La esclavitud
¡Esclavitud! Cuando se pronuncia este nombre, el corazón tiene frío, porque ve a su frente el egoísmo y el orgullo. Un sacerdote, cuando os habla sobre esclavitud, se refiere a la esclavitud del alma, que rebaja al Espíritu del hombre y que lo hace olvidarse de su conciencia, es decir, de su libertad. ¡Oh! Sí, esta esclavitud del alma es horrible, y a cada día estimula la elocuencia de más de un predicador; pero la esclavitud del ilota, la esclavitud del negro, ¿qué se vuelve a sus ojos? Ante esta pregunta el sacerdote muestra la cruz y dice: «Esperad». En efecto, para estos desdichados, es el consuelo a ser ofrecido, y les dice: «Cuando vuestro cuerpo sea dilacerado a latigazos, sufriendo hasta la muerte, no penséis más en la Tierra; pensad en el Cielo».
Abordamos aquí una de las cuestiones más graves y terribles que aturden el alma humana y que la arrojan en la incertidumbre. ¿Está el negro a la altura de los pueblos de Europa? Y la prudencia humana o, mejor dicho, la justicia humana, ¿debe mostrarle la emancipación como el medio más seguro para llegar al progreso de la civilización? A esta cuestión los filántropos muestran el Evangelio y dicen: ¿Jesús habló sobre los esclavos? No, pero Jesús habló acerca de la resignación y dijo estas sublimes palabras: «Mi reino no es de este mundo». John Brown, cuando contemplo vuestro cadáver en la horca, me siento tomado de una piedad profunda y de una admiración entusiástica; pero la razón, esta brutal razón que incesantemente nos conduce al porqué de las cosas, nos leva a preguntarnos: «¿Qué habríais hecho después de la victoria?»
ALLAN KARDEC.