La cruz
En medio de las revoluciones humanas, en medio de todas las perturbaciones, de todos los desenfrenos del pensamiento, se levanta una cruz alta y simple, y esa cruz está incrustada en un altar de piedra. Un jovencito, esculpido en la piedra, tiene en sus pequeñas manos una insignia, en la cual se lee esta palabra: Simplicitas. Filántropos, filósofos, deístas, poetas: venid a leer y a contemplar esa palabra; es todo el Evangelio y toda la explicación del Cristianismo. Filántropos: no inventéis la filantropía, pues únicamente existe la caridad. Filósofos: no inventéis la sabiduría, ya que sólo hay una. Deístas: no inventéis un Dios, porque solamente existe uno. Poetas: no perturbéis el corazón del hombre. Filántropos: queréis romper las cadenas materiales que mantienen cautiva a la Humanidad. Filósofos: erigís panteones. Poetas: idealizáis al fanatismo. ¡Atrás! Sois de este mundo, y el Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este mundo». ¡Oh! Sois excesivamente de este mundo de barro como para comprender estas sublimes palabras; y si algún juez lo bastante poderoso pudiese preguntaros: «¿Sois hijos de Dios?», vuestra voluntad moriría en el fondo de la garganta, y responderíais como el Cristo ante la Humanidad: –«Tú lo dices». –«Vosotros sois dioses», ha dicho el Cristo, cuando la lengua de fuego desciende sobre vuestras cabezas y penetra vuestros corazones; vosotros sois dioses cuando recorréis la Tierra en nombre de la caridad; pero sois hijos del mundo cuando contempláis los sufrimientos presentes en la Humanidad y cuando no pensáis en su futuro divino. ¡Hombre! Que esa palabra sea leída por tu corazón y no por tus ojos de carne; el Cristo no erigió un panteón: Él levantó una cruz.