César,
Clovis y Carlomagno
(Sociedad
Espírita de París, 24 de enero de 1862; tema propuesto. – Médium Sr. A. Didier)
Esta pregunta no es solo una pregunta
material, sino también muy espiritual. Antes de llegar al punto principal, hay
uno del que hablaremos primero: ¿Qué es la guerra? La guerra, responderemos
primero, es permitida por Dios, puesto que existe, ha existido siempre y
existirá siempre. Es erróneo, en la educación de la inteligencia, ver en César
sólo un conquistador, en Clovis sólo el bárbaro, en Carlomagno sólo un déspota
cuyo demente sueño quería fundar un inmenso imperio. ¡Oye! ¡Dios mío! como
suele decirse, los conquistadores son ellos mismos juguetes de Dios. Como su
audacia, su genio los llevó a la primera fila, vieron a su alrededor no sólo
hombres armados, sino ideas, progresos, civilizaciones que había que lanzar
entre otras naciones; partieron, como César, para llevar a Roma a Lutecia; como
Clovis, para llevar las semillas de una solidaridad monárquica; como
Carlomagno, para hacer brillar la antorcha del cristianismo entre los pueblos
ciegos, entre las naciones ya corrompidas por las herejías de las primeras
edades de la Iglesia. Ahora bien, esto es lo que sucedió: César, el más egoísta
de estos tres grandes genios, utiliza la táctica militar, la disciplina, la ley,
en una palabra, para importarlos a la Galia; en la estela de sus ejércitos
siguió la idea inmortal, y las tribus vencidas e indomables sufrieron el yugo
de Roma, es cierto, pero se convirtieron en provincias romanas. ¿Habría
existido la orgullosa Marsella sin Roma? Lugdunum y tantas otras ciudades
célebres de los anales se convirtieron en inmensos centros, centros de luz para
las ciencias, las letras y las artes. César es, pues, un gran propagador, uno
de esos hombres universales que se sirven del hombre para civilizar al hombre,
uno de esos hombres que sacrifican hombres en beneficio de la idea.
El sueño de Clovis era establecer una
monarquía, lo esencial, un gobierno para su pueblo; pero como la gracia del
cristianismo aún no lo iluminaba, era un propagador bárbaro. Debemos
considerarlo en su conversión: Imaginación activa, febril, guerrera, vio en su
victoria sobre los visigodos una prenda de la protección de Dios; y, seguro en
adelante de estar siempre con él, se hizo bautizar. Ahí está, pues, el bautismo
que se difunde en la Galia, y el cristianismo que se difunde cada vez más. Es
hora de decir, con Corneille, Roma ya no era Roma. Los bárbaros invadieron el
mundo romano.
Después del saqueo de todas las
civilizaciones formateadas por los romanos, he aquí un hombre que sueña con
extender por el mundo, ya no los misterios y el prestigio del Capitolio, sino
las formidables creencias de Aix-la-Chapelle; he aquí un hombre que es o se
cree a sí mismo con Dios. Un culto odioso, rival del cristianismo, ocupa todavía
a los bárbaros; Carlomagno cae sobre estos pueblos y Witikind, después de
luchas y victorias equilibradas, finalmente se somete humildemente y recibe el
bautismo.
Ciertamente, este es un cuadro inmenso, aquel
en el que se despliegan tantos hechos, tantos golpes de Providencia, tantas
caídas y tantas victorias; pero ¿cuál es la conclusión? La idea, haciéndose
universal, difundiéndose cada vez más, sin detenerse ni en la desmembración de
las familias, ni en el desánimo de los pueblos, y teniendo por fin en todas
partes la implantación de la cruz de Cristo en todos los puntos de la tierra,
¿no es eso un inmenso hecho espiritualista? Por lo tanto, debemos considerar a estos
tres hombres como grandes propagadores que, por ambición o por fe, hicieron
avanzar la luz en el Occidente, cuando Oriente sucumbía a su embriagadora
pereza e inactividad. Ahora bien, la tierra no es un mundo donde el progreso se
hace rápidamente y por medio de la persuasión y la indulgencia; no te
sorprendas, pues, de que a menudo sea necesario tomar la espada en lugar de la
cruz.
Lamennais.
P. -
Dijiste que la guerra siempre existirá; sin embargo, parece que el progreso
moral, al destruir las causas, acabará con ellas.
R. - Siempre existirá, en el sentido de que
siempre habrá luchas; pero las luchas cambiarán de forma. El Espiritismo, es
verdad, debe difundir la paz y la fraternidad en todo el mundo; pero, ya sabes,
si el bien triunfa, no obstante, siempre habrá una lucha. Evidentemente, el
Espiritismo comprenderá cada vez mejor la necesidad de la paz; pero el mal
siempre acecha; será necesario por mucho tiempo todavía, en la tierra, luchar
por el bien; sólo que estas luchas serán cada vez más raras.
(Mismo
tema. - Médium, Sr. Leymar.)
La influencia de los hombres de genio sobre
el futuro de los pueblos es indiscutible; son instrumentos en manos de la
Providencia para acelerar las grandes reformas que, sin ellos, sólo vendrían
con el paso del tiempo; ellos son los que siembran las semillas de nuevas
ideas; y la mayoría de las veces regresan unos siglos más tarde bajo otros
nombres para continuar o completar el trabajo iniciado por ellos.
César, esa gran figura de la antigüedad,
representa para nosotros el genio de la guerra, el derecho organizado. Las
pasiones llevadas por él al extremo, la sociedad romana se estremece
profundamente; cambia de rostro, y en su evolución todo se transforma a su
alrededor. Los pueblos sienten cambiar su antigua constitución; una ley
implacable, la de la fuerza, une lo que no debe separarse según el tiempo en
que vivió César. Bajo su mano triunfante los galos se transforman y después de
diez años de lucha constituyen una poderosa unidad. Pero de este período data
la decadencia romana. Empujado al exceso, este poder que hizo temblar al mundo
cometió las faltas del poder extremo. Cualquier cosa que crezca fuera de las
proporciones asignadas por Dios debe caer igualmente. Este gran imperio fue
invadido por un enjambre de pueblos de países entonces desconocidos; la fama
había traído con las armas de César las nuevas ideas a los países del Norte,
que cayeron sobre él como un torrente. Véanlos, estas tribus bárbaras,
arrojándose con rapacidad sobre estas provincias donde el sol era mejor, el
vino tan dulce, las mujeres tan hermosas; cruzan las Galias, los Alpes, los
Pirineos para ir por todas partes a fundar poderosas colonias y desintegrar
este gran cuerpo llamado Imperio Romano. El genio de César solo había sido
suficiente para llevar a su nación a la cima del poder; de él data la era de la
renovación en que todos los pueblos se mezclan, apresurándose unos a otros para
buscar otras cohesiones, otros elementos; y durante varios siglos ¡qué odio
entre estas tribus! que peleas! ¡qué crímenes! ¡qué sangre!
Barbaret.
Clovis iba a ser, bajo su mano bárbara, el
punto de partida de una nueva era para los pueblos. Obedeció la costumbre, y
para formar una nación no se retrajo de ningún medio. Lo formó con puñal y
astucia; creó un nuevo componente al adoptar el bautismo, al iniciar a sus
rudos soldados en nuevas creencias; y sin embargo, después de él, todo se fue a
la deriva, a pesar de la idea, a pesar del cristianismo. Necesitábamos a
Charles Martel, Pépin, luego a Carlomagno.
Saludamos a esta figura poderosa, a esta
naturaleza enérgica que sabe, nuevo César, reunir a todos estos pueblos
dispersos, para cambiar las ideas y dar forma a este caos. Carlomagno es
grandeza en la guerra, en el derecho, en la política, en la naciente moralidad
que debía unir a los pueblos y darles la intuición de la conservación, de la
unidad, de la solidaridad. De él datan los grandes principios que formaron
Francia; de él datan nuestras leyes y nuestras ciencias aplicadas.
Transformador, la Providencia lo marcó para ser el vínculo entre César y el futuro.
También se le llama el Grande, porque, si empleó terribles medios ejecutivos,
fue para dar forma, un solo pensamiento a esta reunión de pueblos bárbaros que
sólo podían obedecer a lo poderoso y fuerte.
Barbaret.
Nota. - Siendo desconocido este nombre,
roguemos al Espíritu que tenga la amabilidad de dar alguna información sobre su
persona.
Viví bajo Enrique IV; Yo era un humilde entre
todos. Perdido en este París donde se olvida tan bien al que se esconde y busca
sólo el estudio, me gustaba estar solo, leer, comentar a mi manera. Pobre,
trabajé, y el trabajo de cada día me dio ese gozo inefable que pide la
libertad. Copié libros, e hice estas maravillosas viñetas, prodigios de
paciencia y saber, que sólo dieron pan y agua a toda mi paciencia. Pero
estudié, amé a mi país y busqué la verdad en la ciencia; me ocupé de la
historia, y para mi amada Francia hubiera querido la libertad; hubiera querido
todas las aspiraciones que soñó mi humildad. Desde entonces estoy en un mundo
mejor, y Dios me ha premiado mi abnegación dándome esta tranquilidad donde
todas las obsesiones del cuerpo están ausentes, y sueño por mi país, por el
mundo entero, por nuestra Terra, por amor y libertad.
A menudo vengo a verte y a escucharte; me
gusta tu trabajo, participo en él con todo mi ser; te deseo pleno y satisfecho
en el futuro. Que seas feliz, como yo deseo; pero sólo llegaréis a serlo del
todo despojándoos de la vieja vestidura que todo el mundo ha estado usando
durante demasiado tiempo: hablo del egoísmo. Estudiad el pasado, la historia de
vuestro país, y aprenderéis más de los sufrimientos de vuestros hermanos que de
cualquier otra ciencia.
Vivir es conocerse, amarse, ayudarse unos a
otros. Ve, pues, y haz según tu Espíritu; Dios está allí que te ve y te juzga.
Barbaret.