Carrère – Constatación de un hecho de identidad
La identidad de los Espíritus que se manifiestan es –como se sabe– una de las dificultades del Espiritismo, y los medios empleados para verificarla conducen a menudo a resultados negativos; al respecto, las mejores pruebas son aquellas que nacen de la espontaneidad de las comunicaciones. Aunque estas pruebas no sean raras –cuando están bien caracterizadas–, es bueno constatarlas, primeramente para su propia satisfacción y como objeto de estudio y, después, para responder a los que niegan su posibilidad, probablemente porque fueron mal conducidas o no alcanzaron éxito, o porque poseen un sistema preconcebido. Repetiremos aquí lo que hemos dicho en otra parte: la identidad de los Espíritus que han vivido en épocas remotas y que vienen a dar enseñanzas es casi imposible de establecer, y que a los nombres no se debe atribuir más que una importancia relativa; lo que ellos dicen, ¿es bueno o malo, racional o ilógico, digno o indigno del nombre firmado? He aquí toda la cuestión. No sucede lo mismo con los Espíritus contemporáneos, cuyo carácter y hábitos nos son conocidos y que pueden probar su identidad a través de particularidades y detalles, particularidades que raramente se obtienen cuando son solicitadas y que es necesario saber esperar. Tal es el hecho relatado en la siguiente carta:
Burdeos, 25 de enero de 1862.
«Mi querido Sr. Kardec:
«Sabéis que tenemos el hábito de someteros todos nuestros trabajos, confiando plenamente en vuestras luces y en vuestra experiencia para apreciarlos; así, cuando para nosotros se trata de impactantes hechos de identidad, nos limitamos a dároslos a conocer en todos sus detalles.
«El Sr. Guipon, inspector de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur de Francia, miembro del grupo director de la
Sociedad Espírita de Burdeos, me escribió la siguiente carta, fechada el 14 de este mes:
«Mi estimado Sr. Sabò: permitidme dirigiros el pedido de evocar, en la sesión, al Espíritu Carrère, subjefe del equipo de la estación ferroviaria de Burdeos, muerto al efectuar una maniobra el 18 de diciembre último. Adjunto, en un sobre separado, los detalles de los hechos que deseo que sean constatados, y pienso que los mismos serían para nosotros un tema serio de estudio y de instrucción. Os agradecería mucho, igualmente, si sólo abrierais el sobre después de la evocación.
L. GUIPON.»
El día 18 del mismo mes, en una reunión con una decena de personas honorables de nuestra ciudad, nosotros hicimos la evocación solicitada:
1. Evocación del Espíritu Carrère. –
Resp. Estoy aquí.
2. ¿Cuál es vuestra posición en el mundo de los Espíritus? –
Resp. No soy feliz ni infeliz. Además, estoy frecuentemente en la Tierra; me muestro a alguien que no está muy contento de verme.
3. ¿Con qué objetivo os manifestáis a esa persona? –
Resp. ¡Ah! Como veis, yo iba a morir; yo tenía miedo y tenían miedo de mí. En todas partes buscaban un crucifijo con la imagen del Cristo para ayudarme a transponer la difícil travesía de la vida hacia la muerte, y
la persona a quien me muestro tenía un crucifijo, pero se rehusó a prestarlo, a fin de ponerlo sobre mis labios moribundos y después para colocarlo entre mis manos como un testimonio de paz y de amor. ¡Pues bien! Ahora tendrá que verme por mucho tiempo
alrededor del Cristo; ahí me verá siempre. Ya me voy; me siento mal aquí; dejadme partir. Adiós.
Inmediatamente después de esta evocación abrí el sobre sellado, que contenía los siguientes detalles:
«Por ocasión de la muerte de Carrère, subjefe del equipo de Burdeos, muerto el 18 de diciembre último, el Sr. Beautey, jefe de la estación ferroviaria P. V., hizo transportar el cuerpo a la estación de pasajeros y ordenó a un hombre de su equipo que fuese a su domicilio para pedir a la Sra. de Beautey un crucifijo, a fin de colocarlo en el cadáver. Esta señora respondió que el crucifijo estaba quebrado, alegando, entonces, que no podía prestarlo.
«El 10 de enero del corriente mes, la Sra. de Beautey confesó a su marido que el crucifijo que ella se había rehusado a prestar no estaba quebrado, y que no quiso prestarlo –dijo ella– para no tener que sentir después las emociones ocasionadas por semejante accidente, ocurrido anteriormente y casi en las mismas condiciones. Luego ella agregó que jamás rehusaría nada a un muerto, y explicó estas palabras así: –Durante toda la noche de la muerte de aquel hombre, él permaneció visible para mí; lo vi por mucho tiempo, colocado
alrededor del Cristo y después a su lado.
«La Sra. de Beautey –que nunca había visto ni escuchado hablar de ese hombre– lo describió con tanta exactitud a su marido, que éste lo reconoció como si hubiera estado presente. Además, no es la primera vez que la Sra. de Beautey ve a los Espíritus en estado de vigilia; entretanto, un hecho notable es que el Espíritu Carrère la impresionó fuertemente, lo que no le sucedía al ver a otros Espíritus. –Firmado:
Guipon.»
«A continuación se encuentra la siguiente mención:
«Esta narración es absolutamente exacta.
«–Firmado:
Beautey, jefe de la estación ferroviaria.»
He considerado mi deber relataros este hecho de identidad que os acabo de señalar, hecho muy raro –es preciso concordar– y que seguramente ha sucedido con el permiso de Dios, que se sirve de todos los medios para impactar a la incredulidad y a la indiferencia.
Si juzgáis útil publicar este interesante episodio, encontraréis más abajo las firmas de las personas que han asistido a esa sesión. Ellas me encargaron de deciros que sus nombres pueden ser publicados y que, en esta circunstancia, conservar el anonimato sería un error. Los nombres propios que aparecen en los detalles circunstanciados de la evocación de Carrère también pueden ser reproducidos.
Vuestro servidor muy devoto,
A. SABÒ.
Atestiguamos que los detalles relatados en la presente carta son verídicos en todos los puntos, y no dudamos en confirmarlos con nuestra firma.
–A. SABÒ, jefe de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, calle Barennes, Nº 13. –CH. COLLIGNON, rentista, calle Sauce Nº 12. –ÉMILIE DE COLLIGNON, rentista. –L’ANGLE, empleado de contribuciones indirectas, calle Pèlegrin Nº 28. –Viuda de CAZEMAJOUX. –GUIPON, inspector de contabilidad y de recaudación de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, Camino de Bègles Nº 119. –ULRICHS, comerciante, calle de los Chartrons Nº 17. –CHAIN, comerciante. –JOUANNI, empleado del Sr. Arman, constructor de navíos, calle Capenteyre Nº 26. –GOURGUES, negociante, Camino de Saint-Genès Nº 64. –BELLY Hijo mayor, mecánico, calle Lafurterie Nº 39. –HUBERT, capitán del Regimiento de Infantería Nº 88. –PUGINIER, teniente del mismo regimiento.
Como de costumbre, no faltarán los incrédulos que atribuyan este hecho a la imaginación. Por ejemplo, ellos dirán que la Sra. de Beautey tenía la mente impresionada por haberse rehusado a prestar su crucifijo y que el remordimiento de su conciencia le hizo creer que veía a Carrère. Convengamos que esto es posible, pero los negadores –que no se preocupan en profundizar antes de juzgar– no investigan si alguna circunstancia escapa a su teoría. ¿Cómo explicarán la descripción que ella hizo de un hombre que nunca había visto? Ellos dirán que «fue el acaso». –En cuanto a la evocación, ¿diréis también que la médium apenas tradujo su pensamiento o el de los asistentes, ya que esas circunstancias eran ignoradas? ¿Fue nuevamente el acaso? –No. Pero entre los asistentes estaba el Sr. Guipon, autor de la carta sellada y que conocía el hecho; ahora bien, su pensamiento pudo transmitirse a la médium a través de la corriente de fluidos, considerando que los médiums están
siempre en un estado de sobreexcitación febril, mantenido y provocado por la concentración de los asistentes y por su propia voluntad. Ahora bien, en ese estado anómalo, que no es otra cosa que un estado biológico –según el erudito Sr. Figuier–, hay emanaciones que escapan del cerebro y dan percepciones excepcionales provenientes de la expansión de los fluidos, que establecen relaciones entre las personas presentes e incluso ausentes. Por lo tanto, con esta explicación tan clara como lógica, ya veis que no hay necesidad de recurrir a la intervención de vuestros supuestos Espíritus, que sólo existen en vuestra imaginación. –Confesamos con toda humildad que este razonamiento supera nuestra inteligencia, y os preguntaremos: ¿vosotros mismos lo comprendéis bien?