Inauguración
de un Grupo Espírita en Burdeos
Discurso
de apertura.
A pesar de ciertas malas voluntades, los Grupos
Espíritas se multiplican cada día; hacemos un placer y un deber poner ante los
ojos de nuestros numerosos lectores el discurso pronunciado en Burdeos en la
inauguración de uno de ellos, por su fundador, Sr. Condat, el 20 de marzo de
1862. La cuestión del Espiritismo allí considerada prueba cuánto, ahora,
comprendemos su finalidad esencial y su verdadero alcance. Nos complace decir
que este sentimiento es general hoy, pues en todas partes el sentimiento de
curiosidad da paso al serio deseo de aprender y mejorar; esto es lo que pudimos
observar en las visitas que realizamos a diferentes localidades de provincia;
hemos visto a los médiums que las obtienen apegarse a las comunicaciones
instructivas, y valorarse por su valor. Este es un hecho característico en la
historia del establecimiento del Espiritismo. No conocemos el grupo del que
estamos hablando, pero juzgamos sus tendencias por el discurso de apertura; el
orador no habría usado este lenguaje en presencia de una audiencia frívola y
superficial, reunida con vistas a la diversión. Son las reuniones serias las
que dan una idea grave del Espiritismo. Por eso no sería demás fomentar su
multiplicación.
Damas y
caballeros,
Al pedirle que acepte el agradecimiento que
tengo el honor de ofrecerle por la benévola acogida que ha dado a mi
invitación, permítame dirigirle algunas palabras sobre el tema de nuestro
encuentro. A falta de talento, se verá allí, al menos eso espero, la convicción
de un hombre profundamente entregado al progreso de la humanidad.
Muy a menudo el intrépido viajero, aspirando
a llegar a la cima de una montaña, se encuentra con el angosto camino obstruido
por una roca; muy a menudo también, en la marcha de los siglos, la humanidad
que tiende a acercarse a Dios encuentra su obstáculo: su roca es el materialismo.
Permanece estacionario durante algún tiempo, quizás algunos siglos; pero la
fuerza invencible a la que obedece, obrando debido a la resistencia, triunfa
sobre el obstáculo, y la humanidad, siempre urgida a marchar adelante, vuelve a
ponerse en marcha con un impulso más vivo.
No nos sorprendamos pues, señores, cuando se
manifieste una de esas grandes ideas que mejor revelan el origen celestial del
hombre, cuando ocurra uno de esos hechos prodigiosos que vienen a perturbar los
cálculos restringidos y las observaciones limitadas de la ciencia materialista;
no nos asombremos y sobre todo no nos dejemos desanimar por la resistencia que
se levanta contra todo lo que pueda servir para demostrar que el hombre no es
sólo un poco de barro cuyos elementos serán devueltos a la tierra después de
muertos.
Notemos más bien, y notémoslo con alegría,
nosotros, los seguidores del Espiritismo, nosotros los hijos del siglo XIX,
hijos mismo de un siglo que fue la manifestación más completa, la encarnación,
por así decirlo, el escepticismo y sus descorazonadoras consecuencias;
apuntémoslo, ¡la humanidad camina a esta hora!
Ved los progresos que hace el Espiritismo
aquí, en esta ciudad hermosa, grande e inteligente; ved cómo la duda se borra
en todas partes por la claridad de la nueva ciencia.
Contémonos, señores, y admitámoslo con
sinceridad, cuántos de los que apenas el día anterior teníamos en los labios la
sonrisa de la incredulidad, hoy tenemos los pies en el camino, y en el corazón
la resolución de no volver. Esto es comprensible, nos hemos puesto en la
corriente, nos lleva. ¿Qué es esta doctrina, señores, adónde lleva?
Levantar el coraje del hombre, sostenerlo en
sus fracasos, fortalecerlo contra las vicisitudes de la vida, reavivar su fe,
demostrarle la inmortalidad de su alma, no sólo por demostraciones, sino por
hechos: ahí está, esta doctrina, ¡ahí termina!
¿Qué
otra doctrina producirá mejores resultados en la moral y en el intelecto? ¿Será
la negación de una vida futura que se le pueda oponer como preferible, en
interés de toda la humanidad y para la perfección moral e intelectual de cada
hombre individuamente?
Tomando como principio estas palabras que
resumen todo el materialismo: "Todo acaba cuando se abre la tumba",
con esta angustiosa máxima, ¿qué podemos producir sino la nada? Siento una
especie de sentimiento doloroso, una especie de pudor por haber trazado un
paralelismo entre estos dos extremos: la esperanza de encontrar en un mundo
mejor seres queridos cuyas almas han abierto las alas, y el horror invencible
que experimentamos, que el mismo ateo experiencia al pensar que todo lo
aniquilaría con el último aliento de la parte mortal de nuestro ser, sería
suficiente para repeler cualquier idea de comparación. Pero, sin embargo,
señores, si todos los consuelos que encierra el Espiritismo estuviesen sólo en
el estado de las creencias, si fuera sólo un sistema de pura especulación, una
ingeniosa ficción, como objetaron los apóstoles al materialismo, para someter a
las débiles inteligencias a ciertas reglas arbitrariamente llamadas virtud, y
así mantenerlos fuera de los apetitos seductores de la materia, compensación
que en un día de piedad el autor de esta orden fatal que da todo a
algunos y reserva el sufrimiento para el mayor número, les hubiera concedido aturdirse.
¿No será, señores, que, para las fuertes inteligencias, para el hombre que sabe
hacer uso legítimo de su razón, estas ingeniosas combinaciones, establecidas
como consecuencias de un principio sin fundamento y fruto sólo de la
imaginación, un tormento más añadido a los tormentos de una fatalidad de la que
no se podía escapar?
La demostración es sin duda una cosa
admirable, prueba sobre todo la razón humana, el alma, esta abstracción de la
materia. Pero hasta el día de hoy su único punto de partida ha sido esta
palabra de Descartes: "Pienso, luego existo". Hoy, el Espiritismo ha
venido a dar inmensa fuerza al principio de la inmortalidad del alma,
apoyándolo en hechos tangibles e irrefutables.
Lo anterior explica cómo y por qué estamos
reunidos aquí. Pero permítanme nuevamente, señores, compartir con ustedes una
impresión que siempre he sentido, un deseo que se renueva constantemente cada
vez que me he encontrado en presencia de una sociedad que persigue como fin la
mejora del hombre moral. Me hubiera gustado estar en la primera reunión,
participar en las primeras comunicaciones de alma a alma de los fundadores, me
hubiera gustado presidir el desarrollo del germen de la idea, germen que, como
la semilla que se ha vuelto gigante, más tarde dio lugar a abundantes frutos.
¡Y bien! Señores, hoy que tengo la dicha de
reunirme con ustedes para proponerles formar un nuevo Grupo Espírita, mi idea
recibe entera satisfacción, y les pido que conserven como yo en su corazón, en
su memoria, la fecha del 20 de marzo.
Ahora, señores, es hora de pasar a la
práctica: tal vez me demoré demasiado. Sin transición, para compensar la
pérdida de tiempo demasiado dedicada a las efusiones, abordaré el tema de
nuestra reunión pidiéndole que se proteja contra una objeción que surgirá
naturalmente en su mente como ha surgido en la mía, la necesidad esencial de
médiums cuando se quiere formar un Grupo Espírita. Esto, señores, es la
apariencia de una dificultad, y no una dificultad. Al principio, a falta de
médiums, nuestras tardes no habrán pasado estériles, créelo. He aquí una idea
que les presento al solicitar su consejo; ¡lo haríamos así!
La primera de cada sesión estaría dedicada a
lecturas del Libro de los Espíritus y del Libro de los Médiums. La segunda
parte estaría dedicada a la formación de médiums entre nosotros, y créanlo bien señores, si seguimos los consejos y las enseñanzas que nos dan en las obras de
nuestro venerable líder el Sr. Allan Kardec, la facultad mediúmnica pronto se
desarrollará entre la mayoría de nosotros, y es entonces cuando nuestros
trabajos recibirán su recompensa más dulce y amplia; porque Dios, el gran
Creador de todas las cosas, el juez infalible, no puede equivocarse sobre el
buen uso que queremos hacer de la preciosa facultad mediúmnica. No faltará,
pues, para darnos la mejor recompensa a que podamos aspirar, permitir que uno
de nosotros, al menos, obtener esta facultad en el mismo grado que muchos de
los médiums serios que tenemos la dicha de tener entre nosotros esta noche.
Nuestros queridos hermanos Gourgues y Sabô, a
quienes tengo el honor de presentarles, también tuvieron la amabilidad de
asistir a nuestra sesión de instalación para darle un mayor grado de
solemnidad. Que nos den la esperanza, y les enviamos nuestras oraciones, que
muy a menudo, cuantas veces puedan, vengan a visitarnos; su presencia
fortalecerá nuestra fe, reavivará el ardor de aquellos de nosotros que, como
resultado del fracaso de nuestros primeros intentos mediúmnicos, podríamos caer
en el desánimo.
Sobre todo, señores, no tomemos el camino
equivocado; entendemos completamente nuestra empresa, su objetivo; se
equivocaría gravemente si tuviera la tentación de incorporarse al nuevo grupo
que vamos a formar, sólo con la esperanza de encontrar distracciones fútiles y
fuera de la verdadera moral predicada por los buenos Espíritus.
“El fin esencial del Espiritismo, dijo
nuestro venerado líder, es el perfeccionamiento del hombre. Uno debe buscar
allí solo lo que puede ayudar al progreso moral e intelectual. Finalmente, no
debemos perder de vista que la creencia en el Espiritismo es beneficiosa sólo
para aquellos de quienes se puede decir: Hoy es mejor que ayer.”
No olvidemos que nuestro pobre planeta es un
lugar de purgatorio donde expiamos, con nuestra existencia actual, las faltas
que hemos cometido en las anteriores. Esto prueba una cosa, señores, y es que
ninguno de nosotros puede llamarse perfecto; porque, mientras tengamos que
expiar las faltas, seremos reencarnados. Nuestra presencia en la tierra, por lo
tanto, atestigua nuestra imperfección.
El Espiritismo ha plantado las estacas del
camino que lleva a los pies de Dios; caminemos sin perderlos nunca de vista. La
línea trazada por los buenos Espíritus, geómetras de la Divinidad, está
bordeada de precipicios; zarzas y espinos son sus márgenes, no tengamos miedo
de sus aguijones. ¿Qué son tales heridas comparadas con la felicidad eterna que
acogerá al viajero al final de su viaje?
Este término, esta meta, señores, ha sido
durante mucho tiempo objeto de mis meditaciones. Mirando hacia atrás a mi
pasado, dándome la vuelta para reconocer de nuevo la zarza que me había
desgarrado, el obstáculo que me había hecho tropezar en el camino, no pude
evitar hacer lo que todo hombre hace al menos una vez en la vida, la reflexión,
por así decirlo, de sus alegrías y de sus penas, de sus buenos momentos de
valor, de sus horas de debilidad. Y con la cabeza reposada, el alma libre, es
decir puesta sobre sí misma, liberada de la materia, me decía: La existencia
humana no es más que un sueño, pero un sueño espantoso que comienza como el
alma o Espíritu encarnado del niño que se enciende con los primeros destellos
de inteligencia, para cesar en los desmayos de la muerte. ¡La muerte! esta
palabra de terror para tantas personas es pues en realidad sólo el despertar de
este sueño espantoso, el benefactor servicial que nos libra de la insoportable
pesadilla que nos ha acompañado paso a paso, desde nuestro nacimiento.
Hablo en general, pero no absolutamente; la
vida del hombre bueno ya no tiene estas mismas características; lo que ha hecho
que es bueno, grande, útil, ilumina con pura claridad el sueño de su
existencia. Para él, el paso de la vida a la muerte se hace sin tránsito
doloroso; no deja tras de sí nada que pueda comprometer el futuro de su nueva
existencia espiritual, la recompensa de sus beneficios.
Pero para aquellos, por el contrario, ciegos
deliberados que habrán cerrado constantemente los ojos para negar mejor la
existencia de Dios, que se habrán negado a contemplar el espectáculo sublime de
sus obras divinas, pruebas y manifestaciones de su bondad, de su justicia , de
su poder; tales, digo, tendrán un espantoso despertar, lleno de amargos
pesares, pesares sobre todo por haber desoído los benéficos consejos de sus
hermanos Espíritas, y el sufrimiento moral que sufrirán durará hasta el día en
que un sincero arrepentimiento sea compadecido por Dios, que les concederá el
favor de una nueva encarnación.
Mucha gente todavía ve las comunicaciones
espirituales como obra del diablo; pero sin embargo el número disminuye cada
día. Este feliz declive se debe obviamente al hecho de que siempre hay entre el
número de curiosos, los que la curiosidad conduce ya sea a visitar Grupos Espíritas
o a leer el Libro de los Espíritus, aquellos que se convencen, especialmente
entre aquellos que leen el Libro de los Espíritus; porque no penséis, señores,
en traer muchos adeptos a nuestra sublime doctrina haciéndoles asistir a
primera vista a nuestras sesiones; no, tengo la íntima convicción de ello, una
persona completamente ajena a la doctrina no se dejará convencer por lo que
verá en nuestras reuniones; estará más bien dispuesto a reírse de los fenómenos
obtenidos allí que a tomarlos en serio.
En cuanto a mí, señores, creo que he hecho
mucho más por la nueva doctrina cuando, en lugar de hacer que una persona
asista a una de nuestras sesiones, he podido persuadirla para que lea el Libro
de los Espíritus. Cuando tenga la certeza de que esta lectura se ha hecho y que
ha producido los frutos que no puede dejar de producir, ¡oh! entonces conduzco
felizmente a la persona a un Grupo Espírita; ¿porque no estoy seguro en este
momento de que ella se dará cuenta de todo lo que verá y oirá, y que lo que
probablemente la hubiera hecho reír antes de leer este libro, producirá efectos
en este momento diametralmente opuestos? No quiero decir que llorará.
No puedo terminar mejor, señores, que con una
cita del Libro de los Espíritus; convencerá, mucho mejor de lo que me permiten
mis débiles medios, a aquellos que aún dudan de la base de verdad sobre la que
se asientan las creencias espíritas:
“Aquellos que dicen que las creencias
espíritas amenazan con invadir el mundo proclaman así su poder; porque una idea
sin fundamento y desprovista de lógica no puede volverse universal. Si, pues,
el Espiritismo se arraiga en todas partes, si se recluta sobre todo entre las
clases ilustradas, como todo el mundo reconoce, es porque tiene una base de
verdad. Contra esta tendencia, todos los esfuerzos de sus detractores serán en
vano, y lo que prueba de ello es que el mismo ridículo con el que han
pretendido cubrirla, lejos de frenar su ascenso, parece haberle dado nueva
vida. Este resultado justifica plenamente lo que los Espíritus nos han dicho
muchas veces: “No os preocupéis por la oposición; todo lo que se haga contra
vosotros os resultará, y vuestros mayores adversarios servirán a vuestra causa
sin desearlo. Contra la voluntad de Dios, no puede prevalecer la mala voluntad
de los hombres.””
Condat.