EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
33. Otra. He levantado mis ojos hacía tí, oh Eterno, y me he sentido fortificado. Tú eres mi fuerza: no me abandones, ¡oh Dios! ¡Estoy abatido bajo el peso de mis iniquidades! ayúdame. ¡Tú conoces la debilidad de mi carne, y no apartas tus miradas de mi!


Estoy devorado por una sed ardiente: haz que brote un manantial de agua viva, y quedará aquélla apagada. Que no se abra mi boca sino para cantar tus alabanzas y no para murmurar en las aflicciones de mi vida. Soy débil, pero tu amor me sostendrá.


¡Oh Eterno! Tú sólo eres grande, tú sólo eres el fin y el objeto de mi vida. Si me hieres, que por ello sea tu nombre bendito, porque tú eres el Señor y yo el servidor infiel, y doblaré la cabeza sin quejarme, porque sólo tú eres grande.