Respuesta
a una pregunta mental.
Un muy
buen médium de Maine-et-Loire, a quien conocemos personalmente, nos escribe lo
siguiente:
“Un amigo nuestro, hombre de poca fe, pero
que tenía un gran deseo de iluminarse, nos preguntó un día si podía evocar un
Espíritu sin nombrarlo, y si ese Espíritu podía responder a las preguntas que
le dirigía por el pensamiento, sin que el médium tenga el menor conocimiento de
ello. Le respondimos que es posible cuando el Espíritu está dispuesto a
prestarse, lo que no siempre ocurre. Acto seguido obtuve la siguiente
respuesta:
“Lo que me pides, no os puedo decir, porque
Dios no lo permite; más os puedo decir que sufro: es un dolor general en todos
los miembros, que os debe sorprender, ya que al morir el cuerpo se pudre en la
tierra; pero tenemos otro cuerpo espiritual que no muere, lo que significa que
sufrimos tanto como si tuviéramos nuestro cuerpo corporal. Sufro, pero espero
no sufrir para siempre. Como debemos satisfacer la justicia de Dios, debemos
resignarnos a ella en esta vida o en la próxima. No me he privado lo suficiente
en la tierra, lo que significa que tengo que recuperar el tiempo perdido. No me
imitéis, que os estaríais preparando siglos de tormento. La eternidad es algo
serio, y lamentablemente no pensamos en ella tanto como deberíamos. ¡Qué pena
cuando se olvida el asunto tan importante de la salvación! ¡Piénsalo!
“Tu antiguo sacerdote, A…T…”
“Era de este sacerdote del que nuestro amigo
quería hablar, y aquí están las tres preguntas que quería hacerle:
“¿Qué
pasa con la divinidad de Jesucristo?
“¿Es el
alma inmortal?
“¿Qué
medios deben emplearse para expiar las faltas y evitar el castigo?
“Reconocimos perfectamente a nuestro expárroco
por su estilo; las palabras cuerpo corporal sobre todo muestran que es el Espíritu
de un buen cura rural cuya educación puede haber dejado algo que desear.”
Observación. - Las respuestas a las preguntas
mentales son hechos muy comunes, tanto más interesantes de observar cómo son
para el incrédulo de buena fe una de las pruebas más concluyentes de la
intervención de una inteligencia oculta; pero como la mayoría de los fenómenos espíritas,
rara vez se obtienen a voluntad, mientras que ocurren espontáneamente en cada
momento. En el caso dicho, el Espíritu tuvo la bondad de consentirlo, lo cual
es muy raro, porque a los Espíritus, como sabemos, no les gustan las cuestiones
de curiosidad y prueba; se condescienden con ella sólo cuando la ven útil, y
muchas veces no la juzgan como nosotros. Como no están al antojo de los
hombres, debemos esperar los fenómenos de su buena voluntad o de la posibilidad
de que los produzcan; es necesario, por así decirlo, agarrarlos de paso y no
provocarlos; para eso se necesita paciencia y perseverancia, y es por esto que
los Espíritus reconocen a los observadores serios y verdaderamente deseosos de
aprender; les importa muy poco la gente superficial que cree que solo tiene que
pedir para ser atendida al minuto.