El
Espiritismo y el Espíritu Maligno. (Grupo de Sainte-Gemme. - Médium, Sr. C…)
De todos los trabajos a que se dedica la
humanidad, son preferibles aquellos que acercan a la criatura a su creador, que
la ponen cada día, en cada momento, en condiciones de admirar la obra divina
que ha salido y que sale sin cesar de sus manos todopoderosas. El deber del
hombre es postrarse, adorar sin cesar a Aquel que le ha dado los medios para
perfeccionarse como Espíritu, y llegar así a la felicidad suprema, que es la
meta final hacia la que debe tender.
Si hay profesiones que, casi exclusivamente
intelectuales, dan al hombre los medios para elevar el nivel de su
inteligencia, junto a este beneficio se encuentra un peligro, y un gran
peligro. La historia de todos los tiempos demuestra cuál es este peligro y
cuántos males puede causar. Estáis dotado de una inteligencia superior: en este
aspecto estáis más cerca que vuestros hermanos de la Divinidad, y termináis
negando esta Divinidad misma, o haciendo otra muy contraria a lo que es
realidad. No podemos repetirlo demasiado, y nunca debemos cansarnos de decirlo:
el orgullo es el enemigo más acérrimo de la raza humana. Si tuvieras mil bocas,
todas tendrían que decir lo mismo una y otra vez.
Dios os creó a todos simples e ignorantes [1];
trateis de caminar con la mayor confianza posible; de vosotros depende: Dios
nunca niega la gracia a quien se la pide de buena fe. Todos los estados pueden
igualmente llevaros a la meta deseada, si os conduces por el camino de la
justicia y si no doblegas vuestra conciencia a vuestros caprichos. Sin embargo,
hay estados donde es más difícil avanzar que en otros; también Dios tendrá en
cuenta a los que, habiendo aceptado como prueba una posición ambigua, habrán
recorrido este resbaladizo camino sin inmutarse, o al menos habrán hecho todos
los esfuerzos humanamente posibles para levantarse de nuevo.
Es ahí donde es necesario tener una fe
sincera, una fuerza fuera de lo común para resistir el dejarse llevar fuera del
camino de la justicia; pero es también allí donde se puede hacer un bien
inmenso a los hermanos desdichados. ¡Ay! ¡Mucho mérito tiene el que toca el
lodazal sin que se le ensucie la ropa, ni él mismo! ¡una llama muy pura debe
arder dentro de él! pero también, ¡qué recompensa no le está reservada al dejar
esta vida terrena! [2]
Mediten bien estas palabras los que se
encuentran en tal situación; que penetren completamente en el espíritu que
contienen, y se hará en ellos una revolución benéfica que hará que las dulces
efusiones del corazón sucedan a los abrazos del egoísmo.
¿Quién
hará, como dice el Evangelio, de estos hombres, hombres nuevos?
Y para lograr este gran milagro, ¿qué se
necesita? deben estar dispuestos a referir su pensamiento a aquello en lo que
están destinados a convertirse después de su muerte. Todos están convencidos de
que el mañana puede no existir para ellos; más, atemorizados por el cuadro
lúgubre y desolador de las penas eternas, en que por intuición se niegan a
creer, se abandonan a la corriente de la vida presente; se dejan llevar por esa
codicia febril que los lleva a acumular siempre, por todos los medios
permitidos o no; arruinan sin piedad a un pobre padre de familia, y se
derrochan en vicios que bastarían para sostener a un pueblo entero durante
varios días. Desvían la mirada del momento fatal. ¡Ay! si pudieran mirarlo a la
cara y a sangre fría, ¡qué rápido cambiarían de comportamiento! ¡Cómo los
veríamos deseosos de devolver a su legítimo dueño este pedazo de pan negro que
tuvieron la crueldad de quitarle para aumentar, al precio de una injusticia,
una fortuna construida con injusticias acumuladas! ¿Qué necesitas para eso? la
luz espírita debe brillar; hay que poder decir, como dijo un gran general de
una gran nación: ¡El Espiritismo es como el sol, ciego que no lo ve! ¡Los
hombres que se llaman y se creen cristianos y que rechazan el Espiritismo están
completamente ciegos!
¿Cuál es la misión de la doctrina que la mano
todopoderosa del Creador está sembrando en el mundo en este tiempo? Es llevar a
los incrédulos a la fe, a los desesperados a la esperanza, a los egoístas a la
caridad. ¡Se llaman cristianos y lanzan anatema a la doctrina de Jesucristo! Es
verdad que pretenden que es el Espíritu maligno el que, para disfrazarse mejor,
viene a predicar esta doctrina en el mundo. ¡Ciegos infelices! pobres
pacientes! ¡Que Dios, en su inagotable bondad, acabe con vuestra ceguera y
acabe con los males que os obsesionan!
¿Quién te dijo que era el Espíritu Maligno? ¿Quién?
Vosotros no sabéis ¿Le has pedido a Dios que os iluminéis sobre este tema? No,
o si lo hicisteis, tuvisteis una idea preconcebida. ¡El Espíritu del mal! ¿Sabéis
quién os dijo que es el Espíritu Maligno? es la soberbia, es el mismo Espíritu
del mal el que os lleva a condenar, ¡cosa repugnante! ¡Condenar, digo, al
Espíritu de Dios representado por los buenos Espíritus que envía al mundo para
regeneraros!
Al menos examinad la cosa y, según las reglas
establecidas, condenad o absolved. ¡Ay! si echarais una ojeada a los resultados
inevitables que debe traer el triunfo del Espiritismo; si quisierais ver a los
hombres considerándoos finalmente hermanos, todos convencidos de que de un
momento a otro Dios os pedirá cuentas del modo en que cumplieron la misión que os
había sido encomendada; si quisierais ver en todas partes la caridad en lugar
del egoísmo, el trabajo en todas partes en lugar de la pereza; - porque, como
sabéis, el hombre ha nacido para el trabajo: Dios os ha impuesto una obligación
de la que no podéis escapar sin contravenir las órdenes divinas; - si quisierais
ver de un lado a esos miserables que dicen: Malditos en este mundo, malditos en
el otro, seamos criminales y disfrutemos; y del otro, esos hombres de metal,
esos acaparadores de la fortuna de todos, que dicen: El alma es una palabra;
Dios no existe; si nada existe de nosotros después de la muerte, disfrutemos de
la vida; el mundo está formado por explotadores y explotados; prefiero estar
entre los primeros que entre los segundos; ¡después de mí, el diluvio! Si os miras
hacia atrás a estos dos hombres que, entre ellos, personifican el robo, el robo
de la buena compañía y el que lleva a la cárcel; si os vierais transformados
por la creencia en la inmortalidad que os da el Espiritismo, ¿os atreveríais a
decir que es por el Espíritu del mal?
Veo vuestros labios fruncir el desdén, y os
escucho decir: Nosotros somos los que predicamos la inmortalidad, y tenemos
crédito por ello. La gente siempre tendrá más confianza en nosotros que en esos
soñadores vacíos que, si no son bribones, han soñado que los muertos salían de
sus tumbas para comunicarse con ellos. A esto siempre la misma respuesta:
Examinad, y si, convencido de una vez por todas, lo cual no puede fallar si eréis
sincero, en vez de maldecir, bendecirás, lo que debe ser mucho más en vuestras
atribuciones según la ley de Dios.
¡La ley de Dios! ¿Sois, por debajo, los
únicos depositarios y os sorprende que otros tomen una iniciativa que, según
vosotros, os pertenece sólo a vosotros? ¡Y bien! escucháis lo que los Espíritus
enviados de Dios se encargan de deciros:
“Vos que tomáis en serio vuestro ministerio, seréis
bienaventurado, porque habréis cumplido todas las obras, no sólo ordenadas,
sino aconsejadas por el divino Maestro. Y vosotros que habéis considerado el
sacerdocio como un medio para llegar humanamente, no seréis malditos, aunque
habéis maldecido a otros, pero Dios os tiene reservado un castigo más justo.
“Llegará
el día en que os veréis obligados a dar explicaciones públicamente sobre los
fenómenos espíritas, y ese día no está lejano. Entonces os encontrareis en la
necesidad de juzgar, puesto que os has constituido en tribunal; ¿para juzgar a
quién? Dios mismo, porque nada sucede sin su permiso.
“¡Mirad adónde os ha llevado el Espíritu del
mal, es decir, la soberbia! en vez de inclinaros y adorar, os endurecéis contra
la voluntad de Aquel que es el único que tiene derecho a decir: ¡Quiero!, y
decís que es el diablo quien dice: ¡Quiero!
"Y ahora, si persistís en creer solo en
las manifestaciones de los Espíritus malignos, recuerdes las palabras del
Maestro que fue acusado de expulsar demonios en el nombre de Beelzebub: Todo
reino dividido contra sí mismo perecerá.”
Hipólito Fortoul.
(1) Esta proposición sobre el estado
primitivo de las almas, formulada por primera vez en el Libro de los Espíritus,
se repite hoy por todas partes en las comunicaciones; encuentra así su
consagración tanto en esta concordancia como en la lógica, pues ningún otro
principio podría responder mejor a la justicia de Dios. Al dar a todos los
hombres el mismo punto de partida, les dio a todos la misma tarea que cumplir
para llegar a la meta; nadie es privilegiado por naturaleza; pero como tienen
su libre albedrío, unos avanzan más deprisa y otros más despacio. Este
principio de justicia es irreconciliable con la doctrina que admite la creación
del alma al mismo tiempo que la del cuerpo; contiene en sí la pluralidad de las
existencias, pues si el alma es anterior al cuerpo es porque ya ha vivido.
(2) Sorprende que los Espíritus puedan elegir
una encarnación en uno de estos ambientes donde están en constante contacto con
la corrupción; entre los que se encuentran en estas posiciones más bajas de la
sociedad, algunos los han elegido por gusto, y para encontrar algo que
satisfaga sus innobles inclinaciones; otros, por misión y por deber, para
tratar de sacar del lodazal a sus hermanos, y tener más mérito en luchar ellos
mismos contra la perniciosa impulsión, y su recompensa será proporcional a la
dificultad superada. Tal es entre nosotros el obrero que cobra en proporción al
peligro que corre en el ejercicio de su profesión.