Muerte
del obispo de Barcelona
Nos dicen desde España que el obispo de
Barcelona, el que hizo quemar trescientos tomos espíritas a manos del verdugo
el 9 de octubre de 1861[1], murió el 9 de ese mismo mes, y fue sepultado con la
pompa acostumbrada a los jefes de la Iglesia. Han transcurrido sólo nueve meses
desde entonces, y este auto de fe ya produjo los resultados previstos por todos,
es decir, aceleró la propagación del Espiritismo en este país. En efecto, el
impacto que ha tenido en este siglo este indecible acto ha llamado sobre esta
doctrina la atención de una multitud de personas que nunca habían oído hablar
de ella, y la prensa de cualquier opinión podría quedarse callada. El artificio
desplegado en esta circunstancia era sobre todo de naturaleza de picar la
curiosidad por la atracción del fruto prohibido, y sobre todo por la misma
importancia que éste daba a la cosa, porque cada uno se decía a sí mismo que no
se procede así por una tontería o un sueño hueco; naturalmente, el pensamiento
se remonta a algunos siglos atrás, y la gente se decía a sí misma que no hace
mucho, en este mismo país, no habrían quemado solo libros, sino personas. ¿Qué
podrían contener los libros dignos de la solemnidad de la hoguera? Esto es lo
que quisimos saber, y el resultado fue en España lo que es donde se ha atacado
al Espiritismo; sin las burlas o los graves ataques de que ha sido objeto,
tendría diez veces menos partidarios de los que tiene; cuanto más violenta y
reiterada ha sido la crítica, más se ha resaltado y hecho crecer; ataques
inocuos habrían pasado desapercibidos, mientras relámpagos despiertan a los más
entumecidos; queremos ver qué pasa, y eso es todo lo que pedimos, seguros de
antemano del resultado del examen. Este es un hecho positivo, porque cada vez
que, en cualquier localidad, el anatema desciende sobre él desde el púlpito,
estamos seguros de ver aumentar el número de nuestros suscriptores, y ver venir
algunos si antes no los había. España no pudo sustraerse a esta consecuencia,
por lo que no hay Espírita que no se regocije al enterarse del auto de fe de
Barcelona, seguido poco después por el de Alicante, y más de un adversario incluso
deploró un acto donde la religión no tenía nada que ganar. Tenemos todos los
días la prueba irrefutable de la marcha progresiva del Espiritismo en las
clases más ilustradas de este país; donde tiene celosos y fervientes
seguidores.
Uno de nuestros corresponsales españoles, al
anunciar la muerte del obispo de Barcelona, nos instó a mencionarlo. Nos
disponíamos a hacer esto, y en consecuencia habíamos preparado algunas
preguntas, cuando espontáneamente se manifestó a uno de nuestros médiums,
respondiendo con anticipación a todas las solicitudes que queríamos dirigirle,
y antes de que se hubieran pronunciado. Su comunicación, de carácter
completamente inesperado, contenía, entre otras cosas, el siguiente pasaje:
“… Ayudado por vuestro guía espiritual, pude
venir y enseñaros con mi ejemplo y deciros: No rechacéis ninguna de las ideas
anunciadas, porque un día, un día que durará y pesará como un siglo, estas
ideas amontonadas gritarán como la voz del ángel: Caín, ¿qué has hecho con tu
hermano? ¿Qué has hecho con nuestro poder, que era consolar y elevar a la
humanidad? El hombre que voluntariamente vive ciego y sordo en espíritu, como
los demás lo son en cuerpo, sufrirá, expiará y renacerá para recomenzar la
labor intelectual que su pereza, su soberbia, le hizo evitar; y esta voz
terrible me dijo: Has quemado las ideas, y las ideas te quemarán…
"
Reza por mí; orad, porque agrada a Dios la oración que el perseguido le dirige
por el perseguidor.
“El que
fue obispo y que ahora es sólo un penitente.”
Este contraste entre las palabras del
Espíritu y las del hombre no es sorprendente; todos los días vemos personas que
piensan diferente después de la muerte que, durante la vida, una vez caída la
venda de las ilusiones, y esto es una prueba incontestable de superioridad; los
Espíritus inferiores y vulgares persisten solos en los errores y prejuicios de
la vida terrenal. En vida, el obispo de Barcelona vio el Espiritismo a través
de un prisma particular que distorsionaba sus colores, o, mejor dicho, no lo
conocía. Ahora lo ve en su verdadera luz, sondea sus profundidades; caído el
velo, ya no es para él una simple opinión, una teoría efímera que puede ser
sofocada en cenizas; es un hecho; es la revelación de una ley de la naturaleza,
una ley irresistible como el poder de la gravitación, una ley que debe, por la
fuerza de las cosas, ser aceptada por todos, como todo lo que es natural. Esto
es lo que entiende ahora, y lo que le hace decir que: “las ideas que quería
quemar lo quemarán”, es decir, se llevará los prejuicios que le habían hecho
condenarlas.
No podemos reprochárselo, pues, por la triple
razón de que el verdadero Espírita no guarda rencor a nadie, no guarda resentimientos,
olvida las ofensas y, siguiendo el ejemplo de Cristo, perdona a sus enemigos;
en segundo lugar, que lejos de perjudicarnos, nos ha servido; finalmente, que
nos pida la oración de los perseguidos por el perseguidor, como la más
agradable a Dios, pensada enteramente en la caridad, digna de la humildad
cristiana que revelan estas últimas palabras: " El que fue obispo y que ahora es
sólo un penitente. Hermosa imagen de las dignidades terrenales dejadas al borde
de la tumba, para presentarse a Dios tal como uno es, sin el dispositivo que
impone a los hombres.
Espíritas, perdonémosle el mal que quiso
hacernos, como quisiéramos que nuestras ofensas nos sean perdonadas, y oremos
por él en el aniversario del auto de fe del 9 de octubre de 1861.
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(1) Véase, para más detalles, la Revista
Espírita de los meses de noviembre y diciembre de 1861.