Persecuciones
Despuntando las burlas contra el peto del
Espiritismo, y sirviendo más para propagarlo que para desacreditarlo, sus
enemigos están ensayando otro medio que, decimos de antemano, no tendrá mejor
éxito y probablemente hará más prosélitos todavía; ese medio es la persecución.
Decimos que hará más, por una razón muy sencilla, y es que, al tomar en serio
el Espiritismo, aumenta enormemente su importancia; y entonces, uno se vuelve
tanto más apegado a una causa cuanto más sufrimiento ha causado. Sin duda
recordaremos las bellas comunicaciones que se dieron sobre los mártires del
Espiritismo, y que publicamos en la Revista del mes de abril pasado. Esta fase
fue anunciada durante mucho tiempo por los Espíritus:
“Cuando veamos”, dijeron, “el arma del
ridículo impotente, probaremos la de la persecución; no habrá más mártires de
sangre, pero muchos tendrán que sufrir en sus intereses y en sus afectos; se
buscará desunir a las familias, reducir a los seguidores por el hambre;
acosarlos con el alfiler, a veces más doloroso que la muerte; pero allí
volverán a encontrarse con almas sólidas y fervientes que sabrán afrontar las
miserias de este mundo, en vista del futuro mejor que les espera. Acordaos de
las palabras del divino Salvador: “Bienaventurados los afligidos, porque ellos
serán consolados.” Pero no te preocupes; la era de persecución en la que pronto
entraréis será de corta duración, y vuestros enemigos sólo se avergonzarán de
ella, porque las armas que os apuntan se volverán contra ellos.”
La era predicha ha comenzado; se nos relata
desde diferentes sectores actos que lamentamos ver realizados por los ministros
de un Dios de paz y de caridad. No hablaremos de la violencia que se hace a la
conciencia al expulsar de la Iglesia a los que son conducidos allí por el
Espiritismo; esto significa que habiendo tenido resultados casi negativos, se
han buscado otros más efectivos; podríamos citar localidades donde las personas
que viven de su trabajo han sido amenazadas con quitarles sus recursos; otros en
los que los seguidores han sido señalados para la animadversión pública
haciendo que los pilluelos de la calle corran tras ellos; otros donde los niños
son expulsados de la escuela cuyos padres se ocupan del Espiritismo; otro
donde un pobre maestro fue despedido y reducido a la miseria por tener el Libro
de los Espíritus en su casa. De este último tenemos una conmovedora oración en
verso, en la que se respiran los más nobles sentimientos, la más sincera
piedad; añadamos que un Espírita bienhechor le tendió una mano auxiliadora;
añadamos que en esta circunstancia fue víctima de una infame traición por parte
de un hombre en quien había confiado, y que se había mostrado entusiasmado con
este libro.
En un pequeño pueblo donde el Espiritismo
tiene bastante adeptos, un misionero dijo desde el púlpito esta última
Cuaresma: “Espero que en la audiencia estén sólo los fieles, y que no haya ni
judíos, ni protestantes, ni Espíritas. Parece que contaba poco con sus palabras
para convertir a los que habrían venido a escucharlo con el fin de
esclarecerse. En una comuna, cerca de Burdeos, querían impedir que los Espíritas
se reunieran más de cinco, con el pretexto de que la ley estaba en contra; pero
una autoridad superior devolvió la legalidad a la autoridad local. Resultó de
esta pequeña vejación que hoy las tres cuartas partes de esta comuna son Espíritas.
En el Departamento de Tarn-et-Garonne, habiendo querido unirse los Espíritas de
varias localidades, se les ha denunciado como conspiradores contra el gobierno.
Esta ridícula acusación cayó rápidamente, como debería haber sido, y nos reímos
de ella.
Por otro lado, nos citó un magistrado que
dijo: “¡Ojalá todos fueran Espíritas! nuestros tribunales tendrían menos que
hacer y el orden público no tendría nada que temer.” Allí habló una gran y
profunda verdad; pues empezamos a ver la influencia moralizadora que ejerce el
Espiritismo sobre las masas. No es un resultado maravilloso ver a los hombres,
bajo el dominio de esta creencia, ¿renunciar a la embriaguez, a sus hábitos de
libertinaje, a sus excesos degradantes y al suicidio?; a los hombres violentos ¿volverse
pulcros, mansos, pacíficos y buenos padres de familia?; a los hombres que
blasfemaron el nombre de Dios, ¿orar con fervor y se acercar piadosamente a los
altares? ¡Y estos son los hombres que rechazas de la Iglesia! ¡Ay! oren a Dios
para que, si aún reserva para la humanidad días de prueba, haya muchos Espíritas;
porque estos han aprendido a perdonar a sus enemigos, considerando que es el
primer deber del cristiano extender la mano en tiempo de peligro, en lugar de
poner el pie en la garganta.
Un
librero de Charente nos escribe lo siguiente:
“No he tenido miedo de manifestar abiertamente
mis opiniones espíritas; dejé de lado las mezquindades mundanas, sin
preocuparme de si lo que estaba haciendo perjudicaría mi negocio. Sin embargo,
estaba lejos de esperar lo que me pasó. Si el mal se hubiera detenido en las
pequeñas molestias, no hubiera sido grande; pero desafortunadamente, gracias a
los que entienden poco de religión, me he convertido en la oveja negra del
rebaño, la peste del distrito; soy señalado como el precursor del Anticristo.
Todas las influencias, incluso las calumnias, se han utilizado para derribarme,
para desviar a mis clientes, para arruinarme, en una palabra. ¡Ay! los
Espíritus nos hablan de persecuciones, de mártires del Espiritismo; no estoy
orgulloso de ello, pero ciertamente soy una de las víctimas; mi familia lo
sufre, es verdad; pero tengo para mí el consuelo de tener una esposa que
comparte mis ideas espíritas. Anhelo que mis hijos tengan la edad suficiente
para comprender esta hermosa doctrina; quiero iluminarlos en nuestras queridas
creencias. Que Dios me conserve la posibilidad - haga lo que haga para
quitármela - de instruirlos y prepararlos para luchar a su vez si es necesario.
Los hechos que informa en su Revista de mayo tienen una sorprendente analogía
con lo que me sucedió a mí. Al igual que el autor de la carta, fui expulsado
sin piedad del tribunal de penitencia; mi sacerdote quería sobre todo hacerme
renunciar a mis ideas espíritas; se sigue de su imprudencia que no me verá más
en las oficinas; si lo hago mal, dejo la responsabilidad a su autor.”
Extraemos los siguientes pasajes de una carta
que nos fue dirigida desde un pueblo de los Vosgos. Si bien estamos autorizados
a no ocultar ni el nombre del autor ni el de la localidad, lo hacemos por
razones de conveniencia que se apreciarán; pero tenemos la carta en nuestras
manos para hacer de ella el uso que creamos útil. Lo mismo ocurre con todos los
hechos que adelantamos, y que, según su mayor o menor importancia, aparecerán
más adelante en la historia del establecimiento del Espiritismo.
“No estoy lo suficientemente versado en
literatura para tratar con dignidad el tema que estoy abordando; sin embargo,
trataré de hacerme entender, con tal de que me subsane el defecto de mi estilo
y de mi escritura, porque desde hace varios meses ardo en deseos de unirme a
usted por correspondencia, siéndolo ya de sentimientos desde que mi hijo me
envió los preciosos libros que contienen la instrucción de la doctrina espírita
y la de los médiums. Regresaba de los campos al anochecer; vi estos libros que
me había traído el cartero; me apresuré a cenar y a acostarme, sosteniendo la
vela encendida cerca de mi cama, pensando en leer hasta que el sueño me cerró
los ojos; pero leí toda la noche con tanta avidez que no tuve el menor deseo de
dormir.”
Sigue la enumeración de las causas que le
habían llevado a la incredulidad religiosa absoluta, y que pasamos por alto por
respeto humano.
“Todas estas consideraciones pasaban por mi
mente a diario; el disgusto se había apoderado de mí; había caído en un estado
del más endurecido escepticismo; entonces en mi triste soledad de aburrimiento
y desesperación, creyéndome inútil a la sociedad, había decidido poner fin a
tan infelices días con el suicidio.
"¡Vaya! señor, no sé si alguna vez
alguien podrá formarse una idea del efecto que me produce la lectura del Libro
de los Espíritus; renace la confianza, el amor se apodera de mi corazón y me
siento como un bálsamo divino extendiéndose por todo mi ser. ¡Ay! Me dije, toda
mi vida he buscado la verdad y la justicia de Dios y solo he encontrado abusos
y mentiras; y ahora, en mi vejez, tengo pues la dicha de encontrarme con esta
verdad tan deseada. ¡Qué cambio en mi situación que, de tan triste, se ha vuelto
tan dulce! Ahora me encuentro continuamente en la presencia de Dios y de sus
benditos Espíritus, mis creadores, protectores, fieles amigos; creo que las más
bellas expresiones de los poetas serían insuficientes para describir tan grata
situación; cuando mi débil pecho lo permite, encuentro mi distracción en el
canto de los himnos y cánticos que creo que más le agradan; por fin soy feliz
gracias al Espiritismo. Recientemente le escribí a mi hijo que al enviarme
estos libros me había hecho más feliz que si me hubiera puesto al frente de la
más brillante fortuna.”
Sigue el relato detallado de las pruebas de
mediumnidad realizadas en el pueblo entre varios adeptos y de los resultados
obtenidos; entre ellos había varios médiums, uno de los cuales parece bastante
notable. Llamaron a familiares y amigos que acudieron a darles pruebas
incontrovertibles de identidad, y a Espíritus Superiores que les dieron
excelentes consejos.
“Todas estas evocaciones han sido reportadas
a oídos del sacerdote, por compinches y chismosos, quienes las han tergiversado
en gran medida. El pasado 18 de mayo, el sacerdote, dando catecismo a sus
alumnos de primera comunión, vomitó mil insultos contra la casa C… (una de las
principales seguidoras) y contra mí; luego le dijo al hijo C…: “No te culpo,
pero en dos años estarás lo suficientemente fuerte para ganarte la vida; te
aconsejo que dejes a tus padres, no son capaces de darte buenos ejemplos.”
¡Este es un buen catecismo! A las vísperas, subió al púlpito con el propósito
de repetir el discurso que había hecho a sus alumnos un momento antes, diciendo
con gran locuacidad que no reconocemos el infierno, que no arriesgamos nada al
permitirnos el robo y el robo para enriquecernos a expensas de los demás; que
nos estaba poniendo a la disposición de los hechizos y supersticiones de la
Edad Media, y otras mil invectivas.
“Con estas palabras escribí una carta al
fiscal imperial de M…; pero antes de enviarla quería consultar al Espíritu de
San Vicente de Paúl en nuestro próximo encuentro. Este buen Espíritu hizo que
la médium escribiera lo siguiente: “Acordaos de estas palabras de Cristo:
“Perdónalos, porque no saben lo que hacen.”” Después de lo cual, quemé mi
carta.
“El rumor de esta doctrina se esparce por
todos los pueblos de alrededor; muchos han pedido mis libros y se los han encomendado,
pero ya no se quedan conmigo; todo el que entiende un poco de lectura quiere
leerlos y los pasa a frente.”
“Después de leer el Libro de los Espíritus y
el de los Médiums, mi primera preocupación fue probar si podía ser médium.
Durante ocho días sin haber obtenido nada, le escribí a mi hijo sobre mi falta
de éxito. Como alojaba en su casa un magnetizador, éste se ofreció a escribirme
una carta que magnetizaría, y con eso ciertamente podría hacer la evocación de
mi difunta. No se imaginaba el pobre magnetizador que me iba a dar las varas
para que lo azotaran. Con eso me convertí en un médium auditivo; volví a
ponerme en condiciones de escribir e inmediatamente alguien me susurró al oído:
"Están tratando de engañar a tu hijo". Durante tres días
consecutivos, cada vez con más fuerza, esta advertencia resonó en mi oído y me
quitó la atención que tenía que prestar a lo que estaba haciendo. Le escribí a
mi hijo para advertirle que tuviera cuidado con este hombre. A vuelta de correo
me contestó para reprocharme las dudas que tenía contra este hombre, en quien
daba toda su confianza. A los pocos días recibí una nueva carta suya, que
cambiaba de lenguaje, diciendo que había echado fuera a ese desgraciado granuja
que, disfrazado de hombre honrado, utilizaba esa supuesta cualidad para
llevarse mejor a sus víctimas. Al enviarlo a la puerta, le mostró mi carta, que
desde cien leguas de distancia lo había descrito tan bien.”
Esta carta no necesita comentarios; vemos que
el discurso del sacerdote produjo su efecto en medio de estos aldeanos, como en
otros lugares. Si es el diablo quien ha tomado el nombre de San Vicente de Paúl
en esta circunstancia, ¡el sacerdote debe estarle agradecido! ¿Tenemos razón al
decir que los adversarios mismos están haciendo propaganda y sirviendo a
nuestra causa sin darse cuenta? Digamos, sin embargo, que hechos similares son
más bien la excepción que la regla. Al menos nos gusta pensar que sí; conocemos
a muchos clérigos honorables que deploran estas cosas como impolítico e
imprudente. Si se nos señalan unos pocos hechos lamentables, también se nos
señalan muchos de carácter verdaderamente evangélico. Un sacerdote le dijo a
uno de sus penitentes que lo consultó sobre el Espiritismo: “Nada sucede sin el
permiso de Dios; por tanto, ya que estas cosas suceden, sólo puede ser por su
voluntad.” – Un moribundo llamó a un sacerdote y le dijo: “Padre mío, hace
cincuenta años que iba a la iglesia y me había olvidado de Dios; fue el
Espiritismo el que me devolvió a él y me hizo llamarte antes de morir; ¿Me
darás la absolución?” “Hijo mío”, responde el sacerdote, “las vistas de Dios
son impenetrables; dadle gracias por haberos enviado esta tabla de salvación; mueras
en paz.” – Podríamos citar cien ejemplos de este tipo.