Disertaciones
Espíritas
Estudios
Uranográficos. (Sociedad Espírita de París. - Médium, Sr. Flammarion.)
Las tres comunicaciones a continuación son,
en cierto modo, el comienzo de un médium joven; veremos que promete para el
futuro. Sirven como introducción a una serie de dictados que el Espíritu
propone hacer bajo el título de Estudios Uranográficos. Dejamos a los lectores
apreciar la forma y el contenido.
I
Se os ha anunciado desde hace algún tiempo,
aquí y en otros lugares, por varios Espíritus y por varios médiums, que se
harían revelaciones concernientes al sistema de los mundos. Estoy llamado a colaborar
en el orden de mi destino para cumplir la predicción.
Antes de abrir lo que podría llamar nuestros Estudios
Uranográficos, es importante establecer el primer principio, para que el
edificio, asentado sobre una base sólida, lleve en sí mismo las condiciones de
duración.
Este primer principio, esta primera causa, es
el gran y soberano poder que dio vida a los mundos y a los seres; ¡este
preámbulo a toda meditación seria es Dios! A este nombre venerado todo se
inclina, y el arpa etérea de los cielos hace vibrar sus cuerdas de oro. Hijos
de la tierra, ¡oh! vosotros que durante tanto tiempo tartamudeasteis este gran
nombre sin comprenderlo, ¡cuántas teorías fortuitas se han inscrito desde el
principio de los siglos en los anales de la filosofía humana! ¡Cuántas
interpretaciones erróneas de la conciencia universal han salido a la luz a
través de las creencias anticuadas de los pueblos antiguos! y aún hoy, cuando
la era cristiana en su esplendor ha resplandecido sobre el mundo, ¿qué idea
tenemos del primero de los seres, del ser por excelencia, del que es? ¿No hemos
visto en las últimas épocas el orgulloso panteísmo elevarse soberbiamente a lo
que creía justamente calificado como el ser absorbente, el gran todo, del seno
del que todo provino y en el que todo debe volver y fundirse un día sin
distinción de individualidades? ¿No hemos visto al burdo ateísmo exhibir
vergonzosamente el escepticismo que niega y corrompe todo progreso intelectual,
digan lo que digan sus sofistas defensores? Sería interminable mencionar
escrupulosamente todos los errores que se han establecido sobre el tema del
principio primordial y eterno, y basta la reflexión para mostraros que el
hombre terreno errará cuando pretenda explicar este problema, insoluble para
muchos Espíritus desencarnados. Es para deciros implícitamente que debéis, que
debemos, para decirlo mejor, todos inclinarnos humildemente ante el gran Ser;
¡Eso es para deciros, hijos! que, si está en nosotros elevarnos a la idea del
Ser Infinito, eso debería bastarnos y prohibirnos toda la orgullosa pretensión
de mantener los ojos abiertos al sol, ¡pues que de pronto seríamos cegados por
el sol deslumbrante y esplendor de Dios en su gloria eterna! Acordaos bien de
esto, es la antesala de nuestros estudios: creer en Dios, creador y organizador
de las esferas; amar a Dios, creador y protector de las almas, y podremos
entrar juntos, humilde y estudiosamente al mismo tiempo, en el santuario donde
ha sembrado los dones de su poder infinito.
Galileo.
II
Después de haber establecido el primer punto
de nuestra tesis, la segunda cuestión que se presenta es el problema del poder
que conserva los seres y que hemos convenido en llamar naturaleza. Después de
la palabra que resume todo, la palabra que representa todo. Ahora bien, ¿qué es
la naturaleza? Escuche primero la definición del naturalista moderno: la
naturaleza, dice, es la exteriorización de la soberanía del poder divino. A
esta definición añadiré ésta, que resume todas las ideas de los observadores:
la naturaleza es el poder efectivo del Creador. Nótese esta doble explicación
de la misma palabra que, por una maravillosa combinación de lenguaje,
representa dos cosas a primera vista tan diferentes. En efecto, la naturaleza
entendida en el primer sentido representa el efecto cuya causa se expresa en el
segundo sentido. Un paisaje de horizontes perdidos, de frondosos árboles bajo
los cuales se siente la vida surgir con la savia; un prado salpicado de
fragantes flores y coronado por el sol; se llama naturaleza. Ahora bien,
¿queremos designar la fuerza que guía las estrellas en expansión o que hace
germinar el grano de trigo en la tierra? Sigue siendo la naturaleza. Que la
observación de estos diversos apelativos sea para vosotros fuente de profundas
reflexiones; sirva para enseñaros que, si se usa la misma palabra para expresar
el efecto y la causa, es porque en realidad la causa y el efecto son uno. La
estrella atrae a la estrella en el espacio según las leyes inherentes a la
constitución del universo, y es atraída con el mismo poder que la que reside en
ella. Esto es causa y efecto. El rayo solar pone el perfume en la flor y la
abeja va allí a buscar la miel; aquí, el perfume sigue siendo el efecto y la
causa. Dondequiera que mires hacia abajo en la tierra, podrás ver esta doble
naturaleza en todas partes. Concluyamos de esto que la naturaleza es, como la
he llamado, el poder efectivo de Dios, y es al mismo tiempo la soberanía de
este mismo poder; es a la vez activa y pasiva, efecto y causa, materia y fuerza
inmaterial; es la ley que crea, la ley que gobierna, la ley que embellece; es
el ser y la imagen; es la manifestación del poder creador, infinitamente bella,
infinitamente admirable, infinitamente digna de la voluntad de la que es
mensajera.
Galileo.
III
Nuestro
tercer estudio será sobre el espacio.
Se han dado varias definiciones de esta
palabra; la principal es ésta: la extensión que separa dos cuerpos. De ahí que
algunos sofistas hayan deducido que donde no había cuerpo, no había espacio; en
esto se han basado los doctores en teología para establecer que el espacio era
necesariamente finito, alegando que los cuerpos limitados en número no pueden
formar una serie infinita; y que donde se detenían los cuerpos, también se
detenía el espacio. También hemos definido el espacio: el lugar donde se mueven
los mundos, el vacío donde actúa la materia, etc. Dejemos en los tratados donde
descansan todas estas definiciones que no definen nada.
El espacio es una de esas palabras que
representan una idea primitiva y axiomática, evidente por sí misma, y que las
diversas definiciones que se pueden dar de él sólo pueden oscurecer. Todos
sabemos lo que es el espacio, y sólo quiero establecer su infinidad, para que
nuestros estudios posteriores no tengan barrera a la investigación de nuestra
vista.
Ahora bien, digo que el espacio es infinito,
por lo que es imposible suponerle límite alguno, y que, a pesar de la
dificultad que tenemos de concebir el infinito, nos es sin embargo más fácil ir
eternamente en el espacio, en el pensamiento, que detenernos en algún lugar
después del cual no encontraríamos más espacio que recorrer.
Imaginar, en la medida de nuestras limitadas
facultades, la infinidad del espacio, supongamos que partiendo de la tierra
perdida en medio del infinito, hacia cualquier punto del universo, y que con la
velocidad prodigiosa de la chispa eléctrica que recorre miles de leguas cada
segundo, apenas hemos dejado este globo que, habiendo viajado millones de
leguas, nos encontramos en un lugar desde el cual la tierra ya no se nos
aparece sino bajo el aspecto de una pálida estrella. Un momento después,
siguiendo siempre la misma dirección, llegamos hacia las lejanas estrellas que
apenas podéis distinguir desde vuestra estación terrestre; y desde allí no sólo
la tierra se pierde enteramente a nuestra mirada en las profundidades del
cielo, sino que vuestro mismo sol en su esplendor es eclipsado por la extensión
que nos separa de él. Animados siempre por la misma velocidad del relámpago,
atravesamos sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la inmensidad,
islas de luz etérea, caminos estelíferos, paisajes suntuosos donde Dios ha
sembrado los mundos con la misma profusión que sembró las plantas en los prados
terrestres.
Ahora, solo llevamos unos minutos caminando,
y ya cientos de millones y millones de leguas nos separan de la tierra, miles
de millones de mundos han pasado ante nuestros ojos, y sin embargo, escucha:
En
realidad, no hemos dado un solo paso adelante en el universo.
Si continuamos durante años, siglos, miles de
siglos, millones de períodos cien veces durante un siglo e incesantemente con
la misma velocidad del rayo, ¡no habremos avanzado más! y que por donde quiera
que vayamos y hacia donde quiera que vayamos, de este grano invisible que nos
queda y que se llama tierra.
¡Esto
es el espacio!
Galileo.
Vacaciones
de la Sociedad Espírita de París
(Sociedad
Espírita de París, 1 de agosto de 1862, - Medium, Sr. E. Vézy.)
Estaréis, pues, separados por algún tiempo,
pero los buenos Espíritus estarán siempre con aquellos que pidan su ayuda y
apoyo.
Si cada uno de vosotros deja la mesa del
maestro, no es sólo para hacer ejercicio o descansar, sino para servir, donde
quiera que os quedáis, a la gran causa humanitaria, bajo cuya bandera habéis
venido a protegeros.
Bien comprendéis que para el ferviente Espírita
no hay horas fijas de estudio; toda su vida es sólo una hora, una hora todavía
demasiado corta para la gran obra a la que se dedica: ¡el desarrollo
intelectual de los géneros humanos!...
Las ramas no se desprenden del tronco porque
se alejan de él, al contrario, dan paso a nuevos brotes que las solidarizan y
las unen.
Aprovechad estas vacaciones que os
dispersarán, para volveros aún más fervorosos, siguiendo el ejemplo de los
apóstoles de Cristo; salid de este cenáculo fuertes y valientes; que vuestra fe
y vuestras buenas obras reúnan a vuestro entorno mil creyentes que bendecirán
la luz que esparcirás a vuestro alrededor.
¡Coraje! ¡Coraje! ¡El día del encuentro,
cuando la bandera del Espiritismo os llamar al combate y se desplegar sobre
vuestras cabezas, dejad que todos a vuestro alrededor tengan seguidores que habréis
formado bajo vuestro estandarte, y los buenos Espíritus contarán su número y lo
llevarán a Dios!
Así que no durmáis, Espíritas, a la hora de
la siesta; ¡velad y orad! Ya os lo he dicho y otras voces os lo han hecho oír,
el reloj de los siglos da la hora, resuena una vibración, llama a los que están
en la noche, ¡ay de los que no quieren prestar oído para escucharlo!
¡Oh Espíritas! id, despertad a los
durmientes, y decidles que van a ser sorprendidos por las olas del mar que se
levantan con sordos y terribles estruendos; ¡Ved y diles que elijan el lugar
del suelo que sea más brillante y sólido, porque aquí están las estrellas que
declinan y toda la naturaleza que se mueve, tiembla y se agita!...
Pero después de las tinieblas, aquí está la
luz, ¡y aquellos que no habrán querido ver ni oír, emigrarán en esta hora a los
mundos inferiores para expiar y esperar allí mucho, mucho tiempo las nuevas
estrellas que deben salir e iluminaros! y el tiempo les parecerá una eternidad,
porque no verán el fin de sus dolores hasta el día en que comiencen a creer y
comprender.
¡Ya no os llamaré hijos, Espíritas, sino
hombres, ¡hombres valientes y valerosos! Soldados de la nueva fe, combatid valientemente,
armad vuestros brazos con la lanza de la caridad y cubrid vuestros cuerpos con
el escudo del amor. ¡Entra en la contienda! ¡alerta! ¡alerta! pisotea el error
y la falsedad, y extiende vuestra mano a los que te pregunten: ¿Dónde está la
luz? Diles que los que caminan guiados por la estrella del Espiritismo no son
pusilánimes, que no se asustan de los espejismos, y sólo aceptan como leyes lo
que les manda la fría y sana razón; ¡que la caridad es su lema y que sólo se
despojan por sus hermanos en nombre de la solidaridad universal, y no para
ganar un paraíso que saben bien que sólo pueden poseer cuando han expiado
mucho!... que conozcan a Dios, y que sepan, sobre todo, que Él es inmutable en
su justicia, que no puede, por consiguiente, perdonar una vida de culpas
acumuladas, por un segundo de arrepentimiento, como no puede castigar una hora
de sacrilegio por una eternidad de tortura!...
¡Sí, Espíritas, cuenta los años de
arrepentimiento por el número de estrellas, ¡pero la edad de oro vendrá para
aquellos que saben contarlas!…
Id pues, obreros y soldados, y volved cada
uno con la piedra o el guijarro que ayudará en la construcción del nuevo
edificio, y os digo, en verdad, esta vez ya no tendréis que temer la confusión,
aunque quieren levantar al cielo la torre que la coronará; Dios, por el
contrario, extenderá su mano en vuestro camino para cobijaros de los huracanes.
Aquí está la hora segunda del día, aquí están
los siervos que vienen de nuevo del señor a buscar obreros; ¡Vosotros que
estáis ociosos, venid, y no esperéis a la última hora!…
San Agustín.
A
los Centros Espíritas que debemos visitar
El número de centros que nos proponemos
visitar, unido a la duración del trayecto, no nos permiten dedicar a cada uno
de ellos el tiempo que hubiésemos deseado, creemos útil aprovechar al máximo
este tiempo, para la instrucción. Para ello, nuestra intención es responder, en
cuanto esté a nuestro alcance, a las cuestiones sobre las que necesitan tener
aclaraciones. Hemos notado que cuando hacemos esta propuesta en el acto,
generalmente no saben qué pedir, y que muchas personas se retraen por timidez o
vergüenza para formular sus pensamientos. Para evitar este doble inconveniente,
le pedimos que prepare estas preguntas con anticipación por escrito y que nos
entregue la lista antes de la reunión. Entonces podremos clasificarlas
metódicamente, eliminar duplicidades y responderlas de una manera más
satisfactoria para todos, refutando al mismo tiempo las objeciones de la
doctrina.