La Caridad Soy la Caridad; sí, la verdadera Caridad; no me parezco en nada a la caridad cuyas prácticas seguís. Aquella que entre vosotros usurpó mi nombre es extravagante, caprichosa, exclusivista, orgullosa, y vengo a preveniros contra los defectos que, a los ojos de Dios, empañan el mérito y el brillo de sus buenas acciones. Sed dóciles a las lecciones que el Espíritu de Verdad os da por intermedio de mi voz. Seguidme, fieles míos: yo soy la Caridad.
Seguidme; conozco todos los infortunios, todos los dolores, todos los sufrimientos, todas las aflicciones que asedian a la Humanidad. Soy la madre de los huérfanos; la hija de los ancianos, la protectora y el sostén de las viudas; trato las heridas infectadas; cuido de todas las enfermedades; doy ropa, pan y abrigo a los que nada tienen; visito las chozas más miserables y los albergues más humildes; llamo a la puerta de los ricos y de los poderosos porque, donde quiera que haya una criatura humana, existen los más amargos y punzantes dolores bajo la máscara de la felicidad. ¡Oh, cuán grande es mi tarea! No podré cumplirla si no viniereis en mi ayuda. Venid a mí: yo soy la Caridad.
No tengo preferencia por nadie; jamás digo a los que necesitan de mí: «Ya tengo a mis pobres; buscad en otra parte». ¡Oh, falsa caridad, cuántos males que hacéis! Amigos: nosotros nos debemos a todos; creedme, no neguéis vuestra asistencia a nadie; socorreos los unos a los otros con bastante desinterés como para no exigir ningún reconocimiento por parte de los que habéis socorrido. La paz del corazón y de la conciencia es la dulce recompensa de mis obras: yo soy la verdadera Caridad.
Nadie sabe en la Tierra el número y la naturaleza de mis beneficios; sólo la falsa caridad hiere y humilla a los que ésta ayuda. Guardaos de este funesto desvío; las acciones de ese género no tienen ningún mérito ante Dios y atraen sobre vosotros su cólera. Solamente Él debe saber y conocer las fuerzas generosas de vuestros corazones cuando os volvéis distribuidores de sus beneficios. Por lo tanto, amigos, guardaos de dar publicidad a la práctica de la asistencia mutua; no le déis más el nombre de limosna. Creed en mí: yo soy la Caridad.
Tengo tantos infortunios para aliviar que a menudo me quedo con los senos y las manos vacías; vengo a deciros que espero por vosotros. El Espiritismo tiene como lema:
Amor y Caridad, y todos los verdaderos espíritas se ajustarán, en el futuro, a este sublime precepto enseñado por el Cristo hace dieciocho siglos. Hermanos, seguidme entonces, y os llevaré al Reino de Dios, nuestro Padre. Yo soy la Caridad.
ADOLFO,
obispo de Argel.