Suscripción a favor de los obreros lioneses
La
Sociedad Espírita de París no podía olvidarse de las aflicciones de sus hermanos de Lyon; desde el mes de noviembre Ella se ha empeñado en suscribir 260 francos en un sorteo de beneficencia organizado por varios Grupos de esta ciudad. Pero el Espiritismo no es exclusivista; para Él todos los hombres son hermanos y se deben un mutuo apoyo, sin acepción de creencia. Por lo tanto, queriendo ofrecer su óbolo a la obra en común, abrió en la sede de la
Société –
rue et passage Sainte-Anne, 59 (calle y Pasaje Santa-Ana Nº 59)– una suscripción cuyo producto será depositado en la caja de la suscripción general del diario
Le Siècle (
El Siglo).
Una carta de Lyon, dirigida al Sr. Allan Kardec, informa que un espírita anónimo acaba de enviar directamente, con este fin, una suma de 500 francos. Que ese generoso benefactor, cuyo anonimato respetaremos, reciba aquí los agradecimientos de todos los miembros de la
Sociedad.
Un Espíritu, que se da a conocer con el nombre característico y encantador de
Cárita, y cuya misión parece ser la de socorrer al infortunio a través de la beneficencia, ha tenido a bien dictar al respecto la siguiente epístola, que nos ha sido enviada de Lyon, y que nuestros lectores indudablemente la colocarán –como nosotros– en el número de las más encantadoras producciones del Más Allá. ¡Que ella pueda despertar la simpatía de todos los espíritas para con sus hermanos en sufrimiento! Todas las comunicaciones de
Cárita son marcadas con el mismo sello de bondad y de simplicidad. Evocada en la
Sociedad de París, ella dice haber sido santa Irene, emperatriz.
A los espíritas parisienses que han enviado 500 francos para los pobres de Lyon: ¡Gracias!
«¡Gracias a vosotros, cuyos corazones generosos han sabido comprender nuestro llamado, y que han venido a ayudar a vuestros desdichados hermanos! ¡Gracias! Porque vuestra ofrenda va a cicatrizar muchas heridas y aliviar muchos dolores. ¡Gracias! Ya que habéis sabido intuir que con ese fruto de oro que enviasteis se podrá aplacar momentáneamente el hambre y se conseguirá poner leña en las chimeneas, apagadas desde hace mucho tiempo.
«¡Gracias! Sobre todo porque tuvisteis la delicada atención de ocultar vuestra buena acción bajo el manto del anonimato; pero si habéis ocultado ese generoso pensamiento de ser útiles a vuestros semejantes –como la violeta se esconde bajo el follaje–, hay un juez, un Señor para el cual vuestros corazones no tienen secretos, y que sabe de dónde ha salido ese rocío benéfico que ha venido a refrescar una nueva frente ardiente, expulsando la miseria tan temida por las pobres madres de familia. Dios, que lo ve todo, conoce el secreto del que permaneció anónimo y se encargará de recompensar a los que han tenido la inspiración de socorrer a las pobres víctimas de circunstancias independientes de su voluntad. Amigos míos, Dios ama estos inciensos de vuestros corazones que, sabiendo compartir los dolores de los demás, sabe también cómo se practica la caridad. Principalmente Él aprecia esa devoción y esa abnegación que se esquiva ante un agradecimiento pomposo y que prefiere resguardar su modestia bajo simples iniciales; pero Él vinculó el nombre del benefactor a todas las bendiciones que vuestra ayuda hará nacer, porque –como lo sabéis– esos transportes de alegrías que sienten los corazones socorridos ascienden a Dios, y como Él ve que esos efluvios, que han partido de la gratitud, son el resultado de vuestros beneficios, anota la recompensa que le corresponde en el gran libro del Espíritu generoso que los hizo nacer.
«Si os fuese dado escuchar esas tiernas emociones, esas tímidas muestras de simpatía que esos desdichados dejan escapar ante la visión de una pequeña moneda –maná celestial que cae del Cielo sobre sus pobres cabañas–; si os fuese dado escuchar los gritos infantiles de la pequeña y pobre criatura que comprende que el pan está asegurado por algunos días, seríais muy felices y diríais: “La caridad es tierna y merece ser practicada”. Es que –como podéis ver– son necesarias pocas cosas para transformar lágrimas en alegría, sobre todo en la casa del obrero que no está habituado a que la felicidad lo visite a menudo. Si esa pobre hormiga que recoge –migaja a migaja– el pan de cada día, encuentra en su camino un pan entero en el momento en que perdía la esperanza de poder dar a su familia el alimento diario, entonces esta fortuna inesperada le parece tan incomprensible que, al no encontrar expresiones para manifestar su felicidad, deja escapar algunas palabras sueltas, a las cuales siguen lágrimas de enternecimiento. Por lo tanto, amigos míos, socorred a los pobres, a esos obreros que sólo tienen como última esperanza la muerte en un hospital o la mendicidad en la esquina de una calle. Socorredlos tanto como os sea posible, para que cuando Dios os reúna, siguiendo la extensa avenida que conduce al inmenso portal, en cuyo frontispicio están grabadas las palabras
Amor y Caridad, pueda Dios deciros a todos, al reunir a los benefactores y a los beneficiados: Supisteis dar; fuisteis felices en recibir; vamos, entrad. Que la caridad que os ha guiado os introduzca en este mundo radiante que reservo a los que tienen como lema: “Amaos los unos a los otros”.»
«CÁRITA»
Nota –¿A quién harán creer que ha sido el demonio el que dictó tales palabras? En todo caso, si es el demonio que impele a la caridad, nosotros nunca perderemos nada en hacerla.