Mérito
de la oración
La misma persona mencionada en el incidente
anterior tuvo una vez la siguiente comunicación espontánea, cuyo origen no
entendió al principio:
“No me has olvidado, y tu Espíritu nunca tuvo
un sentido de perdón por mí. Es verdad que os he hecho mucho mal; pero he sido
castigado por ello durante mucho tiempo. No he dejado de sufrir. Te veo
siguiendo los deberes que cumples con tanto valor, para proveer a tu familia,
la envidia no ha dejado de devorar mi corazón. Vuestra... (Hicimos una pausa
aquí para preguntar quién podría ser. El Espíritu agrega: "No me
interrumpas; me nombraré a mí mismo cuando termine")... resignación, que
seguí, fue uno de mis mayores males. Ten un poco de piedad de mí, si eres
verdaderamente un discípulo de Cristo. Estaba bastante solo en la tierra,
aunque en medio de mi familia, y la envidia era mi mayor vicio. Fue por envidia
que dominé a tu marido. Parecías recuperar el control sobre él cuando te
conocí, y me puse entre vosotros. Perdóname y ten valor: Dios tendrá
misericordia de ti a su vez. Mi hermana, a quien oprimí durante mi vida, es la
única que oró por mí; pero son sus oraciones las que necesito. Los demás no
tienen para mí el sello del perdón. Adiós, perdona.
Ángel Rouget.”
Esta señora agrega: “Entonces recordé
perfectamente a la persona que murió hace unos veinticinco años, y en quien no
había pensado durante muchos años. Me pregunto cómo es que las oraciones de su
hermana, criatura virtuosa y mansa, devota, piadosa y resignada, no son más
fecundas que las mías. Sin embargo, te puedes imaginar, según eso, oré y
perdoné.”
Respuesta.
- El Espíritu mismo da la explicación cuando dice:
“Las oraciones de los demás no tienen el
sello del perdón para mí. En efecto, siendo esta señora la principal ofendida,
y habiendo sufrido más por la conducta de esta mujer, en su oración hubo
perdón, que debió tocar más al Espíritu culpable. Su hermana, al orar, estaba,
por así decirlo, sólo cumpliendo un deber; por otro lado, había un acto de
caridad. El ofendido tenía más derecho y mérito para pedir perdón; su perdón
era, pues, tanto más para tranquilizar el Espíritu. Ahora bien, sabemos que el
efecto principal de la oración es obrar sobre la moral del Espíritu, sea para
calmarlo, sea para reconducirlo al bien; al devolverlo al bien, acelera la
clemencia del Juez Supremo, que siempre perdona al pecador arrepentido.
La justicia humana, por imperfecta que sea
frente a la justicia divina, nos ofrece frecuentes ejemplos similares. Si un
hombre es llevado ante los tribunales por una ofensa contra alguien, nadie
alegará mejor en su favor y obtendrá su perdón más fácilmente que el mismo
ofendido que generosamente viene a retirar su demanda.
Habiendo
sido leída esta comunicación a la sociedad de París, dio lugar a la siguiente
pregunta, propuesta por uno de sus miembros:
“Los Espíritus
piden incesantemente las oraciones de los mortales; ¿No oran también los Espíritus
buenos por los Espíritus que sufren, y en este caso por qué son más eficaces las
de los hombres?”
La
siguiente respuesta fue dada en la misma sesión por San Agustín; médium, Sr. E.
Vézy:
Orad siempre, hijos; ya os lo he dicho: la
oración es un rocío benéfico que debe hacer menos árida la tierra reseca. Vengo
a repetírtelo de nuevo, y le añado algunas palabras en respuesta a la pregunta
que me haces. ¿Por qué entonces, decís, los Espíritus que sufren os piden
oraciones antes que a nosotros? ¿Son más eficaces las oraciones de los mortales
que las de los buenos Espíritus? - ¿Quién te ha dicho que nuestras oraciones no
tienen la virtud de infundir consuelo y dar fuerza a los Espíritus débiles que
sólo pueden ir a Dios con dificultad y muchas veces con desánimo? Si imploran
vuestras oraciones, es porque tienen el mérito de emanaciones terrenas que se
elevan voluntariamente a Dios, y que Él siempre las saborea, viniendo de
vuestra caridad y de vuestro amor.
Para vosotros rezar es abnegación; para
nosotros es el deber. El encarnado que ora por su prójimo cumple la noble tarea
de los Espíritus puros; sin tener el coraje y la fuerza, realiza sus
maravillas. Es propio de nuestra vida, de nosotros, consolar al Espíritu en el
dolor y en el sufrimiento; pero una de tus oraciones es el collar que desatas
de tu cuello para darlo a los necesitados; es el pan que tomáis de vuestra mesa
para dárselo a los hambrientos, y por eso vuestras oraciones son agradables a
los que las escuchan. ¿No accede siempre un padre a la oración del hijo
pródigo? ¿No llama a todos sus siervos a matar el becerro cebado cuando regrese
el niño culpable? ¿Cómo no podría hacer aún más por éste, aunque se ponga de
rodillas para decirle: “Oh padre mío, soy muy culpable; ¡No te pido
misericordia, pero perdona a mi hermano arrepentido, más débil y menos culpable
que yo!" ¡Vaya! es entonces que el padre es tocado; es entonces cuando
arranca de su pecho todo lo que puede contener de dones y de amor. Él dijo:
“Vosotros estabais llenos de iniquidades; te llamaste a ti mismo un criminal; más
comprendiendo la enormidad de vuestras faltas, no me clamasteis por vosotros;
aceptas los sufrimientos de mi castigo, ya pesar de tus torturas, ¡tu voz tiene
suficiente fuerza para orar por tu hermano!" ¡Y bien! el padre no quiere
tener menos caridad que el hijo: perdona a ambos; a ambos extenderá sus manos
para que caminen derechos por el camino que lleva a su gloria.
Es por esto, hijos míos, que los Espíritus sufrientes que rondan a vuestro alrededor imploran vuestras oraciones; debemos orar;
usted, usted puede orar. Oración del corazón, tú eres el alma de las almas si
puedo expresarme así; ¡Sublime quintaesencia que siempre asciende casta,
hermosa y radiante al alma más grande de Dios!
San Agustín.