EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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75. Prefacio. Los malos espíritus son aquellos que no se han arrepentido aún y que se complacen en el mal y no sienten por ello ninguna pena; que son insensibles a las amonestaciones, rechazan la oración y algunas veces blasfeman del nombre de Dios. Son aquellas almas endurecidas que, después de la muerte, se vengan de los hombres por los tormentos que sufren y persiguen con encono a aquellos a quienes han tenido ojeriza durante su vida, sea por la obsesión, o sea por cualquiera funesta influencia. (Cap. X, núm. 6. - Cap. XII, números 5 y 6).


Entre los espiritus perversos hay dos categorías muy distintas los que son francamente malos, y los que son hipócritas. Los primeros son mucho más fáciles de convertir que los segundos, porque son lo más a menudo naturalezas estúpidas y groseras; como se ven entre los hombres, que hacen el mal más por instinto que por cálculo y no pretenden pasar por mejores de lo que son; pero hay en ellos un germen latente que es menester hacer salir a luz, y se consigue casi siempre con la perseverancia, la firmeza unida a la benevolencia, con los consejos, los razonamientos y la oración. En la mediumnidad, la dificultal que tiene en escribir el nombre de Dios es indicio de un medio instintivo y de la voz íntima de la conciencia que les dice que son indignos de ello.


Cuando llegan a este caso están al principio de la conversión, y todo puede esperarse de ellos; basta encontrarles la parte vulnerable del corazón.


Los espíritus hipócritas casi siempre son muy inteligentes pero no tienen en el corazón ninguna fibra sensible; nada les conmueve; fingen todos los buenos sentimientos para captarse la confianza, y son felices cuando encuentran incautos que les aceptan como santos espíritus y que pueden gobernales a su gusto. El nombre de Dios lejos de inspirarles el menor res-peto, les sirve de máscara para cubrir sus torpezas. En el mundo invisible así como en el mundo visible, los hipócritas son los seres más perjudiciales porque trabajan ocultamente y no se sospecha de ellos. Sólo tienen las apariencias de la fe, pero ninguna fe sincera.