EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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12. Sin duda que el duelo puede, en ciertos casos, ser una prueba de valor físico y del desprecio de la vida; pero incontestablemente es prueba de una cobardía moral como el suicidio. El suicida no tiene el valor de afrontar las vicisitudes de la vida, y el duelista no tiene el de afrontar las ofensas. ¿No os ha dicho Cristo que hay más honor y valor en presentar la mejilla izquierda al que ha herido la derecha, que en vengarse de una injuria? ¿No dijo también a Pedro en el jardín de los Olivos: "Vuelve tu espada en la vaina, porque el que matará por la espada perecerá?" Con estas palabras ¿no ha condenado Jesús para siempre el duelo? En efecto, hijos míos, ¿qué síguifíca ese valor nacido de un temperamento violento, sanguinario y colérico, que ruge, a la primera ofensa? ¿En dónde está, pues, la grandeza de alma del que, a la menor injuria, quiere lavarla con sangre? ¡Pero que tiemble! porque siempre en el fondo de su conciencia oirá una voz que le dirá: ¡Caín, Caín! ¿qué has hecho de tu hermano? Me ha sido preciso verter sangre para salvar mi honor, contestará; pero la voz repetirá: ¡Tú has querido salvar ese honor ante los hombres por algunos instantes que te restan de vida en la tierra, y no has pensado en salvarte ante Dios! ¡Pobre loco! ¡Cuánta sangre, pues, no os pediría Cristo por todos los ultrajes que recibió! No solamente lo habéis herido con espina y lanza, no sólo lo habéis atado a un patíbulo infamante, sino que, aun en medio de su agonía, pudo oir las burlas que se le prodigaban. ¿Qué reparación os ha pedido después de tantos ultrajes? El último grito del Cordero fué una oración por sus verdugos. ¡Oh! perdonad como El, y rogad por los que os ofenden.


Amigos, acordaos de este precepto: "A maos unos a otros", y entonces, al golpe dado por el odio contestaréis con una sonrisa, y al ultraje, con el perdón. Sin duda el mundo se alzará furioso y os tratará de cobardes; levantad entonces lá cabeza bien alta, y mostrad que vuestra frente no temería tampoco en cargarse de espinas, a ejemplo de Cristo, pero que vuestra mano no quiere ser cómplice de un asesinato, que autoriza, digámoslo así, uná falsa honra que no es otra cosa que orgullo y amor propio. ¿Dios, al crearnos, os dió el derecho de vida y muerte a los unos sobre los otros? No, sólo ha dado ese derecho a la naturaleza para reformarse y reconstruirse; pero a vosotros, ni siquiera os ha dado el permiso de disponer de vosotros mismos. Como el suicída, el duelista será marcado con sangre cuando comparezca ante Dios, y al uno y al otro el soberano Juez prepara rudos y largos castigos. ¡Si amenazó con su justicia al que dice a su hermano: Racca, cuanto más severa será la pena para el que comparezca ante El con las manos teñidas en sangre de su hermano! (San Agustín. París, 1862).