Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Persecuciones

Despuntando las burlas contra el peto del Espiritismo, y sirviendo más para propagarlo que para desacreditarlo, sus enemigos están ensayando otro medio que, decimos de antemano, no tendrá mejor éxito y probablemente hará más prosélitos todavía; ese medio es la persecución. Decimos que hará más, por una razón muy sencilla, y es que, al tomar en serio el Espiritismo, aumenta enormemente su importancia; y entonces, uno se vuelve tanto más apegado a una causa cuanto más sufrimiento ha causado. Sin duda recordaremos las bellas comunicaciones que se dieron sobre los mártires del Espiritismo, y que publicamos en la Revista del mes de abril pasado. Esta fase fue anunciada durante mucho tiempo por los Espíritus:

“Cuando veamos”, dijeron, “el arma del ridículo impotente, probaremos la de la persecución; no habrá más mártires de sangre, pero muchos tendrán que sufrir en sus intereses y en sus afectos; se buscará desunir a las familias, reducir a los seguidores por el hambre; acosarlos con el alfiler, a veces más doloroso que la muerte; pero allí volverán a encontrarse con almas sólidas y fervientes que sabrán afrontar las miserias de este mundo, en vista del futuro mejor que les espera. Acordaos de las palabras del divino Salvador: “Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados.” Pero no te preocupes; la era de persecución en la que pronto entraréis será de corta duración, y vuestros enemigos sólo se avergonzarán de ella, porque las armas que os apuntan se volverán contra ellos.”

La era predicha ha comenzado; se nos relata desde diferentes sectores actos que lamentamos ver realizados por los ministros de un Dios de paz y de caridad. No hablaremos de la violencia que se hace a la conciencia al expulsar de la Iglesia a los que son conducidos allí por el Espiritismo; esto significa que habiendo tenido resultados casi negativos, se han buscado otros más efectivos; podríamos citar localidades donde las personas que viven de su trabajo han sido amenazadas con quitarles sus recursos; otros en los que los seguidores han sido señalados para la animadversión pública haciendo que los pilluelos de la calle corran tras ellos; otros donde los niños son expulsados de la escuela cuyos padres se ocupan del Espiritismo; otro donde un pobre maestro fue despedido y reducido a la miseria por tener el Libro de los Espíritus en su casa. De este último tenemos una conmovedora oración en verso, en la que se respiran los más nobles sentimientos, la más sincera piedad; añadamos que un Espírita bienhechor le tendió una mano auxiliadora; añadamos que en esta circunstancia fue víctima de una infame traición por parte de un hombre en quien había confiado, y que se había mostrado entusiasmado con este libro.

En un pequeño pueblo donde el Espiritismo tiene bastante adeptos, un misionero dijo desde el púlpito esta última Cuaresma: “Espero que en la audiencia estén sólo los fieles, y que no haya ni judíos, ni protestantes, ni Espíritas. Parece que contaba poco con sus palabras para convertir a los que habrían venido a escucharlo con el fin de esclarecerse. En una comuna, cerca de Burdeos, querían impedir que los Espíritas se reunieran más de cinco, con el pretexto de que la ley estaba en contra; pero una autoridad superior devolvió la legalidad a la autoridad local. Resultó de esta pequeña vejación que hoy las tres cuartas partes de esta comuna son Espíritas. En el Departamento de Tarn-et-Garonne, habiendo querido unirse los Espíritas de varias localidades, se les ha denunciado como conspiradores contra el gobierno. Esta ridícula acusación cayó rápidamente, como debería haber sido, y nos reímos de ella.

Por otro lado, nos citó un magistrado que dijo: “¡Ojalá todos fueran Espíritas! nuestros tribunales tendrían menos que hacer y el orden público no tendría nada que temer.” Allí habló una gran y profunda verdad; pues empezamos a ver la influencia moralizadora que ejerce el Espiritismo sobre las masas. No es un resultado maravilloso ver a los hombres, bajo el dominio de esta creencia, ¿renunciar a la embriaguez, a sus hábitos de libertinaje, a sus excesos degradantes y al suicidio?; a los hombres violentos ¿volverse pulcros, mansos, pacíficos y buenos padres de familia?; a los hombres que blasfemaron el nombre de Dios, ¿orar con fervor y se acercar piadosamente a los altares? ¡Y estos son los hombres que rechazas de la Iglesia! ¡Ay! oren a Dios para que, si aún reserva para la humanidad días de prueba, haya muchos Espíritas; porque estos han aprendido a perdonar a sus enemigos, considerando que es el primer deber del cristiano extender la mano en tiempo de peligro, en lugar de poner el pie en la garganta.

Un librero de Charente nos escribe lo siguiente:

“No he tenido miedo de manifestar abiertamente mis opiniones espíritas; dejé de lado las mezquindades mundanas, sin preocuparme de si lo que estaba haciendo perjudicaría mi negocio. Sin embargo, estaba lejos de esperar lo que me pasó. Si el mal se hubiera detenido en las pequeñas molestias, no hubiera sido grande; pero desafortunadamente, gracias a los que entienden poco de religión, me he convertido en la oveja negra del rebaño, la peste del distrito; soy señalado como el precursor del Anticristo. Todas las influencias, incluso las calumnias, se han utilizado para derribarme, para desviar a mis clientes, para arruinarme, en una palabra. ¡Ay! los Espíritus nos hablan de persecuciones, de mártires del Espiritismo; no estoy orgulloso de ello, pero ciertamente soy una de las víctimas; mi familia lo sufre, es verdad; pero tengo para mí el consuelo de tener una esposa que comparte mis ideas espíritas. Anhelo que mis hijos tengan la edad suficiente para comprender esta hermosa doctrina; quiero iluminarlos en nuestras queridas creencias. Que Dios me conserve la posibilidad - haga lo que haga para quitármela - de instruirlos y prepararlos para luchar a su vez si es necesario. Los hechos que informa en su Revista de mayo tienen una sorprendente analogía con lo que me sucedió a mí. Al igual que el autor de la carta, fui expulsado sin piedad del tribunal de penitencia; mi sacerdote quería sobre todo hacerme renunciar a mis ideas espíritas; se sigue de su imprudencia que no me verá más en las oficinas; si lo hago mal, dejo la responsabilidad a su autor.”

Extraemos los siguientes pasajes de una carta que nos fue dirigida desde un pueblo de los Vosgos. Si bien estamos autorizados a no ocultar ni el nombre del autor ni el de la localidad, lo hacemos por razones de conveniencia que se apreciarán; pero tenemos la carta en nuestras manos para hacer de ella el uso que creamos útil. Lo mismo ocurre con todos los hechos que adelantamos, y que, según su mayor o menor importancia, aparecerán más adelante en la historia del establecimiento del Espiritismo.

“No estoy lo suficientemente versado en literatura para tratar con dignidad el tema que estoy abordando; sin embargo, trataré de hacerme entender, con tal de que me subsane el defecto de mi estilo y de mi escritura, porque desde hace varios meses ardo en deseos de unirme a usted por correspondencia, siéndolo ya de sentimientos desde que mi hijo me envió los preciosos libros que contienen la instrucción de la doctrina espírita y la de los médiums. Regresaba de los campos al anochecer; vi estos libros que me había traído el cartero; me apresuré a cenar y a acostarme, sosteniendo la vela encendida cerca de mi cama, pensando en leer hasta que el sueño me cerró los ojos; pero leí toda la noche con tanta avidez que no tuve el menor deseo de dormir.”

Sigue la enumeración de las causas que le habían llevado a la incredulidad religiosa absoluta, y que pasamos por alto por respeto humano.

“Todas estas consideraciones pasaban por mi mente a diario; el disgusto se había apoderado de mí; había caído en un estado del más endurecido escepticismo; entonces en mi triste soledad de aburrimiento y desesperación, creyéndome inútil a la sociedad, había decidido poner fin a tan infelices días con el suicidio.

"¡Vaya! señor, no sé si alguna vez alguien podrá formarse una idea del efecto que me produce la lectura del Libro de los Espíritus; renace la confianza, el amor se apodera de mi corazón y me siento como un bálsamo divino extendiéndose por todo mi ser. ¡Ay! Me dije, toda mi vida he buscado la verdad y la justicia de Dios y solo he encontrado abusos y mentiras; y ahora, en mi vejez, tengo pues la dicha de encontrarme con esta verdad tan deseada. ¡Qué cambio en mi situación que, de tan triste, se ha vuelto tan dulce! Ahora me encuentro continuamente en la presencia de Dios y de sus benditos Espíritus, mis creadores, protectores, fieles amigos; creo que las más bellas expresiones de los poetas serían insuficientes para describir tan grata situación; cuando mi débil pecho lo permite, encuentro mi distracción en el canto de los himnos y cánticos que creo que más le agradan; por fin soy feliz gracias al Espiritismo. Recientemente le escribí a mi hijo que al enviarme estos libros me había hecho más feliz que si me hubiera puesto al frente de la más brillante fortuna.”

Sigue el relato detallado de las pruebas de mediumnidad realizadas en el pueblo entre varios adeptos y de los resultados obtenidos; entre ellos había varios médiums, uno de los cuales parece bastante notable. Llamaron a familiares y amigos que acudieron a darles pruebas incontrovertibles de identidad, y a Espíritus Superiores que les dieron excelentes consejos.

“Todas estas evocaciones han sido reportadas a oídos del sacerdote, por compinches y chismosos, quienes las han tergiversado en gran medida. El pasado 18 de mayo, el sacerdote, dando catecismo a sus alumnos de primera comunión, vomitó mil insultos contra la casa C… (una de las principales seguidoras) y contra mí; luego le dijo al hijo C…: “No te culpo, pero en dos años estarás lo suficientemente fuerte para ganarte la vida; te aconsejo que dejes a tus padres, no son capaces de darte buenos ejemplos.” ¡Este es un buen catecismo! A las vísperas, subió al púlpito con el propósito de repetir el discurso que había hecho a sus alumnos un momento antes, diciendo con gran locuacidad que no reconocemos el infierno, que no arriesgamos nada al permitirnos el robo y el robo para enriquecernos a expensas de los demás; que nos estaba poniendo a la disposición de los hechizos y supersticiones de la Edad Media, y otras mil invectivas.

“Con estas palabras escribí una carta al fiscal imperial de M…; pero antes de enviarla quería consultar al Espíritu de San Vicente de Paúl en nuestro próximo encuentro. Este buen Espíritu hizo que la médium escribiera lo siguiente: “Acordaos de estas palabras de Cristo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen.”” Después de lo cual, quemé mi carta.

“El rumor de esta doctrina se esparce por todos los pueblos de alrededor; muchos han pedido mis libros y se los han encomendado, pero ya no se quedan conmigo; todo el que entiende un poco de lectura quiere leerlos y los pasa a frente.”

“Después de leer el Libro de los Espíritus y el de los Médiums, mi primera preocupación fue probar si podía ser médium. Durante ocho días sin haber obtenido nada, le escribí a mi hijo sobre mi falta de éxito. Como alojaba en su casa un magnetizador, éste se ofreció a escribirme una carta que magnetizaría, y con eso ciertamente podría hacer la evocación de mi difunta. No se imaginaba el pobre magnetizador que me iba a dar las varas para que lo azotaran. Con eso me convertí en un médium auditivo; volví a ponerme en condiciones de escribir e inmediatamente alguien me susurró al oído: "Están tratando de engañar a tu hijo". Durante tres días consecutivos, cada vez con más fuerza, esta advertencia resonó en mi oído y me quitó la atención que tenía que prestar a lo que estaba haciendo. Le escribí a mi hijo para advertirle que tuviera cuidado con este hombre. A vuelta de correo me contestó para reprocharme las dudas que tenía contra este hombre, en quien daba toda su confianza. A los pocos días recibí una nueva carta suya, que cambiaba de lenguaje, diciendo que había echado fuera a ese desgraciado granuja que, disfrazado de hombre honrado, utilizaba esa supuesta cualidad para llevarse mejor a sus víctimas. Al enviarlo a la puerta, le mostró mi carta, que desde cien leguas de distancia lo había descrito tan bien.”

Esta carta no necesita comentarios; vemos que el discurso del sacerdote produjo su efecto en medio de estos aldeanos, como en otros lugares. Si es el diablo quien ha tomado el nombre de San Vicente de Paúl en esta circunstancia, ¡el sacerdote debe estarle agradecido! ¿Tenemos razón al decir que los adversarios mismos están haciendo propaganda y sirviendo a nuestra causa sin darse cuenta? Digamos, sin embargo, que hechos similares son más bien la excepción que la regla. Al menos nos gusta pensar que sí; conocemos a muchos clérigos honorables que deploran estas cosas como impolítico e imprudente. Si se nos señalan unos pocos hechos lamentables, también se nos señalan muchos de carácter verdaderamente evangélico. Un sacerdote le dijo a uno de sus penitentes que lo consultó sobre el Espiritismo: “Nada sucede sin el permiso de Dios; por tanto, ya que estas cosas suceden, sólo puede ser por su voluntad.” – Un moribundo llamó a un sacerdote y le dijo: “Padre mío, hace cincuenta años que iba a la iglesia y me había olvidado de Dios; fue el Espiritismo el que me devolvió a él y me hizo llamarte antes de morir; ¿Me darás la absolución?” “Hijo mío”, responde el sacerdote, “las vistas de Dios son impenetrables; dadle gracias por haberos enviado esta tabla de salvación; mueras en paz.” – Podríamos citar cien ejemplos de este tipo.