EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Empleo de la fortuna

11. No podéis servir a Dios y a las riquezas; acordáos bien de esto, vosotros a quienes domina el amor del oro, que venderíais el alma para poseer tesoros porque pueden elevaros sobre los demás hombres y daros los goces de las pasiones; no, ¡vosotros no podéis servir a Dios y a las riquezas! Si, pues, sentís vuestra alma dominada por la codicia de la carne, dáos prisa a sacudir el yuyo que os abruma, porque Dios, justo y severo os dirá "¿Qué has hecho ecónomo infiel, de los bienes que te he confiado? Este poderoso móvil de las buenas obras, sólo lo has hecho servir para tu satisfacción personal".


¿Cuál es, pues, el mejor empleo de la fortuna? Buscad en esas palabras: "Amaos los unos a los otros", la solución de este problema; ahí está el secreto para emplear bien las riquezas. El que está animado del amor al prójimo tiene trazada su línea de conducta, pues el empleo agradable a Dios, es la caridad; no esa caridad fría y egoísta que consiste en repartir a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca a la desgracia y la levanta sin humillarla. Rico, dá de tu superfluo; haz más aún: dá un poco de lo que te es necesario, porque esto aun es superfluo, pero dá con prudencia. No rechaces el llanto por temor de ser engañado; busca el origen del mal; consuela primero, infórmate después y mira si el trabajo, los consejos, el mismo afecto, serán más eficaces que la limosna. Difunde a tu alrededor., con la caridad, el amor a Dios, el amor al trabajo, el amor al prójimo. Coloca tus riquezas en un fondo que nunca te faltará y te dará grandes intereses: las buenas obras. La riqueza de la inteligencia debe servirte tanto como la del oro; difunde a tu alrededor los tesoros de la instrucción, y esparce entre tus hermanos los tesoros de tu amor y ellos fructificarán. (Chéverus. Bordeaux, 1861).



12. Cuando considero cuán breve es la vida, me afecto dolorosamente por vuestra incesante preocupación, cuyo objeto es vuestro bienestar material; mientras que dais tan poca importancia y consagráis poco o ningún tiempo a vuestro perfeccionamiento moral, que debe aseguraros una eternidad. Se creería, al ver la actividad que desplegáis, que se trata de una cuestión del más alto interés para la humanidad, mientras que casi siempre se trata sólo de poneros en disposición de satisfacer necesidades exageradas: la vanidad ha de entregaros a excesos. ¡Qué penas, qué cuidados, qué tormentos no os dais, qué noches sin sueño, para aumentar una fortuna a menudo más que suficiente! Para colmo de vuestra ceguedad, no es raro ver a los que tienen un amor inmoderado a la fortuna y a los goces que procura, suietos a un trabajo penoso, valerse de una existencia llamada de sacrificios y de méritos, como si trabajasen para los otros y no para ellos mismos. ¡Insensatos! vosotros creéis realmente que os serán tomados en cuenta los cuidados y los esfuerzos cuyo móvil son el egoísmo, la ambición o el orgullo, mientras que descuidáis vuestro porvenir, lo mismo que los deberes que la solidaridad fraternal impone a todos los que gozan de la ventaja de la vida social. Vosotros sólo os habéis acordado de vuestro cuerpo; su bienestar y sus goces eran el último objeto de vuestra solicitud egoísta; por el que muere habéis descuidado vuestro espíritu, que vivirá siempre. Ese señor tan querido y acariciado se ha vuelto vuestro tirano; manda a vuestro espíritu, que se ha hecho ya su esclavo. ¿Era este el objeto de la existencia que Dios os había dado? (Un espíritu protector. Cracovia, 1861.)



13. Siendo el hombre el depositario, el gerente de los bienes que Dios pone en sus manos, se le pedirá una cuenta severa del empleo que haya hecho de ellos, en virtud de su libre albedrío. El mal uso consiste en hacerlos sólo servir para su satisfacción personal; al contrario, el uso es bueno siempre que resulta un bien cualquiera para otro; el mérito es proporcionado al sacrificio que uno se impone. La beneficencia sólo es un modo de emplear la fortuna; consuela la miseria actual, apacigua el hambre, guarda del frío y da un asilo a aquél que no lo tiene; pero un deber también imperioso y meritorio consiste en precaver la miseria; ésta es, sobre todo, la misión de las grandes fortunas, por los trabajos de todas clases que pueden hacer ejecutar, y aun cuando redundase en su provecho legítimo, no existiría menos el bien porque el trabajo desarrolla la inteligencia y eleva la dignidad del hombre, siempre ávido de poder decir que gana el pan que come, mientras que la limosna humilla y degrada. La fortuna concentrada en una mano debe ser como un manantial de agua viva que esparce la fecundidad y el bienestar a su alrededor. ¡Oh, vosotros, ricos, si la empleáis según las miras del Señor, vuestro corazón será el primero que apagará su sed en este benéfico manantial de beneficencia; vosotros tendréis en la vida los inefables goces del alma, en vez de los goces materiales del egoísta que dejan el vacío en el corazón! Vuestro nombre será bendecido en la tierra, y cuando la dejéis el soberano Señor os dirigirá la palabra de la parábola de los talentos: "Oh, buen fiel servidor, participad de los goces de vuestro Señor". En esta parábola, el servidor que esconde en la tierra el oro que le ha sido confiado, ¿no es, acaso, la imagen de los avaros entre cuyas manos la fortuna es improductiva? Aun cuando Jesús habla de las limosnas, es porque en aquel tiempo y en aquel país en que vivía, no se conocían los trabajos que las artes y la industria han creado después, y en las cuales puede ser la fortuna empleada útilmente para el bien general. A todos aquellos que pueden dar poco o mucho, les diré pues: Haced limosna cuando sea necesario, pero tanto como sea posible, convertidla en salario, a fin de que el que la reciba no se avergüence. (Fenelón, Argel, 1860.)