente a cada individualidad habría tantos tipos de instinto como de seres, desde la planta hasta llegar al hombre. Un efecto general, uniforme y constante. Un efecto que denota sabiduría y previsión debe tener una causa sabia y previsora. Y una causa sabia y previsora que es necesariamente inteligente, no puede ser exclusivamente material. Como no encontramos ni en las criaturas encarnadas ni en las desencarnadas las cualidades necesarias para producir ese resultado, necesitamos subir más alto, hasta llegar al Creador . Si nos atenemos a la explicación dada sobre la forma en que podemos concebir la acción providencial (cap, II:24). Si nos imaginamos a todos los seres inmersos en el fluido divino, soberanamente inteligente, se comprenderá la sabiduría previsora y la unidad de puntos de vista que preside a todos los movimientos instintivos de cada individuo, conduciéndolo hacia el bien. Esa protección es más activa si el individuo posee menos recursos propios, y por eso es mayor y más absoluta en los animales y en los seres inferiores que en el hombre. De acuerdo con esta teoría, el instinto es un guía seguro. El instinto materno, el más noble de todos, al que el materialismo rebaja al nivel de una de las fuerzas de atracción de la materia, se eleva y ennoblece. En razón de sus consecuencias, era preciso que no se dejase librado a las caprichosas eventualidades de la inteligencia y del libre albedrío. Dios vela por sus criaturas recién nacidas mediante la protección materna.

16. Esta teoría no disminuye en nada el papel que cumplen los espíritus protectores, cuyo concurso es un hecho conocido y probado por la experiencia. Pero hay que hacer notar que la acción de éstos es de esencia individual y sufre modificaciones según las cualidades propias del protector y del protegido, característica que difiere con la uniformidad y la generalidad del instinto. Dios mismo, en su sabiduría, conduce a los ciegos, pero confía a inteligencias libres la conducción de quienes andan en penumbras para que cada cual sea responsable de sus actos. La misión de los espíritus protectores es un deber que éstos aceptan voluntariamente. Es para ellos un medio de progreso, según cumplan la tarea encomendada.

17. Todas estas maneras de considerar al instinto son hipóteticas y ninguna puede ser tomada como solución definitiva. El problema quedará resuelto el día que se reúnan los elementos de observación que aún faltan. Hasta ese momento nos debemos limitar a tamizar las diferentes opiniones ayudados por la razón y la lógica y esperar que se haga la luz. La solución que se acerque más a la verdad será la que se adecúe mejor a los atributos de Dios, es decir: a su soberana bondad y justicia (cap. II:19).

18. El instinto es el guía, y las pasiones el motor de las almas en el primer período de su desarrollo. Ambos se confunden a veces en sus efectos. Sin embargo, entre ambos principios hay diferencias esenciales que debemos considerar. El instinto es un conductor seguro, siempre bueno: puede llegar a ser inútil, pero nunca perjudicial. Se debilita con el desarrollo y predominio de la inteligencia. Las pasiones, en las primeras edades del alma, poseen un común denominador con el instinto: los seres son llevados por una fuerza inconsciente. Ellas nacen de las necesidades corporales y se apoyan más en el cuerpo que en el instinto. Lo que las distingue del instinto es su individualidad. No producen, como el instinto, efectos generales y uniformes. Por el contrario, varían de intensidad y naturaleza según los individuos. Son estimulantes útiles hasta el instante que despierta el sentido moral, por el cual el ser pasivo deviene un ser racional. En ese momento las pasiones se vuelven inútiles, además de perjudiciales, para el progreso del espíritu, porque retardan su desmaterialización. Se debilitan con el desarrollo de la razón.

19. Si un hombre actuase siempre llevado por su instinto, podría ser muy bueno, pero dejaría dormir su inteligencia. Sería como el niño que no abandonase su andador, motivo por el cual no aprendería a servirse de sus piernas. El hombre que no domina sus pasiones podrá ser muy inteligente, mas al mismo tiempo muy malo. El instinto se aniquila solo, las pasiones necesitan el esfuerzo de la voluntad.




Destrucción mutua de los seres vivos

20. La destrucción recíproca de los seres vivos es una de las leyes de la Naturaleza que menos parece armonizar con la bondad de Dios. Uno se pregunta, ¿por qué esa necesidad de destruirse unos a los otros para alimentarse? Quien sólo ve la materia y limita su visión a la vida presente puede parecerle ésta una imperfección de la obra divina. En general los hombres juzgan la perfección de Dios según sus propios puntos de vista, miden la sabiduría divina de acuerdo con sus juicios y creen que Dios obra como ellos mismos lo hacen. Su limitada visión no les permite apreciar el conjunto, no son capaces de comprender que de un mal aparente pueda surgir un bien real. Sólo el conocimiento del principio espiritual, considerado en su verdadera esencia, y la gran ley de unidad que constituye la armonía de la Creación, pueden darle al hombre la llave de ese misterio y mostrarle la gran razón y sabiduría providencial, precisamente donde antes veía anomalías y contradicción.

21. La verdadera vida, tanto del hombre como del animal, no se halla en la envoltura corporal como tampoco en las vestiduras: se encuentra en el principio inteligente que preexiste y sobrevive al cuerpo. Ese principio necesita de un cuerpo para desarrollar el trabajo en la materia bruta. El cuerpo se gasta con esa labor, pero el espíritu no. Por el contrario, cada vez surge con más fuerza, lucidez y capacidad. ¡Qué importancia tiene, entonces, que el espíritu cambie de envoltura si sigue siendo el mismo espíritu!: es como el hombre, que cambia sus ropas cien veces en el año más continua siendo el mismo hombre. Mediante el espectáculo incesante de la destrucción, Dios enseña a los hombres la poca importancia que debe darse a la envoltura material y suscita en ellos, como compensación, la idea de la vida espiritual, al hacer nacer el anhelo por ella. Tal vez se podrá decir que Dios podría utilizar otros medios, sin llevar a los seres a destruirse unos a otros. Si en su obra todo es sabiduría, debemos suponer que esa sabiduría no debe tener fisuras en esto tampoco: si no comprendemos será en razón de nuestro escaso progreso. Sin embargo, debemos intentar encontrar la razón, tomando este principio por meta: Dios debe ser infinitamente justo y bueno. Por tanto, busquemos en todo su justicia y su bondad e inclinémonos ante lo que sobrepasa nuestra comprensión.

22. La primera utilidad de la destrucción, utilidad puramente física, es la siguiente: los cuerpos orgánicos se mantienen con materia orgánica, ya que estas sustancias contienen los elementos nutritivos necesarios para su transformación. Los cuerpos, instrumentos de acción del principio inteligente, necesitan renovarse constantemente. La Providencia los ayuda a sustentarse mutuamente, y ésta es la razón por la cual los seres se nutren unos de otros. Es el cuerpo que se alimenta del cuerpo. Mas el espíritu no se aniquila ni altera, sólo es despojado de su envoltura.

23. Además, existen otras consideraciones morales de un orden más elevado. La lucha es necesaria para el progreso del espíritu: con ella ejercita sus facultades. Quien ataca para conseguir alimento y quien se defiende para conservar la vida, utilizan su astucia e inteligencia y aumentan, por eso mismo, sus fuerzas intelectuales. Uno de los dos sucumbe. Pero, ¿qué es lo que el más fuerte o el más hábil tomó del más débil? Su vestidura carnal solamente. El espíritu, que no ha muerto, tomará posteriormente otro cuerpo.

24. Entre los seres inferiores de la Creación el sentido moral no existe. En ellos la 2. Ver en la Revista Espírita, de agosto de 1864: “Cuestiones y problemas. Destrucción de los aborígenes de México.” [N. de A. Kardec] inteligencia no ha reemplazado al instinto, la lucha tiene por móvil la satisfacción de una necesidad material que es, en primer lugar, la de alimentarse. Luchan únicamente para vivir, es decir, para obtener o defender una presa, ya que no los estimula un objetivo más elevado. En este primer período se elabora el alma y se la prepara para la verdadera vida. Hay en el hombre un período de transición en el cual muy poco lo distingue del animal. En las primeras edades el instinto animal domina y la lucha tiene aún por finalidad la satisfacción de las necesidades materiales. Más tarde, el instinto animal y el sentimiento moral se equilibran. El hombre todavía lucha, mas ya no para alimentarse, sino para satisfacer su ambición, su orgullo y su necesidad de dominio, que lo impulsan todavía a destruir. Sin embargo, a medida que el sentido moral va aumentando, la sensibilidad crece y la necesidad de destrucción disminuye, llegando ésta a desaparecer y mostrarse detestable: en esa hora el hombre comienza a sufrir horror ante la visión de la sangre. Como todo, la lucha siempre es imprescindible para el desarrollo del espíritu, pues a pesar de haber llegado a ese punto, que nos parece culminante, la perfección está aún lejana. Es a costa de su actividad que él adquirirá conocimientos y experiencia y se despojará de los últimos vestigios de animalidad. Pero la lucha, antes sangrienta y brutal, ahora es puramente intelectual: el hombre ha de luchar contra las dificultades y no contra sus semejantes.





CAPÍTULO IV - Papel de la Ciencia acerca del Génesis

1. La historia del origen de casi todas las civilizaciones se confunde con la historia de sus religiones, razón por la cual sus primeros libros han sido religiosos. Pero como todas las religiones se enlazan con el principio de las cosas, que es también el de la Humanidad, dieron sobre la formación del Universo explicaciones que variaron según el estado de los conocimientos de su tiempo. De ahí que los primeros textos sacros hayan sido al mismo tiempo libros de ciencia y, durante mucho tiempo, los únicos códigos de leyes civiles.

2. En los tiempos primitivos, los medios de observación eran imperfectos, las primeras teorías acerca del sistema planetario estaban plagadas de errores. Pero aunque esos medios hubiesen sido tan completos como lo son hoy, los hombres no hubiesen sabido servirse de ellos: necesitaban el fruto del desarrollo de la inteligencia y del conocimiento avanzado de las leyes de la Naturaleza. A medida que el hombre adelantó en el conocimiento de esas leyes, penetró los misterios de la Creación y rectificó las ideas que había forjado sobre el origen de las cosas.

3. El hombre fue impotente para resolver el problema de la Creación hasta tanto la ciencia no le tendió la mano. Fue preciso que la Astronomía le abriese las puertas del espacio infinito y le dejase escudriñar sus inmensidades; el cálculo le permitiese determinar con rigurosa precisión el movimiento, posición, volumen, naturaleza y papel de los cuerpos celestes; que la Física le revelase las leyes de gravedad, del calor, la luz y la electricidad; que la Química le enseñase las transformaciones de la materia; la Minerología los materiales que forman la corteza del planeta y la Geología le enseñase a leer en los estratos terrestres la formación gradual de nuestro globo. La Botánica, la Zoología, la Paleontología y la Antropología le iniciarán en lo que respecta al parentesco y sucesión de los seres organizados; la Arqueología le enseñaría a seguir las huellas de la Humanidad a través de las edades. Todas las ciencias, en suma, complementándose mutuamente, aportarían su acervo indispensable para el conocimiento de la historia terrestre. Mientras ellas no existían el hombre sólo podía guiarse por sus primeras hipótesis. Antes de que el hombre tomase posesión de estos elementos de apreciación, el razonamiento de los estudiosos del génesis se topaba con imposibilidades materiales, giraba en un mismo círculo de ideas sin posibilidad de encontrar la salida. Sólo cuando la ciencia avanzó, abriendo una brecha en el vetusto edificio de las creencias, todo cambió de aspecto y se logró marchar sin tropiezos. Una vez hallado el hilo conductor, las dificultades se allanaron rápidamente. En vez de un génesis imaginario se estableció un génesis positivo y, en cierta forma, experimental. El campo del Universo se extendió hasta lo infinito. Se conoció cómo se formaron gradualmente la Tierra y los astros, conforme a las leyes eternas e inmutables que testimonian mucho mejor la grandeza y sabiduría divina que una creación milagrosa salida de súbito de la nada, por una idea repentina de la Divinidad, después de una eternidad de inactividad. Ya que es imposible entender el génesis sin los datos que ofrece la ciencia, se puede decir con toda autenticidad que la ciencia es la encargada de explicar el génesis según las leyes de la Naturaleza.

4. En el grado de adelanto en que se encuentra la ciencia actual, ¿ha logrado resolver todos los problemas que suscita el génesis? La respuesta es negativa. Pero, sin embargo, es indudable que destruyó definitivamente todos los errores capitales, sentando su base sobre datos ciertos. Los puntos aún no aclarados son los de menor importancia, y la solución de ellos, sea cual fuere, no perjudicará al conjunto. Por lo demás, a pesar de los elementos que tuvo a su disposición, le faltó hasta hoy un elemento importante, sin el cual la obra no podía completarse.

5. De todos los génesis antiguos, el de Moisés es el que más se aproxima a los hallazgos de la ciencia moderna, a pesar de los errores que contiene, demostrables hoy hasta la evidencia. Algunos de los errores son más aparentes que reales y se han originado en la falsa interpretación que se dio a ciertas palabras, cuyo significado primitivo se perdió al pasar de una lengua a otra, con la traducción, o en palabras cuya acepción cambió junto con los hábitos del pueblo, pasando de la forma alegórica particular al estilo oriental, tomándose la acepción al pie de la letra en vez de buscársele el sentido.

6. La biblia cuenta hechos que el razonamiento científico actual no puede aceptar u otros que nos son extraños y que rechazamos porque se refieren a costumbres que no armonizan con las nuestras. Sin embargo, seríamos parciales si no reconociésemos que encierra cosas grandes y hermosas. La biblia esconde verdades sublimes tras sus numerosísimas alegorías. Si hurgamos en ellas el absurdo desaparece y surge la verdad. ¿Por qué no se levantó antes el velo? En parte por la falta de los conocimientos que sólo la ciencia y la filosofía sana podían brindar, así como por el principio de inmutabilidad absoluta de la fe, consecuencia directa del acatamiento ciego a lo que está escrito, ante lo que la razón debía inclinarse por temor a comprometer el andamiaje de creencias levantado sobre su sentido literal. Se temió que si se rompía un anillo de la cadena, todos los demás sufrirían igual suerte. Y fue por esa razón que no se quiso ver: pero cerrar los ojos ante el peligro no basta para evitarlo. Cuando un edificio se tambalea es más prudente reemplazar enseguida las piedras a punto de desplomarse por otras nuevas, y no esperar por respeto a su vetustez que el mal no tenga remedio y se haga necesario reconstruirlo totalmente.

7. La ciencia escudriñó las entrañas de la Tierra y las profundidades del cielo y demostró de una manera indiscutible los errores contenidos en el Génesis de Moisés, así como también la imposibilidad material de que las cosas hayan pasado tal cual son relatadas en el texto, asestando con ello un duro golpe a las creencias seculares. La fe ortodoxa se conmovió, porque creyó que destruirían sus cimientos. Pero, ¿quién tiene razón: la ciencia que camina de manera prudente y continua sobre el terreno sólido de las cifras y la observación, sin afirmar nada antes de probarlo, o un relato escrito cuando los medios de observación no existían? ¿Quién dice la verdad: el que afirma que dos más dos son cinco y no acepta verificar, o el que manifiesta que dos más dos son cuatro y lo prueba?

8. Si la biblia fuese una revelación divina, ¿debemos pensar que Dios se equivocó? Si no lo es, ya no posee más autoridad, y la religión se derrumbaría por carecer de base. Se presenta esta opción: o bien la ciencia está equivocada, o bien está en lo cierto. Si tiene razón su opinión, la contraria no podrá ser verdadera, así como no hay revelación que pueda prevalecer sobre la autoridad de los hechos. Dios, que es todo verdad, no puede inducir a los hombres al error, ni a sabiendas ni ignorándolo, pues entonces no sería Dios. Si los hechos contradicen las palabras que se le atribuyen, deducimos por lógica que Él no las ha pronunciado o que han sido mal comprendidas. Si la religión sufre por estas contradicciones, el error no es de la ciencia, la cual no puede evitar que aquello que es deje de serlo, sino de los hombres, por haber creado prematuramente dogmas absolutos y convertido ciertas hipótesis, susceptibles de ser desmentidas por la experiencia, en una cuestión de vida o muerte. Hay que resignarse a sacrificar ciertas cosas cuando no es posible actuar de diferente modo. El mundo avanza, la voluntad de unos pocos no basta para detenerlo. La actitud más sabia es seguir a ese progreso y saber amoldarse al nuevo estado de cosas. No hay que aferrarse a un pasado que se derrumba si no se quiere correr el riesgo de caerse con él.

9. ¿Es justo imponer silencio a la ciencia por respeto a los textos considerados sacros? Hubiese sido algo tan imposible como intentar que la Tierra deje de girar. Ninguna religión jamás progresó positivamente sosteniendo errores manifiestos. La misión de la ciencia es descubrir las leyes de la Naturaleza. Como estas leyes son obra de Dios, no pueden ser contrarias a las religiones que se basan en la verdad. Anatematizar al progreso como perjudicial para la religión es lanzar el anatema contra la obra de Dios. Además, ello sería inútil, ya que todas las maldiciones del mundo no impedirán que la ciencia avance ni que la verdad salga a la luz. Si la religión rehúsa caminar al lado de la ciencia, ésta marchará sola.


10. Sólo las religiones estacionarias pueden temer a las conquistas de la ciencia, dado que estos adelantos sólo son funestos para aquellas creencias que se distancian de las ideas progresistas y se inmovilizan en el absolutismo de sus dogmas. En general, poseen una idea tan mezquina de Dios que no llegan a comprender que si esas creencias asimilaran las leyes de la Naturaleza reveladas por la ciencia, ello sería glorificar a Dios en sus obras. Mientras que con su ceguera prefieren honrar al espíritu del mal. La religión que no contradiga las leyes de la Naturaleza no tiene nada que temer del progreso, puesto que es invulnerable.

11. El génesis comprende dos partes: la historia de la formación del mundo material y la historia de la Humanidad en su doble principio: espiritual y corporal. La ciencia se limitó a la búsqueda de las leyes que gobiernan a la materia, y aun en el mismo nombre sólo estudió su envoltura corporal. Desde ese punto de vista, llegó a determinar con gran precisión las principales partes del mecanismo del Universo y del organismo humano. Gracias a esa labor, de importancia capital, pudo completar el Génesis de Moisés y rectificar sus errores. Mas la historia del hombre, considerado como ser espiritual, se asimila a un orden especial de ideas que no son del dominio de la ciencia, motivo por el cual no han sido objeto de sus investigaciones. Entran en la órbita del estudio de la filosofía. Pero ésta sólo formuló sistemas contradictorios, partiendo de la espiritualidad pura hasta llegar a la negación del principio espiritual, e incluso a Dios mismo, sin otras bases que las ideas personales de sus autores y dejando el problema sin solucionar.

12. Sin embargo este problema es para el hombre el más importante, ya que se relaciona con su pasado y también con su futuro. El problema del mundo material le toca sólo indirectamente. Lo que más le interesa saber es dónde viene y hacia dónde va, si ya ha vivido y si vivirá otra vez, así como la suerte que le está destinada. Sobre estos interrogantes la ciencia guarda silencio. En cuanto a la filosofía, si bien sus opiniones son contradictorias, al menos abren una discusión al respecto, y ésa es la razón por la que muchas personas se ubican junto a ella, prefiriéndola antes que a la religión, que no ofrece ninguna oportunidad de libre examen.

13. Todas las religiones están acordes en algo: la existencia el alma, aunque no la demuestren. Mas no se ponen de acuerdo sobre su origen, su pasado, su porvenir, ni tampoco -y he aquí lo esencial- sobre las condiciones de las que depende su suerte futura. En su mayoría, imponen un determinado cuadro del futuro a sus fieles que sólo pueden admitirse por la fe ciega, pero que no tolera un análisis serio. En sus dogmas, el destino del alma está ligado a las ideas que del mundo material y del mecanismo del Universo se tenían en los tiempos primitivos, lo que resulta inconciliable con el estado actual de los conocimientos. No resistiría ni al examen ni a la discusión, motivo por el que proscriben a uno y a otra.

14. La duda y la incredulidad nacieron de estas divergencias, en las que se juega el porvenir del hombre. La incredulidad hace a la vida penosa. El hombre enfrenta con ansiedad al desconocido mundo al cual más tarde o más temprano deberá ingresar. La idea de la nada le angustia. Su conciencia le dice que más allá del presente hay algo esperándolo, ¿pero qué? Su razonamiento, ya maduro, le impide seguir aceptando las historias que acunaron su infancia y no puede tampoco seguir tomando alegorías por realidades. ¿Cuál es el sentido de estas alegorías? La ciencia rasgó el velo, mas sólo en parte, pues no le ha revelado todavía lo que más le interesa conocer. Pregunta en vano, pero no tiene respuesta pronta ni apropiada para apaciguar sus aprensiones. Por doquier ve cómo se contradicen la afirmación y la negación, sin que ambas posiciones antagónicas estén en condiciones de presentar pruebas positivas en favor de sus concepciones. De ello nace la incertidumbre, y esa incertidumbre, en lo que atañe a la vida futura, hace que el hombre se vuelque con un cierto delirio sobre las cosas de la vida material. Es el inevitable efecto de las épocas de transición: el edificio del pasado se derrumbó ya, y el del futuro aún no se levantó. Podemos comparar al ser humano como el adolescente que no posee ya las creencias inocentes de sus primeros años, mas no es dueño aún de los conocimientos propios del mundo adulto: sólo cuenta con vagas aspiraciones que no sabe definir.

15. Si el problema del hombre como ente espiritual es todavía hoy una mera teoría, se debe sin duda a la falta de medios directos de observación, los cuales, en cambio, se han tenido para estudiar al mundo material. El terreno, por ello, permaneció virgen para nuevas concepciones. El hombre anduvo errante de sistema en sistema, hasta que descubrió las leyes que gobiernan a la materia y aplicó el método experimental. En el orden moral, ocurrió lo mismo que en el orden material. Para fijar las ideas faltó el elemento esencial: el conocimiento de las leyes del principio espiritual. Ese conocimiento estaba reservado a nuestra época, como el descubrimiento de las leyes de la materia fue obra de los dos últimos siglos.

16. Hasta el presente, el estudio del principio espiritual, comprendido en la metafísica, fue puramente especulativo y teórico. En el Espiritismo este estudio es experimental. Con la ayuda de la mediumnidad, mejor estudiada y más generalizada y desarrollada en nuestros días que en el pasado, el hombre se encuentra en posesión de un nuevo medio de observación. La facultad mediúmnica ha sido para el mundo espiritual lo que el telescopio para el mundo sideral o el microscopio para el mundo de los microorganismos. Ha permitido explorar y estudiar de visu sus relaciones con el mundo corporal, aislar en el hombre vivo al ser inteligente del ser material y verlos actuar separadamente. Una vez relacionado con los habitantes de ese mundo, se ha podido seguir al alma en su camino ascendente, en sus migraciones, en sus transformaciones, en una palabra, se ha podido estudiar al elemento espiritual. Eso era lo que les faltaba a los estudiosos del génesis para comprender y rectificar los errores.

17. El mundo material y el espiritual están en contacto incesantemente, son solidarios entre sí, los dos tienen su parte activa en el génesis. Sin el conocimiento de las leyes que rigen al mundo espiritual sería imposible tener una concepción integral del génesis, así como al escultor le escapa a sus posibilidades el dar vida a una estatua. Sólo en nuestros días, aunque ni la ciencia de lo material ni tampoco la de lo espiritual hayan pronunciado la última palabra, el hombre posee los dos elementos necesarios para arrojar luz sobre este difícil problema. Eran necesarias ambas llaves para llegar a una solución, si bien aproximada.




CAPÍTULO V - Sistemas antiguos y modernos sobre el origen del mundo

1. La primera idea que los hombres tuvieron de la Tierra, el movimiento de los astros y la formación del Universo, se basó en el testimonio de sus sentidos. En la ignorancia de las leyes más elementales de la Física y de las fuerzas naturales, con una comprensión limitada como único medio de observación, posiblemente hayan juzgado a las cosas según las apariencias. Observando la salida del Sol por un lado del horizonte y la puesta por el lado contrario, llegaron a la conclusión lógica de que éste giraba alrededor de la Tierra, mientras que nuestro planeta permanecía inmóvil. Si en ese momento alguien les hubiese dicho que ocurría lo contrario, no hubieran podido creerle, y sus palabras habrían sido: Vemos al Sol cambiar de lugar, y en cambio no sentimos la Tierra moverse.

2. La corta extensión de los viajes de aquella época, que no superaban los límites del asentamiento tribal o del valle que habitaban, no les permitía constatar la esfericidad de la Tierra. ¿Cómo imaginar, por otra parte, que la Tierra pudiese ser una esfera? En tal caso los hombres no hubiesen podido mantenerse sino en la parte de arriba. Pero, si toda la Tierra estaba habitada, ¿cómo podrían las personas vivir en el hemisferio opuesto con la cabeza hacia abajo y los pies orientados a lo alto? Y si además rotaba, todo se complicaba más aún. Hoy, aunque se conoce la ley de gravitación vemos todavía a personas considerablemente cultas que no comprenden este fenómeno. Por tanto, no podemos asombrarnos de que los hombres de aquellas primeras edades no lo hayan siquiera sospechado. La Tierra era para ellos una superficie lisa, circular como la rueda de un molino, extendida en posición horizontal. De ahí proviene la expresión aún usual: ir hasta el fin del mundo. Sus límites, su grosor, su estructura interna, su cara inferior, lo que existía abajo, constituía lo desconocido.1

3. El cielo, con su aparente forma cóncava era, según la creencia más difundida, una bóveda real cuyos bordes inferiores reposaban sobre la Tierra marcando sus confines. Gran cúpula cuya capacidad completa estaba ocupada por aire. Sin ninguna noción de lo infinito del espacio, incapaces de concebirlo, los hombres se figuraban a esa bóveda formada por una materia sólida, de 1. La mitología hindú enseñaba que el astro del día se despojaba por la noche de su luz y atravesaba el cielo con su faz oscurecida. La mitología griega representaba al carro de Apolo tirado por cuatro caballos. Anaximandro de Mileto sostenía, en su diálogo con Plutarco, que el Sol era un carro de fuego candente que se había escapado por una abertura circular. Epicuro, según ciertas fuentes, sostenía que el Sol se prendía por la mañana y se apagaba por las noches en las aguas del Océano. Otros pensaban que convertía al astro en un cisquero incandescente. Anaxágoras lo consideraba un hierro caliente del tamaño del Peloponeso. ¡Original idea! Los antiguos insistían tanto en considerar el gran tamaño aparente de este astro como real, que persiguieron a este filósofo temerario por haber atribuido semejante volumen a la antorcha diurna. Fue necesaria toda la autoridad de Pericles para salvarlo de la pena de muerte y conmutarla por una sentencia de exilio (Flammarion, Estudios y lecturas sobre Astronomía). Cuando se leen tales ideas, producto de la época más floreciente de Grecia, es decir, del siglo V a. C., no podemos, entonces, asombrarnos de las ideas que poseían los hombres de las primeras edades sobre el origen del mundo. [N. de A. Kardec.] lo que nace el vocablo firmamento, que ha sobrevivido a la creencia y que significa: firme, resistente, (del latín firmamentum, derivado de firmus, y del griego herma, hermatos: firme, sostén, soporte, punto de apoyo).

4. Las estrellas, cuya naturaleza no imaginaban siquiera, eran simples puntos luminosos, de menor o mayor tamaño, fijas en las bóvedas como lámparas suspendidas y dispuestas sobre una única superficie, todas a igual distancia de la Tierra, de la misma forma que se las representa en el interior de ciertas cúpulas, pintadas de azul para simular el color del cielo. Aunque hoy las ideas han cambiado, el uso de las antiguas expresiones se conserva, pues se dice aún: la bóveda estrellada, bajo el casquete del cielo.

5. La formación de las nubes por evaporación de las aguas era desconocida. Nadie en aquella época podía imaginarse que la lluvia que cae del cielo tuviese su origen en la Tierra, ya que no se veía al agua subir. De ahí proviene la creencia en la existencia de aguas superiores y aguas inferiores, fuentes celestes y fuentes terrestres, depósitos ubicados en las regiones altas: suposición que concordaba perfectamente con la idea de una bóveda capaz de mantenerlos. Las aguas superiores se escapaban por las fisuras de la bóveda y caían en forma de lluvia, la cual, según la amplitud de las aberturas, era escasa o torrencial.

6. La ignorancia completa del conjunto universal, de las leyes que lo rigen y de la naturaleza, constitución y destino de los astros, que parecían tan pequeños comparados con la Tierra, los llevó a considerar a ésta como la cosa principal, la meta única de la Creación, y a los astros como accesorios creados sólo en honor de sus habitantes. Este prejuicio se perpetuó hasta nuestros días, a pesar de los descubrimientos de la ciencia, que cambiaron para el hombre el panorama del mundo. ¡Cuántas personas creen aún que las estrellas son adornos del cielo para recrear la vista de los habitantes de la Tierra!

7. No se tardó en percibir el movimiento aparente de las estrellas, que se mueven en masa de Oriente a Occidente, elevándose por la noche y desapareciendo por la mañana, mas conservando siempre sus posiciones respectivas. Esta observación no tuvo durante largo tiempo otra consecuencia que la de confirmar la idea de una bóveda sólida que llevaba con ella estrellas en su movimiento de rotación. Estas primeras ideas ingenuas constituyeron durante largos períodos seculares el fondo de las creencias religiosas y sirvieron de base a todas las cosmogonías antiguas.

8. Más tarde se pensó que en razón de la dirección del movimiento de las estrellas y su regreso diario en el mismo orden, la bóveda celeste no podía ser simplemente una semiesfera posada sobre la Tierra, sino una esfera entera, plana o convexa, cortada en su parte central por la presencia de la Tierra y habitada sólo en su faz superior. Ya se había progresado algo. Pero, ¿sobre qué se apoyaba la Tierra? Sería inútil recordar todas las suposiciones ridículas tejidas por la imaginación, desde aquella teoría hindú que suponía que la Tierra estaba sostenida por cuatro elefantes blancos, hasta aquella otra que la imaginaba apoyada sobre las alas de un inmenso pájaro. Los demás sabios confesaban ignorar la respuesta.

9. Sin embargo, una opinión difundida entre las teologías paganas ubicaba en los lugares bajos, o dicho de otra forma, en las profundidades de la Tierra, el sitio de los réprobos, llamado infernos, es decir lugares inferiores, y en los lugares altos, más allá de las estrellas, el lugar de los bienaventurados. La palabra inferno se conservó hasta nuestros días, aunque perdió su significado etimológico desde que la Geología desplazó el lugar de los suplicios eternos de las entrañas de la Tierra y que la Astronomía demostró que no hay arriba ni abajo en el espacio infinito.

10. En los cielos puros de Caldea, la India y Egipto, cunas de las más antiguas civilizaciones, se podía observar el movimiento de los astros con tanta precisión como lo permitía la ausencia de instrumentos especiales. Se notó primero que ciertas estrellas poseían un movimiento propio independiente de la masa, lo que llevaba a suponer que no estaban fijas en la bóveda. Se las llamó estrellas errantes o planetas para distinguirlas de las estrellas fijas. Se calcularon sus movimientos y sus regresos periódicos. Al observar el movimiento diurno de la esfera estrellada se notó la inmovilidad de la estrella polar, alrededor de la cual las otras describían, en veinticuatro horas, círculos oblicuos paralelos, más o menos extensos, según su alejamiento de la estrella central. Éste fue el primer paso hacia el conocimiento de la oblicuidad del eje del mundo. Cuando comenzaron a realizarse viajes más largos pudo observarse el cielo bajo diferentes aspectos, según las latitudes y las estrellas. La elevación de la estrella polar, variable según la latitud, colocó a los observadores en la vía de suponer a la Tierra redonda. Así, poco a poco, se fundamentó una idea más justa del sistema del mundo. Hacia el año 600 a. C., Tales de Mileto (Asia Menor), conocía la esfericidad de la Tierra, la oblicuicidad de la eclíptica y la causa de los eclipses. Un siglo más tarde, Pitágoras de Samos descubrió el movimiento diurno de la Tierra sobre su eje, su órbita anual alrededor del Sol y relacionó a los planetas y cometas con el sistema solar. Ciento sesenta años a. C, Hiparco de Alejandría (Egipto), inventa el astrolabio, calcula y predice los eclipses, observa las manchas del Sol, determina el año y la duración de las revoluciones de la Luna. Aunque estos descubrimientos fueron importantísimos para el progreso de la ciencia, se popularizaron sólo al cabo de dos mil años. Sólo ciertos manuscritos conservaban las nuevas ideas, y éstas permanecían en las manos de unos pocos filósofos que las enseñaban a su vez a sus discípulos: nadie soñaba con educar a las masas. Éstas no aprovechaban en ninguna manera los descubrimientos y continuaban nutriéndose de viejas creencias.

11. Hacia el año 140 d. C., Ptolomeo, uno de los hombres más ilustrados de la escuela de Alejandría, combinó ideas propias con creencias populares y con algunos de los más recientes descubrimientos astronómicos, componiendo un sistema que podemos llamar mixto, el cual lleva su nombre y fue, durante cerca de quince siglos, el único aceptado por el mundo civilizado. Según el sistema de Ptolomeo, la Tierra es una esfera en el centro del Universo compuesta por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, lo que constituía la primera región llamada elemental. La segunta región, llamada etérea, comprendía once cielos o esferas concéntricas que giraban alrededor de la Tierra, a saber: el cielo de la Luna, de Mercurio, de Venus, del Sol, de Marte, de Júpiter, de Saturno, de las estrellas fijas del primer cristalino, esfera sólida transparente. Del segundo cristalino y finalmente, del primer móvil que imprimía movimiento a todos los cielos inferiores y les hacía dar una vuelta cada veinticuatro horas. Más allá de los once cielos estaba el Empíreo, morada de los bienaventurados, nombre que deriva del griego pyr o pur, que significa: fuego, porque se creía que esa región resplandecía de luz como el fuego. La creencia en muchos cielos superpuestos prevaleció durante mucho tiempo, pero el número variaba. Generalmente el séptimo era considerado el más elevado, de allí la expresión: estar en el séptimo cielo. San Pablo afirmó haber sido elevado al tercer cielo. Independientemente del movimiento común, los astros, según Ptolomeo, tenían movimientos propios, de mayor o menor extensión, según su lejanía del centro. Las estrellas fijas cumplían una vuelta cada 25.816 años. Esta evacuación nos indica que conocían la precesión de los equinoccios, la cual se cumple efectivamente en 25.868 años.

12. En los albores del siglo XVI, Copérnico, célebre astrónomo nacido en Thorn (Prusia) en 1472 y muerto en 1543, retomó las ideas de Pitágoras y publicó un sistema confirmado por las observaciones. Éste fue recibido favorablemente y no tardó en desplazar al sistema Ptolomeo. Según el sistema de Copérnico el Sol se encuentra en el centro y los planetas describen órbitas circulares alrededor de él, mientras que la Luna es un satélite de la Tierra. Un siglo más tarde, en 1609, Galileo, natural de Florencia, inventó el telescopio y en 1610 descubrió los cuatro satélites de Júpiter y calculó sus revoluciones. Descubrió que los planetas no tienen luz propia como las estrellas y que el Sol ilumina a aquéllos, como también que son esferas similares a la Tierra. Observó sus fases y determinó la duración de rotación sobre sus ejes, y, mediante pruebas materiales, ratificó definitivamente el sistema de Copérnico. Desde ese momento se desplomó el sistema de los cielos superpuestos y se reconoció que los planetas son mundos similares a la Tierra, habitados como ella. Que las estrellas son innumerables soles, centros probables de otros tantos sistemas planetarios. Al Sol se le consideró una estrella, un centro de un torbellino de planetas a los que atrae. Las estrellas ya no están confinadas a una zona específica de la esfera celeste, sino que se hallan irregularmente diseminadas en un espacio ilimitado: las que parecen tocarse se encuentran a distancias inconmensurables unas de otras, las más pequeñas en apariencia son las más alejadas de nosotros y las de mayor tamaño son las más cercanas, y éstas, incluso, se hallan a cientos de miles de kilómetros. Los grupos que reciben el nombre de constelaciones son conjuntos aparentes, producto de la distancia, y sus figuras son meros efectos de perspectiva, como le ocurre a quien, ubicado en un lugar fijo, cree ver juntas las luces dispersas de una planicie o los árboles de un bosque. Sin embargo, esos conjuntos no existen en la realidad. Si pudiésemos trasladarnos al lugar donde está ubicada una de esas constelaciones veríamos que a medida que nos fuésemos acercando la forma desaparecería y se nos presentarían nuevas figuras. Por consiguiente, y dado que estos grupos existen sólo en apariencia, el significado que les otorga cierta creencia vulgar y supersticiosa es irrisorio y su influencia es válida sólo en la imaginación. Para distinguirlas se les bautizó con diferentes nombres: Leo, Tauro, Géminis, Libra, Capricornio, Cáncer, Escorpión, Hércules, Osa Mayor o Carro de David, Osa Menor, Lira, etc., se las representa mediante dibujos que simbolizan sus nombres, en los que interviene la fantasía, ya que en todos los casos no hay relación alguna entre esos dibujos y la forma aparente del grupo estelar. En vano buscaríamos esas figuras en el cielo. La creencia en la influencia de las constelaciones, sobre todo en las que constituyen los doce signos del zodíaco, proviene de la idea que brindan sus nombres: si la constelación de Leo hubiese sido bautizada asno u oveja, se le hubiese atribuido una influencia totalmente diferente.

13. A partir de Copérnico y Galileo las viejas cosmogonías desaparecieron para siempre, mientras la Astronomía fue avanzando sin interrupción en ningún momento. La historia nos relata la lucha que debieron mantener los hombres de genio contra los prejuicios y el espíritu sectario, interesado en prolongar errores que servían de base a ciertas creencias que se suponían cimentadas sobre dogmas inquebrantables. Bastó que se inventase un instrumento de óptica para que el andamiaje levantado a través de miles de años se derrumbase. Sin embargo, nada puede prevalecer contra la verdad, reconocida como tal. La imprenta inició al público en las nuevas ideas y éste comenzó a acunar ilusiones y a tomar parte en la contienda. Ya no era contra algunos individuos que había que combatir, sino contra la opinión general que estaba a favor de la verdad. ¡Cuánto más grande es el Universo que las mezquinas proporciones que le asignaban nuestros padres! ¡Cuánto tiempo, cuántos esfuerzos del genio, cuántos sacrificios fueron necesarios para abrir los ojos y arrancar la venda de la ignorancia!

14. El camino ya estaba despejado, muchos ilustres sabios marcharían luego por él para completar la obra bosquejada. Kepler, en Alemania, descubre las célebres leyes que llevan su nombre, y ayudado por éstas observa que los planetas no describen órbitas circulares sino elipses alrededor del Sol; Newton, en Inglaterra, descubre la ley de gravitación universal; Laplace, en Francia, crea la mecánica celeste. La Astronomía deja de ser un sistema basado en conjeturas y probabilidades y se convierte en una ciencia que se apoya en el cálculo y la Geometría. Y así fue como, alrededor de 3.300 años después de Moisés, se plantó uno de los mojones fundamentales para el estudio del génesis.




CAPÍTULO VI - Uranografía general



El espacio y el tiempo

1. Se han dado muchas definiciones del espacio. Mas, sin duda, la más difundida es la que dice que espacio es la extensión que separa a dos cuerpos. De ella se han servido ciertos sofistas para establecer que donde no hay cuerpos, no hay espacio. Sobre esta premisa basaron sus estudios ciertos doctores en Teología para establecer que el espacio es necesariamente finito, alegando que si los cuerpos son limitados en número no pueden conformar una cadena infinita, pues donde éstos terminan allí también termina el espacio. Recordemos otras definiciones del espacio: el lugar donde se mueven los mundos. El vacío donde se agita la materia, etc. Dejemos de lado estas definiciones que nada definen. El espacio es una palabra que representa una idea primitiva y axiomática, evidente por sí sola. Las diversas definiciones sólo sirven para oscurecer su sentido. Todos sabemos lo que es el espacio, sólo quiero establecer su infinitud para que nuestros estudios ulteriores no opongan dificultades a las investigaciones. El espacio es infinito, razón por la cual es imposible suponerle un límite. A pesar de nuestra dificultad para concebir lo infinito, nos resulta más fácil concebir la idea de espacio eterno y sin límites que detenernos en un sitio después del cual no habría ya más extensión por recorrer. Para darnos una idea de la infinitud del espacio, valiéndonos de nuestras facultades limitadas, supongamos que partimos de la Tierra, punto perdido en el Universo, hacia un sitio cualquiera del infinito, y todo ello a la prodigiosa velocidad de la luz, que recorre millares de kilómetros por segundo. Recién abandonado el planeta y habiendo ya recorrido millones de kilómetros, nos encontramos en un sitio desde donde vemos a la Tierra como una pálida estrella. Un instante después, siempre siguiendo la misma dirección, llegamos a lejanas estrellas apenas visibles desde la Tierra, y desde allí, no sólo la Tierra ya no se ve, sino que aun el esplendor de vuestro Sol ha sido eclipsado por la extensión que nos separa de él. Siempre animados por la misma velocidad del rayo, atravesamos sistemas planetarios a cada paso, islas de luz etérea, vías lácteas, parajes suntuosos en los que Dios sembró mundos con la misma generosidad con que sembró plantas en las praderas de la Tierra. Hace sólo algunos minutos que marchamos y ya nos separan de la Tierra cientos de millones de millones de kilómetros, miles de mundos pasan delante de nuestros ojos y, sin embargo, ¡escuchen esto!, no hemos avanzado ni un paso en el Universo. Si continuamos avanzando durante años, siglos, miles de siglos, millones de períodos cien veces seculares y siempre a la misma velocidad de rayo, tampoco habremos avanzado más, sin 1. Este capítulo está extraído textualmente de una serie de comunicaciones dictadas en la Sociedad Parisiense de Estudio Espíritas en los años 1862 y 1863, bajo el título de “Estudios uranográficos”, firmados por Galileo; el médium fue el señor C. F. [N. de A. Kardec.] importar la dirección que elijamos, o hacia donde vayamos a partir de ese punto invisible que hemos dejado y que se llama Tierra. ¡Eso es el espacio!

2. El tiempo, al igual que el espacio, es una palabra que se define a sí misma. Nos haremos una idea más justa si la relacionamos con el todo infinito. El tiempo es una sucesión de cosas, está ligado a la eternidad, de la misma forma que las cosas están unidas al infinito. Sólo por un momento imaginémonos en los días iniciales de nuestro mundo, en esa época primitiva en que la Tierra no se balanceaba aún bajo el impulso divino, en una palabra, en el comienzo de su génesis. El tiempo aún no ha emergido del misterioso regazo de la Naturaleza, no podemos saber en qué época de los siglos nos encontramos, ya que la balanza del tiempo no comenzó todavía a moverse. Pero, ¡silencio! En la Tierra solitaria suena la primera hora, el planeta se mueve en el espacio y se suceden la noche y el día. Más allá de la Tierra, la eternidad permanece inmóvil e impasible, aun que el tiempo corre también para los otros mundos. Sobre la Tierra, el tiempo reemplaza a la eternidad y durante una cantidad determinada de generaciones se contarán los años y los siglos. Ahora, transportémonos al último día de este mundo, a la hora en que doblegado por el peso de su propia vejez, desaparezca su nombre del libro de la vida para no reaparecer nunca más: aquí, la sucesión de hechos se detiene. Los movimientos terrestres que medían el tiempo se interrumpen y el tiempo termina junto con ellos. Esta sencilla exposición de los hechos naturales que originan el tiempo, lo alimentan y terminan por apagarlo, basta para mostrarnos dónde debemos ubicarnos para realizar nuestros trabajos. El tiempo es un gota de agua que desde una nube se precipita al mar y cuya caída es mensurable. Hay una relación directa entre la cantidad infinita de planetas y los tiempos diversos e incompatibles que existen. Fuera de los mundos, sólo la eternidad reemplaza a estas sucesiones efímeras y llena con la quietud de su luz inmóvil la inmensidad de los cielos. Inmensidad sin límites y eternidad sin fin: ésas son las dos grandes propiedades de la Naturaleza universal. El ojo del observador que atraviesa las distancias inconmensurables del espacio sin encontrar punto final, y el ojo del geólogo que camina hacia atrás las edades y desciende en las profundidades de la eternidad abierta, en la que se adentrarán un día, obran en conjunto, cada uno en lo suyo, para adquirir la doble noción del infinito: extensión y duración. Siguiendo este orden de ideas, nos resultará fácil comprender que el tiempo existe sólo en relación con las cosas transitorias y mensurables. Si tomamos los siglos terrestres como unidades y los apilamos unos sobre otros, de a miles, hasta formar un número colosal, veremos, sin embargo, que dicho número será más que un punto en la eternidad, al igual que miles de kilómetros unidos a miles de kilómetros no son más que un punto en la extensión. Así, por ejemplo, siendo que los siglos están fuera de la vida etérea del alma, podríamos escribir un número tan largo de ellos como el ecuador terrestre e imaginarnos envejecidos en esa cantidad de centurias y, sin embargo, nuestra alma no sería un solo día más vieja. Y si agregásemos a ese número indefinido de siglos una serie larga de números como de aquí al Sol, o mayor aún, y nos imagináramos viviendo durante la sucesión prodigiosa de períodos seculares representados por la suma de tales números, cuando llegásemos a esa cantidad la reunión incomprensible de siglos que pesarían sobre nuestras cabezas nada serían, y siempre tendríamos la eternidad entera delante nuestro. El tiempo no es más que una medida relativa de la sucesión de cosas transitorias. La eternidad no es susceptible de ninguna medición, desde el punto de vista de la duración. Para ella no hay comienzo ni fin: todo es presente. Si los siglos y siglos son menos que un segundo en relación con la eternidad. ¡qué será la duración de la vida humana!




La materia

3. A primera vista, nada parece más profundamente variado y diferente que las diversas sustancias que componen el mundo. Entre los objetos que el arte o la Naturaleza nos muestran a diario, ¿hay dos que posean una identidad perfecta o aunque más no sea una paridad de composición? ¡Qué enorme diferencia entre la solidez, la compresibilidad, el peso y las propiedades múltiples de los cuerpos, entre los gases atmosféricos y la pepita de oro, entre la molécula de agua de la nube y la del mineral que forma la estructura ósea del mundo! ¡Qué diversidad entre el tejido químico de las diferentes plantas que decoran al reino vegetal y el del no menos numeroso mundo animal! Sin embargo, podemos establecer, como principio absoluto, que todas las sustancias, conocidas o no, por más distintas entre sí que parezcan, ya sea en su constitución íntima o en relación a su acción recíproca, son sólo formas diferentes que presenta la misma materia, variedades que adopta bajo la dirección de las innumerables fuerzas que la gobiernan.

4. La Química progresó rápidamente en nuestro tiempo. Relegada hasta hoy por sus propios adeptos al terreno secreto de la magia, podemos considerarla como una hija de este siglo observador, pues se basa, en mayor medida aún que sus hermanas, en el método experimental. Ella destruyó la teoría de los cuatros elementos primitivos que los antiguos reconocían en la Naturaleza y demostró, además, que el elemento terrestre es una combinación de sustancias diversas infinitamente variadas. Que el aire y el agua son también factibles de descomponerse y producto de un cierto número de equivalentes del gas. Que el fuego no es un elemento principal, sino uno de los estados de la materia, producto del movimiento universal al que esta última está sometida y de una combustión sensible y latente. En compensación, descubrió un número considerable de principios hasta hoy desconocidos, los cuales forman, mediante determinadas combinaciones, las diversas sustancias y los diferentes cuerpos que ha estudiado y que actúan, simultáneamente, de acuerdo con ciertas leyes y en determinadas proporciones en los trabajos llevados a cabo en el gran laboratorio de la Naturaleza. Ha denominado a esos principios cuerpos simples, porque los considera primitivos y no factibles de descomponer: hasta hoy ninguna operación ha podido separarlos en partes relativamente más simples que ellos mismos. *


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Entre los principales cuerpos simples, no metálicos, se cuentan: el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, el cloro, el carbono, el fósforo, el azufre, el yodo; y entre los metálicos: el oro, la plata, el platino, el mercurio, el estaño, el zinc, el hierro, el cobre, el arsénico, el sodio, el potasio, el calcio, el aluminio, etc. [N. de A. Kardec.]

5. Mas, donde el hombre detiene sus apreciaciones, aun ayudado por sentidos artificiales, la obra de la Naturaleza continúa. Donde el vulgo toma la apariencia por la realidad y donde el facultativo levanta el velo y aprehende el principio de las cosas, el ojo de quien ha atrapado el modo de acción de la Naturaleza no ve en los materiales constitutivos del mundo sino la materia cósmica primitiva, simple y diversificada en ciertas regiones en la época de su origen y dividida en cuerpos solidarios durante su vida, materiales desmembrables un día en la extensión por su descomposición.

6. Hay problemas que nosotros, espíritus amantes de la ciencia, no podríamos profundizar y sobre los cuales somos incapaces de emitir más que opiniones personales o conjeturas. En lo que respecta a esos problemas, guardaré silencio o justificaré mi manera de apreciarlos. Este problema presente no forma parte de ellos. A quienes sólo vean en mis palabras una teoría arriesgada, les diré: Abarquen, si es posible, en una sola mirada inquisidora la multiplicidad de operaciones de la Naturaleza y reconocerán que, si no admite la unidad de la materia, es imposible explicar, no sólo a los soles y a las esferas, sino también a la germinación del grano debajo de la tierra o el origen de un insecto.


7. Si tenemos en la materia una tan grande diversidad de ella es porque las fuerzas que presidieron sus transformaciones y las condiciones en las cuales se produjeron eran ilimitadas, razón por la cual las variadas combinaciones de la materia también lo son. Entonces, ya sea que la sustancia de que hablamos pertenezca a los fluidos propiamente dichos, es decir, a los cuerpos imponderables, o que esté revestida de los caracteres y propiedades ordinarias de la materia, no hay en todo el Universo más que una sola sustancia primitiva: el cosmos o materia cósmica de los uranógrafos.




Las leyes y las fuerzas

8. Si uno de esos seres desconocidos que consumen su efímera existencia en el fondo del tenebroso océano. Si uno de esos poligástricos, uno de esos nereidos, miserables animalitos que no conocen de la Naturaleza más que a los peces ictiófagos y a los bosques submarinos, recibiese de pronto el don de la inteligencia, la facultad de estudiar su mundo y establecer sobre sus apreciaciones un razonamiento conjetural respecto a la universalidad de las cosas, ¿qué idea se formaría de la Naturaleza viva que se desarrolla en su medio y del mundo terrestre que no pertenece al campo de sus observaciones? Si hoy, por un efecto maravilloso de su nueva facultad, ese mismo ser llegase a elevarse por encima de sus tinieblas hasta la superficie del mar, no lejos de las opulentas orillas de una isla de exuberante vegetación y de buen sol, fuente de agradable calor, ¿qué pensaría de sus ideas anticipadas sobre la Creación universal, las cuales palidecerían ante una apreciación más exacta, pero aún incompleta? ¡Hombres, ésa es la imagen de vuestra ciencia especulativa!*


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* Tal es, también, la situación de quienes niegan a los espíritus, cuando después de abandonar su envoltura corporal ven los horizontes de ese mundo desenvolverse ante sus ojos. Comprenden entonces la vacuidad de las teorías que pretenden explicarlo todo materialmente. Sin embargo, sus horizontes presentan todavía misterios que se irán revelando poco a poco, a medida que se elevan espiritualmente. Pero desde el primer paso dado en ese mundo nuevo se ven forzados a reconocer su ceguera y lo distantes que se hallaban de la verdad. [N. de A. Kardec.]


9. He venido para tratar el problema de las leyes y fuerzas que gobiernan al Universo, mas sin entrar en detalles en lo que respecta al modo de accionar y las naturalezas especiales que dependen de las leyes universales. Yo, que soy un ser relativamente ignorante con relación a la ciencia real, a pesar de la aparente superioridad que me otorga sobre mis hermanos de la Tierra la posibilidad de estudiar cuestiones naturales que no les es posible realizar en sus condiciones de tales.

10. Hay un fluido etéreo que llena el espacio y penetra a los cuerpos. Este fluido es el éter o materia cósmica primitiva, generador del mundo y de los seres. Son inherentes al éter las fuerzas que han presidido las metamorfosis de la materia, leyes inmutables y necesarias que gobiernan al mundo. Estas formas múltiples, indefinidamente variadas según las combinaciones de la materia, localizadas de acuerdo a las masas, diversificadas en sus modos de acción según las circunstancias y los medios, son conocidas en la Tierra con los nombres de pesantez, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios del agente son conocidos con los nombres de sonido, calor, luz, etc. En otros mundos tales efectos presentan aspectos diferentes, características desconocidas para nosotros. En la inmensa extensión de los cielos, fuerzas en número indefinido se desarrollan en escala inimaginable. Somos tan incapaces de evaluar esa grandeza como el crustáceo en el fondo del océano de abarcar la universalidad de los fenómenos terrestres. * Así como existe una sola sustancia simple y primitiva, generadora de todos los cuerpos, pero diversificada en sus combinaciones, de igual modo todas esas fuerzas dependen de una ley universal diversificada en sus efectos, la cual por medio de decretos eternos fue impuesta en la Creación para constituir la armonía y la estabilidad.
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* Referimos todo a lo que conocemos y no comprendemos lo que escapa a la percepción de nuestros sentidos, al igual que el ciego de nacimiento no entiende los efectos de la luz ni la utilidad de los ojos. Puede ocurrir que en otros ambientes el fluido cósmico posea propiedades y combinaciones desconocidas para nosotros, efectos apropiados a necesidades que ignoramos y que dan lugar a percepciones nuevas o a otras formas de percepción. No comprendemos, por ejemplo, que se pueda ver sin los ojos de la carne y sin luz, pero, ¿quién puede asegurarnos que fuera de la luz no existen otros agentes que perciban organismos especiales? Los sonámbulos nos brindan un ejemplo, ya que su vista no se ve afectada por la distancia, los obstáculos materiales o la oscuridad. Supongamos que en algún planeta los seres en estado normal sean como los sonámbulos aquí: no tendrían, pues necesidad ni de nuestra luz ni de nuestros ojos y, sin embargo, verían lo que nosotros no podemos ver. Ocurre igual con las otras sensaciones. Las condiciones de vitalidad y perceptibilidad, las sensaciones y necesidades varían según el medio en que tienen lugar. [N. de A. Kardec.]

11. La Naturaleza nunca se contradice. En el blasón del Universo figura una sola divisa: Unidad y Variedad. Al ascender la escala universal encontramos unidad de armonía y creación, al mismo tiempo que una variedad infinita en el inmenso piélago estelar. Recorriendo los innumerables grados de la vida, desde el último de los seres hasta Dios, divisamos la gran ley de continuidad. Al considerar a las fuerzas en sí mismas, se percibe una serie cuya resultante, confundiéndose con la generadora, conforma la ley universal. Vosotros no podríais apreciar esta ley en toda su amplitud, ya que las fuerzas que la representan en el campo de vuestras observaciones son restringidas y sumamente limitadas. Pero, sin embargo, la gravitación y la electricidad pueden considerarse una aplicación de la ley primordial que reina allende los cielos. Todas estas fuerzas son eternas y universales como la Creación misma. Son inherentes al fluido cósmico, actúan en todo y por doquier, modificando su accionar por su simultaneidad o su sucesión, predominando aquí, desapareciendo más allá. Poderosas y activas en ciertos casos, latentes u ocultas en otros, pero preparando, dirigiendo, conservando y destruyendo los mundos en los diversos períodos de vida. Gobernando los maravillosos trabajos de la Naturaleza, sea cual fuere el lugar donde éstos se ejecuten, mas asegurando por siempre el eterno esplendor de la Creación.




La creación primera

12. Después de haber considerado al Universo en la faz general de su composición, leyes y propiedades, llevaremos nuestros estudios al terreno de la formación de los planetas y los seres e inmediatamente después nos ocuparemos de la creación de la Tierra, en particular, y de su estado actual en la universalidad de las cosas. De ahí que, tomando a este planeta como punto de partida y unidad relativa, nos dedicaremos a estudios planetarios y siderales.

13. Si hemos comprendido la relación, o dicho con mayor precisión, la oposición entre eternidad y tiempo. Si nos hemos familiarizado con la idea de que el tiempo es solamente una medida relativa en la sucesión de las cosas transitorias, mientras que la eternidad es esencialmente una, inmóvil y permanente, y no susceptible de ninguna medición desde el punto de vista de la duración, comprenderemos que no hay para ella comienzo ni fin. Por otra parte, si nos hacemos una idea justa, aunque necesariamente insuficiente de la infinitud del poder divino, comprenderemos que es posible que el Universo siempre haya sido y siga siendo. Desde el instante en que Dios fue, sus perfecciones eternas actuaron. Antes que los tiempos hubiesen nacido, la eternidad inconmensurable recibió la palabra divina y dio origen al espacio, eterno como ella.

14. Siendo Dios eterno por su naturaleza, creó eternamente. Y no podía ser de otra forma, ya que sin importar la época lejana a la que retrocedamos con la imaginación, suponiendo allí el comienzo de la Creación, habrá siempre más allá de ese límite una eternidad -comprended bien este pensamiento-, una eternidad durante la que las divinas hipóstasis, las voliciones infinitas hubiesen sido amortajadas en un letargo mudo, inactivo y estéril, una eternidad de muerte aparente para el Padre eterno que da vida a los seres, de mutismo indiferente para el Verbo que las gobierna, de esterilidad fría y egoísta para el espíritu de amor y vivificación. ¡Comprendamos mejor la grandeza de la acción divina y su perpetuidad bajo la mano del ser absoluto! Dios es el sol de los seres, la luz del mundo. La aparición del Sol produce instantáneamente raudales de luz que se expanden por todas partes en su extensión. Del mismo modo el Universo, nacido del Eterno, se remonta a períodos inimaginables del infinito de la duración, al ¡Fiat lux! Del comienzo.

15. El comienzo absoluto de las cosas se remonta a Dios. Sus apariciones sucesivas en el dominio de la existencia constituyen el ordenamiento de la acción perpetua. ¡Qué mortal podría expresar las magnificencias desconocidas y maravillosamente escondidas bajo la noche de los tiempos que se desarrollaron en esas edades antiquísimas, cuando ninguno de los esplendores del Universo actual existían! ¡En esa época primitiva en que la voz del Señor se hizo oír, oportunidad en que los materiales que en el futuro deberían unirse simétricamente por sí solos para conformar el templo de la Naturaleza, se hallaron de pronto en el seno de los vacíos infinitos! ¡Cuando esa voz misteriosa que todos los seres veneran y aman como a la de la propia madre, produjo notas armoniosamente variadas que vibraron juntas y modularon el concierto de los vastos cielos! En su origen el mundo no fue creado en la plenitud de su vida y virilidad. El poder creador nunca se contradice y, como todas las demás cosas, el Universo nació niño. Sometida a las leyes mencionadas y con el impulso inicial inherente a su formación misma, la materia cósmica primitiva dio nacimiento en sucesivas etapas a torbellinos, aglomeraciones de fluidos difusos, cúmulos de materia nebulosa que se dividieron y modificaron hasta el infinito para dar nacimiento en las regiones inconmensurables de la extensión a diversos centros de creación simultáneos o sucesivos. En razón de las fuerzas predominantes, y debido a circunstancias ulteriores que presidieron sus respectivos desarrollos, estos centros primitivos devinieron centros de vida especial: unos, menos diseminados en el espacio y más ricos en principios y fuerzas actuantes comenzaron desde ese instante su vida sideral particular; otros, ocupando una extensión ilimitada, crecieron con extrema lentitud o se dividieron a su vez en centros secundarios.

16. Retrocediendo sólo algunos millones de siglos de nuestro tiempo, nuestra Tierra no existía todavía, nuestro sistema solar no había iniciado aún la evolución propia de la vida planetaria y, sin embargo, espléndidos soles iluminaban el éter, planetas habitados daban vida y existencia a una multitud de seres que nos han precedido en la carrera humana. La opulencia de una Naturaleza desconocida y los fenómenos maravillosos del cielo desarrollaban ante otros ojos los cuadros de la inmensa Creación. Pero, ¡qué digo!, ya esos esplendores que en otra época hicieron palpitar el corazón de otros mortales con el pensamiento del poder infinito, han desaparecido. ¡Y nosotros, pobres y pequeños seres que llegamos después de una eternidad de vida, nos creemos contemporáneos de la Creación! Comprendamos mejor a la Naturaleza. Sepamos que la eternidad está detrás y delante nuestro y que el espacio es el teatro de una sucesión y una simultaneidad inimaginables de creaciones. Las nebulosas, visibles apenas en razón de la lejanía, son aglomeraciones de soles en vías de formación o vías lácteas de mundos habitados o emplazamientos de catástrofes y decrepitud. Sepamos que, así como estamos ubicados en medio de una infinitud de mundos, igualmente nos hallamos en medio de una doble infinitud de duraciones anteriores y ulteriores, y recordemos, también, que la Creación universal no se limita a nosotros, motivo por el que no podemos aplicar esa palabra a la formación aislada de nuestro pequeño mundo.




La creación universal

17. Después de haber ascendido, tanto como lo permiten nuestras percepciones limitadas, hasta la fuente oculta de donde surgen los mundos como gotas de agua de un torrente, consideremos la evolución de las creaciones sucesivas y sus desarrollos seriados. La materia cósmica primitiva encerraba elementos materiales, fluídicos y vitales de todos los sistemas que desarrollan su magnificencia ante la eternidad. Es la madre fecunda de todas las cosas, el primer antepasado y, además, la generadora eterna. Esta sustancia, fuente de origen de las esferas siderales, no ha desaparecido ni ha muerto su poder, ya que continúa dando vida a nuevas creaciones y, a su vez, recibe incesantemente los principios reconstituidos de los muertos que desaparecen del libro eterno. La materia etérea que se halla entre los espacios interplanetarios, más o menos diversificada. Ese fluido cósmico que llena el Universo tan generosamente en las regiones inmensas, ricas en cúmulos estelares. Ese fluido de distinto grado de condensación que puebla el cielo sideral que no brilla aún y está modificado, en mayor o menor medida, por combinaciones diversas según las localizaciones de la extensión, es la sustancia primitiva en la que radican las fuerzas universales de las que la Naturaleza ha obtenido todas las cosas.*
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* Si se quisiera saber cuál es el principio de esas fuerzas y cómo puede hallarse él en la misma sustancia que lo produce, responderíamos que la mecánica nos ofrece numerosos ejemplos. La elasticidad que tiene un resorte no se encuentra en el resorte mismo. ¿No depende del modo de agregación de las moléculas? El cuerpo que obedece a la fuerza centrífuga recibe su impulso del movimiento primitivo que se ha dado. [N. de A. Kardec.]


18. Ese fluido penetra los cuerpos como un inmenso océano. En él reside el principio vital que da origen a los seres y perpetúa la vida en cada planeta de acuerdo con su necesidad, principio en estado latente que dormita allí, donde la voz de un ser no lo reclama. Toda criatura: mineral,vegetal, animal o de otra especie -ya que existen otros reinos naturales cuya existencia ni siquiera imagináis-, sabe, en virtud de ese principio, apropiarse de las condiciones necesarias para su existencia y durabilidad. Las moléculas del mineral se suman en razón de este principio vital, al igual que el grano y el embrión, y se agrupan, como en el organismo, en figuras simétricas que constituyen los individuos. Es muy importante comprender que la materia cósmica primitiva está sometida no sólo a las leyes que aseguran la estabilidad de los mundos, sino también al principio vital universal que forma generaciones espontáneas en cada globo, a medida que se van manifestando las condiciones de existencia sucesiva de los seres y cuando suena la hora de la aparición de los hijos de la vida durante el período creador. Así se lleva a cabo la creación universal. Es correcto decir, por tanto, que siendo las funciones de la Naturaleza la expresión de la voluntad divina, Dios ha creado siempre, continúa haciéndolo y por siempre lo hará.

19. Pero aún no hemos hablado del Mundo Espiritual, el cual también forma parte de la Creación y cumple su destino de acuerdo con las augustas prescripciones del Señor. En razón de mi propia ignorancia, sólo puedo dar una enseñanza restringida en lo que respecta a la creación de los espíritus. Pero, aunque callaré ciertos hechos, manifestaré lo que me ha sido permitido profundizar. A quienes deseen saber con ánimo religioso y fuesen humildes ante Dios, les diré, suplicándoles, al mismo tiempo, que se abstengan de elaborar un sistema prematuro sobre mis palabras: El espíritu no recibe la iluminación divina que le otorga el libre albedrío, la conciencia y el conocimiento de la importancia de su destino sin haber pasado previamente la serie divinamente fatal de encarnaciones inferiores, en las que elabora su individualidad. Esa es la hora en que el Señor imprime sobre su frente su augusta señal y el espíritu toma un lugar entre los seres espirituales. Vuelvo a reiteraros: no fundamentéis sobre mis palabras vuestros razonamientos, tan tristemente célebres en el curso de la historia de la Metafísica. Preferiría mil veces callarme sobre temas tan por encima de vuestras meditaciones ordinarias que exponeros a desnaturalizar el sentido de mi enseñanza y enterraros, por mi culpa, en los intrincados laberintos del deísmo o del fatalismo.




Los soles y los planetas

20. En un punto del Universo, perdido entre las miríadas de mundos, la materia cósmica se condensa formando una inmensa nebulosa. Esta nebulosa, animada por las leyes universales que rigen a la materia, en especial por la fuerza molecular de atracción, reviste la figura de una esfera, única forma que puede presentar primitivamente una masa de materia aislada en el espacio. El movimiento circular ocasionado por la gravitación rigurosamente igual de todas las zonas moleculares hacia el centro, modificada muy pronto a la esfera primitiva para llevarla, de movimiento en movimiento, hacia la forma lenticular. Estamos refiriéndonos a la nebulosa en conjunto.

21. Nuevas fuerzas surgen con posterioridad este movimiento de rotación: la fuerza centrípeta y la fuerza centrífuga; la primera intentando llevar todas las partes al centro; la segunda buscando separarlas. El movimiento se acelera a medida que la nebulosa se condensa, su centro aumenta de tamaño al aproximarse a la forma lenticular, y la fuerza centrífuga, desarrollada incesantemente por estas dos causas, predomina muy pronto sobre la atracción central.

Al igual que un movimiento rápido y dinámico de una honda imprime fuerza al proyectil que arroja lejos, así el predominio de la fuerza centrífuga desprende al círculo ecuatorial de la nebulosa y forma de este anillo una nueva masa aislada de la primera, pero sujeta a su imperio. Esta masa conserva su movimiento ecuatorial, el cual, al modificarse, se convierte en movimiento de traslación alrededor del astro solar. Además, su nuevo estado produce un movimiento de rotación en torno de su mismo eje.

22. La nebulosa generadora que dio nacimiento a este nuevo mundo se ha condensado y retomado la forma esferoidal; pero el calor primitivo, desarrollado por sus diversos movimientos, se debilita con extrema lentitud, y el fenómeno que acabamos de describir se producirá con frecuencia durante un largo período, hasta tanto la nebulosa no se vuelva demasiado densa y sólida como para oponer una resistencia eficaz a las modificaciones, de manera que le imprima su movimiento de rotación. No dará nacimiento a un solo astro, sino a cientos de mundos que se irán separando del núcleo central, de acuerdo con el modo de formación anteriormente citado. Todos esos mundos poseerán, como el primitivo, las fuerzas naturales que presiden la creación universal y engendrarán, a su vez, otros mundos que gravitarán a su alrededor, como él mismo gravita junto con sus hermanos en derredor del astro que le dio existencia y vida. Todos esos mundos serán soles, centros de torbellinos de planetas que se irán escapando de su ecuador. Estos planetas recibirán una vida especial y particular, aunque dependientes de su astro generador.

23. Los planetas se formaron, entonces, con masas de materia condensada y no solidificada, separadas de la masa central por la acción de la fuerza centrífuga y tomando, en virtud de las leyes del movimiento, la forma esferoidal, más o menos elíptica, según el grado de fluidez que hayan conservando. Uno de esos planetas fue la Tierra, que antes de enfriarse y revestirse de una corteza sólida dio nacimiento a la Luna por el mismo método de formación astral al que ella misma debe su existencia. Desde ese instante, la Tierra, inscrita en el libro de la vida, sería cuna de criaturas cuya debilidad protege la Providencia divina y cuerda nueva del arpa infinita que ejecuta el concierto universal de los mundos.




Los satélites

24. Antes de que las masas planetarias hubiesen alcanzado el grado de enfriamiento necesario para llevar a cabo la solidificación, masa más pequeñas, verdaderos glóbulos líquidos se separaron del plano ecuatorial, donde la fuerza centrífuga es mayor y, en virtud de las mismas leyes, adquirieron un movimiento de traslación alrededor de su planeta madre, como éstos lo cumplen en derredor de su astro generador.

Así fue como la Tierra dio nacimiento a la Luna, cuya masa, de menor volumen, se enfrió con más rapidez. Las leyes y las fuerzas que presidieron su despegue del ecuador terrestre y su movimiento de traslación en el mismo plano actuaron de tal manera que ese mundo, en vez de revestir una forma especial, tomó la de un ovoide, cuyo centro gravitacional se ubica en la parte inferior.

25. Las condiciones bajo las cuales se efectuó la desagregación de la Luna le permitieron alejarse muy poco de la Tierra y la constriñeron a permanecer perpetuamente suspendida en su cielo, como una figura ovoide cuya parte más pesada conformó su cara inferior vuelta hacia la Tierra, y la del lado opuesto, menos densa, se eleva al cielo en sentido contrario a nuestro planeta. Por tal razón es que ese astro nos presenta siempre la misma cara. Para comprender mejor su estado geológico podemos compararlo con una boya cuya base, vuelta hacia la Tierra, estaría hecha de plomo.

Por tal motivo existen, también, dos naturalezas distintas en la superficie lunar: una, sin analogía alguna con nuestro planeta, ya que los cuerpos fluidos y etéreos le son desconocidos; y la otra, más liviana que la Tierra, ya que todas las sustancias menos densas se concentran sobre este hemisferio. La primera, perpetuamente vuelta hacia la Tierra, sin agua y sin atmósfera, salvo, a veces, en los límites con el hemisferio que se nos oculta. La otra, rica en fluidos, siempre opuesta a nuestro planeta. *


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* Esta teoría sobre la Luna es muy nueva y ella explica, por la ley de gravedad, el por qué la Luna presenta siempre la misma cara hacia la Tierra. Su centro de gravedad, en vez de hallarse en el centro de la esfera, se encuentra en uno de los puntos de su superficie y, en consecuencia, es atraído hacia la Tierra con más fuerza que las partes más livianas. La Luna sería, por tanto, como esos juguetes llamados tentetiesos, que siempre se ponen de pie, mientras que los planetas, cuyo centro de gravedad está a igual distancia de la superficie, giran siempre sobre su eje. Los fluidos vivificantes gaseosos o líquidos, en razón de su ligereza específica, se hallarían acumulados en el hemisferio superior, constantemente opuesto a la Tierra. El hemisferio inferior, el único visible para nosotros, estaría desprovisto de ellos y, por lo tanto, no sería apto para la vida, pero que sí existiría en el otro. Si el hemisferio superior está habitado, sus habitantes no han visto a la Tierra jamás, a menos que realicen excursiones al otro hemisferio, lo que les resultaría imposible al no presentar éste las condiciones necesarias para la vida.

Por más racional y científica que sea esta teoría, como aún no ha sido confirmada por la observación directa, sólo puede ser considerada una hipótesis, una idea que puede servir de peldaño a la ciencia, pero no se podrá negar que es la única, hasta el presente, que da una explicación satisfactoria sobre las particularidades que presenta ese planeta. [N. de A. Kardec.]


26. El número y estado de los satélites varía según las condiciones especiales en que se formaron. Algunos planetas no dieron vida a ningún astro secundario, por ejemplo, Mercurio, Venus y Marte, mientras que otros han formado uno o varios, como la Tierra, Júpiter y Saturno.

27. Además de sus satélites o lunas, Saturno presenta el fenómeno especial del anillo, que visto parece rodearlo como siendo una aureola blanca. Esta formación es para nosotros una nueva prueba de la universalidad de las leyes naturales. Este anillo es el resultado de una operación operada en los tiempos primitivos en el ecuador de Saturno, al igual que una parte de la masa ecuatorial de la Tierra se dividió para formar la Luna. La diferencia estriba en que el anillo de Saturno se formó en todas sus partes con moléculas homogéneas un tanto condensadas, lo que le permitió continuar ejerciendo el movimiento de rotación en el mismo sentido y en tiempo casi idéntico al del propio Saturno. Si una de las partes del anillo hubiese sido más densa que la otra, se hubieran operado inmediatamente una o varias aglomeraciones de sustancia y, en ese caso, Saturno contaría, hoy, con varios satélites más. Desde el momento de su formación, este anillo se solificó, al igual que los demás cuerpos planetarios.




Los cometas

28. Astros errantes, en mayor medida aún que los planetas que han conservado su denominación etimológica, los cometas serían los guías que nos ayudan a atravesar los límites del sistema solar para conducirnos a las lejanas regiones de la extensión sideral.


Pero antes de explotar los dominios celestes con la ayuda de estos viajeros universales, sería mejor conocer, en la medida de nuestras posibilidades, su naturaleza y su papel en la organización planetaria.

29. Hubo quienes pensaron que esos astros de larga cabellera son mundos nacientes que elaboran, en medio de su caos primitivo, las condiciones de vida y existencia que son patrimonio de los planetas habitados. Otros creyeron ver en estos cuerpos extraordinarios mundos próximos a su destrucción. Su apariencia singular fue para muchos motivos de equivocadas apreciaciones sobre su naturaleza, razón por la cual hasta la época de la astrología judiciaria se suponía que presagiaban desgracias, enviadas por decreto providencial, a la Tierra sorprendida y temerosa.

30. La ley de variedad que impera en tal amplia escala en la Naturaleza nos lleva a preguntarnos cómo los naturalistas, astrónomos y filósofos erigieron tantos sistemas con el fin de encontrar semejanzas entre los cometas y los demás astros planetarios y no vieron en ellos más que astros con un grado mayor o menor de desarrollo o caducidad. Sin embargo, los cuadros de la Naturaleza deberían bastar al observador para que deje de buscar parecidos inexistentes y reconozca a los cometas su modesto pero útil papel de astros errantes, cuyo oficio es el de exploradores de los imperios solares. Estos cuerpos celestes se diferencian de los cuerpos planetario porque no sirven de morada a seres humanos. Viajan, de sol a sol, enriqueciéndose a veces en su ruta con fragmentos planetarios reducidos al estado de vapor, y sacando de ellos los principios vivificantes y renovadores que verterán sobre los mundos terrestres (cap. IX:12).

31. Si cuando uno de esos astros se aproxima a nuestro mundo para atravesar la órbita y volver a su apogeo, situado a una distancia inconmensurable del Sol, lo siguiésemos con el pensamiento, para visitar con él las comarcas siderales, atravesaríamos la prodigiosa extensión de materia etérea que separa al Sol de las estrellas más próximas y observaríamos los movimientos combinados de este astro que se creería perdido en el desierto del infinito, encontrando otra prueba más de la universalidad de las leyes de la Naturaleza, las cuales se ejercen a distancias que la imaginación más audaz es incapaz de concebir.


Allí la forma elíptica se convierte en parabólica y aminora la marcha, al punto de recorrer sólo algunos metros en el mismo tiempo que en su perigeo recorría muchos millares de kilómetros. Tal vez un sol más poderoso y más importante que el que acaba de dejar, dueño de una atracción mayor, lo acogerá como a uno de sus propios súbditos, y es entonces cuando las sorprendidas criaturas de vuestra pequeña Tierra esperarán en vano su regreso, el que había sido pronosticado valiéndose de observaciones incompletas. En ese caso, nosotros, que hemos seguido con el pensamiento al cometa errante en su viaje por regiones desconocidas, tal vez encontremos un mundo invisible a las miradas terrestres, inimaginable para los espíritus que habitan la Tierra, inconcebibles aún para sus pensamientos, puesto que será el escenario de maravillas inexploradas.


Hemos llegado al mundo estelar, a ese mundo deslumbrante de grandes soles que resplandecen en el espacio infinito y que son las brillantes flores que componen el jardín magnífico de la Creación. Sólo cuando hayamos llegado a ese sitio sabremos el lugar que ocupa la Tierra.




La Vía Láctea

32. Durante las hermosas noches estrelladas y sin luna, todos hemos observado ese fulgor blanquecino que atraviesa el cielo de un extremo al otro, al que los antiguos, por su apariencia lechosa, bautizaron con el nombre de Vía Láctea. En los tiempos modernos ese fulgor difuso fue explorado detenidamente por el telescopio, y así fue como el camino de polvo de oro o el río de leche de la antigua Mitología se transformó en un vasto campo de maravillas desconocidas. Gracias a las investigaciones de los observadores se llegó a conocer su naturaleza, y allí donde nuestra mirada sólo distingue una débil claridad se descubrieron una infinidad de soles más luminosos e importantes que el nuestro.

33. La Vía Láctea es, en efecto, una campiña sembrada con flores solares o planetarias que brillan en la vastedad. Nuestro Sol, y todos los cuerpos que lo acompañan, forma parte de esos mundos refulgentes que componen la Vía Láctea. Pero, a pesar de sus dimensiones gigantescas con relación a la Tierra y a la vastedad de su imperio, él ocupa un lugar poco apreciable en la Creación. Podemos contar unos treinta millones de soles parecidos a él que gravitan en esta inmensa región, alejados unos de otros por una distancia de más de cien mil veces el radio de la órbita terrestre.

34. Mediante esta cifra aproximativa, podremos juzgar la extensión de esta región sideral y la relación que existe entre nuestro sistema y la universalidad de los sistemas que la ocupan. Se podrá determinar, asimismo, la pequeñez del dominio solar y, con mayor razón, la exigüidad de nuestra Tierra. ¡Cuál sería la relación si considerásemos a los seres que la pueblan! Digo exigüidad, ya que nuestras aseveraciones se aplican no solamente a la extensión material o física de los cuerpos que estudiamos -lo que sería insuficiente- sino, y sobre todo, a la jerarquía moral de habitación, al grado que tienen en la escala universal de los seres. La Creación se muestra en toda su majestad, creando y propagando manifestaciones de vida e inteligencias en derredor del mundo solar y en todos los sistemas que existen por doquier.

35. Conocemos de esta manera la posición que ocupa nuestro Sol y la Tierra en el mundo estelar, pero estas consideraciones adquieren aún más peso si reflexionamos sobre la importancia de la Vía Láctea, que representa apenas un punto insignificante e inapreciable en la inmensidad de las creaciones siderales, sólo es una entre miles. Si se nos presenta más vasta y rica que las demás es porque nos rodea y la tenemos en toda su extensión frente a nuestros ojos, mientras que las otras, perdidas en las profundidades insondables, apenas se dejan ver.

36. Sabiendo que la Tierra poco o casi nada es en el sistema solar, y éste, igualmente, poca cosa representa en la Vía Láctea, la cual, a su vez, nada o casi nada significa en la universalidad de las nebulosas, así como esa universalidad es muy poca cosa en relación con el inmenso infinito, comenzaremos a comprender realmente qué es la Tierra.




Las estrellas fijas

37. Las estrellas llamadas fijas, que constelan los dos hemisferios del firmamento, no están exentas de las atracciones exteriores, como se supone generalmente. Por el contrario, pertenecen todas a una misma aglomeración de astros estelares. Esta aglomeración constituye la gran nebulosa de la cual formamos parte y cuyo plano ecuatorial que se proyecta hacia el cielo ha recibido el nombre de Vía Láctea. Todos los soles que la componen son solidarios entre sí: sus múltiples influencias actúan en perpetuidad uno sobre otro y la gravedad universal los reúne a todos en una misma familia.

38. Estos diversos soles, en su mayor parte se encuentran como el nuestro: rodeados de mundos secundarios a los que iluminan y fecundan por las mismas leyes que presiden la vida en nuestro sistema planetario. Unos, como Sirio, son miles de veces más magníficos en dimensiones y riquezas que el nuestro y su papel es mucho más importante en el Universo, al igual que los planetas que los rodean son más numerosos y superiores que el nuestro. Otros difieren en gran manera por sus funciones estelares. De ahí que un cierto número de soles, verdaderos gemelos del orden sideral, se encuentren acompañados por sus hermanos de igual edad y formen en el espacio sistemas binarios, a los cuales la Naturaleza otorgó funciones diferentes de las que cumple nuestro Sol.7 En ellos, los años no se miden según los mismos períodos ni los días por los mismos soles. Esos mundos iluminados por una doble antorcha recibieron en suerte condiciones de existencia inimaginables para quienes no han salido de ese pequeño mundo terrestre. Otros astros, sin séquito, privados de planetas, recibieron los mejores elementos de habitabilidad que se hayan dado. Las leyes de la Naturaleza están diversificadas en la inmensidad, y si la unidad es la llave del Universo, la variedad infinita es el atributo eterno.

39. A pesar del número prodigioso de estrellas y sistemas, pese a las distancias que separan a unas y a otros, todos pertenecen a la misma nebulosa estelar. Los telescopios más poderosos apenas los escudriñan y las concepciones más audaces de la imaginación no son capaces de salvar tamaña extensión y, sin embargo, esta nebulosa es una sola unidad en el conjunto de las nebulosas que componen el mundo sideral.

40. Las estrellas llamadas fijas no están inmóviles en la inmensidad. Las constelaciones que se imaginaron en la bóveda del firmamento no son creaciones simbólicas reales. La distancia que hay desde la Tierra y la perspectiva utilizada para medir el Universo desde nuestro mundo son las 7. En astronomía se las llama estrellas dobles. Se trata de dos soles: uno gira alrededor del otro, como un planeta alrededor de un sol. ¡De qué espectáculo magnífico y extraño deben gozar los habitantes de los mundos que componen esos sistemas iluminados por un doble sol! ¡Y qué diferentes deben ser allí las condiciones de vida! En una comunicación ulterior, el espíritu de Galileo agregó lo siguiente: “Hay, incluso, sistemas más complicados, en los que diferentes soles actúan como satélites uno del otro. Y en los mundos que iluminan, sus habitantes disfrutan de efectos de luz maravillosos, si tenemos en cuenta que, a pesar de su cercanía aparente, los núcleos habitados pueden circular entre éstos y recibir por turno ondas de luz de diferente coloración cuya reunión recompone la luz blanca.” [N. de A. Kardec.] dos causas de esta doble ilusión óptica (cap. V:12).

41. Hemos visto que todos los astros que titilan en la cúpula azul se encuentran encerrados en una misma aglomeración cósmica, en una misma nebulosa que vosotros llamáis Vía Láctea. Mas, a pesar de pertenecer al mismo grupo, estos astros poseen movimientos propios de traslación en el espacio, pues el reposo absoluto no existe en ningún sitio. Están regidos por las leyes universales de gravitación y giran en el espacio bajo el impulso incesante de esta inmensa fuerza. No siguen rutas trazadas por el azar, sino que siguen órbitas cerradas cuyo centro está ocupado por un astro superior. Para que comprendáis mis palabras con facilidad, hablaré de vuestro Sol en particular.

42. Gracias a investigaciones actuales, sabemos que el Sol no está fijo en un lugar determinado y que su posición no es central, como se creía en los primeros tiempos de la Astronomía, sino que avanza en el espacio llevando con él su vasto sistema planetario, sus satélites y cometas. Ahora bien, esta marcha no es fortuita ni al azar, no vaga por los espacio infinitos llevando a sus hijos y súbditos lejos de las regiones que le han sido asignadas. Su órbita es medida y concurrente con la de otros soles de su misma categoría que se hallan rodeados, como él, por un cierto número de tierras habitadas, gravitando, todos ellos, en torno de un sol central. Su movimiento de gravitación, al igual que el de sus soles hermanos, no es apreciable mediante observaciones anuales, ya que un gran número de períodos seculares apenas bastaría para determinar el tiempo de uno de sus años siderales.

43. El sol central que acabamos de mencionar es un mundo secundario en relación a otro más importante aún, alrededor del cual se realiza una marcha lenta y medida en compañía de otros soles del mismo orden. Podríamos constatar esta subordinación sucesiva de soles hasta que nuestra imaginación se fatigase de tanto ascender en la jerarquía, ya que no debemos olvidar que se pueden contar unos treinta millones de soles en la Vía Láctea, subordinados unos a otros como los engranajes gigantescos de un inmenso sistema.

44. Y estos astros, innumerables en cantidad, viven todos una vida solidaria, pues así como nada se encuentra aislado en la organización de vuestro pequeño mundo terrestre, nada tampoco está aislado en el Universo inconmensurable. Al ojo investigador del filósofo que supiese abarcar el cuadro que se despliega a través del espacio y el tiempo, estos sistemas de sistemas, vistos a distancia, le parecerían polvo de perlas de oro levantado en torbellino por el soplo divino que hace rodar los mundos siderales en los cielos, como los vientos agitan a las arenas del desierto. ¡No más inmovilidad, no más silencio ni más noche! El gran espectáculo que se desarrollaría así ante nuestros ojos sería el de la Creación real, inmensa y llena de vida etérea que abarca en el conjunto inmenso la visión infinita del Creador. Pero hasta ahora hemos hablado únicamente de una nebulosa. Sus millones de soles, sus millones de mundos habitados sólo constituyen -como ya lo hemos dicho-, una isla en el archipiélago infinito.




Los desiertos del espacio

45. Un desierto inmenso y sin límites se extiende más allá de la aglomeración estelar mencionada, rodeándola. Las soledades suceden a las soledades, las planicies inconmensurables de vacío se extienden a lo lejos. Las aglomeraciones de materia cósmica se encuentran aisladas en el espacio, son como las islas flotantes de un inmenso archipiélago. Si se quiere tener una idea de la enorme distancia que separa al conglomerado de estrellas del que formamos parte de los conjuntos más cercanos, es preciso saber que esas islas estelares son escasas y están diseminadas en el vasto océano de los cielos y que la extensión que separa a una de otras es incomparablemente mayor a sus respectivas dimensiones. Ahora bien, recordemos que la nebulosa estelar mide, en números redondos, mil veces la distancia de las estrellas más próximas tomadas unitariamente, es decir, alrededor de 557.207 trillones de kilómetros (557.207.000.000.000.000.000.000 ). La distancia que se extiende entre ellas es mucho mayor aún, por lo cual no podría expresarse en números que fuesen accesibles a la comprensión de nuestros espíritus. Sólo la imaginación en sus concepciones más elevadas es capaz de alcanzar esa prodigiosa inmensidad, esas soledades mudas y privadas de toda apariencia de vida y enfrentar la idea de esa infinitud relativa.

46. Sin embargo, ese desierto celeste que envuelve a nuestro Universo sideral y que parece extenderse como los confines últimos de nuestro mundo estelar, está abrazado por la vista y el poderío infinito del Altísimo, quien ha desarrollado la trama de su creación ilimitada más allá de nuestros cielos.

47. Más allá de estas vastas soledades hay mundos que resplandecen en su magnificencia, al igual que en las regiones accesibles a las investigaciones humanas. Más allá de esos desiertos, espléndidos oasis bogan en el límpido éter y renuevan sin cesar escenas admirables de existencia y vida. Allá se despliegan los conglomerados lejanos de la sustancia cósmica que el ojo profundo del telescopio entrevé a través de las regiones transparentes de vuestro cielo, esas nebulosas que vosotros llamáis irresolubles y que os parecen ligeras nubes de polvo blanco perdidas en un sitio desconocido del espacio etéreo. Allá se desarrollan y revelan nuevos mundos, cuyas condiciones diferentes y extrañas de las inherentes a vuestro planeta les otorgan una vida que ni vuestras percepciones podrían imaginar ni vuestros estudios constatar. Es allí donde resplandece en toda su plenitud el poder creador. Para quien llegase de las regiones ocupadas por vosotros las leyes serían nuevas, así como las fuerzas resultantes de las mismas y que rigen las manifestaciones de la vida, tanto como las rutas nuevas que se siguen en esos ámbitos extraños habrán de abrirle perspectivas desconocidas.8 8. En Astronomía se da el nombre de nebulosas irresolubles a aquellas en que aún no ha sido posible distinguir las estrellas que la componen. En un comienzo se las consideró aglomeraciones de materia cósmica en proceso de condensación para formar mundos, pero hoy se piensa que esta apariencia se debe a la lejanía y que, ayudados por instrumentos más poderosos, todas serían resolubles. Una comparación familiar podrá darnos una idea, sin bien imperfecta, de cómo son las nebulosas resolubles: son como los grupos de chispas lanzados por una bomba de artificio en el instante de su explosión. Cada una de estas chispas representaría una estrella, y el conjunto sería la nebulosa o grupo de estrellas reunidas en un punto del espacio, sujetas a una ley común a atracción y movimiento. Vistas a una cierta distancia, esas chispas apenas se distinguen, pero en grupo presentan el aspecto de una pequeña nube de humo. Esta comparación sería exacta si se tratase de masas de materia cósmica condensada. Nuestra Vía Láctea es una de esas nebulosas. Cuenta aproximadamente con treinta millones de estrellas o soles, que no ocupan menos de varios cientos de trillones de kilómetros de extensión y, sin embargo, no es la de mayor tamaño. Suponiendo sólo un promedio de veinte planetas habitados por cada sol, ello representaría alrededor de seiscientos millones de planetas para nuestro grupo. Si pudiésemos viajar desde nuestra nebulosa hacia otra, nos hallaríamos rodeados como en la nuestra, pero por un cielo estrellado de aspecto diferente. Ésta, a pesar de sus dimensiones colosales en relación a nosotros, parecería de lejos una pequeña mancha lenticular perdida en el infinito. Pero antes de alcanzar la nueva nebulosa, seríamos como el viajero que abandona una ciudad y recorre un vasto país deshabitado antes de llegar a otra ciudad. Habríamos atravesado espacios inconmensurables sin estrellas ni planetas: lo que Galileo denominó desiertos del espacio. A medida que avanzásemos, veríamos a nuestra nebulosa escurrirse a nustras espaldas, disminuyendo de extensión ante nuestros ojos y, al mismo tiempo, delante nuestro se presentaría aquella hacia la cual nos dirigimos, cada vez más claramente, similar a la masa de chispas de los fuegos artificiales. Al transportarnos con el pensamiento a las regiones del espacio situadas más allá del archipiélago de nuestra nebulosa, veríamos alrededor nuestro millones de archipiélagos similares y de formas diversas, cada uno compuesto por millones de soles y cientos de millones de mundos habitados. Todo lo que nos ayude a identificarnos con la inmensidad de la extensión y la estructura del Universo contribuirá a ampliar las ideas, limitadas al máximo por culpa de las creencias vulgares. Dios se agiganta ante nuestros ojos a medida que comprendemos mejor la grandeza de sus obras y nuestra pequeñez. Estamos lejos del Génesis mosaico que convertía a nuestro planeta en la creación principal de Dios y a sus habitantes en los únicos depositarios de su solicitud. Vemos la vanidad de los hombres que creen que todo ha sido creado para ellos en el Universo y la de quienes osan discutir la existencia del Ser Supremo. Dentro de algunos siglos causará asombros que una religión edificada para glorificar a Dios lo haya rebajado a proporciones tan mezquinas y rechazado como concepción demoníaca los descubrimientos que debían aumentar la admiración por su omnipotencia, al iniciarnos en los grandiosos misterio de la Creación. Se sorprenderán más aún cuando sepan que el rechazo se debía a que dichos descubrimientos emanciparían al espíritu de los hombres y, en consecuencia, restarían preponderancia a quienes se autodenominaban los representantes de Dios en la Tierra. [N. de A. Kardec.]




Sucesión eterna de los mundos

48. Hemos visto que para asegurar la estabilidad eterna hay una sola ley primordial y general, la cual es perceptible por nuestros sentidos mediante muchas acciones particulares a las cuales llamamos fuerzas rectoras de la Naturaleza. Veremos ahora cómo esta ley suprema asegura la armonía universal en su doble aspecto de eternidad y espacio.

49. Si nos remontamos al origen de las aglomeraciones primitivas de sustancias cósmicas, observaremos que bajo el imperio de esta ley la materia sufre transformaciones necesarias que la llevarán del germen al fruto maduro y que, bajo el impulso de las diversas fuerzas originadas en esta ley, recorre la escala de sus revoluciones periódicas: primero, centro fluídico de los movimientos. Posteriormente, generador de mundos. Y finalmente, nudo central y atractivo de las esferas que han nacido de su seno. Sabemos ya que estas leyes presiden la historia del Cosmos. Lo que importa conocer ahora es que también presiden la destrucción de los astros, ya que la muerte no es sólo una metamorfosis del ser vivo, sino también una transformación de la materia inanimada, y, si es correcto decir, en sentido literal, que la vida sólo es afectada por la apariencia engañosa de la muerte, también lo es agregar que la sustancia debe necesariamente sufrir las transformaciones inherentes a su constitución.

50. Tomemos un mundo que haya recorrido todo el tiempo de vida que su organización especial le permitió vivir: El hogar interior de su existencia se apagó, los elementos perdieron su virtud primitiva y los fenómenos materiales, que para producirse reclamaban la presencia y la acción de las fuerzas correspondientes a ese mundo, ya no pueden presentarse más, porque el incentivo para su actividad no posee ya el punto de apoyo que le otorga toda su fuerza. Ahora bien, ¿creeremos que este astro apagado y sin vida continuará gravitando en los espacios celestes sin meta, como una ceniza en el torbellino de los cielos? ¿Se pensará que seguirá inscrito en el libro de la vida universal cuando ya no es más que algo muerto y exento de significado? No. Las mismas leyes que lo elevaron por sobre el tenebroso caos y le atribuyeron los esplendores de la vida, las mismas fuerzas que lo rigieron durante los siglos de su adolescencia, que afirmaron sus primeros pasos en la existencia y que lo condujeron a la edad madura y a la vejez, presidirán la desagregación de sus elementos constitutivos para devolverlos al laboratorio de donde el poder creador obtiene sin cesar las condiciones para la estabilidad general. Estos elementos volverán a la masa común del éter para unirse a otros cuerpos o para regenerar otros soles. Esta muerte no será un hecho inútil para ese astro ni para sus hermanos. Renovará, en otras regiones, otras creaciones de naturaleza diferente, y allí donde los sistemas de mundos desaparecieron, renacerá pronto un nuevo jardín con flores más brillantes y perfumadas.

51. De esta forma, la eternidad real y efectiva del Universo está asegurada por las mismas leyes que dirigen las operaciones del tiempo, y así los mundos suceden a los mundos y los soles a los soles sin que el inmenso mecanismo de los vastos cielos sea jamás entorpecido en sus gigantescos móviles. Allí donde vuestros ojos admiran espléndidas estrellas en la bóveda nocturna, allí donde vuestro espíritu contempla los resplandores magníficos que brillan en los espacios lejanos, hace ya mucho que la muerte apagó esas irradiaciones que, incluso, acogió nuevas creaciones aún desconocidas por nosotros. La inmensa lejanía de esos astros hace que la luz que nos envían tarde miles de años en llegar hasta nosotros y que en el presente recibamos los rayos que nos han enviado mucho antes de la creación de la Tierra, así como que los admiremos aún durante miles de años después de su desaparición real.9 9. Este es un efecto producido por el tiempo que tarda la luz en atravesar el espacio. Su velocidad es de 300.000 kilómetros por segundo: desde el Sol tarda en llegar ocho minutos y trece segundos. De ahí que si ocurre un fenómeno en la superficie del Sol lo percibiremos ocho minutos después y, por la misma razón, lo ¿Qué significan los seis mil años de la Humanidad histórica frente a los períodos seculares? Algunos segundos de vuestros siglos. ¿Qué valor poseen vuestras observaciones astronómicas en relación con el estado absoluto del mundo? La sombra eclipsada por el Sol.

52. Entonces reconozcamos, en éste como en nuestros otros estudios, que la Tierra y el hombre son nada en relación con el todo y que las más colosales operaciones de nuestro pensamiento poseen una extensión imperceptible en comparación con la inmensidad y eternidad de un Universo que no termina nunca. Cuando esos períodos de nuestra inmortalidad hayan pasado para nosotros. Cuando la historia actual de la Tierra nos parezca una sombra vaporosa en lo más recóndito de nuestros recuerdos. Cuando hayamos habitado durante incontables siglos los diversos grados de nuestra jerarquía cosmológica. Cuando los dominios más lejanos de las edades futuras hayan sido recorridos por innumerables peregrinaciones, tendremos aún por perspectivas la sucesión ilimitada de mundos y la eternidad inmóvil.




La vida universal


53. La inmortalidad de las almas, que es la base del mundo físico, pareció imaginaria a ciertos pensadores prejuiciados. Irónicamente la calificaron de inmortalidad viajera, sin comprender que sólo ella era cierta frente al espectáculo de la Creación. Sin embargo, es posible hacer comprender toda su grandeza, casi diría toda su perfección.

54. Sabemos, con certeza, que las obras de Dios son creaciones del pensamiento y la inteligencia y que los mundos son la residencia de los seres que los contemplan y descubren en ellos, tras los velos, el poder y la sabiduría de quien los creó. Pero lo que interesa conocer es que las almas que los pueblan son solidarias entre sí.

55. La inteligencia humana deberá esforzarse mucho para imaginar a esos mundos radiantes que brillan en la extensión como simples masas de materia inerte y sin vida. Le costará trabajo concebir que en esas regiones lejanas haya magníficos crepúsculos, noches espléndidas, soles fecundos y días plenos de luz. Valles y montañas donde las profundidades múltiples de la Naturaleza han desplegado toda su esplendente pompa, y dificultosamente podrá imaginar que el espectáculo divino con el cual el alma puede fortalecerse como con su propia vida, se encuentre desprovisto de sentido y privado de un ser pensante que pueda llegar a comprenderlo.

56. Mas, a esta idea eminentemente justa de la Creación, debemos agregar el principio de la Humanidad solidaria, pues en él reside el misterio de la eternidad futura. Una misma familia humana fue creada en la universalidad de los mundos, y a esos mundos los unen lazos fraternos, aún desconocidos por vosotros. Esos astros que armonizan en sus vastos sistemas no están habitados por inteligencias extrañas unas de otras, sino por seres marcados en la frente con el mismo destino, quienes volverán a encontrarse en algún momento de acuerdo a sus funciones de vida y se buscarán siguiendo sus simpatías mutuas. Es la gran familia del espíritu divino que abarca la extensión de los cielos y que permanece como el tipo primitivo y final de perfección espiritual.

57. ¿Por qué extraña aberración se creyó necesario negar a las vastas regiones de éter la inmortalidad de la vida, encerrándola en un límite inadmisible con un criterio dual opuesto? ¿El conocimiento del auténtico sistema del mundo debía preceder a la doctrina dogmática y la ciencia a la teología? ¿Será que la teología permanecerá extraviada hasta tanto no se fundamente sobre la metafísica? La respuesta es fácil y nos muestra que la nueva filosofía se ha de establecer sobre las ruinas de la antigua, porque sus fundamentos se elevarán victoriosos por encima de los antiguos errores. __________ observaremos ocho minutos después de haber cesado. Si en razón de su lejanía la luz de una estrella tarda mil años en llegar a nosotros, observaremos a esta estrella recién a los mil años de formada (ver para la explicación y descripción completa de este fenómeno en la Revista Espírita de marzo y mayo de 1867, el artículo “Lumen” de Camille Flammarion.) [N. de A. Kardec.]




Diversidad de mundos

58. Habéis seguido nuestras excursiones celestes y visitado con nosotros las regiones inmensas del espacio. Ante nuestros ojos los soles sucedían a los soles, los sistemas a los sistemas, las nebulosas a las nebulosas. El panorama espléndido de la armonía cósmica se desplegó delante de nuestros pasos. Hemos recibido un anticipo de la idea de lo infinito, mas lo comprenderemos en su magnitud total conforme a nuestro grado de perfección en el futuro. Los misterios del éter revelaron su enigma, hasta hoy indescifrable, y hoy tenemos, al menos, la noción de la universalidad de las cosas. Ahora, es necesario detenernos y reflexionar.

59. Haber reconocido la pequeñez de la Tierra y su mediocridad en la jerarquía de los mundos es un adelanto. Haber abatido la fatuidad humana, a la que somos tan proclives, es otro paso hacia adelante. Pero aún nos falta interpretar en su faz moral el espectáculo que acabamos de presenciar. Deseo hablar del poder infinito de la Naturaleza y de la idea que debemos tener de su modo de accionar en las diversas partes del vasto Universo.

60. Habituados como estamos a juzgar a las cosas en comparación con nuestra y pequeña residencia, nos imaginamos que la Naturaleza no ha podido o no ha debido actuar en otros mundos sino por medio de las reglas conocidas aquí. Ahora bien, es precisamente este juicio el que debemos reformar. Detened vuestros ojos en una región cualquiera de vuestro mundo y en una de las tantas creaciones de vuestra Naturaleza, ¿no veis vosotros el sello de una diversidad infinita y la prueba de una actividad sin igual? ¿No reconocéis, acaso, en el ala de un pequeño pájaro de las Canarias o en el pétalo de un botón de rosa entreabierto la fecundidad prestigiosa de esta bellísima Naturaleza? Vuestros estudios pueden elevarse a los seres que planean en los aires, descender a la violencia de los prados y llegar a las profundidades del océano, y por doquier leeréis esta verdad universal: La Naturaleza omnipotente actúa según los lugares, los tiempos y las circunstancias. Es una en su armonía general, pero múltiple en sus efectos. Interviene tanto en el Sol como en la gota de agua. Puebla de seres vivos un mundo inmenso con la misma facilidad con que abre al huevo que deposita la mariposa en el otoño.

61. Ahora bien, si tal es la variedad que la Naturaleza pudo plasmar en los diferentes lugares de este pequeño mundo tan estrecho y limitado, ¡cuánto más debéis ampliar esa concepción al imaginar las perspectivas de los vastos mundos! ¡Cuánto más debéis desarrollarlas y reconocer su enorme poder si la aplicamos a los maravillosos mundos que, en mayor medida aún que en la Tierra, atestiguan su incognoscible perfección! No imaginéis alrededor de los soles del espacio sistemas parecidos a vuestro sistema planetario. No penséis que en otros planetas desconocidos existirán los tres reinos naturales que tenéis en el vuestro. Pero pensad que así como no existe un rostro humano idéntico a otro en toda la especie humana, así también una diversidad prodigiosa e inimaginable fue esparcida en las residencias eternas que bogan en el seno de los espacios. Debido a que vuestra Naturaleza animada comienza en el zoófito y concluye en el hombre. En razón de que la atmósfera alimenta la vida terrestre y el elemento líquido la renueva sin cesar, así como vuestras estaciones producen fenómenos que las dividen, no deduzcáis que los millones de millones de tierras que se desplazan por el espacio sean parecidas a la vuestra. Lejos de eso, difieren según las diferentes condiciones que les son propias y de acuerdo a su papel respectivo en el escenario del mundo. Son como las piedras preciosas que componen un gigantesco mosaico, como las flores diversificadas de un admirable jardín.





CAPÍTULO VII - Esbozo geológico de la Tierra



Períodos geológicos

1. La Tierra conserva las huellas evidentes de su formación. Gracias a las diferentes capas que componen su corteza podemos conocer sus etapas con suma precisión. El conjunto de estos estudios constituyen la Geología, ciencia de este siglo que aclara el espinoso problema del origen de nuestro planeta y el de los seres vivos que lo habitan. No se trata de hipótesis. Es el resultado riguroso de la observación de los hechos, ante cuya presencia la duda ya no tiene más cabida. La historia de la formación del mundo está escrita en las capas geológicas, de una manera mucho más certera que en los libros preconcebidos, porque es la Naturaleza misma quien habla y se revela a sí misma y no la imaginación humana que crea sistemas. Donde se ven huellas de fuego, se puede asegurar con certeza que hubo fuego; donde se distinguen rastros de agua, se sabe que allí existió agua; donde aparecen restos animales se puede establecer que en ese sitio vivieron animales. La Geología saca conclusiones de lo que ve. En caso de duda, no asegura nada: emite únicamente opiniones discutibles cuya solución definitiva esperará observaciones más completas. Sin los descubrimientos de la Geología, como sin aquellos que aportó la Astronomía, el génesis del mundo estaría aún entre las tinieblas de la leyenda. Gracias a la Geología, el hombre de hoy conoce la historia de su planeta y el andamiaje de fábulas que rodeaban a su origen se derrumbó para no levantarse más.

2. En todo terreno donde existan excavaciones naturales o practicadas por el hombre, se observa lo que se ha dado en llamar estratificaciones, es decir, capas superpuestas. Los terrenos que presentan esta disposición son llamados terrenos estratificados. Estas capas, de espesor muy variable, desde algunos centímetros hasta cientos de metros o más, se distinguen entre sí por el color y la naturaleza de la sustancia que las componen. Los trabajos arqueológicos, la perforación de pozos, la explotación de canteras y sobre todo las minas han permitido observarlas hasta profundidades considerables.

3. Las capas son generalmente homogéneas, es decir, que cada una está formada por una o por diversas sustancias que existieron juntas y que han constituido un todo compacto. La línea de demarcación que las separa siempre está trazada con claridad, como los cimientos de un edificio: en ningún punto se mezclan ni confunden sus límites, como ocurre, por ejemplo, con los colores del prisma y del arco iris. En razón de estas características, sabemos que fueron formadas sucesivamente, depositadas una sobre la otra en condiciones y por motivos diferentes. Las más profundas se formaron obviamente primero y las más superficiales con posterioridad. La última de todas, aquella que conforma la superficie, es el estrato de tierra vegetal que debe sus propiedades a los detritus de materias orgánicas provenientes de las plantas y los animales.

4. Los estratos inferiores, ubicados por debajo de la capa vegetal, reciben en Geología el nombre de rocas, palabra que en esta acepción no implica necesariamente una sustancia pedregosa, sino que se aplica a un lecho o banco de una sustancia mineral cualquiera. Algunos están formados por arena, arcilla, tierra gredosa, marga y cantos rodados; otros por piedras de mayor o menor dureza, tales como la arenisca, mármol, tiza, caliza, pedernal, carbón de piedra, asfaltita, etc. Del espesor de la roca, dependerá su solidez. Observando la naturaleza de estas rocas o estratos, se pueden apreciar señales concretas de sus diversos orígenes: unas, provienen de materias fundidas, a veces vitrificadas por la acción del fuego; otras, de sustancias terrosas depositadas por las aguas. Algunas de estas sustancias permanecieron disgregadas, como la arena; otras, en principio pastosas, por la acción de ciertos agentes químicos o por otras causas, se endurecieron y adquirieron con el tiempo la consistencia de la piedra. Los bancos de piedras superpuestas son signos de depósitos sucesivos. El fuego y el agua intervinieron en la formación de los materiales que componen la corteza sólida del planeta.

5. La dirección horizontal es la posición normal de los estratos terrosos o pedregosos provenientes de depósitos de agua. Cuando vemos esas inmensas planicies, perfectamente horizontales, unidas como si hubiesen sido niveladas con un rodillo, extenderse hasta perderse de vista, o a esos valles tan planos como la superficie de un lago, podemos asegurar que en una época más o menos remota esos sitios se hallaron cubiertos por aguas calmas, las cuales, al retirarse, dejaron en seco a las tierras que ellas mismas depositaron durante su estancia. Después del retiro de las aguas, la vegetación cubrió esas tierras. Si en vez de tierras grasas, limosas, arcillosas o margosas, con propensión a asimilar los principios nutritivos, las aguas sólo hubiesen depositado arenas silíceas, sin agregación, las planicies serían arenosas y áridas y constituirían landas y desiertos. Los depósitos que dejan las inundaciones parciales y los que forman los terrenos o deltas en la desembocadura de los ríos, pueden darnos una idea en pequeña escala.

6. Aunque la horizontalidad sea la posición clásica y más generalizada en las formaciones acuosas, se ven a menudo, en los países montañosos y ocupando extensiones considerables, rocas duras cuya naturaleza indica que fueron formadas por las aguas y cuya posición es inclinada e incluso vertical. Ahora bien, según las leyes de gravedad y equilibrio de los espíritus, los depósitos acuosos sólo pueden formarse en planos horizontales, ya que cuando se formaran en planos inclinados las corrientes y el propio peso los llevaría hacia el fondo. Por tanto, resulta evidente que estos depósitos fueron elevados por alguna fuerza. Con posterioridad a su solidificación o transformación en piedra. De estas consideraciones podemos deducir con certeza que las capas pedregosas originadas en depósitos de agua cuya posición es perfectamente horizontal, fueron formadas en el transcurso de muchos siglos por aguas tranquilas, y siempre que presenten una posición inclinada se deberá a que el suelo fue sacudido y dislocado con posterioridad por la acción de movimientos generales o parciales de mayor o menor consideración.

7. Un hecho característico de la mayor importancia, por el testimonio irrecusable que provee, es el hallazgo de restos fósiles1 de animales y vegetales que en gran número se hallan en las diversas capas. Encontramos estos restos incluso en las piedras más duras, de lo cual se deduce que la existencia de estos seres es anterior a la formación de las mismas piedras. Ahora bien, si pensamos 1. Fósil: del latín fossilia, derivado de fossa, fosse y de fodere, cavar, escarbar la tierra. Esta palabra designa en Geología a los cuerpos o restos de cuerpos organizados de seres que vivieron con anterioridad a los tiempos históricos. Por extensión se designa también con ella a las sustancias minerales que presentan huellas de la presencia de seres organizados, tales como huellas de vegetales o de animales. La palabra petrificación sólo se emplea para los cuerpos transformados en piedra, hecho que se produce por la infiltración de materias silíceas o calcáreas en los tejidos orgánicos. Todas las petrificaciones son necesariamente fósiles, mas todos los fósiles no son petrificaciones. Ciertos objetos, al estar sumergidos en aguas de sustancias calcáreas, se cubren de una capa pedregosa, como los que se pueden hallar en el riacho de Saint-Allyre, cerca de Clermont, en Auvernia, pero, en ese caso, no se trata de petrificaciones, sino de simples incrustaciones. Los monumentos, inscripciones y objetos de fabricación humana son del dominio de la arqueología. [N. de A. Kardec.] en el número increíble de siglos que fueron necesarios para operar el endurecimiento y llevarlas al estado en que se encuentran desde tiempo inmemorial, se llega forzosamente a esta conclusión: la aparición de los seres orgánicos sobre la Tierra se pierde en la noche de los tiempos y es muy anterior, en consecuencia, a la fecha asignada por el Génesis.

8. Entre estos restos vegetales y animales, hay algunos que sufrieron la penetración, en todas sus partes, de materias silíceas o calcáreas, que los convirtieron en piedras, algunas tan duras como el mármol, mas todo ello sin que su forma se haya visto alterada: éstas son las verdaderas petrificaciones. Otros se recubrieron de materia no solidificada, están intactos y, algunos, se alojan totalmente en las piedras más duras. Otros sólo dejaron huellas de una nitidez y delicadeza perfecta. En el interior de ciertas piedras se hallaron hasta huellas de pisadas, y según la forma del pie, dedos o uñas, se puede saber a qué especie animal pertenecieron.

9. Los fósiles animales comprenden sólo las partes sólidas y resistentes, es decir, los huesos, caparazones y astas. A veces se trata de esqueletos completos, pero, generalmente, son partes separadas, aunque es fácil reconocer el origen. Inspeccionando una mandíbula o un diente se sabe inmediatamente si perteneció a un animal herbívoro o carnívoro. Como todas las partes del animal guardan una correlación entre sí, la forma de la cabeza, de un omóplato, el hueso de una pata, de un pie, son suficientes para determinar la talla, la forma general y el género de vida del animal.2 Los animales terrestres poseen una organización que no permite confundirlos con los animales acuáticos. Los peces y las valvas fósiles son muy numerosos, y las valvas, solas, forman a veces bancos de considerable espesor. Por su naturaleza, se reconoce fácilmente si pertenecieron a animales de mar o de río.

10. Los cantos rodados constituyen en ciertas regiones aglomeraciones importantes que son un indicio inequívoco de su origen. Son redondeados como los guijarros que pueblan las playas marítimas y su forma se debe al roce de las aguas. Las comarcas en que se encuentran enterrados en gran cantidad fueron sin duda ocupadas mucho tiempo por algún océano o aguas violentamente agitadas.

11. Los terrenos de las diversas formaciones se caracterizan, además, por la naturaleza de los fósiles que encierran. Los más antiguos contienen especies animales o vegetales extinguidas en la superficie terrestre. Ciertas especies más recientes también han desaparecido, pero se conservan sus pares, que sólo difieren de sus predecesores por la talla y algunas variantes de forma. Otros, en quienes vemos a los últimos representantes, se hallan en vías de desaparecer, son los casos del elefante, el rinoceronte, el hipopótamo y otros. Así es que a medida que las capas terrestres se aproximan a nuestra época, las especies vegetales y animales se acercan también a las que existen hoy. Las perturbaciones y los cataclismos que desde el origen de la Tierra tuvieron lugar, cambiaron las condiciones de aptitud para la conservación de la vida e hicieron desaparecer generaciones enteras de seres vivos.

12. Al estudiar la naturaleza de las capas geológicas, se sabe de manera positiva si en la época de su formación la comarca que las comprende estaba ocupada por el mar, por lagos, bosques o planicies pobladas por animales de tierra. Si en una misma comarca encontramos una serie de capas superpuestas conteniendo alternativamente fósiles marinos, terrestres y de agua dulce de una manera reiterada, tendremos la prueba indiscutible de que esta misma comarca estuvo invadida en diversas oportunidades por el mar, cubierta por lagos y también desprovista de agua. ¡Y qué número increíble de siglos, de miles de siglos tal vez, fue preciso para que cada período se cumpliese! ¡Qué fuerza poderosa habrá debido actuar para trasladar y colocar de nuevo un océano o para levantar las montañas! ¡Por cuántas revoluciones físicas, por cuántas conmociones violentas debe haber pasado la Tierra hasta llegar a ser tal cual la vemos desde los tiempos históricos! ¡Y se quiere sostener que se ha puesto en esa transformación menos tiempo del que necesita una simiente para germinar! 2. Georges Cuvier llevó la ciencia paleontológica a un grado de adelanto tal, que un solo hueso basta a menudo para determinar el género, la especie, la forma del animal, sus hábitos y para reconstruirlo íntegro. [N. de A. Kardec.]

13. El estudio de las capas geológicas atestigua -tal cual ha sido dicho- las formaciones sucesivas que cambiaron el aspecto del globo y dividen su historia en varios períodos. Estas épocas constituyen los períodos geológicos, cuyo conocimiento es esencial para la comprensión del génesis. Contamos seis períodos principales, a saber: período primario, de transición, secundario, terciario, diluviano, posdiluviano o actual. Los terrenos formados durante cada uno de estos períodos se denominan también: terrenos primitivos, de transición, secundarios, etc. Se dice así que tal o cual capa o roca, tal o cual fósil se encuentra en los terrenos de un determinado período.

14. Es necesario tener en cuenta que el número de estos períodos no es absoluto y que depende de los sistemas de clasificación. Los seis principales designados más arriba sólo comprenden aquellos períodos marcados por un cambio notable y general en el estado del planeta. Pero la observación prueba que varias formaciones sucesivas se operaron durante cada uno de ellos, motivo por el cual se los divide en subperíodos caracterizados por la naturaleza de los terrenos, siendo de veintiséis el número de formaciones generales bien caracterizadas, sin contar a las que provienen de modificaciones debidas a causas puramente locales.




Estado primitivo del globo

15. El achatamiento de los polos y otros hechos concluyentes señalan con certeza que la Tierra en su origen se hallaba en un estado de fluidez o pastosidad. La razón de este estado pudo haber sido la materia licuada por el fuego o empapada por el agua. El proverbio dice: “No hay humo sin fuego.” Esta proposición, rigurosamente cierta, es una aplicación del principio: No hay efecto sin causa. Por la misma razón, se puede decir: No hay fuego sin hogar. Ahora bien, por los hechos que ocurren en nuestra presencia, sabemos que un hogar debe producir fuego, no solamente humo. Como ese fuego viene del interior de la Tierra y no de lo alto, el hogar debe ser interior. Al ser el fuego permanente, también debe serlo el hogar. El calor aumenta a medida que se penetra en el interior de la Tierra. A una cierta distancia de la superficie alcanza una temperatura muy elevada. La temperatura de las fuentes termales será mayor según se origine a menor o mayor profundidad. Los destellos y masas de materiales fundidos e inflamados que se escapan de los volcanes, como de inmensos tragaluces, o por hendiduras producidas por ciertos temblores de tierra, no dejan duda alguna sobre la existencia de un fuego interior.

16. La experiencia demuestra que la temperatura se eleva un grado por cada treinta metros de profundidad: de donde se deduce que a una profundidad de 300 m., el aumento será de 10º; a 3.000 m., de 100º, temperatura del agua en ebullición; a 30.000 m., de 1.000º; a 99km., de más de 3.300º, temperatura que ninguna materia conocida puede resistir sin fusionarse. De allí hasta el centro hay todavía una distancia de más de 6.378 km., dado que el diámetro es de 12.756km., y todo ese espacio estaría ocupado por materias fundidas. Aunque sólo sea una conjetura, juzgando la causa por el efecto, presenta todos los caracteres de la probabilidad, llegándose a esta conclusión: la Tierra es aún una masa incandescente recubierta por una corteza sólida de 25 leguas como máximo de espesor, lo que representaría apenas la 120.ª parte de su diámetro. En proporción, no llegaría a corresponder siquiera al grosor de la más fina cáscara de naranja. Además, el espesor de la corteza terrestre es muy variable, ya que hay regiones, sobre todo en terrenos volcánicos, donde el calor y la flexibilidad del suelo indican un grosor de muy poca consideración. La elevada temperatura de las aguas termales también señala la vecindad del fuego central.

17. De acuerdo con esto, parece evidente que el estado primitivo de fluidez o pastosidad de la Tierra debe haber tenido por causa la acción del calor y no la del agua. Entonces, la Tierra era en su origen una masa incandescente, y como consecuencia de la radiación calórica, ocurrió lo que acontece a toda materia en fusión: poco a poco se fue enfriando y ese enfriamiento comenzó obviamente en la superficie, que se endureció, mientras que el interior permaneció en estado de fluidez. Se puede comparar a la Tierra con un pedazo de carbón, que al salir del horno es todo rojo, mas su superficie se apaga y enfría en contacto con el aire, mientras que, si se lo parte, su interior permanece aún incandescente.

18. Cuando el globo terrestre era una masa incandescente, contenía la misma cantidad de átomos que encierra hoy, sólo que, bajo la influencia de la elevada temperatura, la mayor parte de las sustancias que lo componen y que vemos bajo la forma de líquidos o sólidos, de tierra, piedras, metales y cristales, se hallaban en un estado muy diferente. Se limitaron a sufrir una transformación, y como consecuencia del enfriamiento y las aleaciones, los elementos formaron nuevas combinaciones. El aire, considerablemente dilatado, debió extenderse a través de una inmensa distancia. La totalidad del agua, forzosamente reducida a vapor, estaba mezclada con el aire. Todas las materias susceptibles de volatilizarse, como los metales, el azufre y el carbono, se hallaban en estado gaseoso. El estado de la atmósfera no se parecía en nada al actual. La densidad de todos esos vapores le prestaban una opacidad que no podía atravesar ningún rayo del Sol. Si hubiese podido existir en esa época un ser vivo sobre la superficie terrestre, sólo lo hubiera iluminado el destello siniestro del hornillo ubicado bajo sus pies, y la atmósfera abrasadora no hubiera siquiera sospechado la existencia del Sol.




Período primario

19. El primer efecto del enfriamiento fue la solidificación de la superficie exterior de la masa en fusión y la formación de una corteza resistente, delgada en un comienzo y que poco a poco se fue espesando. Esta corteza constituye la piedra denominada granito, extremadamente dura, llamada así por su aspecto granulado. En él distinguimos tres sustancias principales: el feldespato, el cuarzo o cristal de roca, y la mica. Ésta última posee brillo metálico, aunque no es un metal. El estrato granítico fue el primero en formarse. Cubre el planeta entero y constituye en cierta manera la osamenta: es el producto directo de la materia en fusión, consolidada. Sobre este estrato y en las cavidades que presenta su superficie escabrosa se fueron depositando, en sucesivas etapas, capas de otros terrenos formados con posterioridad. Lo que lo distingue de los últimos es la ausencia de estratificación: forma una masa compacta y uniforme en todo su espesor y no presenta capas. La agitación de la materia incandescente produjo numerosas y profundas hendiduras, por donde se desparramaba esta materia.

20. El segundo efecto del enfriamiento fue la licuefacción de ciertas materias que se hallaban en el aire en estado vaporoso y que se precipitaron a la superficie del suelo. Hubo entonces lluvias y lagos de azufre, de betún, verdaderos ríos de hierro, de cobre, plomo y otros metales fundidos. Esas materias, al infiltrarse en las fisuras, constituyeron las vetas y filones metálicos. Bajo la influencia de estos diferentes agentes, la superficie granítica experimentó descomposiciones alternativas: se produjeron aleaciones que dieron lugar a los terrenos primitivos propiamente dichos, diferentes de la roca granítica, pero en masas confusas y sin estratificación regular. Luego llegaron las aguas. Éstas caían sobre un suelo quemante que las evaporaba, volviendo ellas a caer en forma de lluvia torrencial, y así sucesivamente hasta que la temperatura les permitió permanecer en el suelo en estado líquido. Con la formación de los terrenos graníticos comenzó la serie de los períodos geológicos, a los que convendría agregar el de estado primitivo de incandescencia del globo.

21. Tal fue el aspecto de este primer período, verdadero caos de elementos en desorden en la búsqueda de un sitio definitivo, en el que ningún ser vivo podía existir. Por tal razón es que uno de sus caracteres geológicos distintivos es la ausencia total de restos vegetales y animales. Es imposible asignar una duración determinada a este primer período, como también ocurre con los siguientes. Pero, según el tiempo que pone un cuerpo esférico de un determinado volumen, calentado al rojo blanco, para que su superficie se enfríe al extremo de que una gota de agua pueda permanecer sobre él en estado líquido, se calcula que de tener ese pedazo de carbón el espesor de la Tierra tardaría más de un millón de años.




Período de transición

22. En los primeros tiempos del período de transición, la corteza sólida granítica tenía poco espesor y ofrecía apenas una débil resistencia a la agitación de las masas materiales incandescentes a las que recubría y comprimía. Se producían dilataciones y grietas numerosas por donde se desparramaba la lava interior. El suelo presentaba accidentes poco considerables. Las aguas, poco profundas, cubrían casi toda la superficie del globo, con excepción de las partes elevadas que formaban terrenos bajos frecuentemente sumergidos. El aire se fue purgando de las materias más pesadas, momentáneamente en estado gaseoso, las que al condensarse por efecto del enfriamiento se precipitaron a tierra para ser arrastradas y disueltas por las aguas. Cuando nos referimos al enfriamiento en esa época, es preciso entenderlo en un sentido relativo, es decir, en relación con el estado primitivo, ya que la temperatura debía ser aún abrasadora. Los espesos vapores acuosos, que se elevaban desde todas partes de la inmensa superficie líquida, caían en forma de lluvias abundantes y cálidas, oscureciendo el aire. Sin embargo, los rayos del Sol comenzaron a atravesar la atmósfera brumosa. El ácido carbónico, sustancia naturalmente gaseosa y una de las partes que constituían al aire, fue uno de los últimos elementos en desaparecer de la atmósfera.

23. En esta época comenzaron a formarse los terrenos sedimentados por las aguas cargadas de limo y materias diversas, aptas para la vida orgánica. Es entonces que aparecieron los primeros seres vivos de los reinos vegetal y animal. En un comienzo en pequeño número, pero se encuentran huellas más frecuentes de ellos a medida que se asciende en las capas de esta formación. Llama la atención que tan pronto como las condiciones fueron propicias, la vida se manifestó y cada especie apareció una vez producidas las condiciones necesarias para su existencia.

24. Los primeros seres orgánicos que aparecieron sobre la Tierra fueron los vegetales, de organización menos complicada, designados en Botánica con los nombres de criptógamos, acotiledóneos y monocotiledóneos, que son los líquenes, setas, musgos, helechos y plantas herbáceas. No existían aún árboles de tronco leñoso, pero había palmeras cuyo tronco esponjoso es similar al tallo de las hierbas. Los animales de este período, que sucedieron a los primeros vegetales, fueron exclusivamente de mar: en un comienzo han sido los políperos, los radiados y los zoófitos, animales cuya organización simple, y por así decirlo rudimentaria, se asemejan más a la de lo s vegetales. Posteriormente, nacieron los crustáceos y ciertas especies de peces extinguidas en la actualidad.

25. Por imperio del calor y la humedad y como consecuencia del exceso de ácido carbónico en el aire, gas que no permite la respiración a los animales terrestres, pero que es necesario a las plantas, los terrenos libres de agua cubrieron rápidamente de una exuberante vegetación, al tiempo que las plantas acuáticas se multiplicaron en el seno de los pantanos. Plantas que en nuestros días son simples hierbas de escasos centímetros alcanzaban, en aquellos tiempos, una altura y un grosor colosales. Así es como existían bosques de helechos arborescentes de ocho o diez metros de altura y de un grosor proporcionado. Licopodios (pie de lobo, especie de musgo) de la misma talla; cola de caballo3 de cuatro a cinco metros, mientras que hoy alcanzan apenas un metro, además de una infinidad de especies que ya no existen. Sobre el final de este período comenzaron a aparecer algunos árboles del género de las coníferas o pinos.

26. Como consecuencia del desplazamiento de las aguas, los terrenos que producían estas masas vegetales se hallaron en diversas oportunidades cubiertos por las aguas y recibieron nuevos sedimentos terrosos, mientras que aquellos que se hallaban al descubierto se ornamentaron a su vez con una vegetación semejante. Es así como hubo numerosas generaciones de vegetales 3. Planta que crece en los pantanos. [N. de A. Kardec.] alternativamente aniquiladas y renovadas. No ocurrió lo mismo con los animales, pues al ser todos acuáticos, se vieron libres de estas alternativas. Estos residuos, acumulados a través de una larga serie de siglos, formaron capas de un gran espesor. Por la acción del calor, la humedad, la presión ejercida por los depósitos terrosos posteriores, y sin duda por diversos agentes químicos como gases, ácidos y sales resultantes de la combinación de os elementos primitivos, estas materias vegetales sufrieron una fermentación que las convirtió en hulla o carbón de piedra. Las minas de hulla son, entonces, producto directo de la descomposición de depósitos vegetales acumulados durante el período de transición, y esta es la razón por la cual se ha hallado carbón de piedra en casi todas las regiones.4

27. Encontramos restos fósiles de la exuberante vegetación de aquella época, tanto bajo los hielos de las tierras polares como en la zona tórrida, por lo que deducimos que si la vegetación era uniforme, también lo era la temperatura. Por lo tanto, los polos no estaban cubiertos de hielo, como en la actualidad. Esto se debe a que en aquella época la Tierra obtenía de sí misma el calor, que provenía del fuego central que calentaba por igual a toda la corteza sólida, aún de poco espesor. Este calor era muy superior al que podían brindar los rayos del Sol, debilitados además por la densidad de la atmósfera. Recién más tarde, cuando la acción ejercida por el calor central sobre la superficie del globo se volvió débil o nula, la del Sol devino preponderante y las regiones polares, que sólo recibían rayos oblicuos de escaso poder calórico, se cubrieron de hielo. En la época de referencia y aun mucho tiempo después, el hielo era desconocido en la Tierra. Este período debe haber durado mucho tiempo, a juzgar por el número y el espesor de las capas de hulla.5




Período secundario

28. Con el período de transición desaparecieron la vegetación colosal y los animales que caracterizaron a esa época, ya sea porque las condiciones atmosféricas no fueron más las mismas o porque una serie de cataclismos aniquilaron todo lo que tenía vida sobre la Tierra. Es probable que las dos causas hayan contribuido a ese cambio, ya que, por una parte, el estudio de los terrenos que señalan el fin de ese período nos informa de grandes desórdenes motivados por los levantamientos y las erupciones que derramaron sobre el suelo grandes cantidades de lava y, por otra parte, que se operaron notablemente cambios en los tres reinos.

29. El período secundario se caracteriza, en el aspecto mineralógico, por numerosas e importantes capas que indican una formación lenta en el seno de las aguas y delimitan diferentes épocas de caracterización definida. La vegetación no tiene un ritmo de crecimiento tan rápido y es menos exuberante que en el período anterior, sin duda como consecuencia de la disminución del calor y la humedad y de las modificaciones sobrevenidas en los elementos constituyentes de la atmósfera. A las plantas herbáceas y pulposas se agregaron las de tronco leñoso y los primeros árboles auténticos.

30. Los animales son todavía acuáticos, o a lo más anfibios. La vida animal sobre la Tierra seca progresa muy poco. Una prodigiosa cantidad de animales con conchas se desarrollaron en el seno de los mares como consecuencia de la formación de materias calcáreas. Aparecieron nuevos peces de organización más completa que los del período precedente y surgieron los primeros 4. La turba se formó de la misma manera, es decir, por la descomposición de residuos vegetales, de terrenos pantanosos, pero con la diferencia que al ser mucho más reciente y sin duda sujeta a condiciones distintas, no tuvo tiempo de carbonizarse. [N. de A. Kardec.] 5. En la bahía de Fundy (Nueva Escocia), el señor Lyell halló una capa de hulla de cuatrocientos metros de espesor y sesenta y ocho niveles distintos, representando éstos huellas evidentes de numerosos suelos boscosos, mientras que los troncos de los árboles estaban provistos aún de sus raíces (L. Figuier). Otorgándole sólo mil años para la formación de cada uno de esos niveles, correspondería atribuir 68.000 años a esta sola capa de hula. [N. de A. Kardec.] cetáceos. Los animales más característicos de este período son los reptiles monstruosos, entre los cuales podemos citar a: El ictiosauro, especie de pez-lagarto que alcanzaba una longitud de hasta diez metros y cuyas mandíbulas, prodigiosamente alargadas, estaban provistas de ciento ochenta dientes. Su forma general guarda un parecido con la del cocodrilo, pero sin la coraza de escamas. Sus ojos tenías el volumen de la cabeza de un hombre. Poseía aletas como la ballena y lanzaba el agua por las narices como ésta. El plesiosauro era otro reptil marino, tan grande como el ictiosauro, Su cuello, excesivamente largo, se dobla como el del cisne y le daba el aspecto de una enorme serpiente unida al cuerpo de una tortuga. Tenía cabeza de lagarto y dientes de cocodrilo. Su piel debió ser lisa como la del ictiosauro, ya que no han hallado restos de escamas ni de caparazón.6 El teleosaurio se parece más a los cocodrilos actuales, que parecen ser sus réplicas en miniatura. Como éstos, poseía una coraza escamosa y vivía tanto en el agua como sobre la tierra. Medía aproximadamente diez metros, de los cuales 3 ó 4 correspondían a la cabeza. Sus inmensas fauces tenían una abertura de 2 m. El megalosaurio, enorme lagarto, especie de cocodrilo de 14 a 15m. De longitud, era esencialmente carnívoro y se alimentaba de reptiles, cocodrilos pequeños y tortugas. Su formidable mandíbula estaba armada con dientes en forma de navaja de dos filos, curvados hacia atrás, de manera que una vez que se clavaban en la presa, ésta ya no podía liberarse. El iguanodonte fue el lagarto de mayor tamaño que haya existido sobre la Tierra: medía desde la cabeza hasta la cola de 20 a 25 m. Su hocico estaba coronado por un cuerno de hueso parecido al que lleva la iguana de nuestros días, de la cual difiere sólo por la talla, ya que la iguana mide apenas un metro de largo. La forma de los dientes prueba que era herbívoro, y de los pies, que era un animal terrestre. El pterodáctilo era un animal extraño, del tamaño de un cisne. Se asemejaba a la vez al reptil por el cuerpo, al pájaro por la cabeza y al murciélago por la membrana carnosa que unía sus dedos, los que tenían una longitud prodigiosa, mientras que la membrana le servía de paracaídas cuando se precipitaba sobre su presa desde lo alto de un árbol o de una roca. No poseía un pico córneo como los pájaros, pero los huesos de las mandíbulas, tan largos como la mitad del cuerpo y provistos de dientes, terminaban en punta como un pico.

31. Durante este período, que debió ser muy extenso, de acuerdo al número e importancia de las capas geológicas, la vida animal se incrementó grandemente en el seno de las aguas, como ocurrió con la vegetación en el período precedente. El aire, más depurado y más apto para respirar, comenzó a permitir a algunos animales la vida terrestre. El mar sufrió numerosos desplazamientos, mas exentos de sacudidas violetas. Con este período desaparecieron a su vez las razas de animales acuáticos gigantescos, reemplazadas más tarde por especies análogas, de forma menos desproporcionadas y de talla más pequeña.

32. El orgullo llevó al hombre a decir que todos los animales fueron creados para subvenir a sus necesidades y en su honor. Pero, ¡qué pequeño es el número de los que le sirven directamente y a los que ha podido domesticar, en comparación con el número incalculable de aquellos con los que no tuvo ni tendrá jamás relación! ¿Cómo sostener tal tesis, en presencia de esas innumerables especies que poblaron la Tierra durante miles y miles de siglos antes de que el hombre apareciese y que hoy ya no existen? ¿Se puede decir que fueron creadas para su beneficio? Sin embargo, esas especies tenían su razón de ser y su utilidad. Dios no pudo crearlas por un capricho de su voluntad y por el placer de luego aniquilarlas, ya que todas poseían instintos, el sentimiento del dolor y el bienestar. Entonces ¿qué finalidad pudieron haber tenido? Sin duda una finalidad soberanamente sabia a la que no estamos en condiciones de comprender aún. Tal vez un día se le permitirá al 6. El primer fósil de este animal se descubrió en Inglaterra en 1823. Posteriormente se hallaron también en Francia y Alemania. [N. de A. Kardec.] hombre conocerla para confundir su orgullo. Pero mientras eso esperamos, ¡cómo se amplían nuestras ideas en presencia de estos horizontes nuevos a los cuales nos está permitido estudiar, así como ante el espectáculo imponente de la Creación, tan majestuosa en su lenta marcha, tan admirable en su previsión, tan puntual, tan precisa y tan invariable en sus resultados!




Período terciario

33. Con el período terciario comienza para la Tierra un nuevo orden de cosas: el estado de su superficie cambia completamente de aspecto, las condiciones de vitalidad se modifican profundamente y se acercan a las actuales. Los primeros tiempos de este período se caracterizan por una suspensión en la producción vegetal y animal. El sello de una destrucción casi general alcanza a la mayoría de los seres vivos, y es entonces que van apareciendo nuevas especies de organización más perfecta, adaptadas a la naturaleza del medio en que están destinadas a vivir.

34. Durante los períodos precedentes la corteza sólida del globo, debido a su escaso espesor, oponía una débil resistencia a la acción del fuego interior. Esta envoltura, fácil de romper, permitía a las materias en fusión expandirse con libertad sobre la superficie del suelo. No fue igual cuando adquirió un cierto espesor: las materias incandescentes, comprimidas por todos lados, como el agua en ebullición en un recipiente cerrado, terminaron por explotar. La masa granítica, abierta con violencia en una multitud de puntos, se vio surcada por grietas como si fuese un jarrón resquebrajado. A lo largo de estas grietas la corteza sólida, levantada casi verticalmente, formó los picos, las cadenas de montañas y sus ramificaciones. Ciertas partes de la envoltura, que no se rompieron, fueron simplemente elevadas, pero en otros sitios se produjeron hundimientos pronunciados. La superficie del suelo se volvió muy desigual, y las aguas, que hasta ese momento cubrían de manera casi uniforme la mayor parte de la extensión, se retiraron a las partes más bajas, dejando al descubierto vasto continentes o picos de montañas aisladas que formarían las islas. Tal es el gran fenómeno que tuvo lugar durante el período terciario, el cual transformó el aspecto del globo. No se produjo de manera instantánea ni simultánea en todos los sitios, sino en etapas sucesivas y en épocas más o menos alejadas.

35. Una de las primeras consecuencias de estas conmociones fue la inclinación de las capas de sedimento, primitivamente horizontales, y donde el suelo sufrió sacudidas la posición siguió siendo la misma. Por tal razón es que sobre los flancos y en la vecindad de las montañas estas inclinaciones son más pronunciadas.

36. En las regiones donde las capas de sedimento conservaron su horizontalidad, para alcanzar a las de la primera formación es preciso pasar por todas las restantes, y a menudo se debe atravesar una profundidad considerable, mas en el fondo se hallará inevitablemente la roca granítica. Pero cuando estas capas fueron elevadas y formaron montañas sobrepasaron su nivel normal, a veces hasta una gran altura, de manera que si se hace un corte vertical en el flanco de la montaña se podrán ver las capas superpuestas y todo su espesor como si se tratase de los cimientos de un edificio. Es así que se encuentran bancos importantes de conchillas, primitivamente formadas en el fondo de los mares, a grandes alturas. Hoy se sabe con total certeza que en ninguna época el mar pudo alcanzar semejante altura, ya que todas las aguas que existen sobre la Tierra no bastarían, ni aun cuando el volumen fuese cientos de veces superior. Habría que suponer que la cantidad de agua disminuyó, pero entonces nos preguntaríamos qué ocurrió con la porción desaparecida. Los levantamientos, que son hoy una realidad indiscutible, explican de una manera tan lógica como rigurosa la existencia de depósitos marinos en ciertas montañas.7

37. En los sitios donde el levantamiento de la roca primitiva rompió completamente el suelo, ya sea por su rapidez, la forma, la altura y/o el volumen de la masa elevada, se ve la roca granítica al 7. Se han hallado capas de conchillas calcáreas en los Andes (América de Sur) a cinco mil metros sobre el nivel del mar. [N. de A. Kardec.] desnudo como un diente que atraviesa la encía. Al ser levantados, quebrados y erguidos, los estratos que la cubrían fueron puestos al descubierto: así es como terrenos pertenecientes a las formaciones más antiguas, que se hallaban en su posición primitiva a gran profundidad, conforman hoy el suelo de ciertas regiones.

38. La masa granítica, dislocada por efectos de los levantamientos, se fisuró en algunos puntos, y por allí se escapa el fuego interior y se esparcen las materias en fusión: tales son los volcanes. Los volcanes son como chimeneas de ese inmenso horno, o mejor aún, son las válvulas de seguridad que dejan escapar el exceso de materias ígneas, evitando conmociones mucho más terribles, razón que nos lleva a que podamos afirmar que el número de volcanes en actividad es una garantía de seguridad para la totalidad de la superficie terrestre. Para hacernos una idea de la intensidad de ese fuego, pensemos que hay volcanes en el seno mismo del mar y que la masa de agua que los recubre y penetra no basta para apagarlos.

39. Los levantamientos operados en la masa sólida desplazaron necesariamente a las aguas las zonas bajas, pero estas misma hondonadas, elevadas a su vez, ora en un sitio, ora en otro, expulsaron a esas mismas aguas, las cuales se dirigieron a otros sitios, y así sucesivamente hasta que se afincaron en un lugar más estable. Los desplazamientos sucesivos de esta masa líquida socavaron y sacudieron forzosamente la superficie del suelo. Las aguas, al correr, llevaron consigo parte de los terrenos de formaciones anteriores puestos al descubierto por los levantamientos, desnudaron ciertas montañas que se hallaban recubiertas por ellos y dejaron a la vista sus bases de granito o sal, al paso que formaban profundos valles y otros eran rellenados. Hay, pues, montañas formadas directamente por la acción del fuego central: se trata principalmente de las montañas graníticas. Otras se originaron por la acción de las aguas, que, al arrastrar tierras móviles y materiales solubles, cavaron valles en derredor de una base resistente, ya sea calcárea o de otro material. Las materias llevadas por la corriente de las aguas formaron los estratos del período terciario, que se distingue fácilmente de los precedentes, más por su disposición que por su composición, que es casi la misma. Los estratos de los períodos primario, de transición y secundario, formados sobre una superficie poco accidentada, presentan una uniformidad casi generalizada en toda la Tierra. Los del período terciario, por el contrario, formados sobre una base muy desigual y por el arrastre de las aguas, presentan características más locales. Por doquier, al cavar hasta una cierta profundidad se encuentran todos los estratos anteriores según su orden de formación, mientras que no se halla en todos los sitios el terreno terciario ni todas las capas que lo conforman.

40. Se concibe que durante las convulsiones que acaecieron al comienzo de este período la vida orgánica se haya visto interrumpida, lo que se constata por la presencia de terrenos privados de fósiles. Pero, una vez restablecida la calma los vegetales y los animales reaparecieron. Al cambiar las condiciones de vitalidad y al depurarse un tanto más la atmósfera, se crearon nuevas especies de organización más perfecta. Las plantas, según su conformación, diferían poco de las actuales.

41. Durante los dos períodos precedentes, los terrenos no cubiertos por las aguas eran poco extensos y aun eran pantanosos y acuáticos o anfibios. El período terciario, que vio formarse vastos continentes, se caracteriza por la aparición de los animales terrestres. De igual modo que el período de transición vio nacer una vegetación colosal y el período secundario reptiles monstruosos, el terciario presenció el nacimiento de los mamíferos gigantescos: el elefante, el rinoceronte, el hipopótamo, el paleoterio, el megaterio, el dinoterio, el mastodonte y el mamut. Estos dos últimos, variedades de elefante, tenían una altura de 5 a 6 m. y sus defensas alcanzaban hasta 4 m. de longitud. Este período vio nacer también a los pájaros, así como a la mayoría de las especies que viven aún en nuestros días. Algunas de las especies de esa época sobrevivieron a los cataclismos posteriores, pero otras, designadas genéticamente como animales antediluvianos, se extinguieron totalmente o bien fueron reemplazadas por especies análogas de formas menos pesadas y macizas, de las que los primeros especímenes fueron meros bosquejos, tales como el felis speloea, animal carnicero del tamaño del toro, que poseía las características anatómicas del tigre y del león, y el cervus megaceron, variedad del ciervo, cuyos cuernos, de 3 m. de longitud, estaban separados en sus extremidades por una distancia de 3 a 4 m.




Período diluviano

42. Este período está marcado por uno de los mayores cataclismos que hayan conmovido el globo, cambiando una vez más el aspecto de su superficie y destruyendo una infinidad de especies vivas de las que sólo quedan hoy restos. Por doquier, dejó rastros de su paso, y estas huellas dan testimonio de su generalidad. Las aguas, removidas con violencia de sus lechos, invadieron los continentes arrastrando consigo tierras y peñascos, desnudando montañas y arrastrando de cuajo bosques seculares. Los nuevos depósitos que formaron reciben el nombre geológico de terrenos diluvianos.

43. Entre las huellas más significativas de este gran desastre se encuentran las rocas llamadas bloques erráticos. Se denominan así a los peñascos de granito que se encuentran aislados en las planicies reposando sobre terrenos terciarios y en medio de terrenos diluvianos, a veces a muchos cientos de leguas de las montañas de donde fueron arrancados. Es evidente que sólo pudieron ser transportados a tal distancia por la violencia de las corrientes.8

44. Otro hecho, igualmente característico, cuya causa aún no se supo explicar, es la existencia en los terrenos diluvianos de los primeros aerolitos, pues recién en esta época comenzaron a caer, lo que hace suponer que la causa que los produce no existía anteriormente.

45. Es también en esta época cuando comenzaron a cubrirse de hielo los polos y formarse glaciares en las montañas, lo que indica un cambio notable en la temperatura del planeta. Este cambio debe haber sido súbito, ya que, si se hubiese operado gradualmente, animales como el elefante, que viven hoy sólo en zonas cálidas y que encontramos en elevado número en estado fósil en las tierras polares, hubieran tenido el tiempo suficiente de retirarse, poco a poco, hacia las regiones de temperatura más benigna. Todo indica, por el contrario, que fueron atrapados bruscamente por una ola de frío y cubiertos por los hielos.9

46. He ahí el verdadero diluvio universal. Las opiniones sobre las causas que pudieron producirlo están repartidas, mas, sean las que fueren, el hecho es una realidad. Generalmente se cree que ocurrió un cambio brusco en la posición del eje y de los polos e la Tierra: entonces se produjo una proyección general de las aguas sobre la superficie. Si este cambio se hubiera operado con lentitud, las aguas se hubiesen desplazado gradualmente, sin sacudidas, mientras que todos los indicios llevan la idea de una conmoción violenta y súbita. Como ignoramos la causa verdadera, sólo podemos emitir hipótesis. El desplazamiento repentino de las aguas pudo haber sido ocasionado, tal vez, por el levantamiento de ciertas partes de la corteza sólida y la formación de nuevas montañas en el seno de los mares, como sucedió en los comienzos del período terciario. Pero, además de que el cataclismo no hubiese sido general, no explicaría tampoco el cambio súbito de temperatura en los polos.

47. Durante el cataclismo causado por la agitación de las aguas murieron muchos animales. Otros, para escapar a la inundación, se retiraron hacia las alturas escondiéndose en cavernas y grietas, donde perecieron en masa debido al hambre, al exterminio mutuo o, quizás, a la irrupción de las aguas en los sitios donde se hallaban refugiados y de donde no pudieron huir. Así se explica la enorme cantidad de huesos de animales diversos, carniceros y de otros tipos, que se descubrieron entremezclados en ciertas cavernas, llamadas por ese motivo brechas o cavernas de huesos. Se los encuentra más comúnmente bajo las estalagmitas. En algunas cavernas, los huesos dan la impresión de haber sido arrastrados por la corriente de las aguas.10




Período posdiluviano o actual. Aparición del hombre

48. Una vez restablecido el equilibrio sobre la superficie del globo, la vida animal y vegetal retomó rápidamente su curso. El suelo, consolidado, poseía bases más estables. El aire, más depurado, resultaba apto para órganos más delicados. El Sol brillaba en todo su esplendor a través de la atmósfera límpida y derramaba, junto con su luz, un calor menos sofocante y más vivificante que aquel otro del fuego interior. La Tierra se pobló de animales menos salvajes y más sociables. Los vegetales, más suculentos, ofrecían un alimento menos grosero. Todo estaba preparado para el nuevo huésped que habitaría la Tierra. Es entonces cuando apareció el hombre, último ser de la Creación, aquel cuya inteligencia contribuiría desde ese instante al progreso general y a su propio progreso.

49. ¿La existencia del hombre sobre la Tierra se remonta al período previo al diluvio o es posterior a éste? Tal problema se discute mucho en nuestros días, pero la solución, sea cual fuere, no haría variar en nada al conjunto de hechos establecidos y la aparición de la especie humana seguiría siendo anterior a la fecha asignada en el Génesis bíblico. Lo que llevó a pensar que la aparición del hombre era posterior al diluvio fue la ausencia de huellas de su existencia en el período anterior. Los huesos descubiertos en diversos sitios, y que hicieron pensar en una pretendida raza de gigantes antediluvianos, fueron más tarde reconocidos como huesos de elefantes. No hay dudas sobre la ausencia del hombre durante los períodos primario, de transición y secundario, no sólo porque no se han hallado huellas, sino también porque las condiciones de vida para él no eran aún propicias. Si apareció durante el período terciario, fue hacia el final, y, por tanto, debía haberse multiplicado poco. Con respecto a los demás, al ser corto el período diluviano, no trajo cambios notables en las condiciones atmosféricas. Los animales y vegetales fueron los mismos de antes y después del diluvio. Por lo tanto, no es imposible que la aparición del hombre haya precedido a tal cataclismo. La presencia del simio en esa época es un hecho constatado y recientes descubrimientos parecen confirmar la existencia del hombre.11 Sea que el hombre apareció antes o después del gran diluvio universal, lo cierto es que su papel hominal sólo comenzó a dibujarse durante el período posdiluviano, el cual se caracteriza por su presencia.





CAPÍTULO VIII - Teorías sobre la formación de la Tierra



Teoría de la proyección

1. Entre todas las teorías que hacen referencia al origen de la Tierra, la que tuvo más adeptos en los últimos tiempos fue la de Buffon, tal vez por la posición de su autor en el mundo científico, o quizá porque no se sabía más en esa época.


Buffon observó que todos los planetas se movían en la misma dirección, es decir, de Occidente a Oriente y en el mismo plano, y que recorrían órbitas cuya inclinación no excedía los 7,5º, deduciendo, de esa uniformidad, que debieron haber sido puestos en movimiento por la misma causa.


Según Buffon, el Sol era la masa incandescente en fusión y supuso que un cometa lo había embestido en forma oblicua, chocando con su superficie y logrando separar una porción de él que, proyectada hacia el espacio por la violencia del impacto, se dividió en numerosos fragmentos. Estos fragmentos formaron los planetas, los cuales continuaron moviéndose circularmente debido a la combinación de las fuerzas centrípeta y centrífuga, en el sentido impreso por la dirección del choque primitivo, es decir, en el plano de la eclíptica.


Los planetas serían partes de la sustancia incandescente que forma al Sol y, como consecuencia, habrían sido también incandescentes ellos mismos en su origen. Tardaron en enfriarse y consolidarse un tiempo proporcional a sus respectivos volúmenes, y cuando la temperatura lo permitió, se originó la vida sobre sus superficies.


Como consecuencia de la disminución gradual del calor central, llegaría el día en que la Tierra se hallaría en completo estado de enfriamiento. La masa líquida, totalmente congelada, y el aire, cada vez más condensado, terminarían por desaparecer. El descenso de la temperatura haría imposible la vida. Primero se produciría una disminución, y luego, la desaparición de todos los seres organizados. El enfriamiento, iniciado en los polos, ganaría sucesivamente todas las comarcas hasta llegar al ecuador.


Según Buffon, tal es el estado actual de la Luna, la cual, de menor tamaño que la Tierra, sería hoy un mundo extinguido, en donde la vida está excluida. El mismo Sol correría igual suerte algún día. Siguiendo su cálculo, la Tierra habría tardado 74.000 años aproximadamente en llegar a su temperatura actual, y en 93.000 años más se produciría en ella el fin de la existencia de la Naturaleza organizada.

2. La teoría de Buffon, rebatida por los nuevos descubrimientos de la ciencia, se desechó en razón de los motivos siguientes:


1) Durante mucho tiempo se creyó que los cometas fuesen cuerpos sólidos y que su encuentro con un planeta podía conducirlo a éste a la destrucción. De acuerdo con esta hipótesis, la suposición de Buffon no tenía nada de improbable. Pero hoy se sabe que están formados por materia gaseosa condensada, mas lo bastante difusa como para que se puedan percibir estrellas de tamaño mediano a través de su zona central. En ese estado, ofrecen menos resistencia que el Sol, razón por la cual un choque violento capaz de proyectar a lo lejos una parte de su masa es algo imposible.


2) La naturaleza incandescente del Sol constituye otra hipótesis no confirmada hasta el presente, incluso las observaciones parecen desmentirla. Aunque aún no se conozca enteramente su naturaleza, la bondad de los medios de observación disponibles en la actualidad permiten estudiarla mejor. La ciencia de hoy considera que el Sol es un globo compuesto por materia sólida, rodeado de una atmósfera luminosa o fotosfera que no se halla en contacto con su superficie.*


3) En la época de Buffon sólo se tenía noticia de los seis planetas conocidos por los antiguos: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. Posteriormente se descubrió un gran número de los mismos, entre los cuales, principalmente tres, Juno, Ceres y Palas, poseen órbitas con inclinación de 13, 10 y 34 grados respectivamente, lo que no concuerda con la hipótesis de un movimiento de proyección único.


4) Los cálculos de Buffon sobre el enfriamiento son reconocidos completamente inexactos, desde que Fourier descubrió la ley de decrecimiento de calor. La Tierra no necesitó 74 mil años para llegar a su temperatura actual, sino millones de años.


5) Buffon sólo tuvo en cuenta el calor central del planeta, sin considerar al provocado por los rayos solares. Ahora bien, se sabe hoy, gracias a hallazgos científicos de rigurosa precisión basados en la experiencia, que en razón del espesor de la corteza terrestre el calor interno del globo es, desde hace mucho, un componente insignificante en la temperatura registrada en la superficie exterior. Las variaciones que sufre la atmósfera son periódicas y se deben a la acción preponderante del calor solar (cap. VII, n.º 25). El efecto de esta causa es permanente, mientras que el del calor central es casi o totalmente nulo. La disminución del mismo no produce modificaciones sensibles en la superficie terrestre. Para que la Tierra sea inhabitable, a causa del enfriamiento general, sería menester que el Sol se extinguiese. **



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* Se encontrará una disertación completa acerca de la naturaleza del Sol y de los cometas, de acuerdo a los últimos descubrimientos de la ciencia, en la obra de Camille Flammarion. Etudes et lectures sur l ́Astronomie (Estudios y conferencias sobre Astronomía). [N. de A. Kardec.]

** Para ampliar el tema y al respecto de la ley de decrecimiento del calor, consultar: Lettres sur les révolutions du globe, por el doctor Bertrand, antiguos alumno de la Escuela Politécnica. Esta obra, científica actual y escrita con sencillez y sin espíritu sectario, ofrece un estudio geológico de gran interés. [N. de A. Kardec.]






Teoria de la condensacion

3. La teoría que concibe la formación de la Tierra por condensación de materia cósmica es la que prevalece hoy en la ciencia, debido a que es la mejor corroborada por la observación, la que resuelve un número mayor de dificultades y la que se apoya, en mayor medida que las restantes, en el gran principio de unidad universal. Es la teoría descrita en el cap. VI “Uranografía general.”

Ambas teorías llegan al mismo resultado: el estado primitivo de incandescencia del globo, la formación de una corteza sólida por enfriamiento, la existencia del fuego central y la aparición de la vida orgánica desde el momento en que la temperatura lo permitió. Difieren, sin embargo, en los puntos esenciales, y es probable que si Buffon hubiese vivido en nuestros días sus ideas no hubiesen sido otras.

La Geología estudia a la Tierra en sus aspectos factibles de observación directa. Como su estado anterior escapa a la experimentación, sólo puede conjeturarse al respecto. Ahora bien, entre dos hipótesis, el buen sentido nos dice que se debe elegir aquella que la lógica no rechace y que concuerde con los hechos observados.




Teoría de la incrustación

4. Mencionamos esta teoría a título exclusivamente informativo, ya que no se apoya en hechos científicos, pero ha tenido una cierta repercusión últimamente, seduciendo a algunas personas. Se halla resumida en la siguiente carta:


“Dios, según la biblia, creó al mundo en seis días, cuatro mil años antes de la era cristiana. Pero los geólogos lo ponen en duda, en razón de que los fósiles y los millares de caracteres, indudablemente vetustos, hacen remontar el origen de la Tierra a millones de años. Mas, sin embargo, ambas, las Escrituras y la Geología han dicho la verdad, y será un sencillo campesino * quien las pondrá de acuerdo, enseñándonos que nuestra Tierra es un planeta incrustativo muy moderno, pero compuesto por materiales sumamente antiguos.


“Después de la eliminación del planeta desconocido, llegado a la madurez o en armonía con aquel que ocupaba el sitio que hoy es nuestro, el alma de la Tierra recibió la orden de reunir a sus satélites para formar nuestro globo actual, según las leyes del progreso en todo y para todo. Sólo cuatro de esos astros aceptaron la asociación propuesta. Únicamente la Luna persistió en su autonomía, ya que los globos poseen también su libre albedrío. Para proceder a esta fusión, el alma de la Tierra lanzó un rayo magnético de atracción a sus satélites, y este rayo produjo un trance hipnótico en todos los seres del orden vegetal, animal y humano, los que fueron entregados a la comunidad. La operación tuvo por únicos testigos al alma de la Tierra y a los grandes mensajeros celestes que la ayudaron en tan magna tarea, abriendo los globos para unificar sus entrañas. Una vez realizada la soldadura, las aguas corrieron por los espacio vacíos dejados por la ausencia de la Luna. Las atmósferas se confundieron y el despertar o resurrección de los gérmenes cataleptizados comenzó: el hombre fue el último en salir de su estado hipnótico, y al despertar se vio rodeado por la lujuriosa vegetación del paraíso terrenal y por animales que pastaban en paz a su lado. La operación íntegra se llevó a cabo en seis días, gracias a la energía de los obreros, a quienes Dios había encomendado la tarea. El planeta Asia aportó la raza amarilla, la de civilización más antigua; el África, la raza negra; el Europa, la raza blanca, y el América, la raza roja. La Luna nos hubiese aportado tal vez la raza verde o la azul.


“Así, ciertos animales, de los que sólo se encuentran restos, no habrían vivido nunca en nuestra Tierra actual, sino que habrían sido traídos de otros mundos desmembrados debido a la vejez. Los fósiles encontrados en climas inadecuados para su existencia habrían habitado en sitios muy diferentes, en los globos donde nacieron. Tales restos se encuentran en nuestros polos, mientras que vivían en el ecuador de sus globos.”


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* El señor Michael, de Figagnères (Var), autor del libro Clef de la vie. [N. de A. Kardec.]



5. Los datos más positivos de la ciencia experimental se oponen a esta teoría. Además, deja sin resolver el problema del origen, aun cuando pretenda solucionarlo. Explica cómo se habría formado la Tierra, pero calla sobre la formación de los cuatro mundos reunidos para construirla. Si las cosas hubiesen sucedido así, ¿por qué, entonces, no se encuentran en ningún sitio rastros de esas inmensas soldaduras que llegarían hasta las entrañas de la Tierra? Al traer cada mundo consigo sus materiales propios, Asia, África, Europa y América deberían poseer una geología particular diferente, mas no es así. Por el contrario, el núcleo granítico uniforme de composición homogénea se distingue en todo el globo sin solución de continuidad. Además, las capas geológicas son de igual formación e idénticas en su constitución y superpuestas por doquier en igual orden, eslabonándose sin interrupción de un extremo al otro de los mares, de Europa a Asia, África, América y recíprocamente. Estas capas, testigos de las transformaciones del globo, dan fe de que se llevaron a cabo sobre toda su superficie y no sobre una parte. Señalan también los períodos de aparición, existencia y desaparición de las mismas especie animales y vegetales en las diferentes partes del mundo. La fauna y la flora de estos períodos lejanos se desarrollaron por doquier en forma simultánea bajo la influencia de una temperatura uniforme, cambiando en todas partes de carácter a medida que la temperatura se iba modificando. Tal estado de cosas es inconciliable con la formación de la Tierra mediante la agregación de mundos diferentes.


Nos hacemos otra pregunta: ¿Qué hubiese sido del mar, que ocupa el vacío dejado por la Luna, si ésta no hubiera puesto mala voluntad en reunirse con sus hermanos, y qué sería de la Tierra actual si un día se le ocurriese a la Luna tomar su lugar y desalojar al mar?

6. Este sistema sedujo a algunos porque parecía explicar la presencia y localización de las diferentes razas que habitan la Tierra. Pero, si esas razas pudieron desarrollarse en mundos distintos, 3. El señor Michael, de Figagnères (Var), autor del libro Clef de la vie. [N. de A. Kardec.] ¿por qué no podrían hacerlo en diversos puntos de un mismo globo? Es querer resolver una dificultad mediante otra mayor. En efecto, por más rapidez y destreza que se haya puesto en la operación, esta agregación no pudo realizarse sin acudir a medios violentos, y cuando más rápida y violenta se haya llevado a cabo esa operación, más desastrosos habrían sido los cataclismo, siendo poco factible, además, que seres simplemente durmiendo un sueño cataléptico hayan podido resistirlos para despertarse tranquilamente. Si era sólo gérmenes, ¿qué eran en realidad? ¿Cómo es posible que seres totalmente formados hayan sido reducidos al estado de gérmenes? Además, restaría por resolver el enigma de cómo tales gérmenes volvieron a desarrollarse. Nos encontraríamos otra vez frente a la creación de la Tierra mediante la vía del milagro, pero gracias a un procedimiento menos poético y grandioso que el del Génesis bíblico, mientras que las leyes naturales explican su formación de una manera mucho más completa y sobre todo más racional, deducida mediante la observación. *


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* Cuando un sistema semejante se liga a toda una cosmogonía, nos preguntamos sobre qué base racional podrá reposar el resto. La concordancia que este sistema pretende establecer entre el Génesis bíblico y la ciencia es totalmente ilusoria, ya que la ciencia misma lo contradice. El autor de la carta transcrita, hombre de grandes conocimientos, seducido durante algún tiempo por esta teoría encontró muy pronto sus puntos vulnerables y no tardó en combatirla, usando en su contra la misma ciencia. [N. de A. Kardec.]





El alma de la Tierra

7. El alma de la Tierra juega un papel preponderante en la teoría de la incrustación. Veamos si esta se encuentra mejor fundamentada.


El desarrollo orgánico siempre guarda relación con el desenvolvimiento del principio intelectual. El organismo se perfecciona en la medida que las facultades del alma se desarrollan. La escala orgánica sigue constantemente y en todos los seres la progresión de la inteligencia, desde el pólipo hasta el hombre. Y no podría ser de otra manera, ya que el alma necesita un instrumento que se adapte a la importancia de las funciones a cumplir. ¿De qué serviría a la ostra la inteligencia del simio sin los órganos necesarios para su manifestación? Si la Tierra fuese un ser animado, sirviendo de cuerpo a un alma especial, en razón de su constitución misma, su alma debería se aún más rudimentaria que la del pólipo, ya que la Tierra no posee siquiera la vitalidad de la planta, mientras que de acuerdo con el papel que se le atribuye a esta alma, se concibe a un ser dotado de razón y de libre arbitrio más completo, en una palabra, un espíritu superior, lo que no es racional, ya que jamás espíritu alguno estuvo más mal dotado y más encarcelado. La concepción del alma de la Tierra, tomada bajo este aspecto, debe incluirse entre las teorías sistemáticas y quiméricas.


Más racionalmente podemos considerar como alma de la Tierra a la colectividad de espíritus encargados de la elaboración y dirección de sus elementos constitutivos, lo que supone ya un cierto grado de desarrollo intelectual. O, mejor aún: al espíritu encargado de la elevada tarea de dirigir los destinos morales y el progreso de sus habitantes, misión que sólo podrá desempeñar un ser eminentemente superior en conocimientos y sabiduría. En este caso, este espíritu no es, hablando con propiedad, el alma de la Tierra, ya que no se encuentra encarnado ni subordinado a su estado material, es el jefe encargado de su dirección como un general se encarga de su ejército.


Un espíritu con una misión tan importante, como es la de gobernar a un mundo, no puede tener caprichos, o bien Dios sería muy poco previsor, confiando la ejecución de sus leyes a seres capaces de contravenirlas por mala voluntad. Ahora bien, según la doctrina de la incrustación, sería la mala voluntad del alma lunar la causante de que la Tierra se encuentre incompleta. Sin duda, hay ideas que se contradicen solas (Revista Espírita de septiembre de 1868: “El alma de la Tierra”)





CAPÍTULO IX - Revoluciones del Globo



Revoluciones generales o parciales

1. Los períodos geológicos marcan las fases del aspecto general del globo, como consecuencia de sus transformaciones. Pero, con excepción del período diluviano, que lleva impreso los caracteres de un cambio súbito, todos los restantes se cumplieron con lentitud y sin transiciones bruscas. Durante todo el tiempo que los elementos constitutivos del globo tardaron en encontrar su lugar definitivo, los cambios deben haber sido generales. Una vez consolidada la base, sólo debieron producirse modificaciones parciales en la superficie.

2. Además de las revoluciones generales, la Tierra pasó por un gran número de perturbaciones locales que cambiaron el aspecto de determinadas regiones. Como en las otras oportunidades, dos causas contribuyeron a ello: el fuego y el agua.


El fuego: ya fuese por las erupciones volcánicas que sepultaron bajo espesas capas de cenizas y lava los terrenos circundantes, haciendo desaparecer ciudades junto con sus habitantes. Así como por temblores de tierra o por levantamientos de la corteza sólida, expulsando las aguas hacia comarcas más bajas. Ya por el hundimiento de esta misma corteza en ciertos lugares, en una extensión más o menos vasta, donde las aguas se precipitaron dejando otros terrenos al descubierto. Así es como del seno del océano surgieron islas, mientras que otras desaparecieron; como porciones de continentes se separaron y formaron islas y como los brazos de mar puestos a seco unieron islas a los continentes.


El agua: ya fuese por irrupción o retiro del mar en ciertas costas, o bien por la formación de represas que, al detener el curso de las aguas, formaron lagos. Así como por los desbordamientos y las inundaciones o por los cúmulos terreros formados en la desembocadura de los ríos. Estos cúmulos, al expulsar al mar, crearon nuevas regiones: tal es el origen del delta del Nilo, o Bajo Egipto, y del delta del Ródano, o de la Camarga.




Edad de las montañas

3. Inspeccionando los terrenos desgarrados por el levantamiento de las montañas y las capas que forman su contrafuerte, se puede determinar su edad geológica. No se entiende por edad geológica de las montañas el número de años de su existencia, sino el período en que fueron formadas y, como consecuencia, su ancianidad relativa. Sería un error creer que su ancianidad depende de su elevación o de su naturaleza exclusivamente granítica, ya que la masa de granito, al elevarse, pudo haber perforado y separado las capas superpuestas.


Así es que mediante la observación se ha constatado que las montañas de los Vosgos, de Bretaña y de la Costa de Oro francesa, que no son muy elevadas, pertenecen a las formaciones más antiguas: datan del período de transición y son anteriores a los depósitos de hulla. El Jura se formó hacia la mitad del período secundario, siendo contemporáneo de los reptiles gigantescos. Los Pirineos se formaron más tarde, al despuntar el período terciario. El monte Blanco y el grupo de los Alpes occidentales son posteriores a los Pirineos, pues datan de la mitad del período terciario. Los Alpes orientales, que comprenden las montañas del Tirol, son más recientes aún, ya que se formaron hacia el fin del período terciario. Algunas montañas de Asia son aún posteriores al período diluviano o contemporáneas de éste.


Estos levantamientos debieron ocasionar grandes perturbaciones locales e inundaciones de mayor o menor consideración a raíz del desplazamiento de las aguas, la interrupción y el cambio del curso de los ríos.*

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* El siglo pasado ofrece un notable ejemplo de un fenómeno de este tipo. A seis días de marcha de la ciudad de México existía, en el año 1750, una fértil comarca bien cultivada, donde crecía en abundancia arroz, maíz y bananas. En el mes de junio espantosos temblores de tierra agitaron el suelo, y esos temblores se renovaron sin cesar durante dos meses enteros. En la noche del 28 al 29 de septiembre, la tierra sufrió una violenta convulsión. Un terreno de varias leguas de extensión se elevó poco a poco alcanzando, finalmente, una altura de 500 pies sobre una superficie de 10 leguas cuadradas. El terreno se ondulaba como las olas del mar bajo el soplo de la tormenta. Miles de montículos se elevaron y hundieron uno a uno y, finalmente, se abrió un pozo de aproximadamente 3 leguas de extensión. Humo, fuego de piedras abrasadas y cenizas fueron lanzadas a una prodigiosa altura. Seis montañas surgieron del cráter abierto, entre ellas el volcán llamado hoy Jorullo, que se eleva a 550 metros sobre el nivel de la antigua planicie. En el momento en que comenzaron las sacudidas del suelo, los dos ríos Cuitimba y San Pedro refluyeron, inundando toda la planicie ocupada ahora por el Jorullo. Pero se abrió, en el terreno que se eleva, un abismo que los tragó. Las aguas reaparecieron en el oeste, en un sitio muy alejado de sus antiguos cursos (Louis Figuier, la Terre avant le déluge). [N. de A. Kardec.]




El diluvio bíblico

4. El diluvio bíblico, llamado también gran diluvio asiático, no puede ser puesto en duda. El levantamiento de una parte de las montañas de esta región, como ocurrió en México, debe haberlo producido. En apoyo de esta opinión, conocemos la existencia de un mar interior que se extendía en épocas pasadas desde el mar Negro hasta el océano Boreal, hecho corroborado por las observaciones geológicas. El mar de Azoff, el mar Caspio, cuyas aguas son saladas, aunque no se comunican con ningún otro mar. El lago Aral y los incontables lagos diseminados en las inmensas planicies de Tartaria y en las estepas rusas, parecen ser restos de aquel antiguo mar. Durante el levantamiento de las montañas del Cáucaso, con posterioridad al diluvio universal, una parte de esas aguas fue expulsada hacia el norte, en dirección del océano Boreal y otra de ellas hacia el centro, en dirección al océano Índico. Estas aguas inundaron y asolaron precisamente a la Mesopotamia y a toda la región habitada por los ancestros del pueblo hebreo. Aunque este diluvio se haya extendido sobre una región bastante vasta, un hecho probado hoy es que sólo fue local. Que no pudo haber sido motivo por la lluvia, ya que, por más abundante y continua que haya podido ser durante cuarenta días, el cálculo demuestra que la cantidad de agua caída no pudo ser lo bastante abundante como para cubrir toda la Tierra, hasta tapar incluso las montañas más elevadas.


Para los hombres de entonces, que sólo conocían una zona muy limitada de la superficie del globo y que, además, no poseían idea alguna de su configuración, desde el momento en que la inundación invadió los países conocidos, a ellos debió figurárseles la del mundo entero. Si a esta creencia se agrega la forma imaginaria e hiperbólica propia del estilo oriental, no nos sorprenderá ya la exageración del relato bíblico.

5. El diluvio asiático es evidentemente posterior a la aparición del hombre sobre la Tierra, ya que el recuerdo del mismo se conservó por tradición en todos los pueblos de esta parte del mundo, consagrándolo en sus teogonías. *

Es igualmente posterior al gran diluvio universal que marcó la entrada en el período geológico actual. Cuando se habla de hombres y animales antediluvianos, se hace referencia al primer cataclismo.



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* La leyenda sobre el diluvio relata, en los libros de los Vedas, que Brahma, transformado en pez, se dirigió al piadoso monarca Vaivaswata y le dijo: “El momento de la disolución del Universo llegó. Muy pronto todo lo que existe sobre la Tierra será destruido. Es necesario que construyas un navío, en el que te embarcarás después de haber juntado granos de todos los vegetales. Me esperarás sobre ese navío y yo vendré a ti con un cuerpo sobre la cabeza que hará que tú me reconozcas.” El santo obedeció, construyó un navío, se embarcó y ató a un cable muy fuerte del cuerno del pez. El navío fue arrastrado durante muchos años con extrema rapidez a través de las tinieblas de una tempestad tremenda, llegando finalmente a la cima del monte Himawat (Himalaya). Bhahama recomendó a Vaivaswata que crease a todos los seres y volviese a poblar la Tierra.


La analogía entre esta leyenda y el relato bíblico de Noé es sorprendente. De la India pasó a Egipto junto con otras numerosas creencias. Ahora bien, como los Vedas son libros anteriores al de Moisés, el relato que nos hacen del diluvio no puede ser una imitación del que nos hace éste. Por lo tanto, es probable que Moisés, estudioso de las doctrinas de los sacerdotes egipcios, haya obtenido la suya de ellos. [N. de A. Kardec.]




Revoluciones periódicas

6. Además de su movimiento anual alrededor del Sol, que produce las estaciones, su movimiento de rotación sobre sí misma en 24 horas, que es la causa del día y la noche, la Tierra presenta un tercer movimiento que se cumple en aproximadamente 25.000 años (más exactamente 25.868 años), el que origina el fenómeno designado en Astronomía con el nombre de precesión de los equinoccios (cap. V, n.º 11).


Ese movimiento, imposible de explicar en pocas palabras, sin figuras y sin demostración geométrica, consiste en una especie de balanceo circular comparable al de un trompo a punto de detenerse. Como consecuencia de este balanceo el eje de la Tierra, cambiando de inclinación, describe un doble cono cuya punta está en el centro de la Tierra y las bases abrazan a las superficies circunscritas por los círculos polares, es decir, de una amplitud de 23 grados y medio de radio.


7. El equinoccio es el instante cuando el Sol, pasando de un hemisferio al otro, se halla perpendicular sobre el ecuador, lo que acontece dos veces al año, hacia el 21 de marzo, cuando el Sol regresa al hemisferio boreal y hacia el 22 de septiembre, cuando regresa al hemisferio austral.


Pero, como consecuencia de un cambio gradual en la oblicuidad del eje, que produce una variación en la oblicuidad del ecuador sobre la eclíptica, el momento preciso del equinoccio se adelanta cada año algunos minutos (25 minutos y 7 segundos). Es precisamente este adelanto el que recibe el nombre de precesión de los equinoccios (del latín proecedere, ir adelante; de proe, antes, y cedere, ir; y aequinoctium, de aequus, igual, y nox, noche).


Estos pocos minutos, con el tiempo, suman horas, días, meses y años. Por tal razón el equinoccio de primavera, que se produce actualmente en marzo, tendrá lugar, en algún momento, en febrero, después de enero, más tarde en diciembre, y en ese entonces el mes de diciembre tendrá la temperatura del mes de marzo y marzo la de junio, y así sucesivamente hasta que, volviendo al mes de marzo, las cosas retornarán al estado actual, lo que ocurrirá en 25.868 años, para volver a comenzar la misma revolución indefinidamente. *


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* La precesión de los equinoccios produce otro cambio, el que se opera en la posición de los signos del zodíaco.

La Tierra gira alrededor del Sol en un año, y a medida que avanza, el Sol se encuentra cada mes frente a una nueva constelación. Estas constelaciones son doce, a saber: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Se las denomina constelaciones zodiacales, o signos del zodíaco, y forman un círculo en el plano del ecuador terrestre. De acuerdo con el mes de nacimiento de un individuo, se decía que nació bajo tal signo: de ahí los pronósticos de la astrología. Pero, como consecuencia de la precesión de los equinoccios, ocurre que los meses no corresponden más a las mismas constelaciones. Por ejemplo: quien nace en el mes de julio no pertenece más al signo de Leo, sino al de Cáncer. De esta forma se desmorona la idea supersticiosa ligada a la influencia de los signos (cap. V, n.o 12). [N. de A. Kardec.]



8. Resulta, de ese movimiento cónico del eje, que los polos de la Tierra no miran constantemente a los mismos puntos del cielo. Que la estrella polar no será siempre polar. Que los polos gradualmente se hallan más o menos inclinados hacia el Sol y reciben rayos más o menos directos. De donde deducimos que, por ejemplo, Islandia y Laponia, se encuentran sobre el círculo polar, podrán, en algún momento, recibir rayos solares como si se encontrasen en la latitud de España o Italia y, en la posición extrema opuesta, España e Italia podrán tener la temperatura de Islandia y Laponia, y así sucesivamente con cada renovación del período de 25.000 años. *

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* 4. El desplazamiento gradual de las líneas de igual temperatura, o isotérmicas, fenómeno reconocido por la ciencia de manera tan positiva como el desplazamiento del mar, constituye un hecho material en apoyo de esta teoría. [N. de A. Kardec.]



9. Las consecuencias de este movimiento no pudieron aún ser determinadas con precisión, porque sólo ha podido observarse una muy pequeña parte de su revolución. Por lo tanto, sobre este tema todas son presunciones, algunas con un cierto grado de probabilidad.


Estas consecuencias son:


1) El calentamiento y enfriamiento alternativo de los polos y, en consecuencia, la fusión de los hielos polares durante la mitad del período de 25.000 años y su nueva formación durante la otra mitad de este período. De donde resultaría que los polos no estarían condenados a la esterilidad perpetua, sino que disfrutarían a su turno del papel de los beneficios de la fertilidad.


2) El desplazamiento gradual del mar que invade poco a poco tierras y se retira de otras para volver a abandonarlas y regresar a su antiguo lecho. Este movimiento periódico, renovado indefinidamente, constituiría una verdadera marea universal de 25.000 años.


La lentitud con que se opera este movimiento de mar lo vuelve casi imperceptible para cada generación. Pero es sensible al cabo de algunos siglos. No puede ocasionar ningún cataclismo súbito, porque los hombres, de generación en generación, se retiran a medida que el mar avanza y, al mismo tiempo, avanzan sobre las tierras de las que el mar se retira. A esta causa, más que probable, algunos sabios atribuyen el alejamiento del mar en ciertas costas y su invasión en otras.

10. El desplazamiento lento, gradual y periódico del mar es un hecho demostrado por la experiencia y atestiguado por numerosos ejemplos en todos los puntos del globo. Su consecuencia es el mantenimiento de las fuerzas productivas de la Tierra. Esa larga inmersión constituye un descanso, durante el cual las tierras sumergidas recuperan los principios vitales agotados en razón de una producción no menos larga. Los inmensos depósitos de materias orgánicas, formados por la estancia de las aguas durante siglos y siglos, conforman los abonos naturales periódicamente renovados, mientras las generaciones se suceden sin advertir esos cambios. *


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* Entre los hechos más recientes que prueban el desplazamiento del mar, podemos citar los siguientes:

En el golfo de Gascuña, entre el viejo Soulac y la torre de Cordouan, cuando el mar está calmo, se pueden ver en el fondo del agua los lienzos de la pared de una muralla: son los restos de la antigua y gran ciudad de Noviomagus, invadida por el mar en el año 580. El islote de Cordouan, ligado a ese entonces a la costa, se halla hoy a 12 kilómetros de la misma.

En el canal de la Mancha, sobre la costa de Havre, el mar gana terreno al día a día y mina los alcantilados de Sainte-Adresse, que se desmoronan poco a poco. A dos kilómetros de la costa, entre Saint- Adresse y el cabo de la Hève, se encuentra el banco del Eclat, en otras épocas al descubrimiento y unido a tierra firme. Antiguos documentos constatan que sobre ese emplazamiento, por donde hoy se navega, existía la ciudad de Saint-Denis-Chef-de-Caux. El mar invadió el lugar en el siglo XIV y la iglesia desapareció bajo el agua en el año 1378. Se dice que cuando el tiempo está calmo se ven los restos en el fondo del mar.

Sobre casi toda la extensión del litoral holandés, el mar se retiene a fuerza de diques, que se rompen de tiempo en tiempo. El antiguo lago Flevo, reunido al mar en 1225, forma hoy el golfo de Zuyderzée. Esta irrupción de océano devoró numerosas ciudades.

De acuerdo con esto, el territorio ocupado por París y toda Francia será un día, nuevamente, invadido por el mar, como ya lo fue varias veces, según prueban las observaciones geológicas. Las partes montañosas formarán islas, como lo son hoy Jersey, Guernesey e Inglaterra, en otras épocas contiguas al continente.


Se navegará por sobre las comarcas que hoy se recorren en ferrocarril. Los navíos llegarán a Montmartre, al monte Valérien, a las colinas de Saint-Cloud y Meudon. Los bosques y los bosquecillos por donde se pasea serán amortajadas por las aguas, recubiertos de limo y poblados por peces en vez de pájaros.


El diluvio bíblico no pudo ser motivado por esto, ya que la invasión de las aguas fue súbita y su estancia corta, mientras que de otra forma hubiese sido de muchos miles de años y duraría aún, sin que los hombres se hubiesen dado cuenta de ello. [N. de A. Kardec.]





Cataclismos futuros

11. Las grandes conmociones terrestres tuvieron lugar cuando la corteza sólida, por su poco espesor, sólo ofrecía una débil resistencia a la efervescente de las materias incandescentes de su interior. Fueron disminuyendo la intensidad y generalidad a medida que la corteza se consolidó. Numerosos volcanes se hallan en la actualidad apagados y otros se encuentran recubiertos por terrenos de formación posterior.


Indudablemente podrán producirse aún perturbaciones locales como consecuencia de erupciones volcánicas, de apertura de nuevos volcanes y de inundaciones súbitas de ciertas comarcas, al paso que algunas islas podrán surgir del mar y otras hundirse en él. Pero el momento de los cataclismos generales, como fueron aquellos que marcaron los grandes períodos geológicos, pasó ya. La Tierra tomó un lugar que, sin ser absolutamente invariable, resguardará en adelante al género humano de las perturbaciones generales, sin contar las causas desconocidas, extrañas a nuestro mundo que, por consiguiente, nadie podría prever.

12. En cuanto a los cometas, hoy nadie teme su influencia, que se sabe más saludable que perjudicial, ya que su destino parece ser el de aprovisionar a los mundos -si se puede decir así-, obsequiándoles los principios vitales que reunieron durante su marcha a través del espacio y en la vecindad de los soles. Serían más bien fuentes de prosperidad que mensajeros de desgracias.


En razón de su naturaleza fluídica, hoy totalmente constatada, (cap. VI, n.º 28 y ss.), no se puede temer un choque violento, ya que, en el caso de que uno de ellos se topase con la Tierra, sería esta última la que pasaría a través del cometa como por entre un manto de neblina.


Su cola tampoco es temible. No es otra cosa que la reflexión de la luz solar en la inmensa atmósfera que los circunda, ya que está constantemente dirigida hacia el lado opuesto al Sol y cambia de dirección de acuerdo con la posición de ese astro. Esa materia gaseosa podría también, como consecuencia de la rapidez de su marcha, formar una especie de cabellera como el surco que deja el barco o el humo de la locomotora. Por otra parte, numerosos cometas ya se han aproximado a la Tierra sin causar daño alguno. En razón de sus densidades respectivas, la Tierra ejercería sobre el cometa una atracción mayor que la del cometa sobre ella. Sólo un resto de los viejos prejuicios puede inspirar temores sobre su presencia. *


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* En 1861 un cometa atravesó la ruta de la Tierra veinte horas de distancia antes que ésta, que debió hallarse sumergida en su atmósfera, sin que haya ocurrido accidente alguno. [N. de A. Kardec.]


13. Igualmente es necesario relegar entre las hipótesis quiméricas la posibilidad de un encuentro de la Tierra con otro planeta. La regularidad e invariabilidad de las leyes que presiden los movimientos de los cuerpos celestes quitan toda posibilidad a este encuentro. Sin embargo, la Tierra tendrá fin. Pero, ¿cómo? Eso entra en el terreno de las conjeturas. Mas, como se halla aún lejos de la perfección capaz de alcanzar y de la vetustez que es signo de declinación, sus habitantes actuales pueden tranquilizarse sabiendo que no será en su tiempo (cap. VI, n.º 48 y ss.).

14. Físicamente, la Tierra sufrió las convulsiones de la infancia. Desde ese momento en adelante entró en un período de relativa estabilidad: el del progreso normal, que se cumple por el acontecer regular de los mismos fenómenos físicos y el concurso inteligente del hombre. Mas se encuentra aún trabajando para dar vida al progreso moral. Allí encontraremos los motivos que originarán las peores conmociones. Hasta que la Humanidad se perfeccione lo bastante mediante la inteligencia y la puesta en práctica de las leyes divinas, las mayores perturbaciones serán producidas por los hombres más que por la Naturaleza, es decir, que serán morales y sociales antes que físicas.




Crecimiento o disminución del volumen de la Tierra

15. El volumen de la Tierra, ¿aumenta, disminuye o es estacionario?


En apoyo al crecimiento del volumen de la Tierra, algunas personas se basan en que las plantas devuelven al suelo más de lo que de él obtienen. Juicio certero en un sentido, mas no en otro. Las plantas se alimentan igualmente, e incluso más, de las sustancias gaseosas que extraen de la atmósfera que de aquellas que absorben a través de sus raíces. Ahora bien, la atmósfera es parte integrante del globo. Los gases que la forman provienen de la descomposición de los cuerpos sólidos y éstos, al recomponerse, retoman lo que les habían entregado. Es un intercambio, mejor aún, una transformación perpetua, de manera que el aumento de los restos animales y vegetales que se opera en ayuda de los elementos constitutivos del globo, por más considerable que sea, no agrega ni un solo átomo a la masa. Si la parte sólida del planeta aumentase por esta causa de manera permanente, sería en detrimento de la atmósfera, que disminuiría otro tanto y terminaría por ser inadecuada para la vida, si no recuperase, mediante la descomposición de los cuerpos sólidos, lo que pierde por su composición.


En el origen de la Tierra, las primeras capas geológicas se formaron con materias sólidas momentáneamente volatilizadas por efecto de la elevada temperatura, las que, más tarde, condensadas por el enfriamiento, se precipitaron. Indudablemente, elevaron algo la superficie del suelo, pero sin agregar nada a la masa total, ya que sólo fue un desplazamiento de materia. Cuando la atmósfera, purgada de los elementos extraños que tenía en suspensión, se encontró en estado normal, las cosas siguieron el curso regular que muestran desde entonces. Hoy, la mínima modificación en la constitución de la atmósfera acarrearía, forzosamente, la destrucción de los habitantes actuales, pero, probablemente también, se crearían nuevas razas sujetas a otras condiciones.


Considerada desde este punto de vista, la masa del planeta, es decir, la suma de moléculas que componen el conjunto de sus partes sólidas, líquidas y gaseosas, es indudablemente la misma desde su origen. Si se operase una dilatación o una condensación, su volumen aumentaría o disminuiría, sin que la masa sufriese alteración alguna. Si la Tierra aumentase de masa, se debería a una causa extraña, puesto que no le es posible extraer de sí misma los elementos necesarios para su crecimiento.


De acuerdo con una opinión, el planeta aumentaría de masa y de volumen por el afluir de materia cósmica interplanetaria. Esta idea no tiene nada de irracional, pero es demasiado hipotética como para ser aceptada como principio. No es más que un sistema combatido por los sistemas contrarios, con respecto a los que la ciencia no dictaminó nada aún. Sobre el tema, presentamos la opinión del eminente espíritu que dictó los sabios estudios uranográficos contenidos en el cap. VI:


“Los mundos se agotan al envejecer y tienden a disolverse para servir de elementos de formación a otros globos. Poco a poco devuelven al fluido cósmico universal del espacio lo que de él han extraído para su formación. Por otra parte, todos los cuerpos se gastan por el frotamiento. El movimiento rápido e incesante del globo a través del fluido cósmico produce una disminución constante de la masa, aunque la cantidad es inapreciable en un lapso corto. *

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* 7. En su movimiento de traslación alrededor del Sol, la velocidad de la Tierra es de 2.229 kilómetros por minuto. Su circunferencia es de 40.000 kilómetros, y completa el movimiento de rotación sobre su eje en 23 h 56 ́4”, es decir, a 28 kilómetros por minuto. [N. de A. Kardec.]


“La existencia de los mundos puede dividirse, según mi opinión, en tres períodos. Primer período: condensación de la materia. Durante esta etapa el volumen del globo disminuye considerablemente, aunque la masa siga siendo la misma: es el período de la infancia. Segundo período: contracción y solidificación de la corteza. Eclosión de los gérmenes, desarrollo de la vida hasta la aparición del tipo perfectible. En ese momento, el planeta está en apogeo de su plenitud, en edad viril. Pierde muy poca cantidad de sus elementos constitutivos. A medida que sus habitantes progresan espiritualmente, pasa al período de decrecimiento material. No sólo pierde como consecuencia del frotamiento, sino también por la desagregación de moléculas, como una piedra dura, carcomida por el tiempo, termina por convertirse en polvo. En su doble movimiento de rotación y traslación, deja en el espacio partículas fluidificadas de su sustancia, hasta el instante en que su disolución sea completa.

“Pero entonces, como el poder de atracción guarda estrecha relación con la masa -no con el volumen-, la masa del globo, al disminuir, modifica sus condiciones de equilibrio en el espacio. Dominado por otros globos a los que no puede oponer un contrapeso, se producen desviaciones en sus movimientos y, en consecuencia, profundos cambios en las condiciones de vida de la superficie. Así, nacimiento, vida y muerte, o infancia, virilidad y decrepitud son las tres fases por las que debe pasar toda aglomeración de materia orgánica o inorgánica. Sólo el espíritu, que no es materia, es indestructible” (Galileo, Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, 1868).





CAPÍTULO X — Génesis orgánica



Formación inicial de los seres vivos.

1. Hubo un tiempo en que los animales no existían, de modo que estos han tenido un comienzo. Cada especie apareció a medida que el globo adquiría las condiciones necesarias para su existencia. Esto es indudable. Ahora bien, ¿cómo se formaron los primeros individuos de cada especie? Se entiende que desde que existió una primera pareja, los individuos se multiplicaron. Pero ¿de dónde salió esa primera pareja? Ese es uno de los misterios inherentes al principio de las cosas, respecto de los cuales sólo podemos enunciar hipótesis. Si la ciencia no está en condiciones aún de resolver por completo el problema, puede al menos encaminarse hacia la solución.

2. La primera cuestión que se presenta es esta: Cada especie animal, ¿salió de una pareja primitiva o de varias parejas creadas o, si se prefiere, que brotaron simultáneamente en diferentes lugares?

Esta última suposición es la más probable, y se puede incluso decir que surge de la observación. En efecto, el estudio de las capas geológicas confirma la presencia, en terrenos de idéntica formación y en proporciones enormes, de las mismas especies en puntos del globo muy alejados entre sí. Esa multiplicación tan generalizada, y en cierto modo contemporánea, habría sido imposible con un único tipo primitivo.

Por otro lado, la vida de un individuo, sobre todo de un individuo de una especie que hace su primera aparición, está sujeta a tantas vicisitudes, que una creación entera podría quedar comprometida sin la pluralidad de los tipos, lo que implicaría una inadmisible falta de previsión de parte del Creador supremo. Asimismo, si un tipo pudo formarse en un lugar, también podría formarse en muchos otros sitios, por efecto de la misma causa.

Por consiguiente, todo parece concurrir para probar que hubo una creación simultánea y múltiple de las primeras parejas de cada especie animal y vegetal.

3. La formación de los primeros seres vivos puede deducirse, por analogía, de la misma ley por la cual se formaron y se forman todos los días los cuerpos inorgánicos. A medida que se profundiza el estudio de las leyes de la naturaleza, los engranajes que a primera vista parecían tan complicados, se simplifican y confunden en la gran ley de unidad que rige toda la obra de la Creación. Eso se entenderá mejor cuando se haya comprendido la formación de los cuerpos inorgánicos, que es su primer grado.

4. La química considera como elementales un cierto número de sustancias, tales como el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, el carbono, el cloro, el yodo, el flúor, el azufre, el fósforo y todos los metales. Al combinarse, estos forman los cuerpos compuestos: los óxidos, los ácidos, los álcalis, las sales y las innumerables variedades que surgen de la combinación de estos.

La combinación de dos cuerpos para formar un tercero requiere una especial confluencia de circunstancias, ya sea un determinado grado de calor, de sequedad o de humedad, de movimiento o de reposo, o bien una corriente eléctrica, etc. Si esas condiciones no existen, la combinación no se produce.

5. Cuando hay una combinación, los cuerpos componentes pierden sus propiedades características, mientras que el compuesto resultante adquiere otras nuevas, diferentes de las primeras. Así, por ejemplo, el oxígeno y el hidrógeno, que son dos gases invisibles, al combinarse químicamente forman el agua, que es líquida, sólida o gaseosa, según la temperatura. En el agua ya no existe, para ser precisos, ni oxígeno ni hidrógeno, sino un cuerpo nuevo. Al descomponerse esa agua, los dos gases que quedaron libres recobran sus propiedades y ya no hay agua. De ese modo, la misma cantidad de agua puede ser alternativamente descompuesta y recompuesta hasta el infinito.

6. La composición y la descomposición de los cuerpos se producen a consecuencia del grado de afinidad que tengan entre sí los principios elementales. La formación del agua, por ejemplo, resulta de la afinidad recíproca que existe entre el oxígeno y el hidrógeno; pero si se pone en contacto con el agua un cuerpo que tenga más afinidad con el oxígeno que la que este tiene con el hidrógeno, el agua se descompone; el oxígeno es absorbido, el hidrógeno queda libre, y ya no hay agua.

7. Los cuerpos compuestos se forman siempre en proporciones definidas, es decir, por la combinación de una cantidad determinada de los principios constituyentes. Así, para formar agua son necesarias una parte de oxígeno y dos de hidrógeno. Si se combinan dos partes de oxígeno con dos de hidrógeno, en vez de agua tendremos bióxido de hidrógeno, un líquido corrosivo, pero formado con los mismos elementos que entran en la composición del agua, aunque en otra proporción.

8. Esa es, en pocas palabras, la ley que preside la formación de todos los cuerpos de la naturaleza. La innumerable variedad de esos cuerpos resulta de un reducidísimo número de principios elementales combinados en proporciones diferentes.

Así, el oxígeno, combinado en ciertas proporciones con el carbono, el azufre y el fósforo, forma los ácidos carbónico, sulfúrico y fosfórico; el oxígeno y el hierro forman el óxido de hierro o herrumbre; el oxígeno y el plomo, ambos inofensivos, dan origen a los óxidos de plomo, tales como el litargirio, el albayalde, el minio, que son venenosos. El oxígeno con los metales denominados calcio, sodio y potasio, forman la cal, la soda y la potasa. La cal, unida al ácido carbónico forma los carbonatos de cal o piedras calcáreas, tales como el mármol, la tiza, la piedra de construcción, las estalactitas de las grutas; unida al ácido sulfúrico forma el sulfato de cal o yeso y el alabastro; unida al ácido fosfórico forma el fosfato de cal, base sólida de los huesos; el cloro y el hidrógeno forman el ácido clorhídrico o hidroclórico; el cloro y el sodio forman el cloruro de sodio o sal marina.

9. Todas esas combinaciones, y miles de otras, se obtienen artificialmente en pequeña escala en los laboratorios de química; y se producen espontáneamente y en gran escala en el inmenso laboratorio de la naturaleza.

En su origen, la Tierra no contenía esas materias combinadas, sino solamente sus principios constitutivos volatilizados. Cuando las tierras calcáreas y otras, que con el tiempo se convirtieron en piedras, se depositaron en su superficie, aquellas materias no existían totalmente formadas; no obstante, en el aire se encontraban, en estado gaseoso, todas las sustancias primitivas. Esas sustancias, precipitadas por efecto del enfriamiento, y sometidas a circunstancias favorables, se combinaron según el grado de sus afinidades moleculares. Entonces se formaron las diferentes variedades de carbonatos, sulfatos, etc., al principio disueltos en las aguas y luego depositados en la superficie del suelo.

En la suposición de que, por una causa cualquiera, la Tierra volviese a su estado primitivo de incandescencia, todo se descompondría; los elementos se separarían; todas las sustancias fusibles se fundirían; todas las que son volatilizables se volatilizarían. Posteriormente, otro enfriamiento determinaría una nueva precipitación, y de nuevo se formarían las antiguas combinaciones.

10. Estas consideraciones demuestran cuán necesaria era la química para la comprensión de la génesis.

Antes de que se conocieran las leyes de la afinidad molecular era imposible que se comprendiera la formación de la Tierra. Esta ciencia ha arrojado importante luz sobre la cuestión, como lo hicieron la astronomía y la geología desde otros puntos de vista.

11. En la formación de los cuerpos sólidos, uno de los fenómenos más notables es el de la cristalización, que consiste en la forma regular que adoptan ciertas sustancias al pasar del estado líquido o gaseoso al estado sólido. Esa forma, que varía de acuerdo con la naturaleza de la sustancia, es generalmente la de sólidos geométricos, tales como el prisma, el romboide, el cubo y la pirámide. Todos conocen los cristales del azúcar cande, los cristales de roca o silicio cristalizado. Son prismas de seis caras que terminan en una pirámide también hexagonal. El diamante es carbono puro o carbón cristalizado. Las figuras que en invierno se producen sobre los vidrios se deben a la cristalización del vapor de agua durante la congelación, con la forma de agujas prismáticas.

La disposición regular de los cristales corresponde a la forma particular de las moléculas de cada cuerpo. Esas partículas, infinitamente pequeñas para nosotros, pero que no dejan por eso de ocupar un cierto espacio, aproximadas las unas a las otras por atracción molecular, se acomodan y se yuxtaponen según lo exigen sus formas, de modo que cada una tome su lugar alrededor del núcleo o principal centro de atracción, para constituir un conjunto simétrico.

La cristalización sólo ocurre en ciertas circunstancias favorables, fuera de las cuales no puede producirse. El grado de la temperatura y el reposo son condiciones esenciales. Se comprende que demasiado calor, al mantener separadas las moléculas, no les permitiría que se condensasen, y que la agitación, al impedir que se acomoden simétricamente, sólo les dejaría que formen una masa confusa e irregular y, por lo tanto, sin la cristalización propiamente dicha.

12. La ley que rige la formación de los minerales conduce naturalmente a la formación de los cuerpos orgánicos.

El análisis químico muestra que todas las sustancias vegetales y animales están compuestas por los mismos elementos que los cuerpos inorgánicos. De esos elementos, los que desempeñan un rol principal son el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono. Los demás sólo se encuentran de manera eventual. Al igual que en el reino mineral, la diferencia de proporciones en la combinación de esos elementos produce todas las variedades de sustancias orgánicas y sus diversas propiedades, tales como los músculos, los huesos, la sangre, la bilis, los nervios, la sustancia cerebral y la grasa, en los animales; la savia, la madera, las hojas, los frutos, las esencias, los aceites, las resinas, etc., en los vegetales. Por consiguiente, en la formación de los animales y las plantas no interviene ningún elemento especial que no se encuentre también en el reino mineral.*


* El cuadro siguiente corresponde al análisis de algunas sustancias y muestra la diferencia de propiedades que resulta tan sólo de la diferencia en la proporción en que entran los elementos constituyentes. Sobre 100 partes tenemos:



Carbono

Hidrógeno

Oxígeno

Nitrógeno

Azúcar de caña

42.470

6.900

50.530

-

Azúcar de uva

36.710

6.780

56.510

-

Alcohol

51.980

13.700

34.320

-

Aceite de oliva

77.210

13.360

9.430

-

Aceite de nuez

79.774

10.570

9.122

0,534

Grasa

78.996

11.700

9.304

-

Fibrina

53.360

7.021

19.686

19.934



13. Algunos ejemplos comunes permitirán que se comprendan las transformaciones que ocurren en el reino orgánico por la sola modificación de los elementos constitutivos.

En el jugo de uva aún no hay vino ni alcohol, sino simplemente agua y azúcar. Cuando el jugo madura y las condiciones son propicias, se produce en él una actividad interna a la que se da el nombre de fermentación. A raíz de esa actividad, una parte del azúcar se descompone; el oxígeno, el hidrógeno y el carbono se separan y se combinan en las proporciones necesarias para producir el alcohol, de tal modo que cuando se bebe el jugo de uva no se bebe en realidad alcohol, pues este todavía no existe. El alcohol se forma de las partes constituyentes del agua y del azúcar, sin que haya, en suma, ni una molécula de más ni una de menos.

En el pan y las legumbres que se comen no hay, por cierto, ni carne, ni sangre, ni huesos, ni bilis, ni sustancia cerebral; sin embargo, esos mismos alimentos, al descomponerse y recomponerse durante el trabajo de la digestión, producen esas diferentes sustancias tan sólo por la transmutación de sus elementos constitutivos.

En la semilla de un árbol tampoco hay madera, ni hojas, ni flores, ni frutos, y sería un error pueril suponer que el árbol entero, en tamaño microscópico, se encuentra allí. Casi no existe siquiera en la simiente la cantidad de oxígeno, hidrógeno y carbono necesaria para formar la hoja del árbol. La semilla contiene un germen que hace eclosión cuando encuentra condiciones favorables. Ese germen se desarrolla debido a los jugos que absorbe de la tierra y a los gases que aspira del aire. Esos jugos, que no son madera, ni hojas, ni flores, ni frutos, al infiltrarse en la planta forman la savia, del mismo modo que en los animales forman la sangre. Transportada por la circulación a todas las partes del vegetal, según el órgano adonde llega, la savia experimenta una elaboración especial y se transforma en madera, hojas, frutos, así como la sangre se transforma en carne, huesos, bilis, etc. No obstante, se trata siempre de los mismos elementos: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono, combinados de diversas maneras.

14. Por consiguiente, las diferentes combinaciones de los elementos para la formación de las sustancias minerales, vegetales y animales, no pueden producirse sino en los medios y en las circunstancias propicias; fuera de esas circunstancias, los principios elementales permanecen en una especie de inercia. Con todo, a partir del momento en que las circunstancias se vuelven favorables, comienza un trabajo de elaboración; las moléculas se ponen en movimiento, se agitan, se atraen, se aproximan y se separan por efecto de la ley de las afinidades y, mediante sus múltiples combinaciones, componen la infinita variedad de las sustancias. Si esas condiciones desaparecen, el trabajo cesa bruscamente y vuelve a comenzar cuando estas se presentan nuevamente. Así es como la vegetación se activa, se debilita, se detiene y prosigue, bajo la acción del calor, de la luz, de la humedad, del frío o de la sequía; así es como una planta prospera en un clima o en un terreno, y se marchita o muere en otros.

15. Lo que ocurre a diario delante de nuestros ojos puede orientarnos acerca de lo que sucedió en el origen de los tiempos, ya que las leyes de la naturaleza son invariables.

Puesto que los elementos constitutivos de los seres orgánicos e inorgánicos son los mismos, y que los vemos constantemente, en determinadas circunstancias, formar piedras, plantas y frutos, podemos inferir de ahí que los cuerpos de los primeros seres vivos se formaron, como las primeras piedras, por la reunión de las moléculas elementales, en virtud de la ley de afinidad, a medida que las condiciones de vitalidad del globo fueron propicias para tal o cual especie.

La semejanza de forma y de colores en la reproducción de los individuos de cada especie puede compararse con la semejanza de forma de cada especie de cristal. Como se yuxtaponen por la acción de la misma ley, las moléculas producen un conjunto análogo.




El principio vital.


17. ¿Será el principio vital algo distinto, que tiene existencia propia? ¿O bien, integrado en el sistema de la unidad del elemento generador, no es más que un estado particular, una de las modificaciones del fluido cósmico universal, mediante la cual este se convierte en el principio de vida, del mismo modo que se convierte en luz, fuego, calor, electricidad? En este último sentido, las comunicaciones que hemos reproducido más arriba resuelven el problema. (Véase el Capítulo VI: Uranografía general.)

No obstante, sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la naturaleza del principio vital, lo cierto es que existe, pues observamos sus efectos. Por lo tanto, podemos admitir lógicamente que, al formarse, los seres orgánicos han asimilado el principio vital, pues este es necesario para su destino; o si se prefiere, que ese principio se desarrolló en cada individuo por efecto mismo de la combinación de los elementos, tal como se desarrollan en ciertas circunstancias el calor, la luz y la electricidad.

18. Al combinarse sin el principio vital, el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono sólo habrían formado un mineral o cuerpo inorgánico. Sin embargo, puesto que el principio vital modifica la constitución molecular de ese cuerpo, le confiere propiedades especiales y, en lugar de una molécula mineral, se obtiene una molécula de materia orgánica.

La actividad del principio vital es mantenida durante la vida mediante la acción del funcionamiento de los órganos, del mismo modo que el calor por el movimiento de rotación de una rueda. Al cesar esa acción, con motivo de la muerte, el principio vital se extingue, al igual que el calor cuando la rueda deja de girar. No obstante, el efecto producido sobre el estado molecular del cuerpo por el principio vital subsiste hasta después de la extinción de ese principio, como la carbonización de la madera persiste después de que se ha extinguido el calor. En el análisis de los cuerpos orgánicos, la química encuentra los elementos que los constituyen: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono, pero no puede reconstituir aquellos cuerpos; dado que ya no existe la causa, le es imposible reproducir el efecto, mientras que sí puede reconstituir una piedra.

19. Hemos tomado como elemento de comparación el calor que se desarrolla por el movimiento de una rueda, por tratarse de un efecto común, que todos conocen, y es más fácil de comprender. No obstante, habríamos sido más exactos si hubiésemos dicho que, en la combinación de los elementos para formar los cuerpos orgánicos, se desarrolla la electricidad. Los cuerpos orgánicos serían entonces verdaderas pilas eléctricas, que funcionan mientras los elementos de esas pilas se encuentran en las condiciones requeridas para producir electricidad: esa es la vida; y que dejan de funcionar cuando esas condiciones desaparecen: esa es la muerte. De acuerdo con esto, el principio vital no sería más que una especie particular de electricidad, denominada electricidad animal, que durante la vida se desprende mediante la acción de los órganos, y cuya producción cesa en ocasión de la muerte, a raíz de que se extingue esa acción.




Generación espontánea.

20. Es natural preguntarse por qué ya no se forman seres vivos en las mismas condiciones en que se formaron los primeros que aparecieron en la Tierra.

La cuestión de la generación espontánea, que actualmente preocupa a la ciencia, aunque todavía no haya un acuerdo en cuanto a su resolución, no deja de arrojar luz sobre ese punto. El problema propuesto es el siguiente: en nuestros días, ¿se forman espontáneamente seres orgánicos por la simple reunión de los elementos que los constituyen, sin gérmenes producidos previamente por el modo habitual de generación? Dicho de otro modo: ¿se forman seres sin padre ni madre? Los partidarios de la generación espontánea responden afirmativamente, y se apoyan en observaciones directas que parecen concluyentes. Otros piensan que todos los seres vivos se reproducen los unos mediante los otros, y se basan en el hecho, constatado por la experiencia, de que los gérmenes de ciertas especies vegetales y animales, incluso dispersos, conservan la vitalidad en estado latente durante un lapso considerable, hasta que las circunstancias sean favorables a su eclosión. Esta opinión deja siempre pendiente la cuestión sobre cómo se formaron los primeros tipos de cada especie.

21. Sin rebatir ninguno de los dos sistemas, conviene destacar que el principio de la generación espontánea evidentemente sólo se puede aplicar a los seres de los órdenes más inferiores de los reinos vegetal y animal, a aquellos en los cuales la vida comienza a despuntar y cuyo organismo, extremadamente simple, es en cierto modo rudimentario. Fueron esos, de hecho, los primeros que aparecieron en la Tierra y cuya formación debió de ser espontánea. En ese caso, asistiríamos a una creación permanente, análoga a la que se produjo en las primeras edades del mundo.

22. Pero entonces, ¿por qué no se forman de la misma manera los seres de organización compleja? Es un hecho positivo que esos seres no han existido siempre; por consiguiente, tuvieron un comienzo. Si el musgo, el liquen, el zoófito, el infusorio, las lombrices intestinales y otros se reproducen espontáneamente, ¿por qué no sucede lo mismo con los árboles, los peces, los perros o los caballos?

Por el momento, aquí se detienen las investigaciones; se pierde el hilo conductor, y hasta que este sea encontrado, el terreno queda abierto a las hipótesis. Sería, pues, imprudente y prematuro presentar estos sistemas como verdades absolutas.

23. Si la generación espontánea es un hecho demostrado, por más limitado que sea, no deja de constituir un hecho fundamental, un hito capaz de indicar el camino para nuevas investigaciones. Si los seres orgánicos complejos no se producen de esa manera, ¿quién sabe cómo comenzaron? ¿Quién conoce el secreto de todas las transformaciones? Si vemos al roble brotar de la bellota, ¿quién puede sostener que no exista un lazo misterioso entre el pólipo y el elefante? (Véase el § 25.)

En el estado actual de nuestros conocimientos, no podemos instalar la teoría de la generación espontánea permanente más que como una hipótesis probable, que un día, tal vez, ocupe un lugar entre las verdades científicas reconocidas. *


* Véase, en la Revista Espírita de julio de 1868, el artículo acerca del desarrollo de la teoría de la generación espontánea: “La generación espontánea y la génesis”. (N. de Allan Kardec.)




Escala de los seres orgánicos.

24. No existe una delimitación nítidamente marcada entre los reinos vegetal y animal. En las fronteras de los dos reinos están los zoófitos o animales plantas, cuyo nombre indica que participan de uno y otro y les sirven como punto de contacto.

Al igual que los animales, las plantas nacen, viven, crecen, se alimentan, respiran, se reproducen y mueren. También necesitan luz, calor y agua para vivir; en caso de que les falten esos elementos, se marchitan y mueren. La absorción de un aire viciado y de sustancias deletéreas las envenena. Su carácter distintivo más acentuado es el hecho de que permanezcan vinculadas al suelo y extraigan de él su alimento, sin desplazarse.

El zoófito tiene la apariencia exterior de la planta. Como planta, se mantiene vinculado al suelo; como animal, la vida en él se encuentra más manifiesta: toma su alimentación del medio ambiente.

Un escalón más arriba, el animal es libre y busca su alimento. En primer lugar, se encuentran las numerosas variedades de pólipos de cuerpos gelatinosos, que carecen de órganos bien definidos, y sólo difieren de las plantas por la facultad de locomoción. Siguen, en el orden del desarrollo de los órganos, de la actividad vital y del instinto: los helmintos o lombrices intestinales; los moluscos, animales carnosos desprovistos de huesos, algunos de los cuales están desnudos, como las babosas y los pulpos; y otros provistos de conchas, como el caracol y la ostra. Los crustáceos, cuya piel está cubierta con una corteza sólida, como el cangrejo y la langosta de mar; los insectos, en los cuales la vida despliega una actividad prodigiosa y se manifiesta el instinto industrioso, como la hormiga, la abeja y la araña. Algunos experimentan metamorfosis, como la oruga, que se transforma en una delicada mariposa. Sigue, a continuación, el orden de los vertebrados, animales de esqueleto óseo, que comprende los peces, los reptiles, las aves y, por último, los mamíferos, cuya organización es la más completa.

25. Si se consideran solamente los dos puntos extremos de la cadena, sin duda no habrá aparentemente ninguna analogía; pero si se pasa de un eslabón al otro sin solución de continuidad, se llega sin una transición brusca de la planta a los animales vertebrados. Se comprende entonces que los animales de organización compleja no son más que una transformación o, si se prefiere, un desarrollo gradual, al comienzo imperceptible, de la especie inmediatamente inferior, y así sucesivamente, hasta el ser primitivo elemental. Entre la bellota y el roble la diferencia es muy importante; sin embargo, si acompañamos paso a paso el desarrollo de la bellota, llegaremos al roble, y ya no nos sorprenderemos de que este provenga de una semilla tan pequeña. Por consiguiente, si la bellota encierra en estado latente los elementos apropiados para la formación de un árbol gigantesco, ¿por qué no ocurriría lo mismo desde el ácaro al elefante? (Véase el § 23.)

Ante lo expuesto, se comprende que no exista la generación espontánea más que para los seres orgánicos elementales. Las especies superiores serían el resultado de las transformaciones sucesivas de esos mismos seres, a medida que las condiciones atmosféricas fueron propicias para ellos. Al adquirir cada especie la facultad de reproducirse, los cruzamientos dieron por resultado incontables variedades. Más tarde, una vez que la especie se instaló en condiciones de vitalidad duradera, ¿quién podría negar que los gérmenes primitivos de donde ella surgió hayan desaparecido a partir de entonces por ser inútiles? ¿Quién podría negar que nuestro ácaro actual es idéntico al que, de transformación en transformación, produjo al elefante? De ese modo se explicaría por qué no existe la generación espontánea entre los animales de organización compleja.

Esta teoría, aunque no ha sido aceptada de manera definitiva, es la que tiende actualmente a predominar en la ciencia. Los investigadores serios la aceptan como la más racional entre todas las que existen.




El hombre corporal.

26. Desde el punto de vista corporal y puramente anatómico, el hombre pertenece a la clase de los mamíferos, de los cuales difiere únicamente por algunos matices en la forma exterior. En cuanto a lo demás, posee la misma composición química de los animales, los mismos órganos, las mismas funciones y los mismos modos de nutrición, de respiración, de secreción y de reproducción. El hombre nace, vive y muere en las mismas condiciones y, cuando muere, su cuerpo se descompone como el de todo ser viviente. No hay en su sangre, ni en su carne, ni en sus huesos, un átomo diferente de los que se encuentran en el cuerpo de los animales. Como estos, al morir devuelve a la tierra el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono que se habían combinado para formarlo, de modo que esos elementos, mediante nuevas combinaciones, van a formar nuevos cuerpos minerales, vegetales y animales. La analogía es tan grande que, cuando las experiencias no pueden hacerse en el propio hombre, sus funciones orgánicas se estudian en ciertos animales.

27. Dentro de la clase de los mamíferos, el hombre pertenece al orden de los bímanos. Inmediatamente por debajo de él están los cuadrumanos (animales de cuatro manos) o monos, algunos de los cuales, como el orangután y el chimpancé, tienen cierto parecido con el hombre, a tal punto que durante mucho tiempo se los denominó hombres de los bosques. Como el hombre, esos monos caminan erguidos, usan palos como herramientas, construyen chozas y se llevan el alimento a la boca valiéndose de las manos: signos característicos.

28. Por poco que se observe la escala de los seres vivos, desde el punto de vista del organismo, se reconoce que desde el liquen hasta el árbol, y desde el zoófito hasta el hombre, existe una cadena que se eleva gradualmente sin solución de continuidad, y cuyos eslabones tienen, sin excepción, un punto de contacto con el eslabón precedente. Si se acompaña paso a paso la serie de los seres, podría decirse que cada especie es un perfeccionamiento, una transformación de la especie inmediatamente inferior. Dado que las condiciones del cuerpo del hombre son idénticas a las de los otros cuerpos, química y constitucionalmente, y dado que nace, vive y muere de la misma manera, también él debe de haberse formado en las mismas condiciones que los demás.

29. Aunque eso pueda costarle mucho a su orgullo, el hombre debe resignarse a no ver en su cuerpo material más que el último eslabón de la animalidad en la Tierra. Ese es el inexorable argumento de los hechos, contra el cual sería inútil protestar.

No obstante, cuanto más disminuye para él el valor del cuerpo, tanto más crece en importancia el principio espiritual. Si el primero lo nivela con los irracionales, el segundo lo eleva a una altura inconmensurable. Vemos el límite extremo del animal, pero no vemos el límite al que puede llegar el Espíritu del hombre.

30. En eso el materialismo puede ver que el espiritismo, lejos de temer a los descubrimientos de la ciencia y su positivismo, va al encuentro de ellos y los provoca, porque tiene la certeza de que el principio espiritual, que tiene existencia propia, en nada será perjudicado. El espiritismo marcha a la par del materialismo en el campo de la materia; admite todo lo que el materialismo admite; pero avanza hasta más allá del punto donde este se detiene.

El espiritismo y el materialismo son como dos viajeros que caminan juntos a partir del mismo lugar; llegados a una cierta distancia, uno de ellos dice: “No puedo seguir”. El otro prosigue y descubre un nuevo mundo. ¿Por qué, entonces, el primero manifiesta que el segundo ha perdido la razón, sólo porque vislumbra nuevos horizontes y se decide a trasponer los límites cuando el otro considera conveniente detenerse? ¿Acaso Cristóbal Colón no fue también tildado de loco porque creía en la existencia de un mundo más allá del océano? ¡Cuántos de esos locos sublimes han hecho avanzar a la humanidad y entraron en la Historia coronados de laureles después de que se les arrojó lodo!

Pues bien, el espiritismo, esta locura del siglo diecinueve, según aquellos que se obstinan en permanecer ligados a la Tierra, pone en evidencia un mundo mucho más importante para el hombre que América, ya que no todos los hombres van a América, mientras que todos, sin excepción, van al mundo de los Espíritus y realizan incesantes travesías de uno a otro.

Llegados al punto en que nos encontramos en relación con la génesis, el materialismo se detiene, en tanto que el espiritismo prosigue sus investigaciones en el dominio de la génesis espiritual.





CAPÍTULO XI - Génesis espiritual



El principio espiritual

1. La existencia del principio espiritual es un hecho que, por decirlo así, no necesita más demostración que el de la existencia del principio material. Es, en cierta forma, una verdad axiomática: se confirma por sus efectos, como la materia por los que le son propios.


De acuerdo con este principio: “Dado que todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente”, no hay quien no haga la distinción entre el movimiento mecánico de una campana agitada por el viento, y el movimiento de esa misma campana para dar una señal, un aviso, lo que demuestra por eso mismo que obedece a un pensamiento, a una intención. Ahora bien, como a nadie se le puede ocurrir la idea de atribuir el pensamiento a la materia de la campana, se debe concluir que la mueve una inteligencia a la cual le sirve de instrumento para que se ponga de manifiesto.


Por esa misma razón, nadie tendrá la idea de atribuir el pensamiento al cuerpo de un hombre muerto. Si cuando está vivo, el hombre piensa, se debe a que hay en él algo que ya no existe cuando está muerto. La diferencia que hay entre él y la campana consiste en que la inteligencia que hace que esta se mueva está fuera de ella, mientras que la que hace obrar al hombre está en él mismo.



2. El principio espiritual es el corolario de la existencia de Dios. Sin ese principio, Dios no tendría razón de ser, puesto que no se podría concebir que la soberana inteligencia reinara durante toda la eternidad únicamente sobre la materia bruta, como no se podría concebir que un monarca terrestre reinara durante toda su vida exclusivamente sobre piedras. Puesto que no se puede admitir a Dios sin los atributos esenciales de la Divinidad: la justicia y la bondad, esas cualidades serían inútiles si Él sólo pudiera ejercitarlas sobre la materia.



3. Por otro lado, no se podría concebir un Dios soberanamente justo y bueno, que creara seres inteligentes y sensibles, para arrojarlos a la nada luego de algunos días de padecimientos sin compensaciones, y que se recreara en esa sucesión indefinida de seres que nacen sin haberlo pedido, pensando por un instante apenas para que sólo conozcan el dolor y se extingan definitivamente después de una efímera existencia.


Sin la supervivencia del ser pensante los padecimientos de la vida serían, de parte de Dios, una crueldad sin objetivo. Por ese motivo, el materialismo y el ateísmo son consecuencia uno del otro: al negar la causa, no pueden admitir el efecto; al negar el efecto, no pueden admitir la causa. El materialismo es, pues, coherente consigo mismo, aunque no lo sea con la razón.



4. La idea de la perpetuidad del ser espiritual es innata en el hombre; se encuentra en él en estado de intuición y de anhelo. El hombre comprende que solamente ahí reside la compensación de las miserias de la vida. Esa es la causa por la que siempre ha habido y habrá cada vez más espiritualistas que materialistas, y más deístas que ateos.


A la idea intuitiva y al poder del razonamiento, el espiritismo agrega la sanción de los hechos, la prueba material de la existencia del ser espiritual, de su supervivencia, de su inmortalidad y de su individualidad. Especifica y define lo que aquella idea tenía de vago y abstracto. Muestra que el ser inteligente actúa fuera de la materia, tanto después como durante la vida del cuerpo.



5. El principio espiritual y el principio vital, ¿son una sola y la misma cosa?


A partir, como siempre, de la observación de los hechos, diremos que si el principio vital fuese inseparable del principio inteligente, habría alguna razón para confundirlos. Sin embargo, dado que vemos seres que viven y no piensan, como las plantas; cuerpos humanos que continúan animados por la vida orgánica cuando ya no existe ninguna manifestación del pensamiento; que en el ser vivo se producen movimientos vitales independientes de la acción de la voluntad; que durante el sueño la vida orgánica permanece en plena actividad, mientras que la vida intelectual no se manifiesta por ningún signo exterior, cabe admitir que la vida orgánica reside en un principio inherente a la materia, independiente de la vida espiritual, que es propia del Espíritu. Ahora bien, visto que la materia tiene una vitalidad independiente del Espíritu, y que el Espíritu tiene una vitalidad independiente de la materia, resulta evidente que esa doble vitalidad reposa sobre dos principios diferentes. (Véase el Capítulo X, §§16 a 19.)



6. El principio espiritual, ¿tendrá origen en el elemento cósmico universal? ¿Será sólo una transformación, un modo de existencia de ese elemento, como la luz, la electricidad, el calor, etc.?


Si fuese así, el principio espiritual sufriría las vicisitudes de la materia; se extinguiría por la desagregación, como el principio vital; el ser inteligente no tendría más que una existencia momentánea, como la del cuerpo, y al morir volvería a la nada o, lo que sería lo mismo, al todo universal. Estaríamos, en una palabra, ante la confirmación de las doctrinas materialistas.


Las propiedades sui generis que se le reconocen al principio espiritual prueban que este tiene existencia propia, independiente, puesto que si su origen estuviese en la materia, le faltarían esas propiedades. Dado que la inteligencia y el pensamiento no pueden ser atributos de la materia, si nos remontamos de los efectos a la causa, se llega a la conclusión de que el elemento material y el elemento espiritual son dos principios constitutivos del universo. El elemento espiritual individualizado constituye los seres llamados Espíritus, como el elemento material individualizado constituye los diferentes cuerpos de la naturaleza, orgánicos e inorgánicos.



7. Admitido el ser espiritual, como este no puede proceder de la materia, ¿cuál es su origen, su punto de partida?


Para responder, no disponemos en absoluto de los medios de investigación, como sucede con todo lo relativo al principio de las cosas. El hombre sólo puede comprobar lo que existe, y acerca de todo lo demás, no le cabe otra cosa que enunciar hipótesis. Y ya sea porque ese conocimiento esté fuera del alcance de su inteligencia actual, o porque en este momento pueda resultarle inútil o perjudicial, Dios no se lo concede siquiera mediante la revelación.


Lo que Dios permite que sus mensajeros le digan y lo que, por otra parte, el hombre puede deducir por sí mismo a partir del principio de la soberana justicia, que es uno de los atributos esenciales de la Divinidad, es que todos los Espíritus tienen el mismo punto de partida: todos son creados simples e ignorantes, con idéntica aptitud para progresar mediante sus actividades individuales; todos alcanzarán el grado de perfección compatible con los esfuerzos personales de las criaturas humanas; todos, porque son hijos del mismo Padre, son objeto de igual solicitud: no existe ninguno más favorecido o mejor dotado que los otros, ni dispensado del trabajo impuesto a los demás para que alcancen la meta.



8. Al mismo tiempo que creó, desde siempre, mundos materiales, Dios también ha creado seres espirituales desde toda la eternidad. Si no fuese así, los mundos materiales no tendrían ningún sentido. Sería mucho más fácil si se concibieran los seres espirituales sin los mundos materiales, que estos últimos sin aquellos. Los mundos materiales debían proporcionar a los seres espirituales elementos de actividad para el desarrollo de su inteligencia.



9. El progreso es la condición normal de los seres espirituales, y la perfección relativa es la meta que deben alcanzar. Ahora bien, como Dios ha creado desde toda la eternidad, y crea sin cesar, también desde toda la eternidad han existido seres que alcanzaron el punto culminante de la escala.


Antes de que la Tierra existiese, mundos incontables habían sucedido a otros mundos, y cuando la Tierra salió del caos de los elementos, el espacio ya estaba poblado de seres espirituales en todos los grados de adelanto, desde los que surgían a la vida hasta los que, desde toda la eternidad, habían tomado un lugar entre los Espíritus puros, vulgarmente denominados ángeles.




Unión del principio espiritual con la materia

10. Puesto que la materia debía ser el objeto del trabajo del Espíritu para el desarrollo de sus facultades, era necesario que este pudiese actuar sobre ella, razón por la cual tuvo que habitarla, como el leñador habita en del bosque. Como la materia debía ser al mismo tiempo el objetivo y el instrumento del trabajo, Dios, en vez de unir el Espíritu a la piedra rígida creó, para su uso, cuerpos organizados, flexibles y capaces de recibir todos los impulsos de su voluntad, así como también de prestarse a todos sus movimientos.


Por lo tanto, el cuerpo es al mismo tiempo la envoltura y el instrumento del Espíritu. A medida que este adquiere nuevas aptitudes, se reviste con una envoltura apropiada al nuevo tipo de trabajo que le corresponde realizar, tal como se hace con el operario a quien se le confía una herramienta menos sencilla a medida que demuestra su capacidad para realizar una tarea más delicada.



11. Para ser más exactos, es necesario expresar que el Espí- ritu mismo es el que modela su envoltura y la adecua a sus nuevas necesidades; perfecciona, desarrolla y completa su organismo a medida que experimenta la necesidad de poner de manifiesto nuevas facultades; en una palabra, lo adapta de acuerdo con su inteligencia. Dios le proporciona los materiales, y a él le corresponde hacer uso de ellos. A eso se debe que las razas más avanzadas tienen un organismo o, si se quiere, un mecanismo cerebral más perfeccionado que el de las razas primitivas. De ese modo también se explica la marca especial que el carácter del Espíritu imprime a los rasgos de la fisonomía y a las líneas del cuerpo. (Véase el Capítulo VIII, § 7: El alma de la Tierra.)



12. Desde el momento en que un Espíritu nace a la vida espiritual, en beneficio de su adelanto es necesario que haga uso de sus facultades, rudimentarias al principio. Por esa razón se recubre con una envoltura corporal adecuada a su estado de infancia intelectual, envoltura que él abandona para tomar otra a medida que sus fuerzas van en aumento. Ahora bien, como en todas las épocas ha habido mundos, y como esos mundos dieron origen a cuerpos organizados aptos para recibir Espíritus, en todas las épocas los Espíritus, sea cual fuere el grado de adelanto que hubiesen alcanzado, encontraron los elementos necesarios para la vida carnal.



13. Por ser exclusivamente material, el cuerpo sufre las vicisitudes de la materia. Después de funcionar durante algún tiempo, se desorganiza y se descompone. El principio vital, como ya no encuentra un elemento para su actividad, se extingue y el cuerpo muere. El Espíritu, para quien el cuerpo privado de vida se torna inútil, lo abandona, como se abandona una casa en ruinas o la ropa que no sirve.



14. El cuerpo, pues, no es más que una envoltura destinada a recibir al Espíritu, de modo que poco importan su origen y los materiales que lo constituyen. Sea o no el cuerpo del hombre una creación especial, lo cierto es que lo forman los mismos elementos que forman el cuerpo de los animales, lo anima el mismo principio vital o, en otras palabras, lo vivifica el mismo fuego, así como lo ilumina la misma luz y se encuentra sujeto a las mismas vicisitudes y a las mismas necesidades. Esta es una cuestión que no admite discusiones.


En caso de que se considere únicamente la materia, haciendo abstracción del Espíritu, el hombre no tiene nada que lo distinga del animal. Sin embargo, todo cambia de aspecto cuando se establece la diferencia entre la habitación y el habitante.


Un gran señor, sea que se encuentre en una choza o esté cubierto con las ropas de un campesino, no deja por eso de ser un gran señor. Lo mismo sucede con el hombre. No es su vestimenta de carne la que lo coloca por encima de los irracionales y lo convierte en un ser aparte, sino el ser espiritual que existe en él, su Espíritu.




Hipótesis sobre el origen del cuerpo humano

15. De la semejanza de formas exteriores que existe entre el cuerpo del hombre y el del mono, algunos fisiólogos arribaron a la conclusión de que el primero es apenas una transformación del segundo. Nada de eso es imposible y, de ser cierto, no hay razón para que la dignidad del hombre se vea afectada. Es muy probable que los cuerpos de los monos hayan servido de vestimenta a los primeros Espíritus humanos, necesariamente poco adelantados, que vinieron a encarnar en la Tierra, visto que esa vestimenta es más apropiada a sus necesidades y más adecuada al ejercicio de sus facultades que el cuerpo de cualquier otro animal. En vez de que se elaborase una envoltura especial para el Espíritu, este podría haberlo hallado ya listo. Se vistió entonces con la piel del mono, sin que dejara de ser un Espíritu humano, como algunas veces el hombre se cubre con la piel de ciertos animales sin que por eso deje de ser hombre.


Queda perfectamente entendido que aquí sólo se trata de una hipótesis que de ninguna manera se enuncia como principio, sino que se presenta solamente para mostrar que el origen del cuerpo en nada perjudica al Espíritu, que es el ser principal, y que la semejanza del cuerpo del hombre con el del mono no implica paridad entre su Espíritu y el del mono.



16. Admitida esa hipótesis, se puede decir que, bajo la influencia y por efecto de la actividad intelectual de su nuevo habitante, la envoltura se modificó, se embelleció en los detalles y conservó la forma general del conjunto (Véase el § 11). Mejorados a través de la procreación, los cuerpos se reprodujeron en las mismas condiciones, como ocurre con los árboles injertados. Dieron origen a una especie nueva que poco a poco se apartó del tipo primitivo, a medida que el Espíritu progresaba. El Espíritu mono, que no fue aniquilado, continuó procreando para su uso cuerpos de mono, del mismo modo que el fruto del árbol silvestre reproduce árboles de esa especie, y el Espíritu humano procreó cuerpos de hombres, variantes del primer molde en el que él se instaló. El tronco se bifurcó y produjo un reto- ño, que a su vez se convirtió en tronco.


Como en la naturaleza no existen las transiciones bruscas, es probable que los primeros hombres que aparecieron en la Tierra se diferenciasen poco del mono por su forma exterior, y sin duda no mucho tampoco por la inteligencia. Actualmente todavía existen salvajes que, por la longitud de sus brazos y de sus pies, así como por la conformación de la cabeza, conservan tanta similitud con el mono, que sólo les falta ser peludos para que la semejanza sea completa.




Encarnación de los espíritus

17. El espiritismo nos enseña de qué manera se produce la unión del Espíritu con el cuerpo, en la encarnación.


Por su esencia espiritual, el Espíritu es un ser indefinido, abstracto, que no puede ejercer una acción directa sobre la materia, sino que precisa un intermediario. Ese intermediario es la envoltura fluídica, que en cierto modo es parte integrante del Espíritu. Se trata de una envoltura semimaterial, es decir, que pertenece a la materia por su origen y a la espiritualidad por su naturaleza etérea. Como toda la materia, es extraída del fluido cósmico universal, el cual en esa circunstancia experimenta una modificación especial. Esa envoltura, denominada periespíritu, hace de un ser abstracto, el Espíritu, un ser concreto, definido, que puede ser aprehendido mediante el pensamiento. Lo vuelve apto para actuar sobre la materia tangible, conforme sucede con todos los fluidos imponderables, que son, como se sabe, los más poderosos motores.


El fluido periespiritual constituye, por consiguiente, el lazo de unión entre el Espíritu y la materia. Durante su unión con el cuerpo sirve de vehículo al pensamiento del Espíritu, para transmitir el movimiento a las diferentes partes del organismo, las cuales actúan por impulso de la voluntad, y para hacer que repercutan en el Espíritu las sensaciones producidas por los agentes exteriores. Los nervios son sus hilos conductores, como en el telégrafo el fluido eléctrico tiene como conductor al hilo metálico.



18. Cuando un Espíritu debe encarnar en un cuerpo humano en vías de formación, un lazo fluídico, que no es más que una expansión de su periespíritu, lo vincula al embrión que lo atrae con una fuerza irresistible desde el momento de la concepción. A medida que el embrión se desarrolla, el lazo se acorta. Bajo la influencia del principio vital material del embrión, el periespíritu, que posee ciertas propiedades de la materia, se une molécula a molécula al cuerpo que se forma. Por eso es posible decir que el Espíritu, por intermedio de su periespíritu, se enraíza en cierto modo en ese germen, como lo hace una planta en la tierra. Cuando el embrión llega a la plenitud de su desarrollo, la unión es completa, y entonces nace a la vida exterior.


Por un efecto contrario, esa unión del periespíritu y de la materia carnal, que se efectúa bajo la influencia del principio vital del embrión, cesa cuando ese principio deja de actuar, a consecuencia de la desorganización del cuerpo. La unión, mantenida hasta ese momento por una fuerza actuante, cesa en el momento en que esa fuerza deja de actuar. Entonces, el periespíritu se desprende, molécula a molécula, del mismo modo que se había unido, y el Espíritu es devuelto a la libertad. Por lo tanto, no es la partida del Espíritu la que causa la muerte del cuerpo, sino que esta es la que causa la partida de aquel.


Dado que un instante después de la muerte la integridad del Espíritu es completa, y que sus facultades adquieren incluso un mayor poder de penetración, mientras que el principio de vida se ha extinguido en el cuerpo, queda demostrado sin ninguna duda que el principio vital y el principio espiritual son dos cosas distintas.



19. El espiritismo nos enseña, mediante los hechos cuya observación nos facilita, los fenómenos que acompañan a esa separación. Algunas veces esta es rápida, sencilla, delicada e indolora, mientras que en otras es lenta, laboriosa y terriblemente penosa, de conformidad con el estado moral del Espíritu, y puede durar meses enteros.



20. Un fenómeno particular, que también muestra la observación, acompaña siempre a la encarnación del Espíritu. Desde que este es atrapado a través del lazo fluídico que lo liga al embrión, entra en un estado de turbación que aumenta a medida que el lazo se ajusta, y en los últimos momentos el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo, de modo que jamás presencia su nacimiento. Cuando el niño respira, el Espíritu comienza a recobrar sus facultades, que se desarrollan a medida que se forman y consolidan los órganos que habrán de servirle para su manifestación.



21. Con todo, al mismo tiempo que el Espíritu recobra la conciencia de sí mismo, pierde el recuerdo de su pasado, aunque no pierde las facultades, las cualidades ni las aptitudes adquiridas con anterioridad, que habían quedado transitoriamente en estado latente y que, al volver a la actividad, lo ayudarán a desenvolverse más y mejor que antes. Renace tal como había llegado a ser mediante su trabajo anterior; su renacimiento constituye un nuevo punto de partida, un nuevo peldaño que subir. Incluso allí se manifiesta la bondad del Creador, dado que el recuerdo del pasado, con frecuencia penoso y humillante, sumado a la angustia de una nueva existencia, podría perturbarlo y crearle impedimentos. Sólo recuerda lo que ha aprendido, porque eso le es útil. Si en ocasiones conserva una vaga intuición de los acontecimientos pasados, esa intuición es como el recuerdo de un sueño fugitivo. Se trata, por consiguiente, de un hombre nuevo, por más antiguo que sea su Espíritu. Adopta nuevos hábitos con la ayuda de sus conquistas anteriores. Cuando regresa a la vida espiritual, su pasado se despliega ante su mirada, y entonces evalúa si ha empleado bien o mal su tiempo.



22. Así pues, no hay solución de continuidad en la vida espiritual, a pesar del olvido del pasado. El Espíritu es siempre él mismo, antes, durante y después de la encarnación, pues esta es sólo una fase especial de su existencia. El olvido únicamente se produce en el transcurso de la vida exterior de relación, ya que durante el sueño el Espíritu se desprende parcialmente de los lazos carnales, es restituido a la libertad y a la vida espiritual, y recuerda entonces su pasado. Su visión espiritual no está tan oscurecida por la materia.




23. Si se considera a la humanidad en el grado más bajo de la escala intelectual, tal como se encuentra entre los salvajes más atrasados, cabe la pregunta sobre si es ese el punto de partida del alma humana.


Según la opinión de algunos filósofos espiritualistas, el principio inteligente, distinto del principio material, se individualiza y elabora al pasar por los diversos grados de la animalidad. Es ahí que el alma se ensaya para la vida y desarrolla sus primeras facultades mediante la ejercitación; sería, por así decirlo, su período de incubación. Llegada al grado de desarrollo que ese estado permite, recibe las facultades especiales que constituyen el alma humana. Existiría entonces una filiación espiritual entre el animal y el hombre, del mismo modo que existe una filiación corporal.


Es preciso convenir en que este sistema, basado en la gran ley de unidad que rige la Creación, está en correspondencia con la justicia y la bondad del Creador; otorga una salida, una finalidad, un destino a los animales, que ya no son seres desheredados, sino que en el porvenir que les está reservado encuentran una compensación para sus padecimientos. Lo que constituye al hombre espiritual no es su origen, sino los atributos especiales de los que está dotado cuando ingresa en la humanidad, atributos que lo transforman y hacen de él un ser distinto, así como el fruto sabroso es diferente de la raíz amarga que le dio origen. Por el hecho de que haya pasado por la experiencia de la animalidad, el hombre no es menos hombre; ya no es animal, como el fruto no es la raíz, o como el sabio no es el feto informe que lo instaló en el mundo.


No obstante, este sistema plantea numerosas cuestiones, cuyos pros y contras no es oportuno discutir aquí, del mismo modo que no se justifica el análisis de las diferentes hipótesis que se han enunciado en relación con este asunto. Por consiguiente, sin que investiguemos el origen del alma, ni que tratemos de conocer las experiencias por las cuales pudo haber pasado, la consideramos a partir de su ingreso en la humanidad, en el punto en que, dotada de sentido moral y de libre albedrío, comienza a ejercer la responsabilidad de sus actos.



24. La obligación que tiene el Espíritu encarnado de ocuparse del alimento del cuerpo, su seguridad y su bienestar, lo impulsa a emplear sus facultades en investigaciones, a ejercitarlas y desarrollarlas. De ese modo, su unión con la materia es de utilidad para su adelanto, y por eso la encarnación es una necesidad. Además, a través de la actividad inteligente que realiza para su beneficio sobre la materia, contribuye a la transformación y al progreso material del globo en el que habita. Así, a medida que progresa, colabora con la obra del Creador, de la cual se convierte en un agente inconsciente.



25. Sin embargo, la encarnación del Espíritu no es constante ni perpetua, sino transitoria. Cuando abandona un cuerpo no retoma otro inmediatamente. Durante un lapso de tiempo más o menos considerable vive la vida espiritual, que es su vida normal, de tal modo que el tiempo que duran sus diferentes encarnaciones resulta insignificante comparado con el que pasa en estado de Espíritu libre.


En el intervalo entre sus encarnaciones, el Espíritu también progresa, en el sentido de que aplica para su adelanto los conocimientos y la experiencia que obtuvo durante la vida corporal; analiza lo que hizo mientras vivió en la Tierra, pasa revista a lo que ha aprendido, reconoce sus faltas, elabora planes y toma resoluciones mediante las cuales pretende guiarse en una nueva existencia, con la intención de obrar mejor. De ese modo, cada existencia representa un paso hacia adelante en el camino del progreso, una especie de escuela de aplicación.



26. Por lo general, la encarnación no es un castigo para el Espíritu, según piensan algunos, sino una condición inherente a la inferioridad del Espíritu, así como también un medio para que progrese. (Véase El Cielo y el Infierno, Primera parte, Capítulo III, § 8 y siguientes.)



A medida que progresa moralmente, el Espíritu se desmaterializa, es decir, se depura al liberarse de la influencia de la materia; su vida se espiritualiza, sus facultades y percepciones se amplían; su felicidad es proporcional al progreso realizado. No obstante, como actúa en virtud de su libre albedrío, puede por negligencia o mala voluntad retardar su adelanto; prolonga, por consiguiente, la duración de sus encarnaciones materiales, que entonces se convertirán en un castigo, dado que por sus faltas permanece en las categorías inferiores, obligado a recomenzar la misma tarea. Así pues, del Espíritu depende abreviar, por medio del trabajo de purificación realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones.



27. El progreso material de un globo acompaña el progreso moral de sus habitantes. Ahora bien, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y como estos progresan más o menos rápidamente, conforme al empleo que hagan de su libre albedrío, resulta de ahí que hay mundos más o menos antiguos, con grados diferentes de adelanto físico y moral, en los cuales la encarnación es más o menos material y, por consiguiente, el trabajo para los Espíritus es menos arduo. Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los globos menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es en él más penosa que en otros planetas. También los hay más atrasados, donde la existencia es todavía más penosa que en la Tierra, y en comparación con los cuales ésta sería un mundo relativamente feliz.



28. Después de que los Espíritus han realizado la totalidad del progreso que el estado de ese mundo permite, lo abandonan para encarnar en otro más adelantado, donde puedan adquirir nuevos conocimientos, y así sucesivamente, hasta que ya no les resulte provechosa la encarnación en cuerpos materiales. Entonces pasan a vivir con exclusividad la vida espiritual, en la que continúan su progreso en otro sentido y por otros medios. Cuando alcanzan el punto culminante del progreso, gozan de la suprema felicidad. Admitidos en los consejos del Todopoderoso, conocen su pensamiento, se convierten en sus mensajeros, sus ministros directos en el gobierno de los mundos, y tienen bajo sus órdenes a Espíritus de todos los grados de adelanto.


De esa manera, sea cual fuere el grado en que se encuentren en la jerarquía espiritual, desde el más bajo al más elevado, todos los Espíritus, encarnados o desencarnados, tienen sus atribuciones en el gran mecanismo del universo; todos son útiles al conjunto, y al mismo tiempo a sí mismos. A los menos adelantados, como simples servidores, les corresponde el desempeño de una tarea material, que al principio es inconsciente y después se torna cada vez más inteligente. En el mundo espiritual existe actividad en todas partes, y en ningún lado hay ociosidad improductiva.


La colectividad de los Espíritus constituye, en cierto modo, el alma del universo. El elemento espiritual actúa en todo, por el influjo del pensamiento divino. Sin ese elemento sólo existe la materia inerte, carente de finalidad, sin inteligencia, sin otro motor que las fuerzas materiales que dejan una infinidad de problemas sin resolver. Con la acción del elemento espiritual individualizado, todo tiene una finalidad, una razón de ser, y todo se explica. Por esa razón, sin la espiritualidad el hombre tropieza con dificultades insuperables.



29. Cuando la Tierra se encontró en condiciones climáticas apropiadas para la existencia de la especie humana, encarnaron en ella Espíritus humanos. ¿De dónde provenían? Ya sea que hayan sido creados en ese momento, o que hayan llegado completamente formados del espacio, de otros mundos, o de la Tierra misma, su presencia en este planeta a partir de una cierta época es un hecho, pues antes de ellos sólo había animales. Se revistieron con cuerpos adecuados a sus necesidades especiales, a sus aptitudes, y fisioló- gicamente formaban parte de la animalidad. Bajo la influencia de esos Espíritus, y por medio del ejercicio de sus facultades, esos cuerpos se modificaron y se perfeccionaron: eso es lo que la observación demuestra. Dejemos, pues, de lado la cuestión del origen, por el momento insoluble; tomemos al Espíritu, no en su punto de partida, sino en el momento en que, al manifestarse en él los primeros embriones del libre albedrío y del sentido moral, lo vemos desempeñar su rol humano, sin que nos inquiete el medio donde haya transcurrido el período de su infancia o, si se prefieren, de su incubación. A pesar de la analogía entre su envoltura y la de los animales, podremos diferenciarlo de estos últimos por las facultades intelectuales y morales que lo caracterizan, así como debajo de las mismas burdas vestimentas distinguimos al hombre rústico del hombre refinado.



30. Aunque los primeros que surgieron debieron de ser poco adelantados, por la razón misma de que tenían que encarnar en cuerpos muy imperfectos, habría por cierto notorias diferencias entre sus caracteres y aptitudes. Los Espíritus que se asemejaban se agruparon naturalmente por analogía y simpatía. Así, la Tierra se encontró poblada por Espíritus de diversas categorías, más o menos aptos o rebeldes al progreso. Puesto que los cuerpos recibían la impresión del carácter del Espíritu, y dado que esos cuerpos se procreaban de conformidad con sus respectivos tipos, resultaron de ahí diferentes razas, tanto en lo físico como en lo moral (Véase el § 11). Al continuar encarnando preferentemente entre los que se les asemejaban, los Espíritus similares perpetuaron el carácter distintivo físico y moral de las razas y de los pueblos, carácter que sólo con el tiempo desaparece, mediante su fusión y el progreso de los Espíritus. (Véase la Revista Espírita, julio de 1860: “Frenología y fisiognomía”.)



31. Los Espíritus que vinieron a poblar la Tierra pueden ser comparados con esos grupos de emigrantes de orígenes diversos, que van a establecerse en una tierra virgen. Allí encuentran madera y piedra para levantar sus viviendas, a las que cada uno les imprime su sello especial, de acuerdo con el grado de su saber y con su genio particular. Se agrupan entonces por analogía de orígenes y de gustos, y los grupos acaban por formar tribus, después pueblos, cada cual con costumbres y características propias.



32. Por consiguiente, el progreso no fue uniforme en toda la especie humana. Como era natural, las razas más inteligentes se adelantaron a las otras, incluso sin tomar en cuenta que muchos Espíritus, recién nacidos a la vida espiritual, vinieron a encarnar en la Tierra entre los primeros que llegaron, e hicieron más evidente la diferencia en materia de progreso. En efecto, sería imposible atribuir la misma antigüedad de creación a los salvajes –que apenas se distinguen del mono– y a los chinos, y menos aún a los europeos civilizados.


Con todo, los Espíritus de los salvajes también forman parte de la humanidad, y un día alcanzarán el nivel en que se encuentran sus hermanos mayores, pero sin duda no será en cuerpos de la misma raza física, impropios para un cierto desarrollo intelectual y moral. Cuando el instrumento ya no esté en correspondencia con su desarrollo, los Espíritus emigrarán de ese medio para encarnar en un grado superior, y así sucesivamente, hasta que hayan conquistado todas las graduaciones terrestres. Después de eso dejarán la Tierra, para pasar a mundos cada vez más adelantados. (Véase la Revista Espírita, abril de 1862: “Perfectibilidad de la raza negra”.)




Reencarnaciones

33. El principio de la reencarnación es una consecuencia necesaria de la ley del progreso. Sin la reencarnación, ¿cómo se explicaría la diferencia que existe entre el actual estado social y el de los tiempos de barbarie? Si las almas son creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy son tan nuevas, tan primitivas como las que vivían hace mil años. Además, no habría ninguna conexión entre ellas, ninguna relación necesaria; serían absolutamente independientes unas de otras. ¿Por qué, entonces, las almas de la actualidad habrían de estar mejor dotadas por Dios que las que las precedieron? ¿Por qué comprenden mejor las cosas? ¿Por qué poseen instintos más depurados, costumbres más moderadas? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Invitamos a que se resuelva este dilema, a menos que se admita que Dios crea almas de diferentes calidades, de acuerdo con las épocas y los lugares: proposición inconciliable con la idea de una justicia soberana. (Véase el Capítulo II, § 19.)


Reconozcamos, por el contrario, que las almas de hoy ya han vivido en tiempos lejanos; que posiblemente fueron bárbaras como su época, pero que han progresado; que en cada nueva existencia traen lo que han adquirido en las existencias anteriores; que, por consiguiente, las almas de los tiempos civilizados no son almas creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron por sí mismas con el transcurso del tiempo, y entonces tendremos la única explicación admisible de la causa del progreso social. (Véase El Libro de los Espíritus, Libro II, Capítulos IV y V.)



34. Algunas personas suponen que las diferentes existencias del alma transcurren de mundo en mundo, y no en un mismo globo, a donde cada Espíritu iría una única vez. Esta doctrina sería admisible si todos los habitantes de la Tierra estuviesen exactamente en el mismo nivel intelectual y moral. En ese caso, ellos sólo podrían progresar yéndose a otro mundo, puesto que la encarnación en la Tierra no les aportaría ninguna utilidad. Ahora bien, Dios no hace nada inútil, y dado que aquí se encuentran la inteligencia y la moralidad en todos los grados, desde el salvajismo que linda con la animalidad hasta la civilización más avanzada, es evidente que este mundo ofrece un vasto campo al progreso. Nos preguntamos, entonces, ¿por qué el salvaje tendría que buscar en otra parte el grado de progreso inmediatamente superior a aquel en que se encuentra, cuando en realidad ese grado está al lado de él, y así sucesivamente? ¿Por qué el hombre adelantado no habría sido capaz de hacer sus primeras etapas más que en mundos inferiores, cuando alrededor suyo hay otros seres análogos a los de esos mundos, sin mencionar que no sólo de un pueblo a otro pueblo, sino en el seno del mismo pueblo y de la misma familia hay diferentes grados de adelanto? Si fuese así, Dios habría realizado algo inútil al colocar la ignorancia junto al saber, la barbarie junto a la civilización, el bien junto al mal, cuando es justamente ese contacto el que hace que los atrasados avancen.


No hay, pues, necesidad de que los hombres cambien de mundo en cada etapa, así como no se justifica que un estudiante cambie de colegio para pasar de una clase a otra. Lejos de ser ventajoso para su progreso, ese hecho sería una traba, porque el Espí- ritu estaría privado del ejemplo que le ofrece la observación de lo que ocurre en los grados superiores, así como de la posibilidad de reparar sus errores en el mismo medio y en presencia de aquellos a quienes ofendió, posibilidad que representa para él el más poderoso medio de adelanto moral. Si después de una breve cohabitación, los Espíritus se dispersasen y se volvieran extraños unos a otros, los lazos de familia y de amistad se romperían por falta de tiempo suficiente para que se consolidaran.


Al inconveniente moral se sumaría un inconveniente material. La naturaleza de los elementos, las leyes orgánicas y las condiciones de existencia varían de acuerdo con los mundos; en ese aspecto, no hay dos planetas perfectamente idénticos. Nuestros tratados de física, de química, de anatomía, de medicina, de botánica, etc., no servirían para nada en otros mundos; no obstante, lo que aquí se aprende no esta perdido. No sólo eso desarrolla la inteligencia, sino que también las ideas que se extraen de esos tratados contribuyen a la adquisición de otras. (Véase el Capítulo VI, § 61 y siguientes.) Si el Espíritu hiciese su aparición apenas una única vez en un mismo mundo, aparición que a menudo es de corta duración, en cada migración se encontraría en condiciones completamente diferentes; obraría cada vez sobre elementos nuevos, con fuerzas y según leyes que le resultarían desconocidas, antes de que hubiera tenido tiempo para elaborar los elementos conocidos, estudiarlos y aplicarlos. Cada vez debería hacer un nuevo aprendizaje, y esos cambios incesantes representarían un obstáculo para su progreso. El Espíritu, por consiguiente, debe permanecer en el mismo mundo hasta que haya adquirido la suma de los conocimientos y el grado de perfección que ese mundo admite. (Véase el § 31.)


Los Espíritus dejan por un mundo más adelantado aquel del cual no pueden obtener nada más: eso es lo que debe ser y lo que es. Esa es la regla. Si algunos lo dejan antes de tiempo, no cabe duda de que eso se debe a causas individuales que Dios, en su sabiduría, analiza atentamente.


Todo en la Creación tiene una finalidad. De lo contrario, Dios no sería prudente ni sabio. Ahora bien, si la Tierra no debiese ser más que una única etapa del progreso de cada individuo, ¿de qué serviría, a los Espíritus de los niños que mueren a temprana edad, pasar en ella algunos años, algunos meses, algunas horas, durante los cuales nada pueden adquirir? Lo mismo sucede con los deficientes mentales. Una teoría es buena cuando resuelve todas las cuestiones que le atañen. El caso de las muertes prematuras ha sido un escollo para todas las doctrinas, excepto para la doctrina espírita, la única que lo resolvió de una manera racional y completa.


Para el progreso de aquellos que en la Tierra llevan a cabo una vida normal, es una verdadera ventaja que regresen al mismo medio para continuar en él lo que han dejado inconcluso, a menudo en la misma familia o en contacto con las mismas personas, a fin de reparar el mal que hayan hecho o para que sufran la pena del talión.





Emigraciones e inmigraciones de los Espíritus

35. En el intervalo entre sus existencias corporales, los Espí- ritus se encuentran en estado de erraticidad y forman la población espiritual del ambiente del globo. A través de las muertes y de los nacimientos, ambas poblaciones, la corporal y la espiritual, se mezclan incesantemente la una con la otra. Hay, pues, a diario, emigraciones del mundo corporal hacia el mundo espiritual e inmigraciones del mundo espiritual hacia el mundo corporal: ese es el estado normal.


36. En ciertas épocas, reguladas por la sabiduría divina, esas emigraciones e inmigraciones se producen en masas más o menos considerables, a consecuencia de las grandes revoluciones que les acarrean la partida simultánea en cantidades enormes, que de inmediato son sustituidas por cantidades equivalentes de encarnaciones. Por consiguiente, es preciso considerar los flagelos destructores y los cataclismos como ocasiones de llegadas y partidas colectivas, recursos providenciales para la renovación de la población corporal del globo, que se robustece mediante la introducción de nuevos elementos espirituales más purificados. Por cierto, si bien en esas catástrofes se produce la destrucción de un gran número de cuerpos, sólo se trata de vestimentas desgarradas, ya que ningún Espíritu perece: apenas cambia de ambiente. En vez de partir aisladamente, lo hacen en multitud; esa es la única diferencia, ya que por una causa o por otra, tarde o temprano, fatalmente deberán partir.


Las renovaciones rápidas, casi instantáneas, que se producen en el elemento espiritual de la población a consecuencia de los flagelos destructores, aceleran el progreso social; si no fuera por las emigraciones e inmigraciones que de tiempo en tiempo vienen a darle un impulso violento, ese progreso sólo se realizaría con extrema lentitud.



Es de notar que las grandes calamidades que diezman a las poblaciones están seguidas invariablemente por una era de progreso en el orden físico, intelectual o moral y, por consiguiente, en el estado social de las naciones en las que estas tienen lugar. Eso se debe a que tienen por finalidad producir una transformación en la población espiritual, que es la población normal y activa del globo.



37. Esa transfusión que ocurre entre la población encarnada y la desencarnada de un mismo planeta, se efectúa también entre los mundos, ya sea individualmente en las condiciones normales, o de forma masiva en circunstancias especiales. Hay, pues, emigraciones e inmigraciones colectivas de un mundo hacia otro, de donde resulta la introducción, en la población de uno de ellos, de elementos absolutamente nuevos. Nuevas razas de Espíritus, que vienen a mezclarse con las existentes, constituyen nuevas razas de hombres. Ahora bien, como los Espíritus no pierden nunca lo que han conquistado, llevan consigo la inteligencia y la intuición de los conocimientos que poseen y, por consiguiente, imprimen su carácter peculiar a la raza corporal que van a animar. Para eso no necesitan que se creen nuevos cuerpos exclusivamente para su uso. La especie corporal existe, de modo que siempre encuentran cuerpos listos para recibirlos. Por lo tanto, sólo son nuevos habitantes. A su llegada a la Tierra integran primero la población espiritual, para después encarnar como los demás.




Raza adámica

38. De acuerdo con la enseñanza de los Espíritus, fue una de esas importantes inmigraciones, o si se prefiere, una de esas colonias de Espíritus provenientes de otra esfera, la que dio origen a la raza simbolizada en la persona de Adán, la cual por esa razón se denomina raza adámica. A su llegada a la Tierra, el planeta ya estaba poblado desde tiempos inmemoriales, como América cuando llegaron los europeos.


Más adelantada que las que la habían precedido en este globo, la raza adámica es, en efecto, la más inteligente, la que impulsa el progreso de las demás. El Génesis nos la muestra industriosa desde sus comienzos, apta para las artes y las ciencias, sin que haya pasado aquí por la infancia intelectual, lo que no sucede con las razas primitivas, pero que concuerda con la opinión de que estaba compuesta por Espíritus que ya habían alcanzado cierto progreso. Todo prueba que la raza adámica no es antigua en la Tierra, y nada se opone al hecho de que habita en este globo desde hace apenas unos miles de años, lo que no estaría en contradicción ni con los hallazgos geológicos ni con las investigaciones antropológicas, sino que, por el contrario, tendería a confirmarlas.



39. En el estado actual de los conocimientos, es inadmisible la doctrina según la cual el género humano en su totalidad proviene de un solo individuo desde hace seis mil años. Las principales consideraciones que la refutan, apoyadas tanto en el orden físico como en el moral, se resumen en los siguientes enunciados:


Desde el punto de vista fisiológico, algunas razas presentan tipos particulares característicos que no permiten atribuirles un origen común. Hay diferencias que evidentemente no se deben al efecto del clima, puesto que los blancos que se reproducen en los países de los negros no se vuelven negros, y viceversa. El calor del sol tuesta y oscurece la epidermis, pero nunca ha convertido a un blanco en negro, ni le ha achatado la nariz, ni cambió sus rasgos fisonómicos, ni le convirtió en crespo ni lanoso el cabello lacio y sedoso. Hoy se sabe que el color del negro proviene de un tejido subcutáneo especial, característico de la especie.


Debemos entonces considerar que las razas negra, mongó- lica y caucásica tuvieron orígenes propios y nacieron simultánea o sucesivamente en diferentes partes del globo. Su cruzamiento produjo las razas mixtas secundarias. Los caracteres fisiológicos de las razas primitivas constituyen un indicio evidente de que provienen de tipos especiales. Las mismas consideraciones se aplican, por consiguiente, tanto para los hombres como para los animales, en lo que respecta a la pluralidad de los troncos. (Véase el Capítulo X, § 2 y siguientes.)



40. Adán y sus descendientes están representados en el Génesis como hombres esencialmente inteligentes, puesto que desde la segunda generación construyen ciudades, cultivan la tierra y forjan los metales. Sus progresos en las artes y en las ciencias son rápidos y duraderos. No se podría concebir, por lo tanto, que ese tronco haya tenido como ramas numerosos pueblos tan atrasados, de inteligencia tan rudimentaria, al tal punto que en nuestros días aún rozan la animalidad, además de que han perdido la fisonomía e incluso hasta el mínimo recuerdo tradicional de lo que hacían sus padres. Una diferencia tan radical en las aptitudes intelectuales y en el desarrollo moral constituye una prueba, no menos evidente, de que existe una diferencia de origen.



41. Independientemente de los descubrimientos geológicos, la prueba de la existencia del hombre en la Tierra antes de la época determinada por el Génesis se extrae de la población del globo.


Sin aludir a la cronología china, que según algunos se remonta a treinta mil años atrás, documentos de probada autenticidad muestran que Egipto, la India y otros países ya estaban poblados y florecientes, como mínimo tres mil años antes de la Era Cristiana, es decir, mil años después de la creación del primer hombre, según la cronología bíblica. Documentos y observaciones recientes no dejan ninguna duda en cuanto a las relaciones que han existido entre América y los antiguos egipcios, de donde deducimos que esa región ya estaba poblada en aquella época. Sería preciso, entonces, admitir que en mil años la posteridad de un solo hombre fue capaz de poblar la mayor parte de la Tierra. Ahora bien, semejante fecundidad estaría en flagrante contradicción con todas las leyes antropológicas. *




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* La Exposición Universal de 1867 exhibió antigüedades de México que no dejan el menor margen de duda sobre las relaciones que los pueblos de ese país tuvieron con los antiguos egipcios. El Sr. Léon Méchedin, en una nota expuesta en el templo mexicano de la Exposición, manifestaba lo siguiente: “No es conveniente que se den a publicidad prematuramente los descubrimientos realizados desde el punto de vista de la historia del hombre por la reciente expedición científica de México. No obstante, nada impide que el público esté en conocimiento, desde ahora, de que la exploración permitió determinar la existencia de un gran número de ciudades desaparecidas con el tiempo, pero a las que la piqueta y las explosiones pueden sacar de sus mortajas. Las excavaciones pusieron al descubierto, por todas partes, tres estratos de civilizaciones que parecen otorgar al mundo americano una antigüedad fabulosa”. Es así como todos los días la ciencia desmiente con los hechos la doctrina que limita a 6.000 años la aparición del hombre en la Tierra y pretende hacerlo derivar de un único tronco. (N. de Allan Kardec.)



42. Esa imposibilidad se vuelve aún más evidente cuando se admite, de acuerdo con el Génesis, que el diluvio destruyó a todo el género humano, con excepción de Noé y su familia, que no era numerosa, en el año 1.656 del mundo, es decir, 2.348 años antes de la Era Cristiana. En ese caso, la población de la Tierra apenas se remontaría a Noé. Ahora bien, cuando los hebreos se establecieron en Egipto, 612 años después del diluvio, ese país ya era un poderoso imperio, que habría sido poblado –sin mencionar otras regiones–, en menos de seis siglos, tan sólo por los descendientes de Noé, lo cual no es admisible.


Observemos, asimismo, que los egipcios recibieron a los hebreos como extranjeros. Sería sorprendente que aquellos hubiesen perdido el recuerdo de un origen común tan cercano, cuando conservaban religiosamente los monumentos de su historia.


Así pues, una rigurosa lógica, corroborada por los hechos, demuestra de la manera más categórica que el hombre está en la Tierra desde un lapso indeterminado, muy anterior a la época que señala el Génesis. Ocurre lo mismo con la diversidad de los troncos primitivos, dado que demostrar la falsedad de una proposición equivale a demostrar la proposición contraria. Si la geología descubriera rastros auténticos de la presencia del hombre antes del gran período diluviano, la demostración sería aún más completa.




Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido

Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido *


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* Cuando en la Revista Espírita de 1862 publicamos un artículo sobre la interpretación de la doctrina de los ángeles caídos, presentamos esa teoría como una hipótesis, sin otra autoridad más que la de una opinión personal controvertida, porque entonces nos faltaban elementos suficientes para una afirmación categórica. La expusimos a título de ensayo, con la intención de provocar el análisis de la cuestión, y decididos a abandonarla o modificarla si fuese preciso. Hoy esa teoría ha pasado por la prueba del control universal; no sólo fue aceptada por la inmensa mayoría de los espíritas como la más racional y la más conforme con la soberana justicia de Dios, sino que ha sido confirmada también por la generalidad de las instrucciones que los Espíritus han dado sobre el asunto. Lo mismo se verificó en lo que respecta al origen de la raza adámica. (N. de Allan Kardec.)


43. Los mundos progresan físicamente mediante la elaboración de la materia, y moralmente por la purificación de los Espí- ritus que habitan en ellos. La felicidad que en esos mundos se disfruta está en relación directa con la preponderancia del bien sobre el mal, y esa preponderancia es el resultado del adelanto moral de los Espíritus. No basta con el progreso intelectual, visto que con la inteligencia ellos pueden hacer el mal.


Así pues, tan pronto como un mundo ha llegado a uno de sus períodos de transformación, que le permitirá ascender en la jerarquía de los mundos, se producen mutaciones en la población encarnada y desencarnada. Entonces ocurren las grandes emigraciones e inmigraciones (Véanse los §§ 34 y 35). Aquellos que a pesar de su inteligencia y su saber han perseverado en el mal, en su rebeldía contra Dios y contra sus leyes, se convertirían en adelante en un obstáculo al posterior progreso moral, en una causa permanente de perturbación para la tranquilidad y la dicha de los buenos, razón por la que son excluidos de ese mundo, y enviados a mundos menos adelantados, donde aplicarán la inteligencia y la intuición de los conocimientos que han adquirido al progreso de aquellos entre los cuales fueron llamados a vivir, al mismo tiempo que expiarán, a través de una serie de penosas existencias y por medio del trabajo arduo, sus faltas pasadas y su voluntaria obstinación.


¿Qué serán esos seres, en medio de esas otras poblaciones, nuevas para ellos y aún en la infancia de la barbarie, sino ángeles o Espíritus caídos, llegados para expiar? La tierra de donde fueron expulsados, ¿no es un paraíso perdido? Esa tierra, ¿no es un jardín de delicias, en comparación con el medio ingrato donde van a quedar relegados durante miles de siglos, hasta que hayan merecido liberarse de él? El vago recuerdo intuitivo que conservan de aquella tierra es para ellos como un espejismo lejano que les recuerda lo que han perdido por su propia culpa.



44. Con todo, al mismo tiempo que los malos se alejan del mundo en que habitaban, otros Espíritus mejores los sustituyen, provenientes ya sea de la erraticidad de ese mismo mundo, o de un mundo menos adelantado al que debieron abandonar. Para esos Espíritus el nuevo hogar será una recompensa. De ese modo, la población espiritual renovada y liberada de sus peores elementos, al cabo de cierto tiempo contribuirá a que mejore el estado moral de aquel mundo.


Algunas veces esas mutaciones son parciales, es decir, que se circunscriben a un pueblo, a una raza; otras veces son generales, cuando llega para el globo el período de renovación.



45. La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscripta. Los Espíritus que la integran fueron exiliados en la Tierra, ya poblada pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, en relación con los cuales aquellos tuvieron la misión de hacerlos progresar, proveyéndoles las luces de una inteligencia desarrollada. ¿No es ese el rol que, en efecto, esa raza ha desempe- ñado hasta el presente? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de donde provenían los Espíritus que la componen estaba más adelantado que la Tierra. No obstante, como ese mundo debía entrar en una nueva fase de progreso, y puesto que esos Espíritus, a causa de su obstinación, no quisieron colocarse a la altura de ese progreso, allá estarían desubicados y constituirían un obstáculo para la marcha providencial de los acontecimientos. Por ese motivo fueron excluidos y sustituidos por otros que lo merecían.


Al relegar a aquella raza a este mundo de trabajo y sufrimiento, Dios tuvo motivo para decir: “Extraerás el alimento de la tierra con el sudor de tu frente”. En su bondad, le prometió que le enviaría un Salvador, es decir, alguien que habría de enseñarle el camino que debería adoptar para salir de ese territorio de miserias, de ese infierno, y alcanzar la felicidad de los elegidos. Dios envió ese Salvador en la persona de Cristo, que enseñó la ley de amor y caridad que esa raza ignoraba, y que sería una verdadera áncora para su salvación.


Además, con el objetivo de contribuir a que la humanidad progrese en un determinado sentido, los Espíritus superiores, aunque sin tener las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo en la Tierra para desempeñar misiones especiales, que también son provechosas para su adelanto personal, en caso de que las cumplan de acuerdo con los designios del Creador.



46. Sin la reencarnación, la misión de Cristo sería un despropósito, al igual que la promesa hecha por Dios. Supongamos, en efecto, que el alma de cada hombre fuera creada en ocasión del nacimiento del cuerpo, y que no hiciera más que aparecer y desaparecer en forma definitiva de la Tierra. No habría ninguna relación entre las almas que vinieron desde Adán hasta Jesucristo, ni entre las que vinieron después. Todas serían extrañas entre sí. La promesa de enviar un Salvador, hecha por Dios, no podría aplicarse a los descendientes de Adán, dado que sus almas todavía no habían sido creadas. Para que la misión de Cristo tuviera correspondencia con las palabras de Dios, era preciso que estas se aplicasen a las mismas almas. Si esas almas fueran nuevas, no podrían estar manchadas por la falta del primer padre, que sería apenas un padre carnal y no un padre espiritual. De otro modo, Dios habría creado almas mancilladas por una falta que no podía dejar en ellas ningún vestigio, puesto que no existían. La doctrina común del pecado original implica, por consiguiente, la necesidad de una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán; implica, por lo tanto, la reencarnación.


Sostened que todas esas almas formaban parte de la colonia de Espíritus exiliados en la Tierra en los tiempos de Adán, y que estaban mancilladas por vicios debido a los cuales se las excluyó de un mundo mejor, y entonces tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo, y no el producto de la responsabilidad de la falta de otros a quienes jamás ha conocido. Sostened que esas almas o Espíritus renacen en diversas ocasiones en la Tierra para la vida corporal, a fin de que progresen y se purifiquen; que Cristo vino para esclarecer a esas mismas almas, no sólo acerca de sus vidas pasadas, sino también en relación con sus vidas posteriores, y únicamente entonces daréis a su misión un objetivo real y serio que pueda ser aceptado por la razón.



47. Un ejemplo habitual, destacable por su analogía, hará más comprensibles aún los principios que se acaban de exponer:


El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante les comunicó un orden del día redactado en los términos siguientes:


“Al poner los pies en esta tierra lejana, sin duda ya habréis comprendido el rol que se os ha reservado.


”Conforme al ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina, que prestan servicio a vuestro lado, nos ayudaréis a trasladar con lucimiento la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto, ¿no es esa una grata y noble misión? Habréis de desempeñarla con dignidad.


”Escuchad la palabra y los consejos de vuestros superiores. Estoy por encima de ellos. Entended debidamente mis palabras.


”La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una garantía plena de que se aplicarán todos los esfuerzos para hacer de vosotros excelentes soldados. Digo más: para elevaros a la altura de los buenos ciudadanos y transformaros en colonos honrados si así lo quisierais.


”Vuestra disciplina es severa, y así debe ser. Depositada en nuestras manos será firme e inflexible, tomadlo en cuenta; y al mismo tiempo, justa y paternal, sabrá distinguir el error del vicio y la degradación…”


Vemos aquí un puñado de hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como castigo al ámbito de un pueblo bárbaro. ¿Qué les dice el jefe? “Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y escándalo, y por eso fuisteis expulsados. Os envían aquí, y aquí podéis rescatar vuestro pasado; podéis, mediante el trabajo, crearos una posición honrosa y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una hermosa misión que cumplir: trasladar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos reconocer a quienes procedan correctamente. Tenéis el destino en vuestras manos; podréis mejorarlo si así lo quisierais, porque tenéis libre albedrío”.


Para aquellos hombres arrojados en medio de salvajes, ¿no es la madre patria un paraíso que ellos perdieron por sus propias faltas y por rebelarse contra la ley? En aquella tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del comandante, ¿no es idéntico al que Dios empleó cuando se dirigió a los Espíritus exiliados en la Tierra? “Habéis desobedecido mis leyes, y por eso os he expulsado del mundo donde habríais podido vivir felices y en paz. Aquí es taréis condenados al trabajo; pero podréis, por vuestra buena conducta, haceros merecedores del perdón y de reconquistar la patria que por vuestra falta habéis perdido, es decir, el cielo.”



48. A primera vista, la idea de la caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar. Sin embargo, es preciso considerar que no se trata de un retroceso al estado primitivo. El Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Él está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a la prisión por sus delitos. Ciertamente, ese hombre se encuentra degradado, en decadencia desde el punto de vista social, pero no se vuelve ni más torpe ni más ignorante.



49. ¿Se podrá creer que esos hombres enviados a Nueva Caledonia van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que van a abjurar de repente de sus errores del pasado? Quien así pensase demostraría que no conoce a la humanidad. Por la misma razón, los Espíritus de la raza adámica, una vez trasladados a la tierra de exilio, no se despojaron inmediatamente de su orgullo ni de sus malos instintos; por mucho tiempo aún conservaron las tendencias que traían, un resto de su antigua efervescencia. Ahora bien, ¿no es ese el verdadero pecado original?





Listar ConteúdoCAPÍTULO XII - Génesis mosaico



Los seis días​

1. CAPÍTULO 1:1. En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra. – 2. La tierra era uniforme y estaba completamente vacía; las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. – 3. Dijo Dios: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. – 4. Dios vio que la luz estaba bien, y separó la luz de las tinieblas. – 5. Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche, y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día.


6. Dijo Dios también: “Hágase el firmamento en medio de las aguas y que él separe las aguas de las aguas”. – 7. Y Dios hizo el firmamento; y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento. Y así se hizo. – 8. Y Dios dio al firmamento el nombre de cielo; y de la tarde y de la mañana se hizo el segundo día.


9. Dijo Dios además: “Reúnanse en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y aparezca el elemento árido”. Y así se hizo. – 10. Dios dio al elemento árido el nombre de tierra, y llamó mar a todas las aguas reunidas. Y vio que eso estaba bien. – 11. Dijo Dios también: “Produzca la tierra la hierba verde que dé semilla, y árboles frutales que den fruto, cada uno de su especie, y que contengan en sí mismas sus semillas, para que se reproduzcan en la tierra”. Y así se hizo. – 12. La tierra entonces produjo la hierba verde que era portadora de la semilla, según su especie, y árboles frutales que contenían en sí mismos sus semillas, según su especie. Y Dios vio que eso era bueno. – 13. Y de la tarde y de la mañana se hizo el tercer día.


14. Dijo Dios también: “Háganse cuerpos de luz en el firmamento del cielo, a fin de que se separen el día de la noche, y sirvan de señales para marcar el tiempo y las estaciones, los días y los años. – 15. Brillen ellos en el firmamento del cielo e iluminen la Tierra”. Y así se hizo. – 16. Entonces Dios hizo dos grandes cuerpos luminosos, uno mayor para presidir el día, y otro menor para presidir la noche; hizo también las estrellas. – 17. Y los puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la tierra. – 18. Para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que era bueno. 19. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día.


20. Dijo Dios además: “Produzcan las aguas animales vivos que naden en las aguas, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo”. – 21. Entonces Dios creó los grandes peces y todos los animales que tienen vida y movimiento, que las aguas han producido, cada uno de una especie, y creó también todas las aves, cada una de su especie. Y vio que era bueno. – 22. Y los bendijo, diciendo: “Creced y multiplicaos, y llenad las aguas del mar; y que los pájaros se multipliquen sobre la tierra”. – 23. Y de la tarde y de la mañana se hizo el quinto día.


24. Dijo Dios también: “Produzca la Tierra animales vivos, cada uno de su especie, los animales domésticos y las bestias salvajes de la tierra, según sus diferentes especies”. Y así se hizo. – 25. Dios hizo, pues, las bestias salvajes de la tierra según sus especies, los animales domésticos y todos los reptiles, cada uno de su especie. Y Dios vio que era bueno.


26. Dijo luego: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que él mande sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias, sobre toda la tierra y sobre todos los reptiles que se mueven en la tierra”. – 27. Dios entonces creó al hombre a su imagen, y lo creó a imagen de Dios, macho y hembra los creó. – 28. Dios los bendijo y les dijo: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; mandad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven en la tierra”. – 29. Dijo Dios además: “Os he dado todas las hierbas que traen su semilla a la tierra, y todos los árboles que encierran en sí mismos sus semillas, cada uno de una especie, a fin de que os sirvan de alimento. – 30. Y os di a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve en la tierra y que está vivo y animado, a fin de que tengan con qué alimentarse”. Y así se hizo. – 31. Dios vio todas las cosas que había hecho, y eran todas muy buenas. – 32. Y de la tarde y de la mañana se hizo el sexto día.


CAPÍTULO 2:1. El cielo y la tierra quedaron, pues, acabados de ese modo con todos sus ornamentos. – 2. Dios terminó en el séptimo día toda la obra que hizo, y reposó en ese séptimo día, luego de haber acabado todas sus obras. – 3. Bendijo el séptimo día y lo santificó, porque había cesado en ese día de producir todas las obras que había creado.


4. Ese fue el origen del cielo y de la tierra, y así fueron creados el día que el Señor hizo uno y otro. – 5. Y que creó todas las plantas de los campos antes de que hubiesen salido de la tierra, y todas las hierbas de las planicies antes de que hubiesen germinado. Porque el Señor Dios aún no había hecho que lloviese sobre la tierra, y no había hombre para labrarla. – 6. Pero de la tierra se elevaba una fuente que regaba toda su superficie.


7. El Señor Dios formó, pues, al hombre del lodo de la tierra, y le esparció sobre el rostro un soplo de vida, y el hombre se volvió viviente y animado.



2. Después de las explicaciones contenidas en los capítulos precedentes sobre el origen y la constitución del universo, de acuerdo con los datos suministrados por la ciencia, en cuanto a la parte material, y por el espiritismo, en cuanto a la parte espiritual, es conveniente confrontar todo eso con el texto del Génesis de Moisés, a fin de que cada uno pueda establecer comparaciones y juzgar con conocimiento de causa. Serán suficientes algunas explicaciones complementarias para hacer comprensibles las partes que necesitan esclarecimientos especiales.



3. En lo que respecta a algunos puntos, sin duda existe una notable concordancia entre el Génesis de Moisés y la doctrina científica; pero sería un error suponer que basta con que se sustituyan los seis días de veinticuatro horas de la creación bíblica por seis períodos indeterminados, para que esté completa la analogía. Otro error no menos importante sería que se creyera que, salvo el sentido alegórico de ciertas palabras, el Génesis y la ciencia marchan a la par y no son más que una paráfrasis uno de la otra.



4. En primer lugar observemos, según hemos visto (Capítulo VII, § 14), que el número de seis períodos geológicos es arbitrario, visto que se elevan a más de veinticinco las formaciones perfectamente caracterizadas. Ese número apenas determina las grandes fases generales, y sólo fue adoptado al comienzo para ordenar las cosas tanto como se pudiera de acuerdo con el texto bíblico, en una época –que por otra parte no está muy lejana– en la que se consideraba que la ciencia debía ser controlada por la Biblia. A eso se debió que los autores de la mayor parte de las teorías cosmogó- nicas, con el propósito de facilitar su aceptación, se esforzaron por conservar la concordancia con el texto sagrado. Tan pronto como la ciencia se apoyó en el método experimental, se sintió fortalecida y se emancipó. Hoy es ella la que controla a la Biblia.


Por otro lado, la geología, que toma como único punto de partida la formación de los terrenos graníticos, no incluye en el cómputo de los períodos el estado primitivo de la Tierra. Tampoco se ocupa del Sol, de la Luna y las estrellas, ni del conjunto del universo, que pertenecen a la astronomía. Por consiguiente, para encuadrar todo en el Génesis, corresponde que se agregue un primer período que abarque ese orden de fenómenos, el cual se podría denominar período astronómico.


Además, no todos los geólogos consideran el período diluviano como un período aparte, sino como un acontecimiento transitorio, pasajero, que no varió en forma considerable el estado climático del globo, como tampoco marcó una nueva fase para las especies vegetales y animales, ya que, salvo pocas excepciones, se encuentran las mismas especies antes y después del diluvio. Por lo tanto, podemos abstenernos de considerar ese período, sin que por eso nos apartemos de la verdad.



5. El siguiente cuadro comparativo, en el que se encuentran resumidos los fenómenos que caracterizan cada uno de los seis períodos, permite abarcar el conjunto y considerar las relaciones y las diferencias que existen entre los referidos períodos y la génesis bíblica:



CIENCIA
GÉNESIS
I. PERÍODO ASTRONÓMICO. Aglomeración de la materia cósmica universal en un punto del espacio, en una nebulosa que dio origen, por la condensación de la materia en diversos puntos, a las estrellas, al Sol, a la Tierra, a la Luna y a todos los planetas. Estado primitivo fluídico e incandescente de la Tierra. – Atmósfera inmensa cargada de toda el agua en forma de vapor, y de todas las materias volatilizables.
PRIMER DÍA. El Cielo y la Tierra. – La luz.
II. PERÍODO PRIMARIO. Endurecimiento de la superficie de la Tierra por el enfriamiento; formación de las capas graníticas. – Atmósfera espesa y ardiente, impenetrable a los rayos solares. – Precipitación gradual del agua y de las materias sólidas volatilizadas en el aire. – Ausencia absoluta de vida orgánica.
SEGUNDO DÍA. El firmamento. – Separación de las aguas que están por encima del firmamento de las que están por debajo de él.
III. PERÍODO DE TRANSICIÓN. Las aguas cubren toda la superficie del globo. Primeros depósitos de sedimentos formados por las aguas. – Calor húmedo. – El Sol comienza a atravesar la atmósfera brumosa. – Primeros seres organizados de la más rudimentaria constitución. – Líquenes, musgos, helechos, licopodios, plantas herbáceas. Vegetación colosal. – Primeros animales marinos: zoófitos, poliperos, crustáceos. – Depó- sitos de hulla.
TERCER DÍA. Las aguas que están debajo del firmamento se reúnen; aparece el elemento árido. – La tierra y los mares. – Las plantas.

IV. PERÍODO SECUNDARIO. Superficie de la Tierra poco accidentada; aguas poco profundas y pantanosas. Temperatura menos cálida; atmósfera más purificada. Considerables depósitos de calcáreos por las aguas. – Vegetación menos colosal; nuevas especies; plantas leñosas; primeros árboles. – Peces; cetáceos; moluscos, grandes reptiles acuáticos y anfibios.
CUARTO DÍA. El Sol, la Luna y las estrellas.
V. PERÍODO TERCIARIO. Grandes levantamientos de la corteza sólida; formación de los continentes. Retiro de las aguas hacia los lugares bajos; formación de los mares. Atmósfera purificada; temperatura actual producida por el calor solar. Animales terrestres gigantescos. Vegetales y animales de la actualidad. Aves.
DILUVIO UNIVERSAL.
QUINTO DÍA. Los peces y los pájaros.
VI. PERÍODO CUATERNARIO O POSDILUVIANO. Terrenos aluviales. Animales terrestres. Vegetales y animales de la actualidad. – El hombre
SEXTO DÍA. Los animales terrestres. – El hombre



6. El primer aspecto sobresaliente de este cuadro comparativo es que la obra de cada uno de los seis días no se corresponde de manera rigurosa, como muchos suponen, con cada uno de los seis períodos geológicos. La concordancia más notable es la de la sucesión de los seres orgánicos, que es casi la misma, así como la de la aparición del hombre en último término. Ese es un hecho importante.


Hay también coincidencia, no en cuanto al orden numérico de los períodos, sino en cuanto al hecho citado en el pasaje en que se lee que, al tercer día, “las aguas que están debajo del cielo se reunieron en un solo lugar y apareció el elemento árido”. Es la expresión de lo que ocurrió en el período terciario, cuando los levantamientos de la corteza sólida dejaron al descubierto los continentes y expulsaron las aguas que formaron los mares. Sólo entonces aparecieron los animales terrestres, según la geología y según Moisés.



7. Cuando Moisés dice que la Creación fue realizada en seis días, ¿habrá querido aludir a días de veinticuatro horas, o habrá empleado esa palabra en el sentido de período, de duración? La primera hipótesis es la más probable, si nos atenemos al texto mismo; en primer término, porque ese es el sentido preciso de la palabra hebrea iom, traducida por día; a continuación, la referencia a la tarde y a la mañana, como limitaciones de cada uno de los seis días, da lugar a que se suponga que Moisés ha querido referirse a días comunes. No se puede concebir ninguna duda al respecto, cuando consta, en el versículo 5: “Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche; y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día”. Esto, evidentemente, sólo se puede aplicar al día de veinticuatro horas, constituido por períodos de luz y de tinieblas. El sentido resulta aún más preciso cuando dice, en el versículo 17, al hablar del Sol, de la Luna y de las estrellas: “Las puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la Tierra; para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día”.


Por otra parte, en la Creación todo era milagroso y, desde que se toma la senda de los milagros, se puede perfectamente creer que la Tierra fue hecha en seis veces veinticuatro horas, sobre todo cuando se ignoran las leyes naturales elementales. Todos los pueblos civilizados compartieron esa creencia, hasta el momento en que la geología proporcionó las pruebas que demostraban su imposibilidad.



8. Uno de los puntos más criticados del Génesis es el de la creación del Sol después de la luz. Trataron de explicarlo con el auxilio de los datos proporcionados por la geología, alegando que en los primeros tiempos de su formación, como se hallaba cargada de vapores densos y opacos, la atmósfera terrestre no permitía la visión del Sol, que por ese motivo no existía para la Tierra. Esta explicación podría llegar a ser admisible si en esa época ya hubiese habido habitantes que verificaran la presencia o la ausencia del Sol. Ahora bien, según el propio Moisés, en esa época no había más que plantas que, pese a todo, no habrían podido crecer y multiplicarse sin la acción del calor solar.



Existe, pues, un evidente anacronismo en el orden que estableció Moisés para la creación del Sol. Sin embargo, involuntariamente o no, él no cometió un error al decir que la luz precedió al Sol.


El Sol no es el principio de la luz universal, sino una concentración del elemento luminoso en un punto o, dicho de otro modo, del fluido que en determinadas circunstancias adquiere propiedades luminosas. Ese fluido, que es la causa, debió forzosamente preceder al Sol, que es sólo un efecto. El Sol es causa en relación con la luz que irradia, pero es efecto en relación con la luz que recibió.


En una habitación a oscuras, una vela encendida es un pequeño sol. ¿Qué es lo que se hizo para encender la vela? Se desarrolló la propiedad lumínica del fluido luminoso, y se concentró ese fluido en un punto. La vela es la causa de la luz que se difunde en la habitación; pero si el principio luminoso no hubiera existido antes de la vela, esta no habría podido ser encendida.


Lo mismo ocurre con el Sol. El error proviene de la falsa idea, alimentada durante largo tiempo, de que el universo entero comenzó con la Tierra y, por consiguiente, no se comprende que el Sol pudiera haber sido creado después de la luz. Sabemos actualmente que antes de que nuestro Sol y nuestra Tierra fuesen creados, ya existían millones de soles y de tierras que, por lo tanto, gozaban de la luz. En principio, entonces, la aseveración de Moisés es absolutamente exacta; es falsa cuando lleva a creer que la Tierra fue creada antes que el Sol. Al estar sujeta al Sol por su movimiento de traslación, la Tierra debió de ser creada después de este. Eso es lo que Moisés no podía saber, ya que ignoraba la ley de gravitación.


Esa misma idea se encuentra en la génesis según los antiguos persas. En el primer capítulo del Vendidad, al describir el origen del mundo, expresa Ormuz: “He creado la luz que fue a iluminar al Sol, la Luna y las estrellas”. (Diccionario de mitología universal). La forma aquí es, sin duda, más clara y más científica que en el Génesis de Moisés, y no requiere comentarios.




9. Evidentemente, Moisés compartía las creencias más primitivas sobre la cosmogonía. Como los hombres de su época, creía en la solidez de la bóveda celeste, así como en los reservorios superiores de las aguas. Esa idea está expresada sin alegorías ni ambigüedades en el siguiente pasaje (versículo 6 y siguientes): “Dijo Dios: Hágase el firmamento en medio de las aguas, y que él separe las aguas de las aguas. Dios hizo el firmamento, y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento”. (Véase el Capítulo V, “Antiguos y modernos sistemas del mundo”, §§ 3, 4 y 5.)


Según una antigua creencia, el agua era considerada como el principio, el elemento generador primitivo, de modo que Moisés no habla de la creación de las aguas, que aparentemente ya existían. “Las tinieblas cubrían el abismo”, es decir, la profundidad del espacio, a la cual la imaginación se representaba, de modo vago, ocupada por las aguas y en medio de tinieblas, antes de la creación de la luz. Por esa razón Moisés expresa: “El Espíritu de Dios era llevado (o se cernía) sobre las aguas”. Dado que se consideraba a la Tierra como formada en medio de las aguas, era necesario aislarla. Se supuso entonces que Dios había hecho el firmamento –una bóveda sólida– para separar las aguas de arriba de las que estaban en la Tierra.


A fin de que comprendamos ciertas partes del Génesis, es indispensable que nos coloquemos en el punto de vista de las ideas cosmogónicas de la época que este refleja.



10. A partir de los progresos de la física y la astronomía, una doctrina como esa es insostenible. * No obstante, Moisés atribuye esas palabras al propio Dios. Ahora bien, ya que estas expresan un hecho notoriamente falso, tenemos dos opciones: o Dios se equivocó en el relato que hizo de su obra, o ese relato no es una revelación divina. Como la primera suposición no es admisible, se debe concluir que Moisés se limitó a expresar sus propias ideas. (Véase el Capítulo I, § 3.)



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* Por más grosero que sea el error de esa creencia, todavía despierta el entusiasmo de los ni- ños de nuestro tiempo, como si se tratase de una verdad sagrada. Tiemblan los educadores cuando osan aventurarse a una tímida interpretación. ¿Cómo habríamos de pretender que eso no fuera más tarde a generar incrédulos? (N. de Allan Kardec.)





11. Moisés se aproxima un poco más a la verdad cuando dice que Dios hizo al hombre con el lodo de la tierra. * De hecho, la ciencia demuestra (Véase el Capítulo X) que el cuerpo del hombre está compuesto por elementos tomados de la materia inorgánica o, dicho de otra manera, del lodo de la tierra.


La mujer formada de una costilla de Adán es una alegoría, aparentemente pueril si se la toma al pie de la letra, aunque profunda en cuanto al sentido. Tiene por finalidad mostrar que la mujer es de la misma naturaleza que el hombre y, por consiguiente, es igual a este ante Dios, y no una criatura aparte, hecha para ser sojuzgada y tratada como un ilota. Al considerarla salida de la propia carne del hombre, la imagen de igualdad es más significativa que si hubiera sido formada por separado del mismo lodo. Equivale a decirle al hombre que ella es su igual y no su esclava, que él debe amarla como a una parte de sí mismo.




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* El término hebreo haadam, el hombre, del cual derivó Adán, y el término haadama, la tierra, tienen la misma raíz. (N. de Allan Kardec.)



12. Para los espíritus incultos, sin ninguna noción de las leyes generales, incapaces de abarcar el conjunto y de concebir lo infinito, esta creación milagrosa e instantánea presentaba algo de fantástico que ofuscaba su imaginación. El cuadro del universo extraído de la nada en unos pocos días, por un solo acto de la voluntad creadora, era para ellos la señal más evidente del poder de Dios. Qué mejor descripción, en efecto, más sublime y más poética de ese poder, que estas palabras: “Dios dijo: ¡Hágase la luz, y la luz se hizo!” Dios, al crear al universo mediante la acción lenta y gradual de las leyes de la naturaleza, les hubiera parecido de menor importancia, menos poderoso. Necesitaban algo maravilloso, que saliera del esquema común, porque de lo contrario supondrían que Dios no era más hábil que los hombres. Una teoría científica y racional de la Creación los hubiese dejado fríos e indiferentes. No rechacemos, pues, la génesis bíblica; por el contrario, estudiémosla de la misma manera que se estudia la historia de la infancia de los pueblos. Se trata de una epopeya rica en alegorías, cuyo sentido oculto debemos encontrar; alegorías que es preciso analizar y explicar con la ayuda de las luces de la razón y la ciencia. Al mismo tiempo que resaltamos su belleza poética y sus enseñanzas veladas por la forma llena de imágenes, es preciso que expongamos decididamente sus errores, a favor del interés mismo de la religión. Esta será mucho más respetada cuando esos errores dejen de ser impuestos a la fe como verdades, y Dios parecerá más grande y más poderoso cuando no se asocie su nombre con hechos controvertidos.




El paraíso perdido

El paraíso perdido *


13. CAPÍTULO 2:8. Y el Señor Dios había plantado desde el comienzo un jardín de delicias, en el cual puso al hombre que había formado. – 9 El Señor Dios también hizo que brotara de la tierra toda especie de árboles hermosos a la vista y cuyo fruto era agradable al paladar, y en medio del paraíso ** el árbol de vida, con el árbol de la ciencia del bien y del mal. (Jehová Eloim hizo salir de la tierra –min haadama– todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer, y el árbol de vida –vehetz hachayim– en medio del jardín, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.)



15 El Señor tomó, pues, al hombre, y lo puso en el paraíso de delicias, a fin de que lo cultivase y lo cuidara. – 16 Le dio también este mandamiento, y le dijo: “Come de todos los árboles del paraíso. (Jeová Eloim ordenó al hombre –hal haadam– diciendo: “De todo árbol del jardín –hagan– puedes comer”.) – 17 Pero no comas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal; porque tan pronto como lo comas, morirás sin remedio”. (“Y del árbol de la ciencia del bien y del mal –oumehetz hadaat tob vara– no comerás, pues el día en que de él comas, morirás.”)



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* A continuación de algunos versículos se encuentra la traducción literal del texto hebreo, que expresa más fielmente el pensamiento primitivo. El sentido alegórico se destaca así más claramente. (N. de Allan Kardec.)
** Paraíso, del latín paradisus, derivado del griego paradeisos, jardín, pomar, lugar plantado con árboles. El término hebreo empleado en el Génesis es hagan, que tiene el mismo significado. (N. de Allan Kardec.)




14. CAPÍTULO 3:1. Ahora bien, la serpiente era el más astuto de todos los animales que el Señor Dios había creado en la tierra. Y le dijo a la mujer: “¿Por qué Dios os ordenó que no comáis del fruto de todos los árboles del paraíso?” (Y la serpiente –nahasch– era más astuta que todos los animales terrestres que había hecho Jehová Eloim; la cual dijo a la mujer –el haischa–: “¿Cómo es que Eloim os ha dicho: No comáis de ningún árbol del jardín?”) – 2. La mujer respondió: “Comemos de los frutos de todos los árboles que están en el paraíso. (Dijo ella, la mujer, a la serpiente: “Podemos comer del fruto –miperi– de los árboles del jardín”.) – 3. Pero del fruto del árbol que está en medio del paraíso, Dios nos ordenó que no comiésemos de él, y que no lo tocásemos, para que no corramos peligro de muerte”. – 4. La serpiente replicó a la mujer: “De ninguna manera moriréis. – 5. Es que Dios sabe que, tan pronto como hayáis comido de ese fruto, vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.


6. La mujer consideró entonces que el fruto de aquel árbol era bueno para comer; que era apetecible y agradable a la vista. Y, tomando de él, lo comió, y se lo dio a su marido, que también comió. (La mujer vio que el árbol era bueno como alimento y que era deseable para comprender –léaskil–, y tomó de su fruto, etc.)


8. Y como oyeron la voz del Señor Dios, que se paseaba a la tarde por el paraíso, cuando sopla una brisa suave, ellos se retira ron hacia el medio de los árboles del paraíso, a fin de ocultarse de delante de su presencia.


9. Entonces el Señor Dios llamó a Adán, y le dijo: “¿Dónde estás?” – 10. Adán le respondió: “Oí tu voz en el paraíso y tuve miedo, porque estaba desnudo, por eso me escondí”. – 11. El Se- ñor le respondió: “¿Y cómo supiste que estabas desnudo, acaso porque comiste el fruto del árbol del cual yo os prohibí que comieseis?” – 12. Adán le respondió: “La mujer que me diste por compañera me mostró el fruto de ese árbol, y comí de él”. – 13. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Por qué hiciste eso?” Ella respondió: “La serpiente me engañó, y comí de ese fruto”.


14. Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y todas las bestias de la tierra; andarás sobre tu vientre, y comerás tierra todos los días de tu vida. – 15. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su raza y la tuya. Ella te aplastará la cabeza, y tú tratarás de morderle el talón”.


16. Dios dijo también a la mujer: “Habré de afligirte con muchos males durante tus embarazos; parirás con dolor; estarás bajo la dominación de tu marido y él te dominará”.


17. Dijo a continuación a Adán: “Porque has escuchado la voz de tu mujer, y has comido del fruto del árbol que te prohibí que comieses, la tierra te será maldita por causa de lo que hiciste, y sólo con mucho trabajo extraerás de ella con qué alimentarte durante toda tu vida. – 18. Ella te producirá espinos y abrojos, y te alimentarás con la hierba de la tierra. – 19. Y comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste tomado, porque eres polvo y al polvo volverás”.


20. Y Adán dio a su mujer el nombre de Eva, que significa vida, porque ella era la madre de todos los vivientes.


21. El Señor Dios también hizo para Adán y su mujer túnicas de pieles con que los cubrió. – 22. Y dijo: “He aquí a Adán hecho uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal. Evitemos pues, ahora, que él eche mano del árbol de la vida, que tome de su fruto y que, comiendo de ese fruto, viva eternamente”. (Jehová Eloim dijo: “He aquí que el hombre fue como uno de nosotros para el conocimiento del bien y del mal, y ahora él puede extender la mano y tomar del árbol de la vida –veata pen ischlachyado velakach mehetz hachayim–; comerá de él y vivirá eternamente”.)


23. El Señor Dios lo hizo salir del jardín de delicias, a fin de que fuese a trabajar en el cultivo de la tierra de donde fue tomado. Y habiéndolo expulsado, colocó querubines58 delante del jardín de delicias, los cuales hacían brillar una espada de fuego, para guardar el camino que llevaba al árbol de la vida.




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* Del hebreo cherub, keroub (buey) y charab (labrar); ángeles del segundo coro de la primera jerarquía, que eran representados con cuatro alas, cuatro caras y patas de buey. (N. de Allan Kardec.)



15. Bajo una imagen pueril y hasta ridícula, si nos atuviéramos a la forma, la alegoría a menudo oculta grandes verdades. A primera vista, ¿habrá una fábula más absurda que la de Saturno, el dios que devoraba piedras, confundiéndolas con sus hijos? Con todo, al mismo tiempo, ¡cuánta filosofía y cuánta verdad hay en esa figura, si le buscamos el sentido moral! Saturno es la personificación del tiempo; como todas las cosas son obra del tiempo, él es el padre de todo lo que existe; pero también todo se destruye con el tiempo. Saturno devorando piedras es el símbolo de la destrucción, producida por el tiempo, de los cuerpos más duros, que son sus hijos, puesto que se formaron con el tiempo. ¿Y quién escapa, según esa misma alegoría, a semejante destrucción? Solamente Jú- piter, símbolo de la inteligencia superior, del principio espiritual que es indestructible. Esa imagen es incluso tan natural que, en el lenguaje moderno, sin alusión a la antigua fábula, acerca de una cosa que finalmente se deterioró, se dice que ha sido devorada por el tiempo, carcomida, devastada por el tiempo.


Toda la mitología pagana no es en realidad más que un gran cuadro alegórico de las diversas caras, buenas y malas, de la humanidad. Para quien busca su sentido, se trata de un curso completo de la más profunda filosofía, como sucede con las fábulas modernas. Lo absurdo residía en que se tomara la forma por el fondo.



16. Lo mismo ocurre con el Génesis, donde se deben hallar grandes verdades morales debajo de las figuras materiales que, tomadas al pie de la letra, serían tan absurdas como si, en nuestras fábulas, tomásemos en sentido literal las escenas y los diálogos atribuidos a los animales.


Adán es la personificación de la humanidad; su falta individualiza la debilidad del hombre, en quien predominan los instintos materiales a los que él no sabe resistirse. *


El árbol, como árbol de la vida, es el emblema de la vida espiritual; como árbol de la ciencia, representa la conciencia del bien y del mal, que el hombre consigue mediante el desarrollo de su inteligencia y de su libre albedrío, en virtud del cual elige entre uno y otro. Resalta el momento en que el alma del hombre deja de ser guiada únicamente por sus instintos, toma posesión de su libertad y asume la responsabilidad de sus actos.


El fruto del árbol simboliza el objeto de los deseos materiales del hombre; es la alegoría de la codicia y de la concupiscencia; resume en una sola figura las motivaciones de la tendencia al mal. Comerlo es sucumbir a la tentación. El árbol se yergue en medio del jardín de las delicias para enseñar que la seducción se encuentra en el seno mismo de los placeres, y para recordarnos que, si el hombre da preponderancia a los goces materiales, se aferra a la Tierra y se aparta de su destino espiritual.**


La muerte con que se lo amenaza, en caso de que transgreda la prohibición que se le ha hecho, es un aviso de las consecuencias inevitables, físicas y morales, que derivan de la violación de las leyes divinas que Dios ha grabado en su conciencia. Es muy evidente que aquí no se trata de la muerte corporal, puesto que, después de haber cometido la falta, Adán aún vivió durante largo tiempo, sino de la muerte espiritual o, en otras palabras, de la pérdida de los bienes que resultan del progreso moral, pérdida representada por su expulsión del jardín de las delicias.





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* Está hoy perfectamente reconocido que la palabra hebrea haadam no es un nombre propio, sino que significa: el hombre en general, la humanidad, lo que destruye toda la estructura erigida sobre la personalidad de Adán. (N. de Allan Kardec.)
** En ninguno de los textos el fruto está especificado como manzana, palabra que sólo se encuentra en las versiones infantiles. El término del texto hebreo es peri, que tiene las mismas acepciones que en francés, sin la determinación de la especie, y puede ser tomado en sentido material, moral, alegórico, en sentido propio y figurado. Para los israelitas no existe una interpretación obligatoria; cuando una palabra tiene varias acepciones, cada uno la interpreta como quiere, toda vez que la interpretación no sea contraria a la gramática. El término peri fue traducido en latín por malum, que se aplica tanto a la manzana como a cualquier otra especie de frutos. Deriva del griego mélon, participio del verbo mélo, interesar, cuidar, atraer. (N. de Allan Kardec.)



17. La serpiente está lejos de ser considerada actualmente como el prototipo de la astucia. Aquí se la incluye más por su forma que por su carácter, como una alusión a la perfidia de los malos consejos que se insinúan como la serpiente, y de la cual por esa razón muchas veces el hombre desconfía. Por otra parte, si la serpiente es condenada a reptar porque ha engañado a la mujer, significa que antes ese animal tenía patas, en cuyo caso ya no era una serpiente. Entonces, ¿por qué imponer como verdades, a la fe ingenua y crédula de los niños, alegorías tan evidentes, que al falsear su valoración acerca de ellas se hace que más tarde consideren a la Biblia como un muestrario de fábulas absurdas?


Además, se debe notar que el término hebreo nahasch, traducida como serpiente, proviene de la raíz nahasch, cuyo significado es: hacer encantamientos, adivinar las cosas ocultas, que puede entonces significar: encantador, adivino. Con esta acepción se lo encuentra en el Génesis, 44:5 y 15, a propósito de la copa que José envió a que fuera escondida en la alforja de Benjamín: “La copa que robaste es la misma en que bebe mi señor, y de la cual se sirve para adivinar (nahasch).61 – ¿Ignoras que no hay quien me iguale en la ciencia de adivinar (nahasch)?”. Y también en el libro de los Números, 23:23: “No hay encantamientos (nahasch) en Jacob, ni adivinos en Israel”. Por consiguiente, la palabra nahasch tomó también la acepción de serpiente, reptil al que los encantadores tenían la pretensión de encantar, o del cual se servían en sus encantamientos.


La palabra nahasch recién fue traducida como serpiente en la versión de los Setenta –versión escrita en griego en el segundo siglo antes de la Era Cristiana–, los cuales según Hutcheson tergiversaron el texto hebreo en muchos de los párrafos. Las inexactitudes de esa versión resultaron, sin duda, de las modificaciones que la lengua hebrea sufrió en el intervalo transcurrido, visto que el hebreo de la época de Moisés era entonces una lengua muerta, que difería del hebreo vulgar, tanto como el griego antiguo y el árabe literario difieren del griego y el árabe modernos. *


Por consiguiente, es probable que Moisés haya considerado que el seductor de la mujer era el deseo indiscreto de conocer las cosas ocultas, suscitado por el espíritu de adivinación, lo que concuerda con el sentido primitivo de la palabra nahasch, adivinar, y por otro lado con estas palabras: “Dios sabe que en cuanto hayáis comido de ese fruto, vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses. Ella, la mujer, vio que era codiciable el árbol para comprender (léaskil) y tomó su fruto”. No hay que olvidar que Moisés quería proscribir entre los hebreos el arte de la adivinación practicada por los egipcios, tal como lo prueba su prohibición de interrogar a los muertos y al espíritu de Pitón. (Véase El Cielo y el Infierno según el espiritismo, Primera Parte, Capítulo XI.)




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* El término nahasch existía en la lengua egipcia, y significaba negro, probablemente porque los negros tenían el don de los encantamientos y la adivinación. Tal vez también por eso es que las esfinges de origen asirio estaban representadas por una figura de negro. (N. de Allan Kardec.)





18. El pasaje que dice: “El Señor se paseaba por el paraíso, a la tarde, cuando se levanta una brisa suave”, resulta una imagen ingenua y un tanto pueril, que la crítica no dejó de resaltar; pero no tiene nada que deba sorprender, si nos remitimos a la idea que los hebreos de los tiempos primitivos se hacían de la Divinidad. Para esas inteligencias limitadas, incapaces de concebir abstracciones, Dios debía tener una forma concreta, y ellos referían todo a la humanidad, como el único punto conocido. Por eso Moisés les hablaba como a niños, mediante imágenes concretas. En este caso, se trata de la personificación del poder soberano, como los paganos personificaban mediante figuras alegóricas las virtudes, los vicios y las ideas abstractas. Más tarde, los hombres despojaron a la idea de la forma, a semejanza del niño que al convertirse en adulto busca el sentido moral de los cuentos con que lo acunaron. Por lo tanto, debemos considerar ese pasaje como una alegoría que representa a la Divinidad protegiendo en persona a los objetos de su creación. El gran rabino Wogue lo tradujo de la siguiente manera: “Oyeron la voz del Eterno Dios, que recorría el jardín del lado de donde viene el día”.



19. Si la falta de Adán consistió literalmente en haber comido un fruto, no cabe duda de que esa falta no podría, por su naturaleza casi pueril, justificar el rigor con que fue castigada. Tampoco se podría admitir racionalmente que ese hecho sea como en general se supone; de otro modo Dios, al considerarlo como un crimen irremisible, habría condenado a su propia obra, ya que Él había creado al hombre para su propagación. Si Adán hubiese entendido de ese modo la prohibición de tocar el fruto del árbol, y con ella se hubiese conformado escrupulosamente, ¿dónde estaría la humanidad, y qué habría sido de los designios del Creador?


Dios no había creado a Adán y Eva para que permanecieran solos en la Tierra; la prueba de eso está en sus propias palabras, las que les dirige inmediatamente después de haberlos creado, cuando aún estaban en el paraíso terrestre: “Dios los bendijo y les dijo: Creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla”. (Génesis, 1:28.) Dado que la multiplicación del hombre era ley desde el paraíso terrenal, su expulsión de allí no pudo haber tenido como causa el hecho supuesto.


Lo que dio crédito a esa suposición fue el sentimiento de vergüenza que Adán y Eva experimentaron ante la mirada de Dios, y que los llevó a que se ocultaran. Pero esa vergüenza es de por sí una figura por comparación: simboliza la confusión que todo culpable experimenta en presencia de aquel al que ha ofendido.



20. ¿Cuál es, pues, en definitiva, esa falta tan grave que provocó la condena perpetua de todos los descendientes de aquel que la cometió? Caín, el fratricida, no fue tratado con tanta severidad. Ningún teólogo ha podido definirla con lógica, porque todos ellos, apegados a la letra, han girado dentro de un círculo vicioso.


Hoy sabemos que esa falta no es un hecho aislado, personal, de un individuo, sino que abarca bajo un único aspecto alegórico, el conjunto de las prevaricaciones de que la humanidad de la Tierra, todavía imperfecta, puede convertirse en culpable, y que se resume en estas palabras: infracción a la ley de Dios. Ese es el motivo por el cual la falta del primer hombre, en el cual está simbolizada la humanidad, tenga como símbolo un acto de desobediencia.



21. Al decirle a Adán que extraería el alimento de la tierra con el sudor de su frente, Dios simboliza la obligación del trabajo; pero ¿por qué convirtió al trabajo en un castigo? ¿Qué sería de la inteligencia del hombre si este no la desarrollara mediante el trabajo? ¿Qué sería de la Tierra, si no fuese fecundada, transformada, saneada por el trabajo inteligente del hombre?


Fue dicho (Génesis, 2:5 y 7): “El Señor Dios aún no había hecho que lloviese sobre la Tierra, y no había en ella hombre para labrarla. El Señor formó, pues, al hombre del lodo de la tierra”. Esas palabras, próximas a estas otras: Poblad la Tierra, prueban que el hombre estaba destinado desde su origen a ocupar la totalidad de la tierra y a cultivarla; prueban, además, que el paraíso no era un lugar circunscripto a una determinada región del globo. Si el cultivo de la tierra habría de ser una consecuencia de la falta de Adán, resultaría que, si Adán no hubiera pecado, la Tierra habría permanecido inculta, y los designios de Dios no se habrían cumplido.


¿Por qué Dios le dijo a la mujer que pariría con dolor debido a que había cometido una falta? ¿Cómo puede el dolor del parto ser un castigo, cuando es un efecto del organismo, y cuando está probado fisiológicamente que es inevitable? ¿Cómo puede constituir un castigo algo que se produce según las leyes de la naturaleza? Eso es lo que los teólogos todavía no han explicado, ni podrán hacerlo mientras no abandonen el punto de vista en que se han colocado. Con todo, aquellas palabras que parecen tan contradictorias tienen una justificación.



22. Observemos, en primer lugar, que si las almas de Adán y Eva hubiesen sido sacadas de la nada en el preciso momento de la creación de sus cuerpos, como todavía se enseña, la pareja debía carecer de experiencia en todas las cosa; debía por lo tanto ignorar lo que es morir. Ya que los dos estaban solos en la Tierra, al menos mientras vivieron en el paraíso terrestre, no habían presenciado la muerte de nadie. ¿Cómo, entonces, habrían podido comprender en qué consistía la amenaza de muerte que Dios les hacía? ¿Cómo habría podido comprender Eva que parir con dolor sería un castigo, visto que como acababa de nacer a la vida, jamás había tenido hijos y era la única mujer que existía en el mundo?


Por consiguiente, las palabras de Dios debían carecer de sentido para Adán y Eva. Recién salidos de la nada, no podían saber cómo ni porqué habían surgido allí; no podían comprender ni al Creador ni el motivo de la prohibición que se les imponía. Sin experiencia alguna acerca de las condiciones de la vida, pecaron como niños que actúan sin discernimiento, lo que vuelve todavía más incomprensible la terrible responsabilidad que Dios hizo pesar sobre ellos y sobre la humanidad entera.



23. Lo que constituye para la teología un caso sin solución, el espiritismo lo explica sin dificultad y de una manera racional mediante la preexistencia del alma y la pluralidad de las existencias, ley sin la cual todo es misterioso y anómalo en la vida del hombre. En efecto, admitamos que Adán y Eva ya hubieran vivido, y de inmediato todo tiene una justificación: Dios no les habla como a niños, sino como a seres en estado de comprenderlo y que lo comprenden, prueba evidente de que ambos tenían conocimientos previos. Admitamos, además, que hubiesen vivido en un mundo más adelantado y menos material que el nuestro, donde el trabajo del Espíritu sustituía al del cuerpo; que por haberse rebelado contra la ley de Dios, representada en la desobediencia, hubiesen sido excluidos de allí y exiliados como un castigo en la Tierra, donde el hombre, por la naturaleza del globo, está obligado a un trabajo corporal, y entonces reconoceremos que Dios tenía razón cuando les dijo: En el mundo al que iréis a vivir de ahora en adelante, “cultivaréis la tierra y de ella extraeréis el alimento con el sudor de vuestra frente”; y a la mujer: “Parirás con dolor”, porque esa es la condición de ese mundo. (Véase el Capítulo XI, § 31 y siguientes.)


De tal modo, el paraíso terrenal, cuyos vestigios han sido buscados infructuosamente en la Tierra, era la imagen del mundo feliz donde Adán había vivido o, más bien, donde había vivido la raza de los Espíritus que él representa. La expulsión del Paraíso marca el momento en que esos Espíritus vinieron a encarnar entre los habitantes de nuestro planeta, y el cambio de situación fue la consecuencia de esa expulsión. El ángel armado con una espada llameante, que defiende la entrada al Paraíso, simboliza la imposibilidad en que se encuentran los Espíritus de los mundos inferiores de penetrar en los mundos superiores antes de que lo merezcan por su purificación. (Véase, más adelante, el Capítulo XIV, § 8 y siguientes.)



24. “Caín (después del asesinato de Abel) responde al Señor: ‘Mi iniquidad es demasiado grande para que se me pueda perdonar. Me expulsáis hoy de sobre la Tierra, y yo iré a ocultarme de vuestra presencia. Seré un fugitivo y un vagabundo en la Tierra, y entonces cualquiera que me encuentre me matará’. El Señor le respondió: ‘No, eso no sucederá, porque quien mate a Caín será castigado duramente’. Y el Señor puso una señal sobre Caín, a fin de que quienes pudieran encontrarlo no lo matasen.


”Habiéndose retirado de delante del Señor, Caín quedo deambulando por la Tierra, y vivió en la región oriental del Edén. Conoció Caín a su mujer, la cual concibió y parió a Henoc. Él construyó (vaiehi boné; literalmente: estaba construyendo) una ciudad a la que llamó Henoc (Enoquia) del nombre de su hijo.” (Génesis, 4:13 a 17.)



25. Si nos atuviéramos a la letra del Génesis, llegaríamos a las siguientes conclusiones: Adán y Eva estaban solos en el mundo después de su expulsión del paraíso terrenal; posteriormente tuvieron los dos hijos, Caín y Abel. Ahora bien, luego de que Caín se retiró a otra región después de haber asesinado a su hermano, no volvió a ver a sus padres, quienes de nuevo quedaron solos. Sólo mucho más tarde, a la edad de ciento treinta años, Adán tuvo su tercer hijo, que se llamó Set, luego de cuyo nacimiento vivió aún, según la genealogía bíblica, ochocientos años, y engendró más hijos e hijas.


Por consiguiente, cuando Caín fue a establecerse al oriente del Edén, solamente había en la Tierra tres personas: su padre, su madre y él, que quedó solo, por su lado. Sin embargo, Caín tuvo mujer y un hijo. ¿Qué mujer podía ser esa, y dónde habría podido él desposarla? El texto hebreo dice: Él estaba construyendo una ciudad, y no: él construyó, lo que indica una acción presente y no posterior. Pero una ciudad presupone la existencia de habitantes, visto que no sería por presumir que Caín la hiciera para él, su mujer y su hijo, ni que pudiese edificarla solo.


Por lo tanto, de esa narración debemos inferir que la región estaba poblada. Ahora bien, no podía serlo por los descendientes de Adán, que por entonces estaban reducidos a uno solo: Caín.


Por otra parte, la presencia de otros habitantes se destaca igualmente de estas palabras: “Seré un fugitivo y un vagabundo, y cualquiera que me encuentre me matará”, así como de la respuesta que Dios le dio. ¿Por qué Caín temía que alguien lo matase, y qué utilidad tendría la señal que Dios le puso para preservarlo, si no habría de encontrar a nadie? Ahora bien, si había en la Tierra otros hombres además de la familia de Adán, significa que esos hombres estaban allí antes de él, de donde se deduce esta consecuencia, extraída del texto mismo del Génesis: Adán no es el primero ni el único padre del género humano. (Véase el Capítulo XI, § 34.) *

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* Esta idea no es nueva. La Peyrère, sabio teólogo del siglo diecisiete, en su libro Preadamitas, escrito en latín y publicado en 1655, extrajo del texto original de La Biblia, adulterado por las traducciones, la prueba evidente de que la Tierra estaba habitada antes de la venida de Adán. Esa es la opinión actual de muchos eclesiásticos ilustres. (N. de Allan Kardec.)



26. Hacían falta los conocimientos que el espiritismo suministró acerca de las relaciones del principio espiritual con el principio material; acerca de la naturaleza del alma, de su creación en estado de simplicidad y de ignorancia; de su unión con el cuerpo; de su indefinida marcha progresiva a través de sucesivas existencias y a través de los mundos, que son otros tantos escalones en el camino del perfeccionamiento; acerca de su gradual liberación de la influencia de la materia mediante el uso del libre albedrío; de la causa de sus inclinaciones buenas o malas y de sus aptitudes; del fenómeno del nacimiento y de la muerte; de la situación del Espíritu en la erraticidad y, finalmente, acerca del porvenir como premio a sus esfuerzos por mejorar y de su perseverancia en el bien, para que se hiciese la luz sobre todos los aspectos de la génesis espiritual.


Gracias a esa luz el hombre sabe, de ahora en más, de dónde viene, hacia dónde va, por qué está en la Tierra y por qué sufre. Sabe que su porvenir está en sus manos, y que la duración de su cautiverio en este mundo depende exclusivamente de él. El Gé- nesis, despojado de la alegoría limitada y mezquina, se le presenta grande y digno de la majestad, de la bondad y de la justicia del Creador. Considerado desde ese punto de vista, el Génesis confundirá a los incrédulos y triunfará.