A nuestros corresponsales París, 1º de marzo de 1862.
Señores,
Conocéis el proverbio:
Nadie puede hacer lo imposible. Es a causa de este principio que vengo a solicitar vuestra comprensión. Desde hace seis meses –con la mejor voluntad del mundo– que me ha sido materialmente imposible poner al día mi correspondencia, que se acumula más allá de todas las previsiones. Estoy, pues, en la posición de un deudor que busca un acuerdo con sus acreedores, bajo pena de declararse en quiebra. A medida que algunas deudas son pagadas, llegan nuevas y más numerosas obligaciones, de manera que el débito, en vez de disminuir, aumenta sin cesar. En este momento me encuentro en presencia de un pasivo de más de doscientas cartas; ahora bien, siendo el promedio diario de aproximadamente diez cartas, no veo ningún medio de liberarme, a no ser que obtenga de vuestra parte una prórroga ilimitada.
Lejos de mí lamentar el número de cartas que recibo, porque esto es una prueba irrecusable de la extensión de la Doctrina, y la mayoría de los que escriben expresan sentimientos que me conmueven profundamente y que constituyen para mí archivos de un precio inestimable. Por lo demás, muchas correspondencias contienen enseñanzas útiles que jamás serán perdidas, y que tarde o temprano serán utilizadas conforme las circunstancias, pues son inmediatamente clasificadas según su especialidad.
Por lo tanto, solamente la correspondencia bastaría para absorber todo mi tiempo, y sin embargo ésta es apenas una cuarta parte de las ocupaciones necesarias para la tarea que he emprendido, tarea cuyo desarrollo –en el inicio del Espiritismo– yo estaba lejos de prever. Así, varias publicaciones muy importantes se encuentran paradas por falta de tiempo necesario para trabajar en las mismas, y acabo de recibir de mis Guías espirituales la
acuciante invitación de ocuparme de ellas sin tardanza,
dejando a un lado todo lo demás en favor de las causas urgentes. Por lo tanto, me veo obligado –para no fallar en el cumplimiento de la obra tan felizmente comenzada– a operar una especie de liquidación epistolar hacia el pasado, y limitarme en el futuro a las respuestas estrictamente necesarias, rogando colectivamente a mis honorables corresponsales que acepten la expresión de mi más viva y sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darme.
Entre las cartas que me son enviadas, muchas contienen pedidos de evocaciones o de controles de evocaciones hechas en otros lugares; a menudo piden también informaciones acerca de la aptitud para la mediumnidad o sobre cosas de interés material. Recordaré aquí lo que ya he dicho en otra parte sobre la dificultad, e incluso sobre los inconvenientes, que causan esas especies de evocaciones realizadas en ausencia de las personas interesadas –únicas que son aptas para verificar su exactitud y para hacer las preguntas necesarias–, a lo cual debemos agregar que los Espíritus se comunican más fácilmente y más a gusto con aquellos a quienes aman, que con extraños que les son indiferentes. He aquí por qué, exceptuando todas las consideraciones relativas a mis ocupaciones, no puedo acceder a los pedidos de esta naturaleza sino en circunstancias muy excepcionales y, en todo caso, nunca en lo que concierne a intereses materiales. Muchas veces serían evitadas una gran cantidad de preguntas si, al respecto, se hubiesen leído atentamente las instrucciones contenidas en
El Libro de los Médiums, capítulo XXVI.
Por otro lado, las evocaciones personales no pueden hacerse en las sesiones de la
Sociedad sino cuando ofrezcan un tema de estudio instructivo y de interés general; fuera de esto, solamente pueden tener lugar en sesiones especiales. Ahora bien, para satisfacer a todos los pedidos, una sesión de dos horas diarias no sería suficiente. Además es preciso considerar que todos los médiums que colaboran con nosotros,
sin excepción, lo hacen por
pura gentileza, no admitiendo otras condiciones, y como tienen sus propias obligaciones, no siempre están disponibles, a pesar de su buena voluntad. Comprendo todo el interés que cada uno da a las cuestiones que le atañen, y me sentiría feliz en poder responder a todas; pero si se toma en consideración que mi posición me pone en contacto con miles de personas, se comprenderá mi imposibilidad en hacerlo. Es necesario considerar que ciertas evocaciones no exigen menos de cinco o seis horas de trabajo, tanto para hacerlas como para transcribirlas y pasarlas a limpio, y que todas las que me han sido solicitadas llenarían dos volúmenes como
El Libro de los Espíritus. Además, los médiums se multiplican diariamente y es muy raro no encontrar uno en la familia o entre sus conocidos –si no es uno mismo–, lo que siempre es preferible para las cosas íntimas. Solamente se trata de experimentar en buenas condiciones, de las cuales la primera es la de compenetrarse bien –antes de cualquier intento– de las instrucciones sobre la práctica del Espiritismo, si se quieren evitar decepciones.
A medida que la Doctrina crece, mis relaciones se multiplican y aumentan los deberes de mi posición, lo que me obliga un poco a dejar a un lado los detalles en beneficio de los intereses generales, porque el tiempo y las fuerzas del hombre tienen límites, y confieso que desde algún tiempo las mías me han faltado a menudo, y no puedo tener el reposo que me sería tan necesario algunas veces, porque estoy solo para hacer todo.
Os ruego, señores, que aceptéis la renovada garantía de mi afectuosa devoción.
ALLAN KARDEC